miércoles, 25 de julio de 2007

Caris, caris y más caris

Hace varios días, donde la incertidumbre me hacía confundir las corazonadas con las cardiopatías, gracias a la Súper carretera de las Informaciones, me topé con un rimero de series animadas que hacía tiempo no veía; unas, por la pesadumbre de los años; otras, por mi anacrónica presencia, es decir, que nunca me tocaron y, por ende, nunca vi. Mejor me explico.
Los dibujos animados o caricaturas (las caris, de cariño) forman parte del amplio universo del entretenimiento televisivo, ya que muestran mundos que, por su naturaleza ficticia, son lo más real que nos ha sucedido. ¿Por qué? Porque, siendo niños, nos hacen pensar en otros mundos, otras posibilidades de ver la vida. Sin picarme de exagerado (que sí lo soy, pero me aguanto), creo no equivocarme. Por ejemplo, ¿quién no aprendió un poco de mitología griega con los episodios de Ulises 31 o con las batallas de Los Caballeros del Zodíaco? ¿O de astronomía con los Halcones Galácticos? Y para las niñas de entonces -y de ahora, porque siempre lo serán-, su modelo aspiracional fue la Princesa Caballero, soñaron con Heidi y lloraron con Candy Candy. (En los últimos años, las andanzas de las Sailor Moon eran las que partían el queso.)
Sin embargo, el amplio mundo de las caris tenía una amenaza constante: que se les tildara de superficiales y de incentivar la fantasía hasta niveles extremos. No les faltaba razón a sus detractores, pero también existen opciones meramente educativas, sin dejar de lado la diversión. Haciendo un poco de historia, Claudio Biern Boyd hizo su contribución con series como D'Artacan y los tres mosqueperros, La vuelta al mundo de Willie Fogg y Sandokan: buenas adaptaciones animadas de obras literarias, cuyos personajes eran interpretados por animales. (Buena puntada, ¿no les parece?) En 1992, en plena fiebre por celebrar los 500 años del choque de dos mundos, una excelente serie animada, Las mil y una Américas, hizo lo suyo. De allí, muchos niños se interesaron -ya crecidos- por las culturas precolombinas. (Con estos ejemplos, sus detractores podían estarse quietos por largo rato.)
Ahora, muchos de aquellos niños televisivos ya crecieron y sus horizontes también. A veces, gracias al poder repetidor de cierto canal santangelino y de otro de fuerte arraigo local, nos reviven la nostalgia por un ratito. Pero los más fans avezados siempre encuentran nuevas razones para serle fiel a una o varias caris. Y si le sumamos la magia del dvd, mejor aún. Para quien escribe, ver en estos días de ocio episodios de los Thundercats, es como si el tiempo no hubiera pasado (Y con suma razón puedo sostener que el Código de Thundera es más vero y creible que los tratados de la ONU. Se aceptan réplicas, dúplicas y polémicas.); y por las tardes, por el otro canal, me muero de la risa con las ocurrencias de Ovideo y su banda. [La remembranza propia va por cuenta de las consejeras, ciudadanos y viajeros de la NRB.]
Así como hay lecturas para cada edad, también hay caris que no pueden digerirse a la primera. Caso concreto, Los Simpsons (en colaboraciones anteriores, hablé de esa serie, pero no está de más recordarlo), cuya temática adulta y descaradamente contemporánea, en México se tornó transparente. Pero en el rubro de las animaciones japonesas, la cosa no cambia. Remi y la misma Candy Candy, por su estructura dramática, son telenovelas animadas; Sailor Moon ya toca los linderos de la diversidad sexual, y, el summum de todas, Evangelion, tiene de todo: intriga, ciencia ficción, mitología bíblica y cabalística, y, lógico, algo de violencia y sexo. (Pero de esa serie animada, luego hablaré.)
En suma, hay caris para todo y para todos. Depende de cada quien darle vuelo a su nostalgia. El resto, son sólo historias, ¿verdad?

1 comentario:

La niña Fonema dijo...

yo tengo los dvd de don gato y el conde pátula... y sin duda compraría todas las temporadas de los picapiedra...
nunca fui muy fan de los melodramas japoneses... lo mio,lo mío, siempre ha sido el revival... jaja

besotes y qué bueno que escribiste, ya te extrañaba