sábado, 9 de junio de 2007

Navegante de biblioteca

Mientras oía "Captain Nemo", de Sarah Brightman, me vino a la mente la imagen de un capitán al mando de su barco, siempre a la búsqueda de cosas nuevas, pero también siguiendo los dictados de su razonamiento, fueran satisfactorios o funestos. Lo mismo sucede con la búsqueda bibliográfica, que puede ser la mejor de las travesías o el peor de los itinerarios. Me explico.
Quien no recuerda aquellos gloriosos años de la primaria y/o secundaria cuando nos mandaban a la biblioteca para dizque investigar cosas para la tarea. Y en esos ambientes, precisamente, uno se topa con ciertas situaciones que, una de dos, o generan un seguro regreso a la biblioteca, o, ya de plano, nos alejamos para no más volver. (Y, sin embargo... regresamos.) Pero vamos por partes.
Cuando se nos pide, por ejemplo, buscar información sobre barcos, los maestros de inmediato nos remiten a la biblioteca más cercana para hacer lo propio, cosa que origina la odisea más descabellada de nuestra vida. (El orden de las cosas no es meramente arbitrario.) Primero, la lata de dejar las cosas en la paquetería -acción, cabe decir, de ciertos dejos carcelarios-, luego registrarse y dejar identificación -y seguimos con lo carcelario-, para después buscar el libro (previa visita al heroíco fichero de marfileño semblante) y desde aquí, hay de dos sopas: 1) Si se encuentra el dichoso ejemplar, la mitad de la batalla está ganada. Y 2) En caso de que no, retirarse con la decepción de un futbolista cuando sabe que acaba de perder el partido. Respecto al punto #1, una de dos: a) Sentarse a leerlo y hacer respectivas anotaciones en la libreta o en las versátiles fichas de trabajo y b) Recurrir, ipso facto, a la fotocopiadora. Siempre gana ésta última. Y hasta aquí el peor de los itinerarios.
Sin embargo, para quienes navegamos por los mares de la palabra escrita, entrar en una biblioteca sólo se asemeja a la travesía marítima del Cap. Jack Aubrey, personaje principal de Master and Commander, de Patrick O'Brian; es decir, con resultados asombrosos, a pesar de lo contrario. ¿Por qué? Otro ejemplo: se supone que debería entrar a una biblioteca -la del Instituto de Investigaciones Filológicas, para más señas- a buscar un libro sobre filología española, pero, finalmente, y gracias a lo accidentado de los anaqueles, me topo con una novela de Arturo Pérez-Reverte sobre barcos y navegantes. (Bueno, siempre atraen más la atención los relatos marítimos que los procesos evolutivos del español. Cosas que pasan.) Esto no nos exime de seguir buscando elementos para nuestras tareas o simplemente para darle de comer a la imaginación.
Finalmente, una biblioteca es buena o mala según como la veas. Se vuelve tu peor pesadilla a la hora de la investigación, cierto; si se ve por el lado del entretenimiento, parece que no. De cualquier forma, una cosa sí es segura: la lectura se gana por derecho propio. ¿Será?

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