viernes, 31 de julio de 2020

Dignidad y firmeza

Ulises Velázquez Gil


En una mesa redonda realizada en El Colegio Nacional, el historiador michoacano Luis González y González decía que, para el oficio del historiador, hay que valerse de tres tipos de discurso: narrativo, científico, cívico. Para los alcances de la difusión de la Historia, el discurso narrativo la lleva de ganar, por el simple hecho de emplear el habla de todos los días para lograr su cometido. Tanto en la historia como en la literatura, una buena pluma siempre se agradece, sin dejar de lado los recursos de los discursos restantes.
            Viajero frecuente por los senderos de las letras y la historia, Vicente Quirarte nos entrega Los primeros hijos de México. Ensayos sobre la Intervención francesa y el Imperio de Maximiliano, libro donde se ocupa de una etapa en particular del siglo XIX en México; víctima ésta del discurso cívico por parte de la historia oficial, cabe decirlo.  
            Los primeros hijos de México, se compone por diez ensayos donde Quirarte aborda, en igualdad de condiciones, sucesos y figuras importantes de aquel periodo comprendido entre 1862 y 1867; para abrir boca, hay dos textos en torno a Maximiliano de Habsburgo. En “Retrato del artista como joven noble”, conocemos una faceta suya poco explorada, la de su paso por la Marina, donde Maximiliano forjó un carácter que lo haría sobreponerse a todos los altibajos de su vida, y que además le daría la oportunidad de seguir aprendiendo, de enfrentarse al mundo a diario. […] El deseo de viajar era tan imperioso como el de dar cuenta escrita de su trayecto, según se desprende de sus palabras: “Se despidieron de nosotros las personas que nos habían acompañado, se levantaron las escaleras móviles y quedaron interrumpidas las relaciones con la tierra; apenas tuve tiempo para enviar algunas líneas escritas apresuradamente en el camarote del capitán”. […] Más allá de sus obligaciones de príncipe, tenía la convicción que si para unos vivir es preciso, para un selecto linaje navegar también es preciso.
A medida que se avanza en la lectura, descubrimos que la Marina ejerció un papel preponderante en cuanto a la formación del carácter de Maximiliano, de encararle misiones más difíciles con el paso del tiempo. Aquí cabe preguntarnos, junto a Quirarte, el porqué de su importancia al estudiar su genio y figura, y ante ello, baste adentrarnos en “El último día”: […] pudo haber sido cuando zarpó de Trieste rumbo a México, a bordo de la fragata Novara, el 14 de abril de 1864. El último día puede ser el instante en que está a punto de abdicar en Orizaba, el primero de diciembre de 1866, cuando dirige un mensaje a la Nación mexicana con la voluntad de permanecer en nuestro país. Pero el verdadero día final de Maximiliano, último del Imperio y primero de la República triunfante, tuvo lugar el 19 de junio de 1867. […] A partir de ese 19 de junio, el archiduque entró en la imaginación y en la realidad de los mexicanos.
En la película Lección de honor, un profesor de Historia de la Antigüedad observa que uno de sus alumnos lee un libro sobre los cartagineses, y éste le dice que Amílcar Barca fue un excelente comandante, a lo que su profesor le respondió: “fue un excelente comandante, pero estuvo del lado equivocado”. Al momento de leer “Al encuentro con Tomás Mejía”, vino a mi mente aquella escena. Aunque este militar singular tuvo un papel preponderante dentro del bando conservador que suscitó la invasión del ejército francés y la ulterior entronización de Maximiliano, su excepcional figura es atractiva tanto para tirios como para troyanos: […] historiadores de tendencia liberal y conservadora, vencedores y vencidos, coinciden en respetar la figura de ese hombre que jamás claudicó en sus convicciones y estuvo durante dos décadas en el centro de los acontecimientos nacionales, desde sus enfrentamientos con los apaches hasta su actuación postrera en Querétaro. […] Mejía aparece como un señor de la guerra que se valía de ella para defender la religión, único lazo de unión entre los mexicanos, como idea generalizada entre los conservadores, e incluso entre varios liberales. […].  Una vida interesante (por no decir ejemplar) como la de Tomás Mejía puede dar para la hechura de una novela histórica, sin embargo, nos dice Quirarte, su única limitante radica en que “vuelve a contarnos los sucesos, sin intervención directa de la poiesis, sin que el temblor del cómo modifique la linealidad del qué”. Aún así, no desmerece conocerla y crearse una propia opinión al respecto.  
Y ya que hablamos de novela, uno de los autores predilectos de Vicente Quirarte es materia prima de “Amor, historia y actores en Noticias del Imperio de Fernando del Paso”, donde además de analizar el proceso paulatino de la escritura de esa novela, conocemos a la emperatriz Carlota de Bélgica compuesta por el novelista. Para Del Paso, […] Carlota es la única capaz de articular el discurso visionario de lo que ha pasado, sucede y ocurrirá. En el vendaval memorioso de Del Paso, Carlota es la historiadora del Imperio: sus ojos son los ojos de la Historia; con ellos adivina, profetiza y testimonia hasta lo que aparentemente no ha mirado.
Además de las acciones militares, y de sus figuras nones, Quirarte dedica uno de los diez ensayos de Los primeros hijos de México a aquellas personas que hicieron de la página impresa su campo de batalla. En “Grafitos contra bayonetas”, conocemos la gallardía de Francisco Zarco y la inteligencia de Guillermo Prieto, y de otros hombres de pluma, cuyo prístino ensueño radicaba en la palabra y de cómo ésta inyectaría de fuerza y de resistencia ante vientos adversos y presentes, a la gente que sufría los altibajos del siglo XIX mexicano. Tan eficaces como el machete del improvisado ejército liberal, la pluma del poeta, la elocuencia y la acción del político y el grafito del dibujante se pusieron al servicio de la República para dar a conocer a propios y extraños el atropello que la nación sufría en manos de Francia, país con el que México había mantenido tradicionalmente múltiples vínculos y simpatías.
“Resistencia en Nueva York”, por otro lado, se enfoca al trabajo y las peripecias de mexicanos en aquella ciudad estadounidense (sin importar la pertenencia hacia algún bando), con el fin de hacer acopio de recursos y de fuerzas para proseguir con la defensa de su causa. Varias de las figuras allí mencionadas, aparecen de nueva cuenta en otra obra quirartiana, La isla tiene forma de ballena, primera incursión en el género de la novela (con la cual sería interesante hacer una lectura en paralelo al ensayo de marras).
Volvamos a lo que decía Luis González y González acerca de los tres tipos de discurso. Para Vicente Quirarte (como a Fernando del Paso en Noticias del Imperio y a Jean Meyer en Yo, el francés), el tipo narrativo le queda perfecto para darnos a conocer la vida, obra y milagros de estos personajes fundamentales en el periodo que comprende este libro (1862-1867), y en esa intención también echó mano de los tipos científico y cívico, con el fin de darle unidad tanto a cada uno de los ensayos como al libro en su conjunto. El historiador trabaja con hechos de la realidad que obtiene de documentos, escritos personales, historiografía precedente y tradición oral. En esas mismas fuentes abreva el autor de obras de ficción. Ambos trabajan con hechos y los enlazan con la imaginación. ¿Cómo separar las tareas de uno y de otro? Son numerosos los que han tratado de dilucidar los respectivos códigos de ambas disciplinas.
¿Por qué leer Los primeros hijos de México? Además de conocer otro ángulo de la Intervención francesa y el Imperio de Maximiliano en tanto sucesos señeros del siglo XIX mexicano, para dar cuenta de una época que vivió el heroísmo a flor de piel, en cuyos hechos destellan dignidad y firmeza, en aras de una causa justa, y de la defensa de la integridad de un país en proceso de serlo. (No por nada, el título remite a la arenga de Ignacio Zaragoza a sus tropas antes de la batalla del Cinco de Mayo.) En el empeño de historiar la década que afianzó la ulterior identidad de México, Vicente Quirarte cumple una deuda de honor hacia uno de sus grandes maestros, don Martín Quirarte, de cuya Visión panorámica de la Historia de México se afianzó su pasión por la historia. (“Mi visión épica de la vida, mi fervor por los héroes y los símbolos patrios vienen de aquella primera experiencia de lectura y escritura, donde sin yo saberlo, mi padre me introducía en los rudimentos de cómo elaborar una síntesis o cómo dar comienzo a una ficha temática”, dice Quirarte en La Invencible.)
Quede en ustedes, atentos lectores, su acercamiento a esta compilación ensayística: de buena pluma, como suelen escribirse las grandes historias. (Así sea.)   

Vicente Quirarte. Los primeros hijos de México. Ensayos sobre la Intervención francesa y el Imperio de Maximiliano. México, Secretaría de Cultura-Dirección General de Publicaciones/ El Manojo de Ideas, 2018.  

(17/julio/2020)

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