Ulises Velázquez Gil
“Lo único que nos salva, como país, como persona
y como planeta, está en los libros”, predica con suma justeza Jorge F.
Hernández cada vez que acude a una feria del libro, y no es para menos, puesto
que en varias circunstancias de la vida, la lectura de un libro acaba por
cambiarnos la vida, o por lo menos, lo hace con alguna perspectiva del momento.
A la vera de hallar el libro donde se consume esa epifanía, son tantas las
ocasiones en dónde nos preguntamos el porqué de tal merecimiento.
Navegante
de y entre libros, Vicente Quirarte propone una (posible) respuesta a esa
interrogante en Merecer un libro,
pequeño volumen compuesto por varios textos donde se evidencia su pasión por el
libro y las circunstancias que suscitan su presencia. Desde las palabras de
entrada, ya sabemos hacia dónde va su intención: Merece un libro quien se atreve a escribirlo y triunfa en el intento de
que lo impreso equivalga a lo pensado, vivido, exorcizado. A todo lo que la
escritura subvierte y transforma. (Comencemos el viaje…)
A
través de trece textos, Quirarte comparte su interés por los libros (lector,
autor), e igualmente con los objetos que los generan, tal es el caso del lápiz
y de la pluma, generosos cómplices del escritor en su empeño por entablar
guerra con las cosas. De nuestro instrumento con alma de grafito, nos dice lo
siguiente: Pocos instrumentos como el
lápiz nos acompañan durante tantos años de nuestra vida. Su presencia está
vinculada a nuestras primeras y más profundas sensaciones: el lápiz recién
afilado, su madera limpia y generosa en el salón de clases, eran bálsamo salvador
para los lunes. Desde los años escolares hasta las batallas asumidas por
las lecturas presentes, un lápiz esboza intenciones, o quizás el plan de
batalla contra los altibajos de la vida.
Con la pluma sucede algo
similar. Aunque su acompañamiento sea (casi) el mismo que el del lápiz, una
pluma conlleva un compromiso mayor. Para
escribir un libro es necesario un instrumento. Se puede concebir mientras se
camina, se lavan los trastos o se hace fila en el banco. Tarde o temprano nos
vemos en la necesidad de trasladar lo que pensamos a la blancura del papel. Protagonista
heroica y única de esa historia ha sido, paralelamente al arte de la imprenta,
la pluma que se vale de la tinta fresca, de la tinta que mancha, de la tinta que
huele a su nombre. Esta reflexión que hace Quirarte sobre la pluma se
complementa con la presencia de un autor mayor en las letras universales,
Miguel de Cervantes, con la estilográfica edición especial creada por la casa
Mont Blanc en ocasión del centenario cervantino. (Paréntesis aparte: no es la
primera vez que el autor dedica unas líneas a tan ingenioso y genial
instrumento, y quienes conocernos sus Enseres
para sobrevivir en la ciudad lo sabemos de primera fuente.) Para cerrar
esta escala de tinta y pluma, estas palabras, a guisa de legado: Quien tiene el valor para ser poseído por
una pluma fuente y al mismo tiempo acepta cuidarla como un caballero cuida su
lanza, su espada y su adarga, y utilizarla para los más altos fines, es
semejante al proceso de escritura del Quijote, donde se concentra el genio del
idioma.
Dos momentos fundamentales
dentro del encuentro con los libros, son la solapa y la dedicatoria, que
confirman la presencia de un libro, o mejor aún, como una extensión de la vida
misma. Sobre el caso de la dedicatoria, […] su
inclusión obedece a motivos personales mediante los cuales el autor salda
cuentas, agradece el auxilio venturoso o consuma sus íntimas venganzas. Por
alquimias misteriosas y sutiles, la dedicatoria se transforma en texto
independiente y generativo. En él habita una historia latente y llena de
posibilidades. Desde el “tsunami” de dedicatorias al inicio de una tesis
universitaria hasta la frase más lacónica que antecede una opus magnum, la dedicatoria encierra las pasiones y obsesiones,
acompañantes nuestras en el empeño de pergeñar un libro, merecedor para el
dedicatario de marras. (No por nada, Quirarte cita la memorable dedicatoria de El Principito…)
Por el lado de la solapa, ésta
se vuelve invitación al viaje, donde glorioso es el regreso… y la vuelta a
partir: […] el libro que la ostenta debe
exigirle a quien lo escribe que tenga en cuenta que practica un género
riguroso. […] debe estar consciente
de que en el breve espacio del cual dispone debe desarrollar un texto
imaginativo, seductor, original y respetuoso del texto que le sirve de pretexto.
Muchas de las veces, por una mala solapa, un buen libro no recibe el
reconocimiento que merece, y por el contrario, tan buena la solapa que le da
mérito a un texto bastante malo. Aún así, el tiempo coloca las piezas en el
lugar justo.
Por último, queda ponderar el
importante papel que las bibliotecas tienen, donde el polisémico librero […] es el mejor aliado del libro, porque en
tiempos de transformaciones vertiginosas en la forma de transmitir el
conocimiento, el librero cuida y salva de la extinción el único soporte que, luego
de más de cinco siglos de existencia, ha demostrado su permanencia.
Permanencia, también, la de las
bibliotecas donde se cuida el saber de todos los tiempos; donde generosos e
inteligentes habitantes guían nuestros pasos, con todo y que se rebelen contra
quien los posea, tal y como pontificaba don Martín Quirarte, historiador
andante y padre del autor. Otra lección, al calce de estas líneas, nos es
obsequiada por la arquitectura lectora de Luis Barragán: los libros son casas: espacios que anhelan ser habitados para encontrar
su verdadera vida.
En suma, ¿dónde radica la importancia
de Merecer un libro? Con esta pequeña
obra (de grandes afanes, cabe subrayarlo), Vicente Quirarte nos comparte su
carta de amor a la lectura, a los libros, a las historias detrás de ellos, en
aras de traspasar esa llama lectora –humanista, diríase– que nos cambie de
rumbo, e incluso dé una pauta nueva para su ejecución; de nutricia herencia, después de todo, porque […] contribuye a justificar, defender y
prolongar la existencia de uno de los más perdurables guerreros de la historia.
Dentro de la bibliografía
quirartiana, Merecer un libro figura
firme y digno junto a su hermano mayor, Enseres
para sobrevivir en la ciudad, cuyas letras son bálsamo salvador para los
altibajos del tiempo presente. Ante ellos –y a título personal–, bien vale
retomar las palabras de Jorge F. Hernández, que suscribo de buenas a primeras
con la obra de Vicente Quirarte, a la que vuelvo con la misma pasión como
cuando la leí por vez primera.
Quede en ustedes, lectores,
descubrir ese merecimiento por cuenta propia. (Así sea.)
Vicente
Quirarte. Merecer un libro. 2ª ed.
México, Secretaría de Cultura/ Amaquemecan, 2016.
(15/mayo/2019)