Ulises Velázquez
Gil
En algún momento de la
vida, echamos mano de un discurso -preparado, improvisado, da igual- para
ponderar las cualidades de una persona, incitar a la reflexión sobre un tópico
determinado, o simplemente para celebrar la vida y los detalles que la pintan
de cuerpo entero; pero cuando se enfoca en rendirle señero homenaje a la
vocación elegida y agradecer los aprendizajes recibidos, el discurso se torna
profesión de fe. Y en este sentido, la gente de letras se distingue por
completo.
Para Fernando del Paso (1935-2018), la escritura de
discursos no le fue del todo ajena a su labor creadora, sino más bien un
complemento, donde sus lecturas del mundo le ayudaban a encontrar su papel
dentro de éste, agradeciendo encuentros como travesías suscitados en ese
proceso.
Amo y señor de mis palabras. Artículos, discursos y
otros textos sobre literatura consigna ese franco empeño, al reunir doce
textos donde Del Paso de fa de su peregrinaje por las letras, sea como lector,
sea como creador, y nos comparte sus encuentros, así también sus aprendizajes
en el arduo oficio de vencer al tiempo mediante las palabras, a lo largo de
veinte años “de lecturas y algo del mundo” (por emplear un título de Álvaro
Mutis). Vayamos por partes.
Dentro
de las lecturas que Del Paso incluye en este libro podemos encontrar Adán
Buenosayres de Leopoldo Marechal, Al filo del agua de Agustín Yáñez
y La región más transparente de Carlos Fuentes, cuyos textos donde
aborda esas novelas nacieron para mesas redondas dentro de ferias del libro, o
para conmemorar su aniversario de publicación. A medida que uno se adentra en su
lectura, nace dentro de nosotros […] la imperiosa necesidad de leer lo que
uno no ha leído pero que está allí, esperándolo desde siempre, que uno no suele
volver a algunos libros […], por más que uno se haga el propósito de
hacerlo.
A
la par de las lecturas arriba descritas, Del Paso hace lo propio con su obra
misma, como puede leerse en “Un siglo y dos imperios”, “La novela que no olvidé”
y “Mi patria chica, mi patria grande”; éste último (a guisa de recibir el
Premio “Rómulo Gallegos” en 1982 por su novela Palinuro de México),
donde reflexiona sobre la palabra patria y los efectos que conlleva
tanto en su narrativa como en su propia vida. Cuando niño me costó mucho
trabajo aprender a pronunciar la palabra patria. Ahora, tras una
infinidad de años de no pronunciarla y ni siquiera escribirla, me doy cuenta de
que el esfuerzo es más grande aún. […] Comencé a comprender que patria
era algo así como una extensión de mi casa, como si mi casa se desparramara
sobre esos ríos y pueblos y montañas cuyos nombres, aún más difíciles de
pronunciar que la palabra patria cautivaban mi imaginación por su
majestuosa sonoridad: Papaloapan, Queréndaro, Citlaltépetl…
Y
mientras se vuelve consciente de las palabras, para y con su propia obra,
Fernando del Paso da muestra de su franqueza como escritor, sin olvidarse de
las palabras que le dieron norte y trayectoria: Amo y señor de mis palabras,
esclavo del lenguaje, poco o nada podría decir de mi obra sin correr el riesgo
de decirla, sobredecirla e, incluso, maldecirla. Hablar de lo que con ella he
intentado, sería aceptar el fracaso de tales intenciones, ya que sólo lo que se
ha logrado se deja de intentar.
Hay
dos textos a resaltar de Amo y señor de mis palabras: “Carta a Juan
Rulfo” y “Yo soy un hombre de letras”.
Sobre el primero, que nació en la cabina de Radio Francia Internacional
(y se reúne por vez primera en libro), Del Paso recuerda sus andanzas y
maestranzas con su colega y amigo, pero le “comparte” sus angustias y
preocupaciones, una vez que se entera de la noticia de su muerte. Perdóname
Juan, perdóname si no te escribí nunca, pero como me habían dicho que tú jamás
contestabas una carta, pues yo dije: Entonces para qué le escribo. Y ahora me
arrepiento; me arrepiento, Juan. Ahora quisiera que tú hubieras tenido varias
cartas mías aunque yo no tuviera ninguna tuya. […] Perdóname también por
todas estas trivialidades, y más que nada, por lo que no te dije. Porque me
queda la sensación de que hay muchas otras cosas que debería decirte, pero no
sé exactamente qué. Lo único que sé es que te tenía que hablar como te estoy
hablando, Juan.
Respecto
a “Yo soy un hombre de letras” (a la sazón, su discurso de ingreso a El Colegio
Nacional), Del Paso pone en claro su papel como escritor y de cómo esa
distinción (el ingreso a tan insigne recinto) se vuelve importante en cuanto a
su proceder como representante de las letras mexicanas en un lugar destinado a
la difusión del saber en todas sus expresiones. En ocasiones anteriores,
cuando he aceptado un reconocimiento, he afirmado, y hoy lo reitero, que cada
vez que se premia a un artista, se deja de premiar a muchos otros que también
lo merecen. El Colegio Nacional no es una excepción: cada vez que ingresa un
nuevo miembro, dejan de hacerlo otros poetas, otros hombres de ciencia,
arquitectos, músicos, pintores, filósofos, que deberían formar parte de esta
institución. Aceptar, por lo tanto, esta gran distinción, implica aceptar con
ella, una enorme responsabilidad. Dentro de ésta, la de incluir las voces
de sus colegas y amigos, pero sobre todo las de una sociedad ávida de
conciliación, sabiduría y pluralidad. (Más que discurso de ingreso -o lección
inaugural, si usamos la nomenclatura protocolaria-, “Yo soy un hombre de
letras” es una profesión de fe, y si me permiten la sugerencia, su sola lectura
es de imperiosa necesidad para los acérrimos detractores de El Colegio
Nacional, preocupados más por la numeralia que por la inteligencia y la
pluralidad.)
Llevado
por el fervor del momento, Del Paso hasta se dio tiempo ¡para hablar de futbol!
Lo que en principio sería una nota sobre la final de la Copa Mundial de Futbol España
’82 (aprovechando la estancia del escritor en Europa), se volvió una
crónica en clave autobiográfica sobre el deporte y la vida: “La novena del
futbol”. Y para sorpresa de algunos lectores, en “La imaginación al poder” y
“El futuro de la cultura en México”, Del Paso ya sabía del poder de la televisión,
enfocado hacia su uso inteligente, imaginativo, incluso. Llevar la
imaginación al poder implicaría el aprendizaje de cierta humildad y, con él, el
aprendizaje de las técnicas no sólo de la televisión, sino también del cine,
del reportaje filmado, del documental que podríamos llamar de denuncia o de
protesta. […] La imaginación para infiltrarse en el medio, saber
aprovechar todas las oportunidades que se presenten -y que suelen ser
contadas-, o incluso la imaginación necesaria para crear esas oportunidades.
¿Por
qué leer Amo y señor de mis palabras? Para conocer una faceta muy poco
explorada de Fernando del Paso, la de autor de discursos, artículos y textos
donde el fervor del momento le pide tomar la palabras para compartir su
experiencia con quien guste de escucharle. Decía Emilio Castelar que “los
discursos se hacen con una hora de trabajo y veinte años de lecturas”; bajo su
mirada, éstos se vuelven inventario de gratitudes, en particular, de
aquéllas que son el engranaje de su obra literaria.
Quede
en ustedes, lectores, acercarse a este florilegio de textos de Fernando del
Paso, con miras a volverse clásico dentro de su obra, la cual, como el Cid
Campeador, sigue ganando batallas después de todo… (¡Cuenten con ello!)
Fernando del Paso. Amo y señor de mis palabras. Artículos,
discursos y otros textos sobre literatura. México, Tusquets, 2015
(Marginales).
(28/diciembre/2018)
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