Hace tiempo, cuando hacía referencia a cosas
gratas o conocidas que me sacaban una sonrisa o, por lo menos, un grato
recuerdo, siempre soltaba la siguiente frase: Nada como volver a los viejos puertos, y al momento de escribir las
presentes líneas, la empleo de nueva cuenta para un suceso anual que espero con
enorme alegría: las Lunas del Auditorio.
Luego de varias sorpresas
por correo electrónico y de una pasarela de invitados posibles, quien esto
escribe, por sexta vez consecutiva (y séptima, en nueve años), consiguió
entradas para la XVII entrega del galardón que concede el Auditorio Nacional a
lo mejor del espectáculo en México: cuatro boletos, tal y como me sucedió en
2014 y el año pasado.
Después de una breve
caminata desde la parada forzada donde me dejó el camión, llegué al Paseo de la
Reforma e hice dos cosas ineludibles: contemplar el gentío en torno a la
alfombra roja (donde desfilaron tanto artistas nominados como gente del medio
musical y de la tevé) y saludar a un viejo amigo, el Auditorio Nacional,
mientras llegaban mis invitadas: una arquitecta dinámica e inteligente, y la
sofisticada internacionalista con quien estuve en 2016.
Cerca de las 7:30, Lupita,
mi amiga arquitecta, hizo su gloriosa llegada, una vez que logró sortear los
imprevistos de la Línea 7 del Metro. Mientras llegaba Mónica, mi amiga
internacionalista, platicamos acerca del talento artístico que veríamos a lo
largo de la ceremonia, pero también de nuestras escalas en el llamado “coloso
de Reforma”. “Sólo estuve aquí para una obra de teatro, hace mucho tiempo”, me
confesó Lupita. En cambio, para mí, ya eran varias ocasiones que andaba por
ahí, y en particular esta edición de las Lunas
es un “regreso a casa”, porque en 2008 entré por primera vez al Auditorio
Nacional y vi a Edith Márquez, cantante confirmada en el elenco de 2018. A diez
minutos para las ocho de la noche, Mónica llegó al lugar citado y muy bien
acompañada. Una vez hechas las presentaciones, los cuatro ingresamos por la
parte izquierda del auditorio.
Como llegamos al filo de la
hora, nos acomodaron en la parte superior del segundo piso, pero los lugares
disponibles escaseaban, así que resolvimos salir de ahí y correr hacia la parte
derecha del auditorio. “Esto me recuerda la película Ocho y medio, donde los personajes van de un lado a otro”, les
dije. Por fin, encontramos lugares disponibles… pero pegados al techo del
auditorio. Una vez sentados, a las 8:15 pm comenzó la ceremonia. Café Tacvba
fue el grupo encargado de abrir el espectáculo, en cuya participación
interpretó sendas canciones del Jei Beibi,
su álbum más reciente: “Futuro” y “Olita de altamar”. Al término de su
participación, se presentaron los conductores: Paola Rojas (de frecuente
presencia en ceremonias anteriores), Natalia Téllez (también constante desde
2016) y Arath de la Torre.
Durante tres horas y pico,
disfrutamos de maravillosas participaciones musicales, categorías de clásica
presencia y los reconocimientos especiales que cada año confiere el Auditorio
Nacional; la Revelación de este año fue el cantautor El David Aguilar, mientras
que el Teatro de la Ciudad de México “Esperanza Iris” recibió el reconocimiento
como Recinto Emblemático. Por el lado de las Trayectorias, Horacio Franco, el
bailarín Isaac Hernández y Patricia Reyes Espíndola fueron los galardonados de
la edición 2018.
Respecto a los números
musicales, de la energética participación de Café Tacvba pasamos al bolero y la
canción ranchera con Edith Márquez; mientras que una selección del musical Los miserables nos llegó al alma (y al
borde de las lágrimas, como me suele pasar con los musicales). Para los amantes
de la música de banda, La Arrolladora Banda El Limón de René Camacho les cayó
como anillo al dedo, y para las jóvenes espectadoras, Mario Bautista, con todo
y que hace tres años le tocó hacerla de conductor. (Recuerdo que se hizo
chiquito cuando estuvo frente a Paul van Dyk, pero por algo se empieza ¿no
creen?) Una vez que terminó su participación, pasamos al intermedio, donde
Mónica y su novio fueron al baño, mientras Lupita y quien esto escribe
revisamos nuestros teléfonos y sacamos fotos. Cuando Mónica volvió, me comentó
que cerca del cuarto para las once, dejarían el lugar, por compromisos
ineludibles; de cualquier manera, agradecí su presencia y que aquellas palabras
de 2016 (“¡Ya quiero mi boleto para el año entrante!”) siguen vigentes para
2019. Terminó el intermedio y el siguiente grupo que entró a escena fue Love of
Lesbian, agrupación barcelonesa de rock, cuya participación me dejó en 50-50,
es decir, “Bajo el volcán” me aburrió, pero “Manifiesto delirista” me levantó
el ánimo. (“Es buen grupo, pero me quedo con Dorian”, le decía a Lupita y a
Mónica.) Y cuando terminó la segunda canción, Mónica y su acompañante dejaron
el auditorio. Prometimos vernos más seguido, porque “sólo en ocasiones así
podemos vernos”. Asentimos por entero.
El resto de la ceremonia lo
pasamos muy bien Lupita y yo; al momento que los conductores presentaron a
Yuri, cuando anunciaron un dueto de ella con el trio Matisse, Lupita se
emocionó tanto que al momento de escuchar “Cómo le hacemos”, se apresuró a
grabarlo en su celular y recordarlo cuantas veces quisiera. (Me recomendó que
escuchara a Melissa, la vocalista, en su canal de YouTube, y descubrir que
también como solista destella talento.) Luego de varias categorías y un
reconocimiento especial, Sofía Reyes subió al escenario para cantar un éxito
suyo, “1, 2, 3” (y conste que no es anuncio de crema para el pelo), y minutos
después, la Única e Internacional Sonora Santanera nos metió mucho ritmo con
sus clásicos de antaño y con una versión muy particular de “El yerberito
moderno”. (Sólo faltó el “¡azúcar!”, si me permiten decirlo…) Y como grand finale, ¡Fey!, quien salió de
entre el público, interpretando una versión muy nostálgica de “Gatos en el
balcón”, para luego seguirse con un popurrí de sus grandes éxitos, eso sí, con
arreglos nuevos y muy ad hoc para los
tiempos actuales. (Vaya, con decirles que me levanté de mi asiento para
corearlas y bailarlas. Si me vieran mis hermanos, que sí son fans suyos…)
Casi llegada la medianoche,
el público emprendió la salida del auditorio después de haber disfrutado de un
grandioso espectáculo, donde todos los gustos quedaron más que complacidos; mientras
la gente hacía fila para entrar al baño, Lupita y yo buscábamos un programa de
mano debajo de los asientos, en los pasillos o incluso en los botes de basura:
“No me voy de aquí sin mi programa de mano: ¡los colecciono!” (Hice lo mismo
con una amiga nuestra, en 2015, y cerca de los baños encontramos varios
ejemplares desechados u olvidados…) A medida que entrábamos y salíamos,
nuestros teléfonos se llenaban de fotos propias y del Auditorio Nacional, y cuando
ya me había hecho a la idea de no tener mi programa de este año, en el bote de
basura de la entrada vi uno y no lo pensé dos veces para sacarlo de ahí.
Pasadas las doce de la noche, emprendimos el regreso, al fin que llevamos el
mismo camino (literalmente).
Cada año que acudo a las Lunas del Auditorio, siempre me obsequia
nuevas propuestas musicales por escuchar más adelante (en 2016 supe de
Marlango, y en esta ocasión, de Love of Lesbian), sobre todo, maravillosas
amistades e invitadas que hacen posible estos instantes. (Me hubiera gustado
juntar a mis invitadas de años anteriores, pero la vida siempre hace de las
suyas…) Ahora sólo queda coordinar agendas y planear la logística para
responder correctamente las dinámicas para asistir a la décimo octava edición, para
finales de octubre de 2019, diez años después de mis primeras Lunas. (Después de todo, nada se compara
al “volver a viejos puertos”, ¿no lo creen así?)
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