lunes, 5 de noviembre de 2018

Lunas 2018: encuentros y regresos

Hace tiempo, cuando hacía referencia a cosas gratas o conocidas que me sacaban una sonrisa o, por lo menos, un grato recuerdo, siempre soltaba la siguiente frase: Nada como volver a los viejos puertos, y al momento de escribir las presentes líneas, la empleo de nueva cuenta para un suceso anual que espero con enorme alegría: las Lunas del Auditorio
Luego de varias sorpresas por correo electrónico y de una pasarela de invitados posibles, quien esto escribe, por sexta vez consecutiva (y séptima, en nueve años), consiguió entradas para la XVII entrega del galardón que concede el Auditorio Nacional a lo mejor del espectáculo en México: cuatro boletos, tal y como me sucedió en 2014 y el año pasado. 
Después de una breve caminata desde la parada forzada donde me dejó el camión, llegué al Paseo de la Reforma e hice dos cosas ineludibles: contemplar el gentío en torno a la alfombra roja (donde desfilaron tanto artistas nominados como gente del medio musical y de la tevé) y saludar a un viejo amigo, el Auditorio Nacional, mientras llegaban mis invitadas: una arquitecta dinámica e inteligente, y la sofisticada internacionalista con quien estuve en 2016. 
Cerca de las 7:30, Lupita, mi amiga arquitecta, hizo su gloriosa llegada, una vez que logró sortear los imprevistos de la Línea 7 del Metro. Mientras llegaba Mónica, mi amiga internacionalista, platicamos acerca del talento artístico que veríamos a lo largo de la ceremonia, pero también de nuestras escalas en el llamado “coloso de Reforma”. “Sólo estuve aquí para una obra de teatro, hace mucho tiempo”, me confesó Lupita. En cambio, para mí, ya eran varias ocasiones que andaba por ahí, y en particular esta edición de las Lunas es un “regreso a casa”, porque en 2008 entré por primera vez al Auditorio Nacional y vi a Edith Márquez, cantante confirmada en el elenco de 2018. A diez minutos para las ocho de la noche, Mónica llegó al lugar citado y muy bien acompañada. Una vez hechas las presentaciones, los cuatro ingresamos por la parte izquierda del auditorio. 
Como llegamos al filo de la hora, nos acomodaron en la parte superior del segundo piso, pero los lugares disponibles escaseaban, así que resolvimos salir de ahí y correr hacia la parte derecha del auditorio. “Esto me recuerda la película Ocho y medio, donde los personajes van de un lado a otro”, les dije. Por fin, encontramos lugares disponibles… pero pegados al techo del auditorio. Una vez sentados, a las 8:15 pm comenzó la ceremonia. Café Tacvba fue el grupo encargado de abrir el espectáculo, en cuya participación interpretó sendas canciones del Jei Beibi, su álbum más reciente: “Futuro” y “Olita de altamar”. Al término de su participación, se presentaron los conductores: Paola Rojas (de frecuente presencia en ceremonias anteriores), Natalia Téllez (también constante desde 2016) y Arath de la Torre. 
Durante tres horas y pico, disfrutamos de maravillosas participaciones musicales, categorías de clásica presencia y los reconocimientos especiales que cada año confiere el Auditorio Nacional; la Revelación de este año fue el cantautor El David Aguilar, mientras que el Teatro de la Ciudad de México “Esperanza Iris” recibió el reconocimiento como Recinto Emblemático. Por el lado de las Trayectorias, Horacio Franco, el bailarín Isaac Hernández y Patricia Reyes Espíndola fueron los galardonados de la edición 2018. 
Respecto a los números musicales, de la energética participación de Café Tacvba pasamos al bolero y la canción ranchera con Edith Márquez; mientras que una selección del musical Los miserables nos llegó al alma (y al borde de las lágrimas, como me suele pasar con los musicales). Para los amantes de la música de banda, La Arrolladora Banda El Limón de René Camacho les cayó como anillo al dedo, y para las jóvenes espectadoras, Mario Bautista, con todo y que hace tres años le tocó hacerla de conductor. (Recuerdo que se hizo chiquito cuando estuvo frente a Paul van Dyk, pero por algo se empieza ¿no creen?) Una vez que terminó su participación, pasamos al intermedio, donde Mónica y su novio fueron al baño, mientras Lupita y quien esto escribe revisamos nuestros teléfonos y sacamos fotos. Cuando Mónica volvió, me comentó que cerca del cuarto para las once, dejarían el lugar, por compromisos ineludibles; de cualquier manera, agradecí su presencia y que aquellas palabras de 2016 (“¡Ya quiero mi boleto para el año entrante!”) siguen vigentes para 2019. Terminó el intermedio y el siguiente grupo que entró a escena fue Love of Lesbian, agrupación barcelonesa de rock, cuya participación me dejó en 50-50, es decir, “Bajo el volcán” me aburrió, pero “Manifiesto delirista” me levantó el ánimo. (“Es buen grupo, pero me quedo con Dorian”, le decía a Lupita y a Mónica.) Y cuando terminó la segunda canción, Mónica y su acompañante dejaron el auditorio. Prometimos vernos más seguido, porque “sólo en ocasiones así podemos vernos”. Asentimos por entero. 
El resto de la ceremonia lo pasamos muy bien Lupita y yo; al momento que los conductores presentaron a Yuri, cuando anunciaron un dueto de ella con el trio Matisse, Lupita se emocionó tanto que al momento de escuchar “Cómo le hacemos”, se apresuró a grabarlo en su celular y recordarlo cuantas veces quisiera. (Me recomendó que escuchara a Melissa, la vocalista, en su canal de YouTube, y descubrir que también como solista destella talento.) Luego de varias categorías y un reconocimiento especial, Sofía Reyes subió al escenario para cantar un éxito suyo, “1, 2, 3” (y conste que no es anuncio de crema para el pelo), y minutos después, la Única e Internacional Sonora Santanera nos metió mucho ritmo con sus clásicos de antaño y con una versión muy particular de “El yerberito moderno”. (Sólo faltó el “¡azúcar!”, si me permiten decirlo…) Y como grand finale, ¡Fey!, quien salió de entre el público, interpretando una versión muy nostálgica de “Gatos en el balcón”, para luego seguirse con un popurrí de sus grandes éxitos, eso sí, con arreglos nuevos y muy ad hoc para los tiempos actuales. (Vaya, con decirles que me levanté de mi asiento para corearlas y bailarlas. Si me vieran mis hermanos, que sí son fans suyos…) 
Casi llegada la medianoche, el público emprendió la salida del auditorio después de haber disfrutado de un grandioso espectáculo, donde todos los gustos quedaron más que complacidos; mientras la gente hacía fila para entrar al baño, Lupita y yo buscábamos un programa de mano debajo de los asientos, en los pasillos o incluso en los botes de basura: “No me voy de aquí sin mi programa de mano: ¡los colecciono!” (Hice lo mismo con una amiga nuestra, en 2015, y cerca de los baños encontramos varios ejemplares desechados u olvidados…) A medida que entrábamos y salíamos, nuestros teléfonos se llenaban de fotos propias y del Auditorio Nacional, y cuando ya me había hecho a la idea de no tener mi programa de este año, en el bote de basura de la entrada vi uno y no lo pensé dos veces para sacarlo de ahí. Pasadas las doce de la noche, emprendimos el regreso, al fin que llevamos el mismo camino (literalmente). 
Cada año que acudo a las Lunas del Auditorio, siempre me obsequia nuevas propuestas musicales por escuchar más adelante (en 2016 supe de Marlango, y en esta ocasión, de Love of Lesbian), sobre todo, maravillosas amistades e invitadas que hacen posible estos instantes. (Me hubiera gustado juntar a mis invitadas de años anteriores, pero la vida siempre hace de las suyas…) Ahora sólo queda coordinar agendas y planear la logística para responder correctamente las dinámicas para asistir a la décimo octava edición, para finales de octubre de 2019, diez años después de mis primeras Lunas. (Después de todo, nada se compara al “volver a viejos puertos”, ¿no lo creen así?) 

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