miércoles, 11 de julio de 2018

Colores del tiempo

Ulises Velázquez Gil


En su discurso de ingreso a El Colegio Nacional, Jaime Urrutia Fucugauchi define la vida en la academia “en términos de aprender a hacer, saber hacer, hacer y hacer saber”; aunque de todos ellos, el más persistente sea aprender a hacer. En el panorama general de las ciencias, son contados los casos de personas excepcionales que supieron ver más allá del panorama prevaleciente de su época, donde más que seguir trayectorias, de antemano delimitadas, diseñaron su propio mapa de ruta, en aras de aprender a hacer. Sin duda, se trata de los inventores, quienes más allá de las necesidades de su tiempo, fueron conscientes de los pasos de sus antecesores parar abrir brecha propia.
            Para el caso de México, encontramos esta figura señera en Guillermo González Camarena, cuyas aportaciones hacen eco hoy en día; sin embargo, una vida como la suya no se define con base a un solo éxito u contribución, sino a los pasos andados para conseguirlo.
Divulgador de la ciencia y escritor de cuidada inteligencia y amor al detalle, Carlos Chimal nos entrega en Fábrica de colores un acercamiento biográfico a González Camarena, donde además de abordar su invento cumbre -la televisión a colores-, pasa revista por los sucesos y las cosas que lo llevaron a realizar dicho invento, amén de otras facetas apenas inimaginables. Y para conocerlas, bastan cinco escalas (capítulos) para ello.
En el primer capítulo, “Vivir es una cosa ciega”, conocemos los orígenes familiares de González Camarena, así como los sucesos que detonaron su pasión por las ciencias, en tiempos donde la defensa de una postura política o los devaneos de la economía posteros a un conflicto armado, tenían mayor valía que la fe en la ciencia y el conocimiento.  En el mundo exterior al que había llegado […], las cosas no andaban mejor, dejando en los ciudadanos, chicos y grandes, la rara sensación de que muchos eventos en este mundo están realmente conectados y las consecuencias son ciertas. En ese mundo, el contacto del niño González Camarena con el conocimiento (por medio de los trabajos de su padre y de sus lecturas tempranas en la biblioteca familiar), lo llevó a interesarse por el electromagnetismo y por los hombres que lo llevaron a efecto (visionarios todos), que inocularon en él la inquietud de seguir sus pasos, porque […] en vez de salir a jugar con los vecinos o encontrarse “ a echar relajo” con otros compañeros de la escuela, Guillermo se encerraba a inventar artefactos en el sótano de la casa belle époque […]. Una planta de luz para uso de su familia -y por la que “cobraba” una cantidad simbólica- o hasta una reja electrificada a prueba de niños abusivos (que le lanzaban cáscaras de naranja mientras él trabajaba) fueron algunas de las cosas que el pequeño González Camarena hizo desde el sótano de su casa. Pero lo más sorprendente de esa época eran los lugares donde se abastecía de materiales para sus inventos: los mercados de La Lagunilla y Tepito, donde “chatarra y basura indescifrable” se volvía combustible para “la imaginación enfebrecida y metódica del inventor”; aunado esto a su prodigiosa memoria, las maravillas resultantes de ello no se hacían esperar: Dominar las técnicas que lo lleven a uno a obtener un objeto, el cual desempeñe el acto para el que fue diseñado, exige conocer en forma minuciosa hasta el más humilde los tornillos y el más insignificante de los cables. Tienes que entender a ciencia cierta qué puedes esperar de cada uno de ellos.
Además del conocimiento práctico, obtenido gracias a sus lecturas y pesquisas en mercados de chácharas y negocios establecidos, Guillermo González Camarena ingresó a la entonces Escuela Profesional de Ingeniería Mecánica (hoy ESIME) del Instituto Politécnico Nacional para seguir aprendiendo, y pese a las bromas de sus compañeros, su donaire e inteligencia le ganaron la admiración hasta de sus propios maestros, a tal grado que uno de ellos lo acompañó hasta la entonces Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas para el registro oficial de una nueva empresa tecnológica.
Antes de saber en qué consistiría esa gran empresa, descubriremos en el capítulo 2, “La familia y la tribu”, las genealogías familiar y científica de González Camarena, a fin de conocer su papel como continuador de una línea de innovadores en la ciencia, pero también como una persona consiente de la brecha abierta por su familia, desde abogados defensores de las libertades humanas y políticas, hasta empresarios -su padre, por ejemplo- que buscaron crear tendencia más que continuarla. (Paréntesis aparte: Concepción Navarro y Ogazón, abuela materna de González Camarena, fue prima por vía materna de Ignacio Luis Vallarta y de Pedro Ogazón y Rubio, gobernadores de Jalisco, así también de Juana Ogazón Velázquez, abuela paterna del escritor Alfonso Reyes. Por diversos caminos -las letras y la ciencia-, González Camarena y Reyes se abrieron paso, siempre en aras del conocimiento, y de compartirlo contra viento y marea. Gente de mítica prosapia, pero de afanes reales.)
“Para mirar a la distancia”, tercer capítulo de Fábrica de colores, (ahora sí) da cuenta de la empresa de gran alcance, principal motivación del trabajo de González Camarena: la transmisión de imágenes a distancia, es decir, la televisión. En este punto, el autor nos pone al tanto de los sucesos y de las figuras que dedicaron sus días a la creación y al perfeccionamiento del televisor y qué tan importante serían las aportaciones de GGC en ese campo. Al igual que sucede con los mejores creadores, estaba insatisfecho. Sabía que el siguiente paso era desarrollar la televisión a colores, por lo cual desde 1935 dedicó todo su talento a perfeccionar su equipo personal. […] Pronto cayó en la cuenta de su potencial para la naciente televisión en blanco y negro, y decidió patentarlo, animado por su hermano Jorge. Después de todo, ¡la vida transcurría a colores! Para lograr el registro de su patente en los Estados Unidos (puesto que en México ya era visitante asiduo de la SCOP -hoy SCT-), consiguió el dinero necesario para ello de una manera poco ortodoxa para un científico: se dedicó a componer canciones y con un poco de suerte, llegaría el intérprete ideal que haría famosas sus composiciones -y con las consiguientes regalías, claro. En componer canciones de gran éxito como en perfeccionar sus inventos, a González Camarena no le fallaba el tiro, pues en aras de aprender a hacer, digno es abrir brecha, con un espíritu ecuánime, previsor y hasta juguetón, porque […] entendía el aspecto lúdico de inventar artefactos útiles para convertir la vida real, ciega, aleatoria y hostil, en algo cercano al paraíso, propósito esencial de un buen mago. Y dentro de esa “magia” que sólo la ciencia y la imaginación tienen, sus afanes se tornaron videncia, donde su invento tenía ya su propio radio de acción: la televisión con propósitos educativos: […] si bien es debido a su espíritu lúdico era natural para él que la televisión al aire debiera de ser eminentemente educativa, su disciplina y visión le soplaron al oído: “Sí, educa, pero no aburras al espectador”. Ése fue el tipo de magia que practicaba con Chen Kai […], o frente a su familia algo divertido que, al final, quizá venga acompañado de una enseñanza. (Un equipo profesional de televisión para la enseñanza de la medicina y la entrada al aire del Canal 5 XHGC, lo demuestran a todas luces.)
Al momento de llegar al capítulo cuarto, “Houston, hemos resuelto un problema”, vemos qué tan lejos llegaron sus inventos y las consecuencias derivadas de éstos; para ello, los Laboratorios GonCam (es decir, el sótano de su casa en Havre 74) ofrecían otras maravillas dignas de exponerse en una feria de ciencias, pero su “destello” perduraría por décadas tanto en la pantalla Trinitron como en equipo de transmisión portátil a colores empleado por la NASA en plena efervescencia espacial.
El capítulo quinto, “El Club de la Terrible Pesca del Ajolote”, aborda aspectos menos conocidos (no por ello, entrañables) de la vida de Guillermo González Camarena. Gustaba de inventar historias, recrear sucesos históricos mientras salía de viaje, aprendía náhuatl con hablantes nativos -en lugar de hacerlo con profesores universitarios-, y como todo genio que se digne de serlo, encontrar en remanso de paz entre la algarabía de la tecnología y el sopor de la realidad, donde flora y fauna convivieran en franco equilibrio. Vaya, hasta le hizo de diseñador gráfico con su logotipo del Canal 5, basado en los ideogramas nahuas, que parece hecho para el día de hoy. Y por encima de estas cosas, su familia ocupaba su atención a cada paso.
A medida que avanzamos en la lectura, el genio y figura de GGC destella intensamente cuando sus hijos refieren alguna anécdota: desde el “colorido” de sus cartas, enviadas desde alguna parte del mundo, hasta volverse cómplice suyo en alguna travesura: […] un hombre serio y al mismo tiempo juguetón, respetuoso y desenfadado, simpatizante de la discreción y no del alarde. Podríamos confundirlo con un pequeño mago del entretenimiento pero en algún momento nos daríamos cuenta de la “seriedad” del asunto. (Incluso, sus habilidades de científico, en ocasiones las aprovechó para jugarle bromas a sus amigos y sorprenderlos con trucos de magia dignos del mejor mago de Las Vegas, con sesión hipnótica y toda la cosa.)
¿Dónde reside la magia de Fábrica de colores? En presentarnos, con toda su amplitud, a un personaje único en la historia mexicana, cuyo afán de conocer los arcanos del conocimiento lo llevó por derroteros inimaginables, tan sólo usando los recursos que tenía a la mano, y de ahí, crear maravillas para uso y deleite de la población en general; y como buen inventor que se digne de serlo, encontrar en los colores del tiempo la trayectoria a seguir, en el empeño de aprender a hacer.
Figuras como la de Guillermo González Camarena bien merecen un biógrafo a la medida, y con este trabajo de Carlos Chimal ya se tiene hecha la mitad de la tarea; el 50% restante queda en manos de ustedes, lectores, y ponerla al alcance de todos, porque en la ardua empresa de hacer saber (retomando a Urrutia Fucugauchi), todo queda en intentar e inventar. Y que el tiempo nos ampare en ello.

Carlos Chimal. Fábrica de colores. La vida del inventor Guillermo González Camarena. México, Fondo de Cultura Económica/ Secretaría de Educación Pública/ Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, 2017 (La Ciencia desde México, 248).
  

1 comentario:

Anónimo dijo...

incredible Uli