Ulises Velázquez
Gil
Una de las maravillas de
este mundo que no deja de sorprender a Jorge F. Hernández, es la amistad a
primera vista, la cual se presenta frente a nosotros de maneras poco
frecuentes; en la lectura se manifiesta bajo el feliz hallazgo de un escritor
nuevo, o en las palabras de un lector agradecido dentro de un e-mail. (A
final de cuentas, en ambas destella un mismo sentimiento: la gratitud.)
Para el escritor colombiano Álvaro Mutis (1923-2013) esa
generosidad se evidencia en el sinnúmero de páginas escritas desde y para el
país que le acogió desde finales de los años 50 hasta su muerte en 2013, y que,
gracias a su hijo y colega Santiago Mutis Durán, tenemos en nuestras manos: “En
los cincuenta años que dura esta segunda patria, Mutis ha escrito toda su obra,
y aunque ha hablado del ‘exilio’, él no se considera uno de esos seres ajenos,
gracias a las cualidades de esta inagotable estación y de quienes allí nacieron”.
Estación México.
Notas 1943-2000 se conforma por setenta y un textos, entre
prólogos, artículos periodísticos y textos incluidos en volúmenes colectivos,
que dan cuenta de la vida, obra y milagros de colegas y amigos mexicanos: desde
la pintura -a la que Mutis dedica bastantes líneas, pese a su “desconocimiento”
de la crítica de arte- hasta la literatura, sea prólogo, retrato a vuelapluma,
o en el mero ejercicio de la remembranza.
Mal
oficio para los poetas éste de hablar de pintura. Malo e inútil. Se trata de
volver, con las consabidas y deslavadas palabras de todos los días, a tratar de
asir lo inasible, de mencionar lo innominable. Ante la obra plástica de
Carmen Parra, Vlady, Roger von Gunten, Arnaldo Coen, Fernando Botero, Vicente
Rojo y los inverosímiles Abel Quezada y Juan Soriano, Mutis traza algunas
líneas en aras de corresponder al milagro que presenció por obra y gracias del
talento y del estilo de sus contemporáneos: En su forma de “ver” la pintura,
en su manera de vivirla, nunca ha habido, que yo recuerde, un juicio emitido a
la ligera, una palabra gratuita o nacida de un momentáneo capricho (Botero);
Es una pintura que contribuye a nuestra felicidad personal y nos alivia, en
parte, de la fea pena de existir y de su trabajo residual y gratuito
(Vlady); En los óleos […] la nostalgia se pasea en ellos como un
sorpresivo reptil y dejan en el espectador un no sé qué de perdido, algo que
hubiéramos querido compartir en ese preciso instante que el cuadro eterniza y
no en otro (Abel Quezada); […] esa otra ceguera de la que sólo pueden
rescatarnos por obra de un azar inmerecido aquellos privilegiados que sí saben
hacia dónde miran las ventanas del mundo y hacia qué silencio se retiran los
vasos jamás maravillados por el líquido que hace olvidar las estaciones y
confunde la rutina espectral de las brújulas (Vicente Rojo); […] canta
en sus telas y papeles el milagro incesante del barroco y sabe hacerlo con
espléndida fortuna merced a su dominio de todo lo que la pintura moderna ha
podido crear en formas y colores insospechados (Carmen Parra).
Así
también, Mutis dedica generosas líneas al arte de la fotografía, donde los
nombres de Víctor Flores Olea, Paulina Lavista y Patricia Arriaga suenan con
fuerza propia; por otro lado, en Estación México resaltan dos textos que
se ocupan de la arquitectura: uno, alrededor del número especial de la Revista
de la Sociedad Mexicana de Arquitectura, de 1994, y otro, en torno a la
biblioteca de Luis Barragán, arquitecto de aura humanista, cuyo interés por la
literatura y por la figura de san Francisco de Asís sobresalen por donde quiera
que se mire. No creo que exista manera más fiel y directa de conocer a una
persona que visitar su biblioteca. Los libros que han acompañado toda una vida
son los testigos elocuentes de los más secretos rincones de un alma. No hay
retrato igual. […] La extraordinaria sensibilidad que reflejan los
libros reunidos por Barragán a lo largo de los años en esta tierra ponía en
evidencia un alma abierta a las más hondas y más viejas inquietudes humanas.
(Paréntesis
aparte. En una entrevista concedida a la edición mexicana de la revista Cambio,
cuenta Mutis que ante el alud de problemas legales y migratorios en los que se
hallaba inmerso a finales de los años 50 en México, Octavio Paz -a la sazón, amigo
suyo- le dijo las siguientes palabras que lo marcarían para siempre: “Por muy
graves que sean tus problemas, debes prometerme una cosa: que no dejarás de
escribir. Prométemelo, pues lo demás no tiene importancia”.)
Otro
aspecto fundamental de Estación México es la devoción por la lectura que
Mutis profesa a cada instante, y doblemente cuando se trata de sus colegas,
escritores de mar y tierra, cuya obra suscita en él un prodigio de empatía y,
si se quiere, de amistad, y su pluma no repara en acertadas, generosas e
inteligentes lecturas: Ese milagro que descansa en un equilibrio, siempre
logrado y siempre mantenido, entre el significado de las palabras y su poder de
invocación y evocación de personas y momentos que perviven más allá del tiempo
y su trabajo inapelable (Andrés Henestrosa); Sólo quien se ha debatido […]
con sus propios demonios y con los ajenos, sólo quien regresa de hondos abismos
y fragorosos socavones, puede rendir cuenta de su vida y de los seres y lugares
que la designan, con tan inteligente eficacia literaria (Juan José
Arreola); Cada vez que recorro las páginas de su obra, lo primero que me
asombra es justamente ese afán suyo de celebrar e inaugurar los elementos que
pueblan el entrañable paisaje de su tierra tabasqueña (Carlos Pellicer); […]
narra y canta a la vez la presencia de una ciudad y de algunos de sus
habitantes y príncipes y, al cantarlos, vuelve a nombrar las cosas del mundo,
las más cercanas, frutos, utensilios, caminos y rincones y las más distantes
pero anunciadoras del destino de lo fundado por el poeta […] (Elva Macías).
Dos
autores que han merecido mayor atención por parte de Mutis, sin duda, son
Octavio Paz y Francisco Cervantes, cuyo genio poético sigue ganando batallas y
afianzando puentes de amistad; la noticia del Premio Nobel de Literatura a Paz,
y la reunión de la poesía completa del lusófilo queretano (con todo y una breve
escala en la figura de Fernando Pessõa, donde ambos convergen armónicamente)
son sólo algunos de los momentos que Mutis traza con el afecto y la pluma, en
franco justiprecio de personas y obras.
Esta
incursión por el universo mexicano de la obra de Mutis no estaría completa sin
la mención de una palabra importante: Lecumberri. Fue en la cárcel del mismo
nombre donde el escritor conoció a fondo la verdad de los hombres, misma que le
ayudó, más adelante, para contar las aventuras de Maqroll el gaviero (presente
desde su poesía previa, mucho antes de su reclusión); en el presente volumen se
reúnen prólogos a diversas ediciones del Diario de Lecumberri, y un
fragmento de las Cartas a Elena Poniatowska. Además, su recuerdo de la
prisión, se denota en otros textos: uno sobre la pintura de Enrique Grau, y en
el prólogo al libro Transgresión, creación y encierro de María Luisa
Laguna y María Laura Sierra.
En
suma, el valor de Estación México reside en evidenciar la importancia de
México en la vida y en la obra de Álvaro Mutis (por vía de escritores y
artistas plásticos, amigos todos), a guisa de agradecimiento por las maravillas
vistas, leídas y vividas en un país que se precia de generoso y hospitalario
desde el primer momento, entre infortunios y coincidencias; de igual forma, el
compilador cumple aquí dos deudas: con su padre y colega, por darle el destino
de la escritura, y con México, “estación” fundamental en su ulterior curso de
vida. Y si me permiten, diría yo que hasta una tercera, hacia los lectores que agradecemos
este libro, continuación de una antología previa, De lecturas y algo del
mundo.
Ya
no cabe duda de que a Jorge F. Hernández le asiste la razón al sostener que hay
amistades a primera vista (mediante la lectura de signos, imágenes y sonidos,
cabe subrayar), escalas de la generosidad presentes a cada paso, en aras
de comprender la vida de todos los días, donde cada presencia obsequia sus
dones y en ese encuentro, se defina mejor el papel del país que nos recibe y
alimenta, porque nunca terminan los peregrinajes en patria propia. (En verdad.)
Álvaro Mutis. Estación México. Notas 1943-2000. Compilación
y edición de Santiago Mutis Durán. Bogotá, Taurus, 2011.
(3/enero/2018)
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