Ulises Velázquez
Gil
A casi medio siglo de su inscripción en los muros
de la ciudad de París, la frase La
imaginación al poder todavía suscita asombro y sorpresa por donde quiera
que se vea, pero su esencia fue vislumbrada a principios de siglo XX por un
grupo de jóvenes en México, quienes, hartos del paso de la realidad, se reunieron
en un grupo de alcances incalculables: el llamado Ateneo de la Juventud, cuyos integrantes protagonizaron (con su
cambio de perspectiva) una íntegra y saludable lectura del tiempo presente; y
aunque todos los nombres merecen igual tratamiento e importancia, de uno de
ellos se cuenta historia aparte: Alfonso Reyes, ni más ni menos.
Consciente
de que la figura y el legado de Alfonso Reyes continúan ganando batallas (ante
todo y pese a todo), Marcos Daniel Aguilar nos entrega, en La terquedad de la esperanza. Cuatro cuadros circundantes a un libro
revolucionario, el resultado de sus empeños sobre aquel grupo de jóvenes y
su cruzada cultural, y en particular, la experiencia alfonsina y el primer
libro de Reyes, Cuestiones estéticas.
Compuesto
por cuatro ensayos, el autor repasa el entorno de donde surgiera el joven regiomontano,
empecinado en dar a conocer los textos de su ulterior publicación, pero también
propone un ejercicio interesante (intrépido como irreverente): trasladar la
experiencia alfonsina a los tiempos que nos atañen hoy. Vayamos por partes.
Cuando
Reyes trataba de darle forma y fondo a su (futura) ópera prima, junto a sus
compañeros del Ateneo buscaba
significarse en el mundo de su tiempo, y el Ariel
de José Enrique Rodó, su brújula irrebatible. Su mucha afición por la historia y las historias, los llevó a releer a
Rubén Darío y a publicar en México un libro que recopiló las ambiciones de
justicia que perseguía esta joven generación americana: el Ariel […]
clarificó la dirección de la conciencia de aquellos estudiantes, que en la
década revolucionaria del 1900 transformó perfiles, provocó terremotos en las
voluntades y afianzó el interés por participar en la lucha social.
Sin
embargo, por muy eficaz que sea una “brújula”, es indispensable la presencia de
un buen guía, quien les enseñe a emplearla a su favor, e igualmente fomentarles
el sentido de orientación; para ello, el dominicano Pedro Henríquez Ureña fue
el personaje indicado; vio en esa novel caterva de lectores de la realidad una
semilla para el surgimiento de una perspectiva más humanista con que afrontar
(y rehacer) el tiempo presente. Pese a que el mismo ímpetu aplicaba para todos,
cada quien tuvo sus propios afanes: Es
conocido el vigor y la terquedad de José Vasconcelos por intervenir […] en la cosa pública; es sabida la capacidad
de Antonio Caso para comprender y proponer nuevas guías, nuevas formas de
estudio; pero el caso de Alfonso Reyes me parece singular en ese tiempo. Fue en
él que se materializó el poder creativo y la filosofía anunciada por el autor
uruguayo [Rodó], al construir una
obra de largo aliento llena de fondos y formas sólidas.
En
el segundo ensayo, “Cuestiones estéticas:
el libro revolucionario previo a la Revolución”, podemos ya vislumbrar hasta
qué punto la ópera prima de Alfonso Reyes tuvo una importancia mayúscula como
parte de la naciente experiencia alfonsina, donde resuena el eco de un joven
clásico y una máxima devastadora: “Nada humano me es ajeno”. A sus 17 años supo, porque él mismo eligió
ese camino, que no escribiría sólo para él y sobre él, sino que escribiría
siempre sobre el drama humano, no un drama ficticio, pero sí clavado en la
fantástica e insoportable realidad.
(Paréntesis aparte. En franco paralelo con la
cruzada de Reyes, un compañero suyo de viajes y afanes afines, José
Vasconcelos, también buscaba significarse en los tiempos que corrían, pero su
dinámica siempre surgía del hígado –con el que se escriben los grandes temas,
si seguimos la idea de Edmundo O’Gorman… En cambio, la de Reyes, era
cardiografía en estado puro.)
La
obra plástica de Julio Ruelas, la poesía de Manuel José Othón, Goethe, la
novelística nacional y las fiestas patrias, entre otros trabajos, abrieron
brecha para una obra donde el ímpetu juvenil no estaba peleado con la
inteligencia, entrelazados por una ágil y acertada pluma, que […] nos muestra, en cada instante, que su obra
“es un arte de perdurar”, pues su trabajo de transformación individual y
colectiva se efectuó desde 1911 y aún sigue en marcha un siglo después.
Para
el tercer ensayo, cuyo nombre da título al libro, hay una idea muy latente: la
lectura de los clásicos para comprender el presente. Desde que el padre de
Alfonso Reyes le diera a conocer la gesta de Maratón, ya se había inoculado en
él un deseo de conocimiento, donde historia y vida recorrieran el mismo
sendero, pero fue la conseja de Pedro Henríquez Ureña el detonador para
concretarlo, con la lectura de los clásicos grecolatinos para pulir su pluma,
ceñir sus ideas y conocer la Historia (así, con mayúscula): […] ¿Cómo conjugar crítica social y creatividad
artística? En el ensayo encontraría la respuesta y su principal sendero. Reyes,
como pocos, fue maestro del ensayo moderno, arma para acrecentar sus intereses
literarios e instrumento sociopolítico para reflexionar sobre su tema
fundamental: la humanidad. (Y el ensayo “Las tres Electras del teatro
ateniense”, la punta de lanza para ello. No por nada, se lo dedicó a Henríquez
Ureña. Nobleza obliga…)
¿Por qué el ensayo, y en especial el ensayo
Alfonsino es un centauro? Por su condición híbrida. Híbrido porque en él Reyes
realizó historia y literatura. Híbrido porque la mitad de este ser fue pura estética,
poema en prosa que capturó el ritmo musical de la palabra y la cadencia
espiritual del enunciado. […] se
hallan desde su fundación en el análisis sobre las Electras electrizantes. Para
el cuarto y último ensayo de La terquedad
de la esperanza, el autor nos propone un ejercicio muy singular: ¿qué
pasaría si Alfonso Reyes tuviera todos los instrumentos tecnológicos de los que
hoy disponemos hoy en día (computadora, correo electrónico, blog, redes sociales, información en la nube)?: La primera vez que vi a Alfonso Reyes fue en su estudio de la colonia
Condesa, estaba enfrente de una computadora; lo noté un tanto molesto, como
nervioso diría yo. Se encontraba abriendo su cuenta de Twitter, ahora que las
redes sociales se han puesto de moda para comunicar las ideas. (Al momento
de leer esta parte del ensayo, recuerdo haberme preguntado, en mi propia cuenta
de Twitter un 17 de mayo, sobre qué haría nuestro autor de incorporarse a la tuitósfera. Ahora sé la respuesta.)
Para
la segunda parte del ensayo, el autor emplea la forma del reportaje o la
crónica para contar otro encuentro con Reyes, en el Madrid de principios de
siglo XX, tras los pasos de Fósforo, nombre
de la columna periodística escrita a cuatro manos, por Martín Luis Guzmán (de
cuyas andanzas y maestranzas bien sabe Susana Quintanilla) y por el propio
Reyes. Entre los gajes del oficio y el interés por un arte en proceso de
consolidarse en el gusto del público, el regiomontano da una lección de futuro
al joven reporter: […] Me parece, compañero, que en la
cinematografía serán reflejados todos los actos de la humanidad y además será
una industria tan redituable que podrá sostenerse sola por años. […] me parece que somos testigos del nacimiento
de un nuevo arte.
Y en la parte final, de todas las cosas
vislumbradas por Alfonso Reyes, y que en estos dosmiles quedan que ni mandadas a hacer, destaca la siguiente: Una de las ideas más sobresalientes es la
exposición de una teoría que […]
describió como la “sonaja” de información: la cual es utilizada por las grandes
empresas para bombardear de contenidos vacíos a cientos de miles de lectores y
espectadores con el fin de confundirlos, distraerlos o simplemente no
permitiéndoles meditar los fenómenos que ocurren en el entorno. Por otro
lado, Reyes es enfático en sostener que los periodistas de hoy (y de ahora,
lamentablemente) privilegian la abundancia por sobre la excelencia (o lo que es
lo mismo, confunden “lo grandioso con lo grandote”, empleando una expresión de
Jorge Ibargüengoitia).
En
suma, ¿dónde radica La terquedad de la
esperanza? Para ponernos al tanto de los afanes reales de un grupo de
jóvenes aventurados al conocimiento y en buscar una ruta de vida plural e
incluyente; en particular, la de un escritor cuya fe de vida consistió en
volverse provechosamente universal y generosamente nacional al mismo tiempo, en
sus escritos como en su lectura del mundo presente, donde sus Cuestiones estéticas de 1911 se
caracterizan por ejercer la videncia de
la juventud, acertada, generosa e inteligente, cuyas lecturas sobre pasan
toda barrera de tiempo. (Diríase, incluso, que se escribieron hace unos
minutos…)
Por su brevedad y concisión, este libro de Marcos
Daniel Aguilar debe leerse a la saga de otras obras de perfil alfonsino, desde
la cardiografía biográfica hecha por Alicia Reyes –nieta de don Alfonso– hasta
las “famosas primeras palabras académicas” de Adolfo Castañón y Javier
Garciadiego, con escala en la prosa de altos vuelos de Alberto Enríquez Perea
(maestro y colega de nuestro autor, como aquel Enríquez con hache lo fuera con
Reyes).
Cada vez que se pronuncia el nombre de Alfonso
Reyes, o se lee una obra suya, la imaginación sí llega al poder, con el fin de
hacernos más conscientes del mundo actual (con todo y sus vicisitudes), más
seguros de nuestros afanes en cuanto seres humanos, donde nada ni nadie se
enajene a toda causa y azar. Baste leer la presente obra para comprobarlo. (Y
aquí me detengo.)
Marcos Daniel Aguilar. La terquedad de la esperanza. Cuatro cuadros
circundantes a un libro revolucionario. Monterrey, México, Universidad
Autónoma de Nuevo León, 2014.
(4/octubre/2017)
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