miércoles, 19 de julio de 2017

El centro de las cosas

Ulises Velázquez Gil


“Si escribo mis recuerdos en papel, es más para que no se pierdan […] minutos de oro, horas que resplandecen como soles en el cielo tumultuoso e inmenso que es la memoria. Cosas que son también, junto con otras más, mi vida”. Estas palabras de José Saramago, para quienes emplean la escritura como una extensión de la memoria, marcan un camino a seguir, en aras de guardar instantes para comprender mejor nuestra estancia en el mundo; aunque la producción de libros de viaje ya no resulte tan copiosa como en otros años, mientras los viajes susciten nuevas conversaciones, lo demás vendrá por añadidura.
Para Julieta Campos (1932-2007) esta constante empresa encontró puerto seguro en las libretas que llevaba consigo en cada viaje que le salía al paso, y que hoy se reúnen en el libro Cuadernos de viaje, un año después de su partida, con el fin de presentar una faceta menos conocida de la escritora, sólo reservada al ámbito familiar y que comprendió un periodo importante de su vida: de 1975 a 1999, con todo y las “pausas” hechas por la vida que pasa frente a nuestra mirada.
Trece escalas comprenden estos cuadernos: cada una, al dar fe y seguimiento de los sucesos y de las cosas que su autora presenció en diversos lugares, tal y como podemos ver en el apartado correspondiente a 1975, escrito a veinte años del primer (y definitivo) encuentro que le diera destino y patria cuando conoce a Enrique González Pedrero, futuro esposo y compañero en andanzas académicas, culturales y hasta políticas.
Aunque sus impresiones de Europa se desbordan en cálidas pinceladas y no menos ingentes líneas al momento de la evocación, una geografía lejana persiste en presentarse: Cuba. […] Diez días vertiginosos, sin el mínimo ensimismamiento. […] sabiendo lo extraño que sería estar sin la presencia de papá y mamá. Hace diez años, un poco más que murieron. Quedan tío y tía. La Habana, para mí, está llena de ambivalencias. El país, de sensaciones contradictorias. A veces admiración frente a ciertos seres excepcionales, simples, profundamente entregados a la construcción material del socialismo, honestos, sin complicaciones.
(Paréntesis aparte. Tanto en el primero como en el último apartado -1975 y 1999- Julieta Campos vuelve a su tierra de origen -Cuba- como una manera de recobrar el tiempo perdido, pero su “regreso” suscita una empresa todavía mayor: la escritura de una novela con la cual ajuste cuentas con su familia y con la matria de agua desde donde urdió narraciones como Celina o los gatos, Tiene los cabellos rojizos y se llama Sabina, El miedo de perder a Eurídice y la siempre emblemática Muerte por agua, rebautizada tiempo después como Reunión de familia. A medida que avancemos en la lectura, caeremos en la cuenta de ver en esos “cuadernos” los pasos de ese camino narrativo, vuelto cierre novelístico en La forza del destino.)
Al paso de sus escalas en Europa y México (donde sus casas de San Ángel y Tetecala la devuelven al tiempo presente), Julieta Campos guarda testimonio de las cosas encontradas, sin embargo, éstas no tendrían mayor sentido sin el desconcierto y el asombro generados. (Los viajes precipitan la afluencia de mensajes que nos asaltan con multitud de signos contradictorios.) Para muestra de ello, nos remitimos al apartado más extenso del libro, correspondiente a 1990, donde las visiones como esposa de embajador se alternan entre líneas tras un movimiento perpetuo con la turista a merced de los claroscuros del arte por el sur de España, y con la colega y amiga que participa del milagro generado en Estocolmo por el Premio Nobel a Octavio Paz.
Otro elemento digno de mención, las “sentencias” (máximas, diríase) allí encontradas, que por sí solas funcionarían igualmente de maravilla, por su acertada y punzante eficacia: 1) La tarde se pasa organizando el paisaje interior, es decir, creando espacios para que ojos y corazón encuentren sosiego y hasta algo de regocijo. 2) Una ciudad que hace y escucha música en un espacio como éste no es una ciudad como cualquier otra: es una ciudad que, en el otro extremo de su instinto pragmático, que moviliza y consolida los asuntos del dinero, se deja mecer, en la más fantasiosa de las cunas, por los delirios del sueño. 3) Los latinoamericanos sólo nos vemos cuando alguno se despide. Y las diferencias se suavizan, y se trivializan, con un civilizado lenguaje diplomático. 4) ¿Cómo conciliar el dolor del mundo con los guiños que me hace, constantemente, la belleza del mundo, la alegría de los encuentros? (Y así, como éstas, hay otras más, que el lector sabrá encontrar y elegir…)
Una de las peculiaridades del cuaderno personal, es la franqueza en cuando a describir sucesos y personajes en su estado puro, es decir, sólo sujetos a la secrecía de la libreta, y estos Cuadernos de viaje no son la excepción. Bien vale detenerse en dos muy particulares, Anaïs Nin, al borde del dolor: […] que ha participado con una intensidad tan impresionante del mundo, empieza a estar ya casi al margen, preparándose a atravesar el espejo hacia el otro lado, donde las cosas ya no se reflejan, y Octavio Paz: Siempre ha tenido debilidad por O., a pesar de sus repentinos exabruptos, de esa frecuente intolerancia por las opiniones ajenas que a veces lo vuelve tan irritable e irritante. (Incluso, en plena reunión de amigos en Estocolmo, en torno a Paz, aparece Helena Paz Garro, de quien Julieta Campos nos entrega un breve, pero acertado retrato, justipreciando el talento y la personalidad de sus padres, no sin generar sentimientos encontrados sobre la marcha.)
Si para autores del calibre de E. M. Cioran y Albert Camus, sujetarse a un cuaderno personal es una forma de poner en cintura todas sus taras o asuntos pendientes, para Julieta Campos bien aplica dicha dinámica, con un plus de por medio: ser un puente de ideas en constante marcha, en aras de la creación literaria (la ya mencionada novela La forza del destino) o también hacia una lectura crítica de la realidad mexicana (¿Qué hacemos con los pobres?, o Tabasco: un jaguar despertado), desde el mundo que tuvo la fortuna de ver y de mirar acuciosamente.
Todo libro de viajes, en suma, nos entrega la experiencia de conocer distintas latitudes desde pasos ajenos, pero en el caso de Cuadernos de viaje de Julieta Campos, aquellos pasos, cuando su trayectoria es franca y prístina, develan, en el centro de las cosas, diversas razones de estar en el mundo, habitar el recuerdo y contemplar de mejor manera la vida que se presenta frente a nosotros. Si la lectura, per se, es un viaje interminable, lo es por partida doble cuando andanzas y maestranzas escriban las mejores páginas de principio a fin.
He aquí un pasaje de ida y vuelta por las palabras de una gran escritora. La salida y el itinerario corren a cuenta suya. (Sin duda.)

Julieta Campos. Cuadernos de viaje. México, Alfaguara, 2008.  

(7/junio/2017)