Ulises Velázquez Gil
“Si escribo mis recuerdos en papel, es más
para que no se pierdan […] minutos de oro, horas que resplandecen como soles en
el cielo tumultuoso e inmenso que es la memoria. Cosas que son también, junto
con otras más, mi vida”. Estas palabras de José Saramago, para quienes emplean
la escritura como una extensión de la memoria, marcan un camino a seguir, en
aras de guardar instantes para comprender mejor nuestra estancia en el mundo;
aunque la producción de libros de viaje ya no resulte tan copiosa como en otros
años, mientras los viajes susciten nuevas conversaciones, lo demás vendrá por
añadidura.
Para
Julieta Campos (1932-2007) esta constante empresa encontró puerto seguro en las
libretas que llevaba consigo en cada viaje que le salía al paso, y que hoy se
reúnen en el libro Cuadernos de viaje, un año después de su partida, con
el fin de presentar una faceta menos conocida de la escritora, sólo reservada
al ámbito familiar y que comprendió un periodo importante de su vida: de 1975 a
1999, con todo y las “pausas” hechas por la vida que pasa frente a nuestra
mirada.
Trece
escalas comprenden estos cuadernos: cada una, al dar fe y seguimiento de los
sucesos y de las cosas que su autora presenció en diversos lugares, tal y como
podemos ver en el apartado correspondiente a 1975, escrito a veinte años del
primer (y definitivo) encuentro que le diera destino y patria cuando conoce a
Enrique González Pedrero, futuro esposo y compañero en andanzas académicas,
culturales y hasta políticas.
Aunque sus
impresiones de Europa se desbordan en cálidas pinceladas y no menos ingentes
líneas al momento de la evocación, una geografía lejana persiste en
presentarse: Cuba. […] Diez días
vertiginosos, sin el mínimo ensimismamiento. […] sabiendo lo extraño que sería estar sin la presencia de papá y mamá.
Hace diez años, un poco más que murieron. Quedan tío y tía. La Habana, para mí,
está llena de ambivalencias. El país, de sensaciones contradictorias. A veces
admiración frente a ciertos seres excepcionales, simples, profundamente
entregados a la construcción material del socialismo, honestos, sin
complicaciones.
(Paréntesis
aparte. Tanto en el primero como en el último apartado -1975 y 1999- Julieta
Campos vuelve a su tierra de origen -Cuba- como una manera de recobrar el
tiempo perdido, pero su “regreso” suscita una empresa todavía mayor: la
escritura de una novela con la cual ajuste cuentas con su familia y con la
matria de agua desde donde urdió narraciones como Celina o los gatos, Tiene los
cabellos rojizos y se llama Sabina, El
miedo de perder a Eurídice y la siempre emblemática Muerte por agua, rebautizada tiempo después como Reunión de familia. A medida que
avancemos en la lectura, caeremos en la cuenta de ver en esos “cuadernos” los
pasos de ese camino narrativo, vuelto cierre novelístico en La forza del destino.)
Al paso de
sus escalas en Europa y México (donde sus casas de San Ángel y Tetecala la
devuelven al tiempo presente), Julieta Campos guarda testimonio de las cosas
encontradas, sin embargo, éstas no tendrían mayor sentido sin el desconcierto y
el asombro generados. (Los viajes
precipitan la afluencia de mensajes que nos asaltan con multitud de signos
contradictorios.) Para muestra de ello, nos remitimos al apartado más extenso
del libro, correspondiente a 1990, donde las visiones como esposa de embajador
se alternan entre líneas tras un movimiento perpetuo con la turista a merced de
los claroscuros del arte por el sur de España, y con la colega y amiga que
participa del milagro generado en Estocolmo por el Premio Nobel a Octavio Paz.
Otro
elemento digno de mención, las “sentencias” (máximas, diríase) allí
encontradas, que por sí solas funcionarían igualmente de maravilla, por su
acertada y punzante eficacia: 1) La tarde
se pasa organizando el paisaje interior, es decir, creando espacios para que
ojos y corazón encuentren sosiego y hasta algo de regocijo. 2) Una ciudad que hace y escucha música en un
espacio como éste no es una ciudad como cualquier otra: es una ciudad que, en
el otro extremo de su instinto pragmático, que moviliza y consolida los asuntos
del dinero, se deja mecer, en la más fantasiosa de las cunas, por los delirios
del sueño. 3) Los latinoamericanos
sólo nos vemos cuando alguno se despide. Y las diferencias se suavizan, y se
trivializan, con un civilizado lenguaje diplomático. 4) ¿Cómo conciliar el dolor del mundo con los
guiños que me hace, constantemente, la belleza del mundo, la alegría de los
encuentros? (Y así, como éstas, hay otras más, que el lector sabrá
encontrar y elegir…)
Una de las
peculiaridades del cuaderno personal, es la franqueza en cuando a describir
sucesos y personajes en su estado puro, es decir, sólo sujetos a la secrecía de
la libreta, y estos Cuadernos de viaje
no son la excepción. Bien vale detenerse en dos muy particulares, Anaïs Nin, al
borde del dolor: […] que ha participado
con una intensidad tan impresionante del mundo, empieza a estar ya casi al
margen, preparándose a atravesar el espejo hacia el otro lado, donde las cosas
ya no se reflejan, y Octavio Paz: Siempre
ha tenido debilidad por O., a pesar de sus repentinos exabruptos, de esa
frecuente intolerancia por las opiniones ajenas que a veces lo vuelve tan
irritable e irritante. (Incluso, en plena reunión de amigos en Estocolmo, en
torno a Paz, aparece Helena Paz Garro, de quien Julieta Campos nos entrega un
breve, pero acertado retrato, justipreciando el talento y la personalidad de
sus padres, no sin generar sentimientos encontrados sobre la marcha.)
Si para
autores del calibre de E. M. Cioran y Albert Camus, sujetarse a un cuaderno
personal es una forma de poner en cintura todas sus taras o asuntos pendientes,
para Julieta Campos bien aplica dicha dinámica, con un plus de por medio: ser
un puente de ideas en constante marcha, en aras de la creación literaria (la ya
mencionada novela La forza del destino)
o también hacia una lectura crítica de la realidad mexicana (¿Qué hacemos con los pobres?, o Tabasco: un jaguar despertado), desde el
mundo que tuvo la fortuna de ver y de mirar acuciosamente.
Todo libro
de viajes, en suma, nos entrega la experiencia de conocer distintas latitudes
desde pasos ajenos, pero en el caso de Cuadernos
de viaje de Julieta Campos, aquellos pasos, cuando su trayectoria es franca
y prístina, develan, en el centro de las
cosas, diversas razones de estar en el mundo, habitar el recuerdo y
contemplar de mejor manera la vida que se presenta frente a nosotros. Si la
lectura, per se, es un viaje
interminable, lo es por partida doble cuando andanzas y maestranzas escriban
las mejores páginas de principio a fin.
He aquí un
pasaje de ida y vuelta por las palabras de una gran escritora. La salida y el
itinerario corren a cuenta suya. (Sin duda.)
Julieta Campos. Cuadernos de viaje. México, Alfaguara,
2008.
(7/junio/2017)