miércoles, 3 de mayo de 2017

Batallas frente al espejo

Ulises Velázquez Gil

Uno de los ejes primordiales del videoclip correspondiente a la canción “A quoi je sers” de la francesa Mylène Farmer, radica en reunir a los protagonistas de videoclips anteriores, con el fin de cruzar “la otra orilla” y conocer que se esconde tras ésta. La literatura, por antonomasia, tiene un claro objetivo: saber los secretos que esa “otra orilla” guarda tras de sí; muchas de las veces, cuando el escritor se enfrasca en el empeño de llegar allí, hay presencias que le son ineludibles y que le acompañan en su travesía, entre maestros, colegas, familiares, inclusive.
Luego de varios libros sobre el amor a la ciudad y a los fantasmas que la habitan y dibujan (con todo y una escala en el siglo XIX), Vicente Quirarte nos entrega en La Invencible las resultas de su travesía, en particular, la presencia ubicua de su padre, el historiador Martín Quirarte, luego de emprender el viaje definitivo al traspasar un puente de Ciudad Universitaria. Para mí, uno es el puente. Debido a sus delgadas planchas de acero, se cimbra, suena, habla como si respondiera al vigor de los pasos que lo tocan. […] Lo cruzo con músculos, corazón y aliento que aún quieren sonar en la sinfonía del mundo aunque no tengan la fuerza, el brillo, la flexibilidad de antes. Ahora que todo es más intenso. Durante mucho tiempo lo evadí.
A lo largo de ocho capítulos, Quitarte tiende “un puente” ante nosotros para conocer la vida, obra y milagros de su padre, así también por los pasos de su propia trayectoria, donde el arduo y apasionante oficio de las letras entabla su propia guerra con las cosas; a través de los ojos de su autor, la generosa inteligencia que prodigaba su padre sólo se contraponía cuando la melancolía intentaba salirse con la suya. Hizo lo que todos los hombres: noventa y nueve veces entró por la salida y la centésima se equivocó de puerta. Probó del fruto amargo en tiempos de dulzura, pero abordó cuantos trenes le salieron al paso. […] él pensaba en otro campo de batalla; la hoja blanca poco a poco poblada de edificios, ventanas, corredores. Con la primera anfetamina de la jornada sabía que aunque el amor a veces nos engañe, la luz nunca traiciona a quien la busca. […] A bordo de su máquina del tiempo, viajó por todas las edades y todos los espacios. Hizo lo que todos los hombres. Escribió, amó, vivió.
Los tres verbos con cierra el fragmento anterior, fungen como hilo conductor para que el autor nos cuente algunas cosas en torno a su padre, pero también se aplica el mismo ejercicio cuando se trata de asumir un destino; no el sino trágico que mantuvo a don Martín al límite del tiempo, sino la generosa inteligencia que destellaba como padre y maestro, destellante y certera tras los arcanos del papel y la tinta.
(Paréntesis aparte: en “La tinta huele a tercer año”, incluido en sus Enseres para sobrevivir en la ciudad, Vicente Quirarte recuerda aquel momento cuando su padre lo introdujo en los misterios de la pluma fuente, herramienta indispensable en el acto de enlazar negro sobre blanco y ganarle la partida al silencio. Es decir, reconocerse escritor, pese a todo y a contracorriente de la realidad. Cuando en verdad se es escritor y se llega a conocer los secretos del oficio, se abrevia la distancia entre lo pensado y lo escrito, entre el relámpago del hallazgo y su traducción a la hoja o la máquina, entre la súbita metáfora que proclama su vigoroso nacimiento y su transformación en palabras que vulneren la armadura flexible del lenguaje.)
A medida que avanzamos en la lectura de La Invencible, no solamente seguimos los pasos del padre, sino también las presencias de la madre y del hermano del autor (a quien dedicara su Zarabanda para perros amarillos), y de igual forma, los maestros y amigos, presencias indispensables al autor para no perderse en la vorágine de la realidad. César Rodríguez Chicharro, Rubén Bonifaz Nuño y Diego Valadés aparecen por los senderos de Quirarte como compañeros de ruta en los cuales se prosiguió la exploración del mundo, e igualmente el conocimiento de las propias armas para encarar al mundo.
A diferencia de lo dicho por Friedrich Nietzsche -“a falta de un padre, uno debe inventárselo”- en Quirarte no primó la invención, sino la intención; aparte de los arriba mencionados, hubo otros personajes que compartieron algo de su sabiduría (vuelta magisterio, incluso amistad) y fortalecieron el deber ante y por la escritura, en aras de domar un fuerte impulso que todavía algunos se empeñan en llamar melancolía o depresión, al grado de amarla con intensidad (tal y como ocurre en otra canción de Mylène Farmer, “Je t’aime melancolie”).
Si todo escritor pelea contra un enemigo dentro de la plaza -sus odios, sus dudas, sus temores-, y otro que sitia su fortaleza, el escritor debe luchar no tanto por su identidad sino, primordialmente, por la búsqueda de los elementos que la conforman. Para quienes hemos seguido los pasos de Quirarte, La Invencible es la prolongación consecutiva de aquel retrato de don Martín, esbozado en Peces del aire altísimo dos décadas atrás; y en esa búsqueda de los elementos que la componen, en cuerpo y alma, aparecen muchas convicciones en torno a la misión del escritor. De igual manera, las figuras señeras de Bonifaz Nuño y Rodríguez Chicharro conviven en la tierra franca de las letras con los próceres del siglo XIX y los paladines de otra clase de justicia, representada por un emblemático Hombre Araña. Incluso, el apotegma arácnido por excelencia (“Un gran poder trae consigo una gran responsabilidad”) resuena en las páginas de este libro como si apenas se hubiera proferido a los cuatro vientos. (Aunque las tribulaciones del autor pesen en igualdad de valía que las de Peter Parker, el gran poder conferido se nota sobremanera entre “animales de pluma”, es decir, al momento de entablar el acto de escribir, porque […] invencible es la vida y no la muerte; invencible la poesía, pero no hay honor más alto que enfrentarla; invencible la pasión amorosa y su áspero laberinto de señuelos; invencible la Oscura Señora de la Melancolía, que pasa largas estaciones en casa de quienes dejan sus puertas más abiertas.
¿Dónde radica, a final de cuentas, la importancia de La Invencible de Vicente Quirarte? Para dar santo y seña de una trayectoria donde entablar batalla con los seres y las cosas, es asunto de todos los días, pero también para rendir pleitesía hacia aquellas personas que nos dieron fe y destino: fe en los milagros llamados amistad y admiración; y destino, en el modo de acudir en su defensa y de prodigar su expansión. Como en el videoclip de Mylène Farmer referido al principio de estas líneas, acompañarse por las presencias que depositaron fe y destino en nuestras manos, nos prepara con sabiduría para afrontar batallas frente al espejo, es decir, asumir el papel que recibimos al momento de empuñar una pluma fuente y trazar negro sobre blanco (escribir, pues), hasta donde el tiempo extienda su licencia.
Si escribir es torear, tal y como siempre asegura Jorge F. Hernández, para Vicente Quirarte bien aplica, con todo y que la querencia se antoje mucho más fuerte, y, por ende, susceptible de domesticarse a diario. (¿No lo creen así?)

Vicente Quirarte. La Invencible. México, Joaquín Mortiz, 2012.  
(12/abril/2017)