miércoles, 24 de agosto de 2016

Lecciones de la crónica

Ulises Velázquez Gil

En una escena de Sostiene Pereira de Antonio Tabucchi, la combativa novia de Monteiro Rossi le reclama al veterano periodista Pereira el porque de su indiferencia, ante lo cual le espeta una sentencia de suyo enfática: “No es la crónica lo que hacemos hoy. Es la historia”. Cuando se trata de cambiar los sucesos del tiempo presente, es ineludible contribuir en algo a ese proceso, aunque la indiferencia sea parte nuestra, pero cuando se ajusta cuentas con los sucesos vistos y hasta vividos, una buena crónica nunca estará de más. 
Ante esta circunstancia, a finales de la década de los 80, el Archivo Histórico Diplomático Mexicano de la Secretaría de Relaciones Exteriores creó una colección de libros destinada a guardar testimonio de la labor diplomática de varios de sus representantes en el extranjero, entre ellos el legendario Gilberto Bosques.
Primer número de la colección Historia Oral de la Diplomacia Mexicana, Gilberto Bosques: el oficio del gran negociador reúne (y resume) más de cincuenta años en la vida del profesor y diplomático Gilberto Bosques, cuyo testimonio debemos al ingente trabajo de la historiadora Graciela de Garay, producto de consecutivas entrevistas. Desde su nacimiento en Chiautla de Tapia, Puebla, hasta el final de su misión diplomática en Cuba, a principios de los años 60 (postrer a la crisis de los misiles), pasando por su estrecha colaboración con el presidente Lázaro Cárdenas. Una trayectoria sin par que desde el origen familiar comenzaba ya a sobresalir por encima de los parámetros conocidos: Estudié la primaria en casa. Me la enseñó mi madre, porque no había maestro normalista en mi villa natal. […] Entonces mi madre tomó la tarea de enseñarme, conforme al programa oficial. Así estudié los seis años de la escuela primaria, con un espíritu un tanto abierto porque esa enseñanza se hacía en plena naturaleza tropical, con todos los recursos vivos. (Desde entonces, las circunstancias que harían flaquear hasta el temple más fuerte, serían en Gilberto Bosques una constante en su vida.)
Antes de su aventura diplomática, Bosques realizó diversos trabajos, entre los cuales, la dirección del periódico El Nacional, donde se dio a conocer por la innumerable cantidad de columnas y editoriales en torno a temas de política nacional e internacional, finanzas y educación (no por nada, su primera formación fue como maestro normalista). Su manejo acertado e inteligente de estos temas atrajo la atención del presidente Lázaro Cárdenas, quien lo incorporó al servicio exterior con el fin de ponerlo al corriente en cuanto a los temas de su interés. Europa, destino idóneo para una persona de los alcances del poblano Bosques. A mi salida de México, estuve con el general Cárdenas a fin de recibir sus últimas instrucciones, para que me planteara algunas cosas que él había traído a cuento, como la adopción de ciertas medidas de protección a israelitas y contemplar la posibilidad de traer un número importante de ellos a México. Sobre este asunto tuvimos tiempo de cambiar impresiones y yo hablé de la conveniencia inmediata de escoger técnicos alemanes refugiados en Francia, así como polacos e italianos para que vinieran a México
Lo que en un principio parecía un perspectiva visionaria del incipiente ministro en Francia, se tornaría algo más que mera encomienda diplomática; de Francia a Portugal, la labor de Bosques llegó hasta dimensiones incalculables, pues entre la guerra civil en España, el avance del régimen nazi sobre Europa y sendas dictaduras en la península ibérica, más que habilidad, se requería de un gran oficio para negociar. Para todo eso se requirió […] libertad de acción, una amplitud para actuar sin estar consultando autorizaciones que casi siempre llegaban tarde o no llegaban. Al final de aquella misión, después de mi regreso al país, hice una relación de aquellos casos en que había tenido que recurrir a facultades discrecionales, que me habían sido expresamente dadas en lo general para que se me fincaran responsabilidades.
En aras de proseguir sin tregua con una labor marcada por la cordialidad y la salvaguarda de la vida humana, Bosques movió cielo, mar y tierra para hacerse de recursos, inclusive para arrendar dos castillos y allí albergar a una enorme cantidad de refugiados españoles, así como multiplicar las visas tanto para personas de origen judío como de otras nacionalidades europeas. Por desgracia, y ante razones justas, los primeros en oponerse pertenecían a fuerzas políticas más fuertes, que a golpes de bayoneta intentaron acallar a Bosques y a su equipo, arraigados en un hotel de Bad Godesberg mientras otras jugadas bélicas se definían. Y aunque el encierro era moneda corriente en ese hotel vuelto prisión, Bosques, familia y colaboradores, hallaron solaz y esparcimiento, a la espera de conseguir su libertad. Luego del canje de los diplomáticos mexicanos por espías alemanes presos en Perote, Veracruz, el regreso a México tuvo el siguiente recibimiento: Estuvieron esperándonos muchos españoles y de otras nacionalidades que habían participado en la guerra. Aguardaron ocho horas, pues el tren venía retrasado. Fue una recepción bastante emotiva. Llevaron las banderas de México y España. Luis Spota hizo una crónica y todos los periódicos y revistas publicaron fotografías. Fue algo un tanto inusitado. Realmente, la estación de Buenavista estaba totalmente ocupada; los andenes y los patios estaban llenos.
Si pensábamos que con la llegada a la estación de Buenavista terminaba la odisea diplomática de Gilberto Bosques, resulta que no fue así, pues los oficios y estrategias empleadas ante los alemanes se prolongaron en un país bajo una dictadura: Portugal. Más que las formas de la diplomacia tradicional, toda acción asumida y gestionada por Bosques recayó en un pacto de caballeros: con todo y los acuerdos entre Oliveira Salazar y Francisco Franco, muchos españoles del bando republicano libraron la extradición y el patíbulo, y en parte gracias a la habilidad del Bosques para convencer a sus homólogos portugueses. La diplomacia es esencialmente gestión, negociación con los instrumentos adecuados para hacerla efectiva. El derecho internacional es primordialmente una ciencia jurídica, un conjunto de normas obligatorias. El derecho internacional ofrece mucho más que la letra escrita: el antecedente, la costumbre y el hecho histórico en general.
Una de las formas de la diplomacia reside en la difusión de la cultura. Para Bosques, postrer embajador en Suecia, sus esfuerzos se concentraron en llevar la cultura mexicana al norte del continente europeo, con resultados sorprendentes tanto para el cuerpo diplomático como para la población sueca y de países aledaños. En 1952, con la famosa muestra de arte mexicano expuesta en Estocolmo (misma que no ha tenido parangón alguno desde entonces), Bosques cumplió una “vieja deuda” con la principal razón que lo llevó a Europa: la cultura. Pienso que es necesario que el agregado cultural que se asigne a nuestras embajadas sea una persona con capacidad amplia e información suficiente en materia cultural. No sólo en arte sino en todas las manifestaciones intelectuales porque nosotros tenemos muchas cosas que aportar, que dar a conocer, de nuestras civilizaciones. […] más que la verdad oficial de boletines y demás cosas de difusión convencional, el deber está en llevar toda la verdad cultural de México por el mundo.
El corolario para una trayectoria tan interesante llegaría en un país a merced de la historia reciente: Cuba. Bosques sería testigo de todo el proceso de cambio político al interior de la isla; vería hasta que punto la historia sube y baja del pedestal a los que detentan el poder. (Batista, por ejemplo.) Así también, vería el ascenso imparable de los revolucionarios Fidel Castro y Ernesto Che Guevara, y la justeza presidencial de Dorticós. Su ecuanimidad y don de gentes hubiera generado más frutos en La Habana, de no ser por la tozudez política de Gustavo Díaz Ordaz, ante lo cual motivó en Bosques su retiro de la diplomacia. (¿Qué le sabía a su paisano…?)
Con todo, Gilberto Bosques: el oficio del gran negociador es la muestra fehaciente de que para hacer historia, es conveniente recabar hechos y compartir la visión que de éstos se tiene, en aras de una mayor comprensión del tiempo presente: lecciones de la crónica, ineludibles de conocer. Además, dicho sea de paso, estas memorias (recabadas por la historiadora Graciela de Garay) bien podrían ser material de novela o, por lo menos, de una justa biografía en busca de autor; sea como sea, toda vida es susceptible de admiración, pero sobre todo, de seguirse. Hasta para hacer la Historia, una crónica bien contada merece la pena. (Verdad que sí.)

Graciela de Garay. Gilberto Bosques: el oficio del gran negociador. 2ª ed. México, Secretaría de Relaciones Exteriores/ Instituto Matías Romero, 2006. (Historia oral de la diplomacia mexicana, 1) 

(9/marzo/2016)

miércoles, 10 de agosto de 2016

Disposiciones de la materia

Ulises Velázquez Gil

Detrás de toda fortuna o colección, hay dos condiciones capitales: la pasión y el crimen. La primera es la constancia de un interés determinado, mientras que la segunda se conduce, sobra decirlo, cuando el interés se vuelve obsesión. Aún así, en ambas prima conocer el porqué de su inclusión. 
Consciente de que la escritura es el vehículo adecuado para saber la historia secreta de los objetos, y las circunstancias que de éstos emanan, Gabriela Jauregui nos entrega La memoria de las cosas, volumen de relatos donde el asombro y el desconcierto acechan en cada página.
Dividido en cuatro apartados –clasificaciones, diríase– (Vegetalia, Mineralia, Animalia, Artificialia), el presente volumen nos remite, a la primera de cambios, a un recuerdo en doble vía: los antiguos gabinetes de curiosidades y los manuales de biología, donde las nomenclaturas son necesarias, pero aquí se vuelven pretexto para adentrarse en la lectura.
En los cinco relatos que conforman “Vegetalia”, a primera vista nos encontraremos con una nota de viaje o meros apuntes de un naturalista, sin embargo, se incurriría en un error a pie juntillas. Veamos el siguiente ejemplo: Casi auto polinizadora pero dioica, de piel rugosa, y carne sabrosa. Huevo, esfera, pera. Fruto mantequilla. Maravilla. Oro verde. Cojones, huevos, testículos. Fruto afrodisiaco de semilla única. […] Terminan de madurar. Dormitan. De allí que en algunos lugares un aguacate es una persona floja o poco animosa. Están posados, acomodados en filas. Si nos atenemos al primer párrafo, se diría que sí, en efecto, estamos frente al extracto de un libro de biología o de los apuntes de un naturalista, pero en párrafos posteriores “Pera cocodrilo” cumple su objetivo: contar la “historia secreta” del aguacate, que no se queda en mera descripción, pero devela otros deseos sólo permisibles una vez que atraviesa la cáscara.
Entre árboles viajeros, obituarios florales y el misterio del follaje, hay dos relatos (“Estrategia de supervivencia” y “Gümmibärchen”) cuyo principal móvil es la duda. Si la dichosa estrategia reside en cómo introducir un melón a territorio japonés, en “Gümmibärchen”, por el contrario, la simpleza del objeto de marras –un osito de jalea– desata una cadena de sucesos y de coincidencias extrañas, desconcertando a uno de los personajes, padre de un niño maravillado con aquella golosina. Masticaba e intentaba investigar si los dueños de la fábrica de gomas e inventores de los ositos de goma que le había mencionado a su hijo habían o no sido nazis. Le parecía irónico que el producto que los volvería famosos estuviera inspirado en el folclor que los nazis consideraban decadente […] No es que Genaro hubiera hecho un búsqueda de ositos de goma + prisioneros de guerra –a quien se le ocurriría–, pero, como todo en el internet, las conexiones aparecen para quien sabe buscar.
El arte de saber buscar, antaño, se concentró en un campo denominado “Mineralia”, tal y como se titula la segunda sección del libro. Materiales como yeso, petróleo, diamante y hasta una estrella desvían sus referentes de origen y se transmutan en historias, deshaciendo la realidad hasta reírse de ésta, como sucede en “Oro negro”, donde una iniciativa presidencial echa mano de un clarividente. Su contrato era millonario. Pero sólo si daba con un yacimiento. Todo estaba listo. Las clausulas en negro sobre blanco y claro como el agua. Si encontraba el petróleo. Pero antes de eso tenía que darles pruebas […] Pero el Presidente, haciendo alarde de quién porta los pantalones y de su inteligencia al más puro estilo del Tomás bíblico, pidió una prueba. (¿Dónde habremos escuchado esto…?)
Donde mejor se ve la transmutación del mineral en relato es en “Diamante recuerdo”, entrelazado desde la lógica del infomercial y el indiscreto encanto de la memoria. Diamante = el irrompible, el inalterable. Como su amor. Los tres amigos habían decidido que ésta era la mejor manera de recordarla. […] Decidieron honrarla así. […] con sus anillos mágicos […] Por la manera en que se intercalan los “anuncios comerciales”, vemos un cierto guiño de ojo al “Baby H. P.” de Juan José Arreola; incluso, los propios personajes viven circunstancias similares en cuentos de Felisberto Hernández, Italo Calvino y Ernesto de la Peña.
“Animalia”, tercera sección de La memoria de las cosas, no se puede quedar atrás en cuanto a conocer de las cosas su entramado secreto, porque, recordando a Samuel Beckett, “los animales saben”, pero… ¿qué sabemos de ellos? ¿Acaso toso se resume, o se constriñe, a una mentida “Autobiografía”? Yo soy una zorra. Ésta podría ser la autobiografía de un zorro, pero da la casualidad de que soy una zorra. Vulves vulpes, hembra. Cola peluda, matuda, plateada. Ojos vivaces de oro líquido, corazón de la tierra misma, lengua húmeda como pantano. Considera mi cuerpo. Repara en él, y así comienza a repararlo. Considera ésta la historia de una esclava en libertad. Considérala tuya. (Me gustaría pensar que este pro domo sua se debe más a una reivindicación semántica que a una tarjeta de presentación, pero todo dependerá del lector en turno. Por ahora.)
Caso aparte merece “Molusco”, donde la semántica del animal de marras no reivindica, sino que se diversifica. Un caracol de bronce arrojado a la basura puede ser generoso tesoro en una urbe de desechos que codiciosa mercancía vendida (y revendida) a precios de altos vuelos, sin olvidarse de su referente dialógico, como sucede en este fragmento: Lo que el artista no sabe es que el caracol instrumento es un llamado. Los mexicas así inauguraban ceremonias, con el antecocoli llamando como trompeta. […] El caracol es poli. Y también es palo porque los caracoles son además un palo del flamenco, que algunos llaman pobre y para los que desconocen de cante jondo, pero que otros encuentran rico porque es muy juguetón.
Sobre el cuarto y último apartado, “Artificialia”, sucede una especie de vértigo cuando conocemos el envés de las cosas allí expuestas. En “Biombo”, la obsesión del dueño del objeto que denomina al relato, lo lleva a reflexionar acerca de su presencia dentro de su familia. El biombo refleja lo que proyectamos: ellas, fantasías de lo que yo puedo o no puedo ser, lo que significa que son fantasías de lo que ellas puedan o no ser, y yo en ese biombo proyecto poder. […] Sólo podemos imaginar. Sólo podemos imaginar, proyectar más. Una cuestión de poder desde el momento de cobrar conciencia de su pertenencia; ahora bien, si aquí es pertenencia, en “Correa” es la prolongación de una utilidad, instalada desde el dominio sobre diversos seres y objetos. Un perro, un gato, una tabla de surf o unos calcetines, sometidos con el mismo adminículo, pero no tan definitiva su sujeción. Pero sin embargo. La perra se pierde. El gato se escapa. El niño desaparece. La tabla se va. El esclavo se emancipa. Pero sin embargo. La fe en la correa continúa.
En suma, encontramos en La memoria de las cosas de qué forma un objeto puede incidir en la vida de una persona, y del cómo su presencia lo conduce de la pasión hacia la obsesión; de cierta manera, todos los sucesos que guarda en sí, en un acto recíproco y acertado de la memoria, suscita por entero nuevas lecturas: disposiciones de la materia en espera de penitencia y redención, sólo alcanzables mediante la lectura cuidadosa de este volumen de relatos.
Dentro de la trayectoria sin tregua de Gabriela Jauregui, este libro es apenas una muestra de una cuidada prosa y un acertado dominio al hacer una historia bien contada. Ante ello, cuenta desde ahora con un lugar señero dentro de la narrativa mexicana del siglo XXI. (Quede en ustedes, avezados lectores, confirmarlo por entero. Así sea.)  

Gabriela Jauregui. La memoria de las cosas. México, Sexto Piso, 2015 (Narrativa). 

(7/marzo/2016)