Ulises Velázquez Gil
Entre los
apuntes que Albert Camus hiciera para su novela en proceso El primer hombre, se encuentra la siguiente sentencia: “La nobleza
del oficio del escritor está en la resistencia a la opresión, y por lo tanto en
decir que sí a la soledad”. Para los intereses del mundo actual, esta sentencia
se vuelve deber ineludible, pues desde la soledad del escritorio, la libreta o
la tablet, abordar los temas de
nuestro interés es una forma de combatir a la opresión. Y mediante la forma del
ensayo, es un arma de alcances inusitados.
Ensayista
de mirada periscópica, Ingrid Solana nos presenta Barrio Verbo, conjunto de veinticinco ensayos que abordan diversos
temas, resultado de sus pesquisas por el arte, la memoria, pero sobre todo por
el pensamiento, donde se permite dudar no para desconfiar de las cosas, sino
para develar encuentros, inclusive milagros. Pero vayamos por partes.
Barrio Verbo se compone por diez secciones, cada
una encabezada por un verbo en particular y una peculiar definición, derivada
del “diccionario personal” de la autora: Viajar, Aprender, Oscurecer, Corregir,
Iluminar, Comprender, Escribir, Dudar, Trenzar, Leer, Destruir, Comer,
Permanecer. Venga un ejemplo: Sumergirse
en la fascinación de la idea pero permanecer en suspenso ante su abismo y, por
ello, carecer de certezas. Contemplar un espejo extraño que habla, por un
instante, en lengua sacra. (“Dudar”)
Para el
primer verbo, “Viajar”, se presentan dos lecturas del mundo, interior
(“Tehuantepec”) y exterior (“Dirección Múltiple”). La primera es una crónica
del principio del mundo, es decir, la matria de la autora: […] Emprendo un viaje. Los viajes son todos
regresos. La gente cree que en los viajes sólo hay circunstancias nuevas, pero
los viajes son situaciones viejas, engranajes pesados y antiguos, una especie
de llamado ancestral y originario. Por eso alguien sólo es capaz de conocerse
viajando. Por eso sólo somos capaces de recordarnos en las carreteras, en los
aviones y en los autobuses que alejan de casa […]. Como los protagonistas
de Viaje al principio del mundo de
Manoel de Oliveira, se viaja hacia el origen (la casa de los abuelos, para el
caso de la autora), cuyas costumbres y secretos la sorprenden y le recalcan una
toral encomienda: que la memoria hable. (Sin embargo, no será la última vez
dentro del libro, dado que más adelante, en “Comida negra”, redondea su vuelta
al origen.)
En la
segunda lectura de este apartado, “Dirección Múltiple”, se conduce por un
elemento parte del paisaje cotidiano de la ciudad (el barrio, diríamos),
imperceptible a primera vista: el esténcil. Con
el esténcil sucede algo muy parecido al cine. No hay un filme original porque
una película acontece cada vez que es proyectada. Los esténciles, por su parte,
se encuentran en un escenario y dependen del entorno; ésta es su cualidad
esencial. […] El esténcil dialoga con
el entorno y se sostiene estéticamente por él […].
Respecto
al segundo apartado de Barrio Verbo,
“Aprender”, Ingrid Solana recurre a la forma por antonomasia del conocimiento:
la conversación, pero en dos vías, periférica y paralela. Para la primera,
sobre la relación maestro-discípulo entre Bertrand Russell y Ludwig
Wittgenstein, cabe decir lo siguiente: La
relación entre discípulo y maestro se disfraza de innumerables transferencias:
tienen lugar porque están construidas bajo uno de los presupuestos centrales
del análisis psicoanalítico: el diálogo. Pero la conversación entre amigos no
es clínica, por eso es profundamente compleja. Cuando aborda la relación
entre ambos filósofos, busca explicar el alcance de sus transferencias
(intelectuales, acaso emotivas). Sobre la segunda, en torno a los Diálogos indios de Chantal Maillard, la
autora se plantea una manera de soltarse dudas y transferirse varias certezas,
según como se vea. De cualquier manera, ambas visiones son válidas para
participar en el juego del mundo.
“Oscurecer”
e “Iluminar”, aunque contrarias en nomenclatura, son secciones paralelas en
cuanto a significado y coincidencias, cuando se trata de voltear la mirada. Detrás
de la primera, dos presencias se vuelven reales, notorias, cuando son
imperceptibles, mientras en la segunda, se iluminan cuando se ahonda dentro de
sí. (Oscurecer para ser más claros, como el material de un rollo fotográfico.)
Kafka y Sor Juana, una vecina de la autora y el fotógrafo Octavio Fossey
transitan en el claroscuro de las reflexiones de Ingrid Solana, en un afán
incluso dialéctico.
“Corregir”,
“Comprender” y “Escribir” son, a mi parecer, los apartados –las calles, diría– más
importantes de Barrio Verbo, porque
convergen hacia el ancho y ajeno camino del escritor, los cuales, sea como sea,
coinciden en justipreciar su figura y misión: El escritor es un cirujano de alto nivel. Cuando se concluye un texto
literario se toman todos los instrumentos quirúrgicos para emprender todas
aquellas disecciones pertinentes. Corregir un texto es, inicialmente, un
proceso de intervención doloroso. […] Pero
el texto habla, grita, pide auxilio. (“Intervenir”); La generosidad del maestro radica en que sus consejos no son para
escribir mejor, sino para soportar la existencia y gozarla. (“Tirana
entrañable”); ESCRIBIR: verbo
intransitivo que se ejecuta en sí mismo. Significa que el sujeto que enuncia
está fundido con lo que escribe; no hay separación entre el cuerpo y su tarea;
todo sucede en ese ligero vórtice que transita de la ficción a la vida
recorriendo los peldaños lentamente. (“El cuerpo escribe”) En una palabra,
se trata de soportar la existencia. Aparte de borronear unas cuantas hojas, se escribe para descargar nuestras
obsesiones, cuando el mundo ya no se presta a juego. (No por nada, E. M. Cioran
sólo agarraba la pluma cuando sentía deseos de pegarse un tiro…)
Y
respecto al apartado “Leer”, Ingrid Solana se enfoca en un acto sumamente crucial
para el escritor como para quien lee: el acto de subrayar. Todo lector asiduo intuye que cada lectura, aunque se lea el mismo
libro dos o tres veces, es particular y obedece a sus propias leyes. […] El subrayado, así, configura la intimidad
entablada en un libro. Si el libro no nos gusta tanto, es posible que los
subrayados sean esporádicos o nulos. Pero si sucede a la inversa, nos
sorprenderá descubrir que cuando leímos la primera vez, subrayamos pasajes cuya
señalización, en un segundo momento, nos resulta extraña y ajena. Desde los
subrayados dentro del texto hasta el paso de las polillas sobre el papel, no
cabe duda que ese texto adquiere otro significado, fuera de aquel postulado
barthesiano, “el texto me desea”, tal y como sucede con las anotaciones en los
libros de la biblioteca personal de Julio Cortázar, mencionado brevemente en
“Intervenir”.
Con todo,
¿qué ocurre en el Barrio Verbo? Nos
encontramos ante una selección de ensayos que retoman una línea y un estilo hoy
relegados al predominio del paper
académico (que entre más citas a pie de página, más contundente, se supone). Autopista y libramiento, y bajo una mirada periférica y paralela, el ensayo va de
principio a fin hacia el tratamiento de un tema, permitiéndose escalas
necesarias, girar en círculos, desviarse, inclusive volver a domicilio conocido.
Dentro
del panorama actual del ensayo mexicano contemporáneo, Barrio Verbo de Ingrid Solana tiene en Ausencia compartida de Marina Azahua a su indiscutible compañero de
viaje (a semejanza de las protagonistas de Mulholland
Drive de David Lynch, influencia notable en sendas escritoras, cabe
decirlo), en justo paralelo con sus lecturas, inquietudes y dudas, pues éstas,
después de todo, crean, descubren y transforman, comenzando por quienes las suscitan.
(Así sea.)
Ingrid Solana. Barrio Verbo. México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes,
2014 (Fondo Editorial Tierra Adentro, 508).
(20/enero/2016)
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