miércoles, 4 de mayo de 2016

Periférica y paralela

Ulises Velázquez Gil

Entre los apuntes que Albert Camus hiciera para su novela en proceso El primer hombre, se encuentra la siguiente sentencia: “La nobleza del oficio del escritor está en la resistencia a la opresión, y por lo tanto en decir que sí a la soledad”. Para los intereses del mundo actual, esta sentencia se vuelve deber ineludible, pues desde la soledad del escritorio, la libreta o la tablet, abordar los temas de nuestro interés es una forma de combatir a la opresión. Y mediante la forma del ensayo, es un arma de alcances inusitados. 
Ensayista de mirada periscópica, Ingrid Solana nos presenta Barrio Verbo, conjunto de veinticinco ensayos que abordan diversos temas, resultado de sus pesquisas por el arte, la memoria, pero sobre todo por el pensamiento, donde se permite dudar no para desconfiar de las cosas, sino para develar encuentros, inclusive milagros. Pero vayamos por partes.
Barrio Verbo se compone por diez secciones, cada una encabezada por un verbo en particular y una peculiar definición, derivada del “diccionario personal” de la autora: Viajar, Aprender, Oscurecer, Corregir, Iluminar, Comprender, Escribir, Dudar, Trenzar, Leer, Destruir, Comer, Permanecer. Venga un ejemplo: Sumergirse en la fascinación de la idea pero permanecer en suspenso ante su abismo y, por ello, carecer de certezas. Contemplar un espejo extraño que habla, por un instante, en lengua sacra. (“Dudar”)
Para el primer verbo, “Viajar”, se presentan dos lecturas del mundo, interior (“Tehuantepec”) y exterior (“Dirección Múltiple”). La primera es una crónica del principio del mundo, es decir, la matria de la autora: […] Emprendo un viaje. Los viajes son todos regresos. La gente cree que en los viajes sólo hay circunstancias nuevas, pero los viajes son situaciones viejas, engranajes pesados y antiguos, una especie de llamado ancestral y originario. Por eso alguien sólo es capaz de conocerse viajando. Por eso sólo somos capaces de recordarnos en las carreteras, en los aviones y en los autobuses que alejan de casa […]. Como los protagonistas de Viaje al principio del mundo de Manoel de Oliveira, se viaja hacia el origen (la casa de los abuelos, para el caso de la autora), cuyas costumbres y secretos la sorprenden y le recalcan una toral encomienda: que la memoria hable. (Sin embargo, no será la última vez dentro del libro, dado que más adelante, en “Comida negra”, redondea su vuelta al origen.)
En la segunda lectura de este apartado, “Dirección Múltiple”, se conduce por un elemento parte del paisaje cotidiano de la ciudad (el barrio, diríamos), imperceptible a primera vista: el esténcil. Con el esténcil sucede algo muy parecido al cine. No hay un filme original porque una película acontece cada vez que es proyectada. Los esténciles, por su parte, se encuentran en un escenario y dependen del entorno; ésta es su cualidad esencial. […] El esténcil dialoga con el entorno y se sostiene estéticamente por él […].
Respecto al segundo apartado de Barrio Verbo, “Aprender”, Ingrid Solana recurre a la forma por antonomasia del conocimiento: la conversación, pero en dos vías, periférica y paralela. Para la primera, sobre la relación maestro-discípulo entre Bertrand Russell y Ludwig Wittgenstein, cabe decir lo siguiente: La relación entre discípulo y maestro se disfraza de innumerables transferencias: tienen lugar porque están construidas bajo uno de los presupuestos centrales del análisis psicoanalítico: el diálogo. Pero la conversación entre amigos no es clínica, por eso es profundamente compleja. Cuando aborda la relación entre ambos filósofos, busca explicar el alcance de sus transferencias (intelectuales, acaso emotivas). Sobre la segunda, en torno a los Diálogos indios de Chantal Maillard, la autora se plantea una manera de soltarse dudas y transferirse varias certezas, según como se vea. De cualquier manera, ambas visiones son válidas para participar en el juego del mundo.
“Oscurecer” e “Iluminar”, aunque contrarias en nomenclatura, son secciones paralelas en cuanto a significado y coincidencias, cuando se trata de voltear la mirada. Detrás de la primera, dos presencias se vuelven reales, notorias, cuando son imperceptibles, mientras en la segunda, se iluminan cuando se ahonda dentro de sí. (Oscurecer para ser más claros, como el material de un rollo fotográfico.) Kafka y Sor Juana, una vecina de la autora y el fotógrafo Octavio Fossey transitan en el claroscuro de las reflexiones de Ingrid Solana, en un afán incluso dialéctico.
“Corregir”, “Comprender” y “Escribir” son, a mi parecer, los apartados –las calles, diría– más importantes de Barrio Verbo, porque convergen hacia el ancho y ajeno camino del escritor, los cuales, sea como sea, coinciden en justipreciar su figura y misión: El escritor es un cirujano de alto nivel. Cuando se concluye un texto literario se toman todos los instrumentos quirúrgicos para emprender todas aquellas disecciones pertinentes. Corregir un texto es, inicialmente, un proceso de intervención doloroso. […] Pero el texto habla, grita, pide auxilio. (“Intervenir”); La generosidad del maestro radica en que sus consejos no son para escribir mejor, sino para soportar la existencia y gozarla. (“Tirana entrañable”); ESCRIBIR: verbo intransitivo que se ejecuta en sí mismo. Significa que el sujeto que enuncia está fundido con lo que escribe; no hay separación entre el cuerpo y su tarea; todo sucede en ese ligero vórtice que transita de la ficción a la vida recorriendo los peldaños lentamente. (“El cuerpo escribe”) En una palabra, se trata de soportar la existencia. Aparte de borronear unas cuantas hojas, se escribe para descargar nuestras obsesiones, cuando el mundo ya no se presta a juego. (No por nada, E. M. Cioran sólo agarraba la pluma cuando sentía deseos de pegarse un tiro…)
Y respecto al apartado “Leer”, Ingrid Solana se enfoca en un acto sumamente crucial para el escritor como para quien lee: el acto de subrayar. Todo lector asiduo intuye que cada lectura, aunque se lea el mismo libro dos o tres veces, es particular y obedece a sus propias leyes. […] El subrayado, así, configura la intimidad entablada en un libro. Si el libro no nos gusta tanto, es posible que los subrayados sean esporádicos o nulos. Pero si sucede a la inversa, nos sorprenderá descubrir que cuando leímos la primera vez, subrayamos pasajes cuya señalización, en un segundo momento, nos resulta extraña y ajena. Desde los subrayados dentro del texto hasta el paso de las polillas sobre el papel, no cabe duda que ese texto adquiere otro significado, fuera de aquel postulado barthesiano, “el texto me desea”, tal y como sucede con las anotaciones en los libros de la biblioteca personal de Julio Cortázar, mencionado brevemente en “Intervenir”.
Con todo, ¿qué ocurre en el Barrio Verbo? Nos encontramos ante una selección de ensayos que retoman una línea y un estilo hoy relegados al predominio del paper académico (que entre más citas a pie de página, más contundente, se supone). Autopista y libramiento, y bajo una mirada periférica y paralela, el ensayo va de principio a fin hacia el tratamiento de un tema, permitiéndose escalas necesarias, girar en círculos, desviarse, inclusive volver a domicilio conocido.
Dentro del panorama actual del ensayo mexicano contemporáneo, Barrio Verbo de Ingrid Solana tiene en Ausencia compartida de Marina Azahua a su indiscutible compañero de viaje (a semejanza de las protagonistas de Mulholland Drive de David Lynch, influencia notable en sendas escritoras, cabe decirlo), en justo paralelo con sus lecturas, inquietudes y dudas, pues éstas, después de todo, crean, descubren y transforman, comenzando por quienes las suscitan. (Así sea.)

Ingrid Solana. Barrio Verbo. México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2014 (Fondo Editorial Tierra Adentro, 508).

(20/enero/2016)

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