Ulises Velázquez Gil
En el
prólogo a Memorias y autobiografías de
escritores mexicanos, Raymundo Ramos lanza una frase igual de franca que
polémica: “Recordar es un arte difícil”. Para los alcances de la literatura
mexicana, cuando se trata de incursionar en el género de las memorias, o de
sumergirse en las aguas turbulentas de la autobiografía, el pretexto sale
sobrando; sin embargo, no todas las obras que se precien de serlo traspasan
linderos puestos por el tiempo. Y se quedan ahí, viendo la vida pasar.
Consciente
de que el oficio de recordar nada tiene que ver con voluminosos tomos de
memorias ni con autobiografías complacientes y bisoñas, Gerardo Deniz
(1934-2014) nos entrega un volumen donde lo que sobra es, desde luego, memoria,
pero que desde el título ya se nota una mirada cínica y hasta explosiva: Paños menores.
Mediante
32 textos a caballo entre el ensayo, la estampa y dos que tres presentaciones,
en Paños menores el autor decide
saldar cuentas con su “creador” y contraparte individual de nombre Juan Almela,
español en tránsito, químico y traductor; hombre de a pie, diríase. Por
ejemplo, en “Niño Gerardo Deniz de la O” se burla de esa condición peregrina
ibérica, endémica de su generación, empezando por él mismo: […] se me descubre devorando guajolote y piña en
Veracruz. Mi siguiente cumpleaños es festejado en el nuevo parque del D. F.,
entre San Rafael y la colonia Cuauhtémoc. Mi gato atigrado se llama Chiquet.
Alimentación: fabulosa. Despunta en Lupe la doble ene. […] Mi infancia, como la mayoría, no fue feliz.
Interesante sí lo era. En este mismo texto, podemos encontrar también una
sentencia deniciana como ésta: En
adelante mi cunicultura exigirá doble ene. Y no es para menos, dado que en
“Anónima” y “Veinte años después”, queda expuesta su experiencia con las
mujeres, a las que el autor dedicará poemas y cuentos de peculiar historia a lo
largo de su obra.
Mientras
avanzamos en la lectura de esta volumen en apariencia misceláneo, caemos en la
cuenta de una cosa: sus “memorias” no son estrictamente cronológicas, sino en
mero orden de aparición. Tal parece que Deniz se sigue saliendo con la suya,
eludiendo una lógica de narración chata y entreviendo las cosas que le son
gratas (o por lo menos interesantes) y otras menos atractivas, que, como el
yogurt y el betabel, se les sigue probando para confirmar aversiones, como en
el caso de la poesía de Jorge Guillén, el jazz
y las trampas del mundo editorial (hoy día, coto de maxmordones –sabihondos a
sueldo–). Respecto a las cosas gratas e interesantes, en Deniz sobresale su
gusto por la música clásica, en parte gracias a un amigo con tocadiscos
(“Calagurritano:”) y a la película animada Fantasía,
a la que le dedica un texto sin pelos en la lengua. Sea como sea, todo se
resume al párrafo inicial de “Series”: La
lista de preferencias –obras, autores, personajes– parecen ser bien recibidas,
sobre todo en los últimos tiempos. Estamos, como es bien sabido, en una época
de inventarios y valoraciones, lo cual se presta inmejorablemente a exhibir
nuestros pequeños y respetables gustos personales, y a confrontarlos con las
apreciaciones deleznables de nuestros congéneres.
La
impresión que Gerardo Deniz conserva sobre ciertos autores va del desconcierto
a la admiración (y de regreso). Como le sucedió con Neruda, a quien describe de
la siguiente forma: Sobre una especie de
diván psicoanalítico pegado a la pared yacía un ajolote hipertrofiado, aunque
sin simpatía ni branquias aparentes. Ignoro cómo iba vestido. Tenía en la mano
un vaso de agua de Tehuacán. Bebía un poco y gargarizaba. Emanaban de él una
inercia y un aburrimiento infinitos, en contraste con la inquietud de alrededor
–todos sin sentarse y haciéndose crujir nerviosamente los huesos de las manos. A
primera vista, a Deniz le importaba poco si el personaje de marras es
idolatrado por las cosas, mucho menos si se volvía figura de culto (como
sucedió con el propio Deniz una vez llegados los dosmiles), pero como buen químico que se precie de serlo (cuyas
andanzas retrata a plenitud en “Ortega” y “Toscuento”) busca la sustancia de
las cosas, es decir, su dinámica interna (llámese preceptiva o creación). Pero,
si luego de conocerla no se toma partido alguno, se puede seguir adelante sin
problemas.
Entre los
aprendizajes consignados en este libro, digno son de notar los siguientes:
Dante y Octavio Paz. Para con el primero, el tránsito de la aversión hacia la
lectura dedicada definió un oficio de lector (¿o debería decir detector?) que a Deniz lo salvaba de la
tolvanera crítica del momento. […] Con
Dante me ocurrió, en grande, algo normal en mí: me es imposible deslindar lo
que fue primera lectura, literaria o no, y lo que era el medio circundante. En
muchos casos me es imposible establecer frontera: la obra y su momento –o
momentos– tienden a entrefundírseme. Por supuesto, el “momento” de una obra
suele remolcar otros libros, hasta el infinito.
Para el
caso de Octavio Paz, Deniz realiza dos lecturas en paralelo: desde la trinchera
del dato acucioso y en la orilla del admirable magisterio. “Salamandra” es
ejemplo de la primera, donde el autor (navegante de diccionarios, como el
inverosímil Tolhausen, a la postre su
favorito) descubre un “fraude” paciano respecto a uno de sus poemas harto
conocidos: […] emprendió, irresponsable,
un poema sobre la salamandra, sólo para descubrir, después de seis palabras,
que no tenía nada que decir. Entonces saqueó las riquezas del diccionario […].
Pero a diferencia de otras figuras (mal)tratadas en Paños menores, con Paz la crítica y el aprendizaje es de ida y vuelta.
En “Crónica” así lo expresa: Acerca de
Octavio Paz se ha escrito mucho y continuará escribiéndose por siempre; nunca
faltará paño por cortar. […] mi
encuentro con Paz, tanto más cuanto que, para mí, se trató asimismo del
encuentro con la poesía, ni más ni menos. […] el afecto principal –¡para mí, se entiende siempre!– de mi
descubrimiento de la poesía gracias a Octavio Paz fue animarme a escribir. A
intentarlo, cuando menos, con asiduidad. (De Adrede a Erdera, se
prolongó por más de cuarenta años… ¡Y lo que falta!)
¿Por qué
leer Paños menores? Dentro del
panorama memorialista y autobiográfico en las letras mexicanas, acercarse a un
volumen así es la prueba fehaciente de que la memoria y la honestidad no están
del todo enemistadas, aunque, a decir verdad, en la prosa de Gerardo Deniz
(reunida ya en su totalidad por Fernando Fernández en De marras, de próxima aparición) destella más una honestidad
consigo mismo que con los sujetos y hacia los hechos a los que hace referencia;
heterodoxia y desquite de un
personaje sin medias tintas en cuanto a su visión del mundo.
Si el
arte de recordar sigue siendo difícil, como nos asegura Raymundo Ramos (nacido
también en 1934, por cierto), no cabe duda que para Gerardo Deniz lo difícil no
es hacerlo, sino serle fiel al desconcierto suscitado. (Para todo lo demás, ya
ni las biografías… ¿Será?)
Gerardo Deniz. Paños menores. México, Tusquets, 2002. (Marginales)
(3/febrero/2016)