miércoles, 18 de mayo de 2016

Heterodoxia y desquite

Ulises Velázquez Gil

En el prólogo a Memorias y autobiografías de escritores mexicanos, Raymundo Ramos lanza una frase igual de franca que polémica: “Recordar es un arte difícil”. Para los alcances de la literatura mexicana, cuando se trata de incursionar en el género de las memorias, o de sumergirse en las aguas turbulentas de la autobiografía, el pretexto sale sobrando; sin embargo, no todas las obras que se precien de serlo traspasan linderos puestos por el tiempo. Y se quedan ahí, viendo la vida pasar. 
Consciente de que el oficio de recordar nada tiene que ver con voluminosos tomos de memorias ni con autobiografías complacientes y bisoñas, Gerardo Deniz (1934-2014) nos entrega un volumen donde lo que sobra es, desde luego, memoria, pero que desde el título ya se nota una mirada cínica y hasta explosiva: Paños menores.
Mediante 32 textos a caballo entre el ensayo, la estampa y dos que tres presentaciones, en Paños menores el autor decide saldar cuentas con su “creador” y contraparte individual de nombre Juan Almela, español en tránsito, químico y traductor; hombre de a pie, diríase. Por ejemplo, en “Niño Gerardo Deniz de la O” se burla de esa condición peregrina ibérica, endémica de su generación, empezando por él mismo: […] se me descubre devorando guajolote y piña en Veracruz. Mi siguiente cumpleaños es festejado en el nuevo parque del D. F., entre San Rafael y la colonia Cuauhtémoc. Mi gato atigrado se llama Chiquet. Alimentación: fabulosa. Despunta en Lupe la doble ene. […] Mi infancia, como la mayoría, no fue feliz. Interesante sí lo era. En este mismo texto, podemos encontrar también una sentencia deniciana como ésta: En adelante mi cunicultura exigirá doble ene. Y no es para menos, dado que en “Anónima” y “Veinte años después”, queda expuesta su experiencia con las mujeres, a las que el autor dedicará poemas y cuentos de peculiar historia a lo largo de su obra. 
Mientras avanzamos en la lectura de esta volumen en apariencia misceláneo, caemos en la cuenta de una cosa: sus “memorias” no son estrictamente cronológicas, sino en mero orden de aparición. Tal parece que Deniz se sigue saliendo con la suya, eludiendo una lógica de narración chata y entreviendo las cosas que le son gratas (o por lo menos interesantes) y otras menos atractivas, que, como el yogurt y el betabel, se les sigue probando para confirmar aversiones, como en el caso de la poesía de Jorge Guillén, el jazz y las trampas del mundo editorial (hoy día, coto de maxmordones –sabihondos a sueldo–). Respecto a las cosas gratas e interesantes, en Deniz sobresale su gusto por la música clásica, en parte gracias a un amigo con tocadiscos (“Calagurritano:”) y a la película animada Fantasía, a la que le dedica un texto sin pelos en la lengua. Sea como sea, todo se resume al párrafo inicial de “Series”: La lista de preferencias –obras, autores, personajes– parecen ser bien recibidas, sobre todo en los últimos tiempos. Estamos, como es bien sabido, en una época de inventarios y valoraciones, lo cual se presta inmejorablemente a exhibir nuestros pequeños y respetables gustos personales, y a confrontarlos con las apreciaciones deleznables de nuestros congéneres.
La impresión que Gerardo Deniz conserva sobre ciertos autores va del desconcierto a la admiración (y de regreso). Como le sucedió con Neruda, a quien describe de la siguiente forma: Sobre una especie de diván psicoanalítico pegado a la pared yacía un ajolote hipertrofiado, aunque sin simpatía ni branquias aparentes. Ignoro cómo iba vestido. Tenía en la mano un vaso de agua de Tehuacán. Bebía un poco y gargarizaba. Emanaban de él una inercia y un aburrimiento infinitos, en contraste con la inquietud de alrededor –todos sin sentarse y haciéndose crujir nerviosamente los huesos de las manos. A primera vista, a Deniz le importaba poco si el personaje de marras es idolatrado por las cosas, mucho menos si se volvía figura de culto (como sucedió con el propio Deniz una vez llegados los dosmiles), pero como buen químico que se precie de serlo (cuyas andanzas retrata a plenitud en “Ortega” y “Toscuento”) busca la sustancia de las cosas, es decir, su dinámica interna (llámese preceptiva o creación). Pero, si luego de conocerla no se toma partido alguno, se puede seguir adelante sin problemas.
Entre los aprendizajes consignados en este libro, digno son de notar los siguientes: Dante y Octavio Paz. Para con el primero, el tránsito de la aversión hacia la lectura dedicada definió un oficio de lector (¿o debería decir detector?) que a Deniz lo salvaba de la tolvanera crítica del momento. […] Con Dante me ocurrió, en grande, algo normal en mí: me es imposible deslindar lo que fue primera lectura, literaria o no, y lo que era el medio circundante. En muchos casos me es imposible establecer frontera: la obra y su momento –o momentos– tienden a entrefundírseme. Por supuesto, el “momento” de una obra suele remolcar otros libros, hasta el infinito.
Para el caso de Octavio Paz, Deniz realiza dos lecturas en paralelo: desde la trinchera del dato acucioso y en la orilla del admirable magisterio. “Salamandra” es ejemplo de la primera, donde el autor (navegante de diccionarios, como el inverosímil Tolhausen, a la postre su favorito) descubre un “fraude” paciano respecto a uno de sus poemas harto conocidos: […] emprendió, irresponsable, un poema sobre la salamandra, sólo para descubrir, después de seis palabras, que no tenía nada que decir. Entonces saqueó las riquezas del diccionario […]. Pero a diferencia de otras figuras (mal)tratadas en Paños menores, con Paz la crítica y el aprendizaje es de ida y vuelta. En “Crónica” así lo expresa: Acerca de Octavio Paz se ha escrito mucho y continuará escribiéndose por siempre; nunca faltará paño por cortar. […] mi encuentro con Paz, tanto más cuanto que, para mí, se trató asimismo del encuentro con la poesía, ni más ni menos. […] el afecto principal –¡para mí, se entiende siempre!– de mi descubrimiento de la poesía gracias a Octavio Paz fue animarme a escribir. A intentarlo, cuando menos, con asiduidad. (De Adrede a Erdera, se prolongó por más de cuarenta años… ¡Y lo que falta!)
¿Por qué leer Paños menores? Dentro del panorama memorialista y autobiográfico en las letras mexicanas, acercarse a un volumen así es la prueba fehaciente de que la memoria y la honestidad no están del todo enemistadas, aunque, a decir verdad, en la prosa de Gerardo Deniz (reunida ya en su totalidad por Fernando Fernández en De marras, de próxima aparición) destella más una honestidad consigo mismo que con los sujetos y hacia los hechos a los que hace referencia; heterodoxia y desquite de un personaje sin medias tintas en cuanto a su visión del mundo.
Si el arte de recordar sigue siendo difícil, como nos asegura Raymundo Ramos (nacido también en 1934, por cierto), no cabe duda que para Gerardo Deniz lo difícil no es hacerlo, sino serle fiel al desconcierto suscitado. (Para todo lo demás, ya ni las biografías… ¿Será?)

Gerardo Deniz. Paños menores. México, Tusquets, 2002. (Marginales)

(3/febrero/2016)

miércoles, 4 de mayo de 2016

Periférica y paralela

Ulises Velázquez Gil

Entre los apuntes que Albert Camus hiciera para su novela en proceso El primer hombre, se encuentra la siguiente sentencia: “La nobleza del oficio del escritor está en la resistencia a la opresión, y por lo tanto en decir que sí a la soledad”. Para los intereses del mundo actual, esta sentencia se vuelve deber ineludible, pues desde la soledad del escritorio, la libreta o la tablet, abordar los temas de nuestro interés es una forma de combatir a la opresión. Y mediante la forma del ensayo, es un arma de alcances inusitados. 
Ensayista de mirada periscópica, Ingrid Solana nos presenta Barrio Verbo, conjunto de veinticinco ensayos que abordan diversos temas, resultado de sus pesquisas por el arte, la memoria, pero sobre todo por el pensamiento, donde se permite dudar no para desconfiar de las cosas, sino para develar encuentros, inclusive milagros. Pero vayamos por partes.
Barrio Verbo se compone por diez secciones, cada una encabezada por un verbo en particular y una peculiar definición, derivada del “diccionario personal” de la autora: Viajar, Aprender, Oscurecer, Corregir, Iluminar, Comprender, Escribir, Dudar, Trenzar, Leer, Destruir, Comer, Permanecer. Venga un ejemplo: Sumergirse en la fascinación de la idea pero permanecer en suspenso ante su abismo y, por ello, carecer de certezas. Contemplar un espejo extraño que habla, por un instante, en lengua sacra. (“Dudar”)
Para el primer verbo, “Viajar”, se presentan dos lecturas del mundo, interior (“Tehuantepec”) y exterior (“Dirección Múltiple”). La primera es una crónica del principio del mundo, es decir, la matria de la autora: […] Emprendo un viaje. Los viajes son todos regresos. La gente cree que en los viajes sólo hay circunstancias nuevas, pero los viajes son situaciones viejas, engranajes pesados y antiguos, una especie de llamado ancestral y originario. Por eso alguien sólo es capaz de conocerse viajando. Por eso sólo somos capaces de recordarnos en las carreteras, en los aviones y en los autobuses que alejan de casa […]. Como los protagonistas de Viaje al principio del mundo de Manoel de Oliveira, se viaja hacia el origen (la casa de los abuelos, para el caso de la autora), cuyas costumbres y secretos la sorprenden y le recalcan una toral encomienda: que la memoria hable. (Sin embargo, no será la última vez dentro del libro, dado que más adelante, en “Comida negra”, redondea su vuelta al origen.)
En la segunda lectura de este apartado, “Dirección Múltiple”, se conduce por un elemento parte del paisaje cotidiano de la ciudad (el barrio, diríamos), imperceptible a primera vista: el esténcil. Con el esténcil sucede algo muy parecido al cine. No hay un filme original porque una película acontece cada vez que es proyectada. Los esténciles, por su parte, se encuentran en un escenario y dependen del entorno; ésta es su cualidad esencial. […] El esténcil dialoga con el entorno y se sostiene estéticamente por él […].
Respecto al segundo apartado de Barrio Verbo, “Aprender”, Ingrid Solana recurre a la forma por antonomasia del conocimiento: la conversación, pero en dos vías, periférica y paralela. Para la primera, sobre la relación maestro-discípulo entre Bertrand Russell y Ludwig Wittgenstein, cabe decir lo siguiente: La relación entre discípulo y maestro se disfraza de innumerables transferencias: tienen lugar porque están construidas bajo uno de los presupuestos centrales del análisis psicoanalítico: el diálogo. Pero la conversación entre amigos no es clínica, por eso es profundamente compleja. Cuando aborda la relación entre ambos filósofos, busca explicar el alcance de sus transferencias (intelectuales, acaso emotivas). Sobre la segunda, en torno a los Diálogos indios de Chantal Maillard, la autora se plantea una manera de soltarse dudas y transferirse varias certezas, según como se vea. De cualquier manera, ambas visiones son válidas para participar en el juego del mundo.
“Oscurecer” e “Iluminar”, aunque contrarias en nomenclatura, son secciones paralelas en cuanto a significado y coincidencias, cuando se trata de voltear la mirada. Detrás de la primera, dos presencias se vuelven reales, notorias, cuando son imperceptibles, mientras en la segunda, se iluminan cuando se ahonda dentro de sí. (Oscurecer para ser más claros, como el material de un rollo fotográfico.) Kafka y Sor Juana, una vecina de la autora y el fotógrafo Octavio Fossey transitan en el claroscuro de las reflexiones de Ingrid Solana, en un afán incluso dialéctico.
“Corregir”, “Comprender” y “Escribir” son, a mi parecer, los apartados –las calles, diría– más importantes de Barrio Verbo, porque convergen hacia el ancho y ajeno camino del escritor, los cuales, sea como sea, coinciden en justipreciar su figura y misión: El escritor es un cirujano de alto nivel. Cuando se concluye un texto literario se toman todos los instrumentos quirúrgicos para emprender todas aquellas disecciones pertinentes. Corregir un texto es, inicialmente, un proceso de intervención doloroso. […] Pero el texto habla, grita, pide auxilio. (“Intervenir”); La generosidad del maestro radica en que sus consejos no son para escribir mejor, sino para soportar la existencia y gozarla. (“Tirana entrañable”); ESCRIBIR: verbo intransitivo que se ejecuta en sí mismo. Significa que el sujeto que enuncia está fundido con lo que escribe; no hay separación entre el cuerpo y su tarea; todo sucede en ese ligero vórtice que transita de la ficción a la vida recorriendo los peldaños lentamente. (“El cuerpo escribe”) En una palabra, se trata de soportar la existencia. Aparte de borronear unas cuantas hojas, se escribe para descargar nuestras obsesiones, cuando el mundo ya no se presta a juego. (No por nada, E. M. Cioran sólo agarraba la pluma cuando sentía deseos de pegarse un tiro…)
Y respecto al apartado “Leer”, Ingrid Solana se enfoca en un acto sumamente crucial para el escritor como para quien lee: el acto de subrayar. Todo lector asiduo intuye que cada lectura, aunque se lea el mismo libro dos o tres veces, es particular y obedece a sus propias leyes. […] El subrayado, así, configura la intimidad entablada en un libro. Si el libro no nos gusta tanto, es posible que los subrayados sean esporádicos o nulos. Pero si sucede a la inversa, nos sorprenderá descubrir que cuando leímos la primera vez, subrayamos pasajes cuya señalización, en un segundo momento, nos resulta extraña y ajena. Desde los subrayados dentro del texto hasta el paso de las polillas sobre el papel, no cabe duda que ese texto adquiere otro significado, fuera de aquel postulado barthesiano, “el texto me desea”, tal y como sucede con las anotaciones en los libros de la biblioteca personal de Julio Cortázar, mencionado brevemente en “Intervenir”.
Con todo, ¿qué ocurre en el Barrio Verbo? Nos encontramos ante una selección de ensayos que retoman una línea y un estilo hoy relegados al predominio del paper académico (que entre más citas a pie de página, más contundente, se supone). Autopista y libramiento, y bajo una mirada periférica y paralela, el ensayo va de principio a fin hacia el tratamiento de un tema, permitiéndose escalas necesarias, girar en círculos, desviarse, inclusive volver a domicilio conocido.
Dentro del panorama actual del ensayo mexicano contemporáneo, Barrio Verbo de Ingrid Solana tiene en Ausencia compartida de Marina Azahua a su indiscutible compañero de viaje (a semejanza de las protagonistas de Mulholland Drive de David Lynch, influencia notable en sendas escritoras, cabe decirlo), en justo paralelo con sus lecturas, inquietudes y dudas, pues éstas, después de todo, crean, descubren y transforman, comenzando por quienes las suscitan. (Así sea.)

Ingrid Solana. Barrio Verbo. México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2014 (Fondo Editorial Tierra Adentro, 508).

(20/enero/2016)