Ulises Velázquez Gil
En sus Enseres
para sobrevivir en la ciudad, Vicente Quirarte sostiene que
cuando el acto de escribir conlleva una periodicidad obligada, es preciso
hacerse de un cuaderno para cumplir con ese cometido. Entre los accesorios
indispensables del escritor consumado, como del aspirante a serlo, un cuaderno
siempre es de gran ayuda. Sin embargo, muchas de las cosas allí plasmadas no
suelen mostrarse a la luz de un posible lector, sino que se quedan para
“consumo interno” de su autor. Desde el diario persona hasta la bitácora de
viaje, cada cuaderno tiene su propia razón.
Viajera
incansable por los senderos de la escritura, Esther Seligson (1941-2010) nos
entrega, a guisa de obra póstuma, Escritos
a mano, antología compuesta por apuntes de viaje, fragmentos de diario,
crónicas, poemas, incluso una serie de artículos de análisis sobre el conflicto
en Medio Oriente, particularmente centrados en Jerusalén: crisol de culturas,
punto de quiebra.
Escritos
a mano se compone por
cuatro partes: aquella que da título al libro, “Jerusalem”, “Reflexiones de un
perplejo” y un “Diario de viaje al Tíbet”. En el primero se conjuga por entero
el prístino destinatario de la escritura, es decir, hacia sí mismo, donde vale
más significarse que justificarse. Veamos algunos ejemplos: Lo que sé y soy ha sido volcado en todo
lo que escribí, en las clases que impartí, en el diálogo con aquellos
interlocutores que me han acompañado durante un trayecto de sesenta y ocho
años. Vivo bajo la máxima de “querer es poder”, pero acepto el Azar, el llamado
Karma,
el Goral,
no como un determinismo ciego sino como la conciencia de que la libertad de
elección es intrínseca a los seres humanos, según afirma el Pirké Avot:
“Todo está previsto, pero el hombre tiene libre albedrío”.
Al momento de leer esta sentencia –agrupada bajo el
apartado “Cicatrices”– tiene un cierto resabio de E. M. Cioran (filósofo rumano
traducido por Seligson en algún momento de la vida): “Lo que sé a los sesenta
años, ya lo sabía a los veinte. Cuarenta años de un largo y superfluo trabajo
de comprobación”. Sin embargo, para ella comprobar menos que parecer superfluo,
es necesario, incluso si de entrar en “Soliloquios” es preciso: Yo regresé a Itaca por mi voluntad aunque
ahí nadie hubiese llorado mi ausencia, volví por puro cansancio de tejerme
esperas, inventarme islas y sirenas, volví para no perderme en recuerdos –los
propios y los ajenos– y andar náufrago recogiendo escombro de un barco no
abordado (Quede evidente en este fragmento la
necesidad de plasmar las dudas, las experiencias en un cuaderno.)
Para la segunda sección, “Jerusalem”, Esther
Seligson cumple un destino de acuerdo a su formación dentro de la cultura
judía: viajar a Jerusalén, al menos una vez en la vida; pero su visión de esa Jerusalén dorada sólo puede compaginarse con otro punto de origen, el lugar de
nacimiento de la autora, la Ciudad de México: ¿A dónde quiero llegar con estas
comparaciones, semejanzas y correspondencias? Al lugar de mi escritura, al
sitio donde la impronta de todas las ciudades santas que he recorrido hasta
ahora se entrelacen como los ecos que me recorren, con la Palabra, lugar donde
todos los exilios culminan […] pues la escritura es la única Tierra
Prometida que le espera al escritor, y el Libro la única ciudad santa que le da
cobijo.
Dos visitas a Jerusalén merecen igual atención en
este apartado: 1981-1982 y 1993-1995. En ambos tránsitos observa que el
movimiento propio de esa ciudad es el termómetro de la situación predominante
(y todavía presente, cabe decirlo) en Medio Oriente. En la primera escala
prosigue el camino de la fe (Jerusalem
es un espacio poblado de plegarias, materialmente poblado de plegarias: no se
trata de una metáfora) mientras que en la segunda
apela al cuidado de un legado (Necesidad
de preservar la identidad, más que la individualidad. Es decir, de preservar la
memoria.) El corazón y el cerebro, motores de una
escritora franca y certera.
En “Reflexiones de un perplejo”, Seligson se enfoca
en escribir un tema muy delicado (y con el hígado, recordando a Edmundo
O’Gorman): la situación política de Israel en los últimos meses de 1982. (33
años después, no pintamos nada.) Las
diferencias entre árabes y judíos parten tanto de su concepción del mundo como
de la forma en que la aplican y la viven. Unos y otros han estado impuestos a
verse enemigos y antagonistas (y hablo de las masas, excluyendo a propósito los
periodos de mutuo intercambio y florecimiento intelectual) ya desde su origen
bíblico como hijos de Abraham. Hermanos por la raíz, son, al parecer, ramas
inconciliables.
Sin ser del todo una analista en temas
internacionales (como los que abundan en los noticiarios, muchos de ellos,
verborreicos francotiradores que tiran a diestra y siniestra), es enfática
respecto a los problemas de raíz entre palestinos (árabes) e israelíes
(judíos). Sin terminajos ni nomenclaturas forzadas, su visión se resume en una
sola palabra: comprensión mutua. (Asignatura todavía pendiente, ¿no creen?)
Tanto “Escritos a mano” como “Jerusalem” cuentan
con una notable peculiaridad: la poesía, puesto que la segunda mitad de cada apartado se compone por poemas de
diversa forma (del verso libre al soneto) y fondo (paisajes, viñetas,
instantáneas); recurso, habría que decir, para librarse de que la realidad lo
rebase a uno, donde todos los silencios dichos entre líneas se vuelven
respuestas necesarias, inclusive hasta buscadas de frente y vuelta.
Por último, “Diario de un
viaje al Tíbet” prosigue el itinerario de fe con que Esther Seligson se lanza
en su búsqueda de sentido, donde sin mayor problema asume su destino como
escritora, es decir, para forjarse de encuentros:
[…] Todas las personas que encontramos
fueron instrumento para transmitirnos SU mensaje, una lección-espejo de
nuestros deseos, impulsos, aspiraciones de Absoluto… (Paréntesis aparte:
mientras me sumergía en la lectura del libro que hoy nos ocupa, recordé una
canción del grupo chileno Makaroni, cuya letra dice lo siguiente: “En blanco he
quedado,/ desaparecer/ del cuerpo y del tiempo,/ del aire y su poder”. Pienso
que quien busca su sentido dentro del mundo que se vive y que le rodea, es
preciso desaparecer, olvidarse de
cualquier nomenclatura y decirse las cosas por vez primera; así, el mundo no
nos rebasará del todo.)
En suma, Escritos a mano, además de ser el “testamento” de una escritora
non, de ágil pluma y suspicaz por convicción, es un volumen de vital ayuda para
sacudirse las presiones de la realidad, en aras de desafiar a la inercia que todo lo permite y obstaculiza, porque la
vida se conoce mejor desde la mirada de quien la buscaba a diario; que esta
miscelánea abra puertas y construya puentes para no creerse lo primero que se
piensa. Ya desde el propio título del libro se busca el conocimiento de primera
fuente, como escrito a mano, a vuelapluma.
En la vida como en la
lectura, reside en ustedes, gratos lectores, confirmar estas claves, o crear
otras rutas en busca de éstas. (Así sea.)
Esther
Seligson. Escritos
a mano. México, Jus/ Universidad
Autónoma de Nuevo León, 2011 (Contemporáneos).
(4/enero/2016)