Ulises Velázquez Gil
Hace algunas semanas, y en vista de
regresarle a este espacio en línea la vida que le fue robada por consecutivos
ataques cibernéticos, le di un tiempo fuera a mi otro espacio virtual con la
esperanza de recobrar fuerzas y así afrontar el tiempo presente y futuro como
parte de un aprendizaje al que debe someterse el columnista en línea. (A decir
verdad, quitarme un peso de encima al momento de hacer mis columnas siempre es
de gran ayuda ¿no creen?)
Sin embargo, hay pausas
–sucedáneas o no– que sólo vislumbran una nueva época, donde ajustamos cuentas
con la vida y seguimos adelante pese a todo. Así sucede con Solsticio de infarto de Jorge F,
Hernández, libro de reciente factura, quien luego del delicado episodio
referido en el título, reafirmó su pasión por la vida y le sigue ganando muchas
batallas al tiempo mediante su legendaria columna Agua de azar, que hasta hace unos meses se publicaba con
regularidad.
Solsticio
de infarto se compone por
73 artículos, cuyos intereses, además de dar cuenta de la vida que se escapa de
las manos, es un arreglo de cuentas de Jorge F. Hernández con el hombre que fue
antes del infarto, sin mermar en absoluto su curiosidad y afecto por las cosas,
los libros y las personas con quienes conversa y convive a diario, según la
máxima de Baltasar Gracián sobre los tipos de conversaciones que el ser humano
realiza en la vida. El lunes 13
de junio pasado sufrí literalmente un infarto mayúsculo del que me salvé de
milagro; durante casi una hora, la vida se detuvo quieta y los minutos se
convirtieron en la pausa más larga posible… para que hoy intente escribirlo y
asumir que, en realidad, he vuelto a la vida que deberá alargarse con cada
cambio de estación en un nuevo trayecto donde no dejaré sin consideración todo
aquello que apenas hace una semana dejaba pasar desapercibido.
Si vemos esta circunstancia
de Jorge F. Hernández desde el prisma de la medicina, quedaron atrás los días
de cafés con alto octanaje y cajetillas de altos vuelos, pero si lo vemos desde
la mirada del cariño y de la “amistad a primera vista”, las lecturas anuales de
El Quijote a guisa de generosa manda
anual y el encuentro con la vida de todos los días dieron (y siguen dando) un
segundo, un tercero y hasta un enésimo aire a un escritor con muchas cosas por
dar, empezando por el enorme corazón con que Alejandro Magallanes lo dibujara
para la portada del libro. Hay
días en que se abre el telón de la realidad con el mismo silencio de siempre,
pero a la espera de empezar la redacción cotidiana con historias –propias o
ajenas– que se van redactando conforme avanzan las horas; uno asume entonces la
lectura de sus días con la combinación de la propia redacción de sus murmullos
y tribulaciones, así como con escuchar lo que nos cuentan los demás.
Charles Dickens y su
Christmas Carol, Mark Twain, el Quijote, Carlos Fuentes (con todo y Aura), Alí Chumacero, John Lennon, Woody
Allen y hasta Los Picapiedra aparecen
ante él de grata e inusitada forma, con que también lo hacen Carla Bruni, Julián
Meza, Eliseo Alberto –el gran Lichi,
su hermano del alma– e inclusive los ingeniosos y geniales Santiago y
Sebastián, sus hijos, a quienes dedica sendas y generosas líneas como padre que
es y amigo que siempre será: Tus ojos
deben mirada hoy un mundo mejor por encima de tanta mala noticia y ver la
felicidad con la que te miran tus abuelos y tantos fantasmas que quién sabe
cómo lo hacen, pero logran ser los callados justos que te cuidan y dan sosiego.
Tienes todos los libros por delante, toda la música infinita con el mismo
número de notas que llevamos siglos tarareando y todo el cine donde prolongan
tu imaginación y bailan en pareja. Tienes la memoria intacta y el cuerpo ya
forjado para resistir las embestidas de esto que llamamos vida. (Paréntesis
aparte: Si le encontráramos un símil a este significativo fragmento, sería Beautiful boy de John Lennon su gemelo
dispar.)
En los 73 artículos, bien
vale mencionar un hilo conductor: la experiencia adquirida desde la trinchera
de los cincuenta años. (La “mitad de la vida”, si se permite decirlo…) Todo
parece indicar que Jorge F. Hernández tiene mucha vida para compartir con los suyos, es decir, quienes conversamos y
convivimos con él, en espera de otros cincuenta años de juventud ejercida y,
por qué no, de nuevas experiencias al aire.
Dentro de su obra
periodística, repartida entre tanta Agua
de azar, su primera antología, Signos
de admiración, es una suma de personajes eminentes, maestros al lado del
camino; mientras que Escribo a ciegas
destella como un recíproco repertorio de querencias. Para el caso de Solsticio
de infarto se condensan los espíritus de los volúmenes previos: patria del
corazón donde albergar nuestras presencias, e, igualmente, matria de palabras
con que asir el tiempo fugitivo. (De
jueves a jueves parecería que la historia del mundo cabe en el aletargado paso
de las horas ya sin horario.)
Entre los artículos de este
libro, se encuentra una faceta inusitada de Jorge F. Hernández tanto para
quienes lo leen por vez primera como para sus amistades y gratas presencias
lectoras: la de dibujante. Son contados los casos de escritores que dibujan
–Xavier Villaurrutia, Carlos Fuentes, Fernando del Paso, por mencionar algunos–
cuya maestría en la escritura sólo se reafirma cuando se traspasa los linderos del
dibujo. La Libreta de Oaxaca,
incluida en esta edición, es apenas una mínima muestra del ingenio y la
sorpresa trazados en sus leales libretas moleskine color obispo. (Se diría,
incluso, que hay ecos del Gato Culto
de Paco Ignacio Taibo I en las frases que acompañan a cada dibujo, pero, dado
su oficio de Scherezada, son sólo invitaciones para viajar por la ficción en business class.)
Con todo, Solsticio de infarto es una suma de inquietudes convertidas en artículo semanal,
para hacerle frente a una vida imperiosa y falaz que intenta jugarnos sucio,
sea en la traición de un infarto, sea en el desconcierto de una decisión
anunciada, y en el empeño de ganar la “guerra con las cosas” (suscribiendo el
título de una canción de la chilena Fakuta), digno es hallar la maestranza de cada día y seguir adelante
con la vida; para ello (y donde persiste sobremanera el deseo ferviente de
Jorge F. Hernández), la única salvación se encuentra en los libros, como este
maravilloso volumen a la espera de cambiar vidas y asegurar milagros: para ser
libre con la vida, después de todo. (De verdad.)
Jorge
F. Hernández. Solsticio de
infarto. Prólogo de Juan Villoro. México, Almadía, 2015. (Crónica)
(18/marzo/2015)