Ulises Velázquez
Gil
Reza
el lugar común que todo libro es, en sí, un viaje o, al menos, la invitación
para hacerlo; sin embargo, cuando se está en un solo lugar, hay momentos y/o
circunstancias que motivan el mejor de todos los viajes: aquél que se realiza
al interior de la alcoba, frente a una ventana abierta.
Un sincero habitante de aquella
habitación, de nombre José Saramago, portugués para más señas, sale a la
ventana y nos entrega, en El equipaje del
viajero, los resultados de mirar al mundo desde su propia alcoba, de donde
regresa lleno de nuevas impresiones. (Y algunas postales, desde luego…)
El
equipaje del viajero se compone por cincuenta y nueve crónicas, publicadas
por vez primera para el periódico A
Capital y para el semanario Jornal
don Fundão, entre 1971 y 1972, sendas publicaciones lisboetas; en dichas
crónicas, Saramago repasa al mundo en varias pinceladas, de donde extrae con
asombro y cierta incertidumbre, elementos que nos recuerden el oficio de lo
cotidiano, es decir, aquel donde se resuma la vida misma.
Desde la búsqueda de la primera
prosapia, pasando por el medidor social de los comensales en un restaurante,
hasta el trabajo de creación de un escultor en su taller, Saramago no ceja en
buscarle a la realidad alguna razón para persistir en la memoria, ni mucho
menos mostrarle al lector sobre sus inusitados hallazgos en un libro, los
museos de Europa e inclusive las calles que le conducen hacia su trabajo. Y
aunque en ocasiones recurra a la invención con el afán de poner en suspenso a
su (probable) lector, siempre retoma el hilo de su crónica y su preclara
intención -la que su artículo y tema decidan en conjunto- se cumple a cabalidad al término del texto.
Paréntesis aparte: algunos
escritores, en su inagotable empeño de escribir esa gran novela que lleva tanto
tiempo hirviendo en sus venas, pero que ven aún lejana su intención de
materializarse en papel con caracteres de imprenta, recurren al artículo
periodístico para soltar la mano y así poner las ideas en orden, mientras llega
el momento indicado para la ficción, claro está; aunque el propio Saramago
contaba en su haber con varias novelas publicadas antes de los años setenta, el
diario ejercicio de la crónica le ayudó para que sus novelas harto conocidas
finalmente se materializaran y, por ende, la senda que lo condujo hacia el
Premio Nobel de Literatura en 1998.
Ante todo esto, El equipaje del viajero tiene una señera finalidad: presentarnos
varias historias que suceden allá afuera, bajo la ventana desde donde osamos
contemplarlas, porque hay historias que se escapan de la memoria mientras nos
dignamos en vivir el día, con todo y sus respectivas variaciones. Y si lo
hacemos mediante el estilo franco, desenfadado y soñador que bien distingue a
José Saramago, acabamos descubriendo que la vida es siempre otra cosa, aun
vista desde la misma ventana: eso sí, dicha con distintas palabras. Después de
todo, un viaje así se desea con fervor, con y sin equipaje. (¡¡Buen viaje!!)
José Saramago. El equipaje del viajero. Trad. de Dulce
María Zúñiga. México, Universidad Nacional Autónoma de México/ Universidad de
Guadalajara, 1994. (Rayuela. Internacional)
(14/octubre/2011)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario