miércoles, 7 de enero de 2015

Palabras desde una ventana

Ulises Velázquez Gil

Reza el lugar común que todo libro es, en sí, un viaje o, al menos, la invitación para hacerlo; sin embargo, cuando se está en un solo lugar, hay momentos y/o circunstancias que motivan el mejor de todos los viajes: aquél que se realiza al interior de la alcoba, frente a una ventana abierta. 
            Un sincero habitante de aquella habitación, de nombre José Saramago, portugués para más señas, sale a la ventana y nos entrega, en El equipaje del viajero, los resultados de mirar al mundo desde su propia alcoba, de donde regresa lleno de nuevas impresiones. (Y algunas postales, desde luego…)
            El equipaje del viajero se compone por cincuenta y nueve crónicas, publicadas por vez primera para el periódico A Capital y para el semanario Jornal don Fundão, entre 1971 y 1972, sendas publicaciones lisboetas; en dichas crónicas, Saramago repasa al mundo en varias pinceladas, de donde extrae con asombro y cierta incertidumbre, elementos que nos recuerden el oficio de lo cotidiano, es decir, aquel donde se resuma la vida misma.  
            Desde la búsqueda de la primera prosapia, pasando por el medidor social de los comensales en un restaurante, hasta el trabajo de creación de un escultor en su taller, Saramago no ceja en buscarle a la realidad alguna razón para persistir en la memoria, ni mucho menos mostrarle al lector sobre sus inusitados hallazgos en un libro, los museos de Europa e inclusive las calles que le conducen hacia su trabajo. Y aunque en ocasiones recurra a la invención con el afán de poner en suspenso a su (probable) lector, siempre retoma el hilo de su crónica y su preclara intención -la que su artículo y tema decidan en conjunto- se cumple a cabalidad al término del texto.
            Paréntesis aparte: algunos escritores, en su inagotable empeño de escribir esa gran novela que lleva tanto tiempo hirviendo en sus venas, pero que ven aún lejana su intención de materializarse en papel con caracteres de imprenta, recurren al artículo periodístico para soltar la mano y así poner las ideas en orden, mientras llega el momento indicado para la ficción, claro está; aunque el propio Saramago contaba en su haber con varias novelas publicadas antes de los años setenta, el diario ejercicio de la crónica le ayudó para que sus novelas harto conocidas finalmente se materializaran y, por ende, la senda que lo condujo hacia el Premio Nobel de Literatura en 1998. 
            Ante todo esto, El equipaje del viajero tiene una señera finalidad: presentarnos varias historias que suceden allá afuera, bajo la ventana desde donde osamos contemplarlas, porque hay historias que se escapan de la memoria mientras nos dignamos en vivir el día, con todo y sus respectivas variaciones. Y si lo hacemos mediante el estilo franco, desenfadado y soñador que bien distingue a José Saramago, acabamos descubriendo que la vida es siempre otra cosa, aun vista desde la misma ventana: eso sí, dicha con distintas palabras. Después de todo, un viaje así se desea con fervor, con y sin equipaje. (¡¡Buen viaje!!)      

José Saramago. El equipaje del viajero. Trad. de Dulce María Zúñiga. México, Universidad Nacional Autónoma de México/ Universidad de Guadalajara, 1994. (Rayuela. Internacional)

(14/octubre/2011)

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