miércoles, 14 de enero de 2015

La honestidad nunca prescribe

Hace quince años, tomé una de las decisiones más impactantes de mi vida lectora: dejar de comprar (y de leer) la revista Proceso. Al no ver en la portada el nombre de su director, Julio Scherer García, perdió para mí todo interés y se volvió una revista más para quien esto escribe. Hace unos días, y aún presente la triste noticia del fallecimiento de su fundador, rompí un veto de tres lustros y compré el respectivo número de homenaje, el cual terminé de leer hace ya unas horas.

Todas las razones de mi abandono a Proceso (que defendí a capa y espada durante década y media), desaparecieron una vez que leí los artículos, anécdotas y remembranzas en torno a la figura de Julio Scherer y del ambiente que se vivía en Fresas 13, domicilio de la publicación. Viví en el error: desde su salida de la dirección hasta el final, don Julio siempre estuvo al pendiente de sus colegas, desde el reportero de reciente ingreso hasta el actual director, Rafael Rodríguez Castañeda. Entre reuniones del consejo de administración, visitas relámpago a la redacción y comidas semanales con sus pares del periodismo, para todos tenía una palabra de aliento (acompañada por un apapacho en la espalda y hasta un fuerte abrazo), un consejo infalible y un regaño certero. En pocas palabras, generoso, humilde y caballero.

Para un lector de a pie, como el que pergeña estas líneas, con sólo escuchar el nombre de Julio Scherer la primera imagen que viene a la mente es la de un defensor de la palabra escrita, con un olfato bien afilado (cualidad del buen reportero) y un amor al detalle (virtud del buen escritor). El primer trabajo suyo que leí fue aquella famosa entrevista a Octavio Paz (recién releída una vez cumplido su centenario) y me sorprendió la manera cómo cuestionaba al poeta sobre diversos temas, que todavía hoy persisten en ser atendidos.

Después de leer el número especial sobre Scherer, y descubrir muchas aristas de su presencia en el medio periodístico, digno es asumirse recipiendario, como el señor Pereira creado por Antonio Tabucchi, de una misión importante: no ser indiferente a las circunstancias que nos rodean. De una u otra forma, sabremos enfrentarlas como se debe, y sean dos, tres, diez, cuarenta y tres, cien razones, las que sean, mientras brillen la honestidad y la pasión, lo demás vendrá por añadidura.

Ahora que don Julio se encuentra en otra dimensión entrevistando a quien ustedes gusten nombrar, queda en nosotros acercarse a su vida, obra y milagros, y con la lectura del número 1993 dedicado a su memoria, qué mejor manera para ello. (Por otro lado, su hija María -también periodista- hizo un maravilloso retrato suyo hace varios meses en Letras Libres; confiemos que sea el "arranque" de una justa y generosa biografía, misma que leeré a la primera oportunidad.)

Queda mucho por decir sobre Julio Scherer y Proceso. Dejemos que el tiempo haga lo suyo y confirme tantas cosas que, por una u otra razón, sostuvimos o dejamos de defender. Una cosa sí es segura: la honestidad nunca prescribe. (Y nada más.)

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