lunes, 22 de diciembre de 2014

Una mirada periférica

Ulises Velázquez Gil

Se dice que cada quien es “hijo de sus obras”, es decir, por buenas o por malas que éstas hayan sido, sus consecuencias y resultados asumimos por entero. Para quienes hacemos de la escritura una forma de confrontarse con el mundo, digno es hacer un alto en el camino y poner las cosas un poco en orden y así seguir adelante con nuestras andanzas y maestranzas.
Un atípico escritor francés (hoy día, flamante Premio Nobel de Literatura), Patrick Modiano se sumerge en una tarea tan exhaustiva como apasionante a través de la novela: contar su vida, no con la pretensión de una autobiografía, sino justipreciar su lugar en el mundo, y esta acción, desde la trinchera de las letras, se vuelve una interesante empresa.
A lo largo de cinco partes, Un pedigrí es una novela que pasa revista a los ambientes donde se dio el nacimiento y ulterior desarrollo del futuro escritor; a lo largo de la narración, resuenan en la memoria nombres diversos, escenarios que, a primera vista, no pasarían de la mención enciclopédica, pero que en la petite histoire de Modiano son necesarios, diríase que indispensables. Que el lector me disculpe por todos estos nombres y los que vendrán a continuación. Soy un perro que hace como que tiene pedigrí. Mi madre y mi padre no pertenecen a ningún ambiente concreto. Tan llevados de acá para allá, tan inciertos que no me queda más remedio que esforzarme por encontrar unas cuantas huellas y unas cuantas balizas en estas arenas movedizas, igual que nos esforzamos por completar con letras medio borradas una ficha de estado civil o un cuestionario administrativo.
Como en toda vida digna de contarse, los personajes de Modiano aparecen y desaparecen como figurantes de un escenario inmenso, a excepción de tres fundamentales: el autor y sus propios padres, ambos en recíproca relación con el primero, y las personas que giran en la órbita de cada uno, funcionan a manera de enlaces con el mundo de allá afuera. Dos mariposas extraviadas e inconscientes en una ciudad sin mirada. […] Pero qué le voy a hacer, ése es el terruño –o el estiércol– de donde vengo. Estos retazos de sus vidas que he reunido lo sé sobre todo por mi madre. Muchos detalles referidos a mi padre se le escaparon, el turbio mundo de la clandestinidad y del mercado negro donde se movía por la fuerza de las cosas. Ella no supo casi nada y él se llevó sus secretos consigo.
Dicen que el infortunio o el grato azar acercan a dos desconocidos, sin importar sus vidas previas, y doblemente si éstas son tan disímiles y algo fugitivas como el tiempo mismo. Por un lado, la trayectoria de su padre se conformaba de claroscuros y pruritos (su condición judía y la mala fama de los apellidos italianos en la posguerra), viviendo siempre a salto de mata, entre negocios de dudosa acción. Albert Modiano (o Henri Lagroua) vivía al día, de milagro, en una suerte de lotería jugada con los mismos números, sin otra ganancia que el error y la experiencia. Sin embargo, le da a su hijo una importante lección: Una noche […] mi padre me dijo una frase que, sobre la marcha, no entendí demasiado bien, una de las pocas confidencias que me haya hecho nunca: “Nunca hay que descuidar los detalles pequeños… Yo, por desgracia, siempre he descuidado los detalles pequeños…” Pero en donde el señor Modiano era muy enfático era en el deseo ferviente que su hijo llegara a estudios superiores: A mi padre le habría gustado que fuera ingeniero agrónomo. Opinaba que era una carrera con futuro. Si le daba tanta importancia a los estudios era porque él no había estudiado y era hasta cierto punto como esos gángsters que quieren meter a sus hijas en un internado para que las eduquen las hermanitas.    
La vida de su madre, por otro lado, corría entre bambalinas y extensas giras artísticas por Francia y el extranjero; como si la propia vida no le bastara, la madre del joven Patrick buscaba otra manera de vivir todas las vidas imposibles. En enero de 1962 una carta de mi madre […]: “No te he llamado por teléfono esta semana. No estaba en casa. El viernes por la noche fui al cóctel que dio Litvak en el plató de su película. También he ido al estreno de la película de Truffaut Jules et Jim y esta noche voy a ver la obra de Calderón en el TNP… Me acuerdo de ti y sé que estudias mucho. Ánimo, querido muchacho. Sigo sin arrepentirme de haber dicho que no a la obra con Bourvil […]
Entre las vidas al límite de sus padres, sobresalen los deseos propios y las inquietudes de hacer una vida sin tantas complicaciones, pero… ¿qué vida no las tiene?; así como su padre se embarca en nuevos negocios al margen del tiempo, la ley y hasta la geografía, y su madre interpreta papeles en escenarios tan disímiles, el joven Modiano encuentra su pasión por la vida en la literatura, en leerla, primero, para después escribirla. No es gratuito que a lo largo de la novela haga revista de todos los libros leídos por obra y gracia del azar, las bibliotecas de provincia, los amigos de sus padres, el padre Accambray –su profesor de francés en el liceo– y hasta de los robos a casa habitación por una urgente necesidad monetaria, hicieron mella en su carácter y lo conducirían por el camino de la escritura: En cuanto empecé a escribir, nunca volví a robar nada. También mi madre, pese a su habitual altanería, birlaba a veces algunos artículos “de lujo” y de marroquinería en las secciones de La Belle Jardinière o en otras tiendas. Nunca la pillaron con las manos en la masa. (Si se me permite el símil policial, de la reconstrucción de los hechos a la vuelta al lugar del crimen las palabras hacen la diferencia.)    
Carlos Pellicer, poeta y viajero, expresó en alguno de sus poemas un deseo juvenil: “Tengo 20 años y creo que el mundo ha nacido conmigo”. No dudaría por mucho en que el joven protagonista de Un pedigrí suscribiría también esa inquietud, sin embargo, no era tan fácil en realidad: Estábamos saliendo de un túnel, pero no sé de qué túnel. […] ¿Era acaso la ilusión de los que tienen veinte años y creen, una generación tras otra, que el mundo empieza con ellos? Aquella primavera el aire me pareció más liviano. Y no es para menos, puesto que otro tiempo menos ajetreado (pero no carente de taras y pruritos) se avecinaba para el futuro escritor.
¿Por qué leer Un pedigrí? A la primera de cambios, para conocer de primera fuente a un narrador sin par, en quien la memoria es solamente un instrumento para crear nuevas historias que nos devuelvan el pasado que se escapó tras una pesada sombra, así también compartirnos algo del presente y sus sorpresas (como Catherine, niña protagonista de otra novela del escritor francés); una mirada periférica por una época pródiga en breves encuentros y notorias discrepancias, que por economía del lenguaje llamamos brecha generacional. Y en esos avatares, Patrick Modiano tiene muchas historias que contar, y ésta es sólo el principio. (Quede la sugerencia.)  

Patrick Modiano. Un pedigrí. Trad. de María Teresa Gallego Urrutia. 2ª ed. Barcelona, Anagrama, 2014 (Panorama de Narrativas, 684).

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