lunes, 24 de noviembre de 2014

Equipaje de mano

Ulises Velázquez Gil

“Estoy en una guerra con las cosas, no me importa el camino y menos dónde voy…”, dice una canción de la chilena Fakuta. Para quienes hacemos de la literatura un campo de batalla, aquellas líneas describen una condición ineludible, sin embargo, otras son las circunstancias donde esa “guerra” se pierde por ausencia u omisión. 
Para Marina Azahua, historiadora de las cosas y cronista de imágenes fugitivas, esta empresa no está del todo perdida y para muestra, basta su primer libro: Ausencia compartida. Treinta ensayos mínimos ante el vacío, suerte de museo o de inventario del tiempo que se va. Cuando el autor aspira a generar una vivencia ensayística en el lector, desarrolla una empresa que no sólo se basa en la transmisión de información. El ensayo busca transformar algo dentro del lector, retorcer tripas, apelar al elemento perceptivo, emocional, que convertirá a la reflexión teórica en poesía crítica. (Mejor forma literaria para ese empeño no puede haber…)
Cada ensayo se conforma por dos partes (Lado A y Lado B), como las caras de un elepé o un cassette. Mientras la parte A apela al ejercicio estético u óptico, la B, por otro lado, se adentra en la reflexión y la crítica. Veamos estas condiciones en el texto “Luces” a guisa de ejemplo: Cuando se camina, las huellas brillan. Las olas rompen, y a lo largo del borde del agua se iluminan ciudades (Lado A); […] Existen cosas demasiado intensas como para poderse tocar. Se les debe mantener a una sabia distancia, para que no se consuman y extingan con gran velocidad. El asombro en su forma más pura nos mataría (Lado B).
Entre las cosas que revisa Marina Azahua en esta galería de ensayos, se cuentan fotografías, cuadros, instalaciones, inclusive películas y libros, tal es caso de Taller de taquimecanografía, empresa palimpséstica a ocho manos de Aura Estrada, Gabriela Jaúregui, Laureana Toledo y Mónica de la Torre, sobre la que asegura lo siguiente: Escribir parece sólo escribir, hasta que uno cambia de herramienta. Basta con imaginar el público tal limitado que tendría hoy en día un texto escrito en taquigrafía para darse cuenta de que aquél se ha tornado un lenguaje secreto en la actualidad. Como el texto taquigráfico al que hace referencia, no todos los objetos nos develan su misterio a la primera de cambios, sino que nos sumergen dentro de ellos y así conocer mejor su materia prima o las sinrazones de su presencia; en portavoz de sus intenciones, si se permite decirlo. 
Para el caso de la fotografía, tópico predominante en la mitad del libro, la autora es enfática en recalcar su papel testimonial, a su vez que justiprecia tantos los instrumentos de su creación como las circunstancias posteriores a su acción. Aunque la cámara sea –en apariencia– la misma, no así la historia secreta de esa fotografía en turno. La cámara ha contribuido a una deformación similar en nuestra percepción; el tiempo ha dejado de ser medida de la realidad en un mundo donde podemos congelar un instante. De mil formas la fotografía ha afectado el tiempo-espacio tanto como volar. Ahora imaginemos qué sucede cuando las dos cosas se combinan: la vista desde el cielo desencaja la manera de mirar.
Desde las fotografías de Tina Modotti y Graciela Iturbide hasta las polaroids de Mike Brodie y las photomaton de Andy Warhol, pasando por una postal del sitio arqueológico de Pompeya, cada fotografía se deriva de un vértigo, es decir, una confrontación con la realidad que rodea a esas imágenes arrebatadas al tiempo. Al final, la conciencia del memento mori, si seguimos a Susan Sontag, se hará escuchar.
Una de las definiciones por antonomasia del ensayo es, sin duda, la de paseo. A lo largo del libro, conocer algunas “instantáneas” de la vida de la autora, en su encuentro con la vida y el arte, se vuelve toral empresa, donde la memoria proporciona su testimonio de primera fuente. Desde temprana edad me quedó claro que la historia se compone de desastres consecutivos. Las anécdotas felices son material pobre para la historia de la humanidad. Los cumpleaños y las comidas familiares se olvidan con facilidad; la evidencia de esas interacciones cotidianas, encapsuladas en fotos anodinas, aburre. En cambio, los desastres se quedan fijos en la memoria: las muertes, los suicidios, las largas enfermedades, ésas nadie las olvida. Más allá de la catástrofe privada, nuestra historia personal se invade de desastres públicos: mi abuela vivió la Gran Depresión; mis tíos abuelos, la Segunda Guerra Mundial; mi madre protestó contra la Guerra de Vietnam, a mi padre le tocó el 68. ¿A nosotros qué nos tocará?
Para Marina Azahua, digno es compartir una parte de esos paseos por la vida, donde su lectura del mundo escrito y no escrito (diría Italo Calvino) no se hace esperar. Tanto en cuadros de Bob Rauschenberg, performances de Marina Abramović y grabados de Otto Dix, como en esculturas de Duchamp, instalaciones de Marco Evaristti y hasta películas de Werner Herzog y David Lynch (dicho sea de paso, no dudaría por mucho que Mulholland Drive haya influido sobremanera en la generación de la autora), […] su intención es dar cuenta de lo ilusoria que puede llegar a ser la vista y la vida. Al emprender el camino del análisis de lo visual, se debe partir de esta premisa, pues no siempre lo que miramos resulta ser verdad. […] todo lo mirado puede llegar a ser una ilusión, en ocasiones, incluso la ilusión misma. (¿Será?)
Con todo, los treinta ensayos de este libro nos ayudan a sobrellevar de grata manera esa “guerra con las cosas”, de donde lectores y artistas esperamos salir airosos, o por lo menos, con una mirada renovada en contemplación como en experiencia; equipaje de mano que nos acompaña a diario contra las amarguras del ambiente artístico, y en ese empeño, Marina Azahua no está del todo sola: el Barrio Verbo de Ingrid Solana y las Veredas para un centauro de Paola Velasco hacen más llevadera una trayectoria en proceso de confirmación, donde la inteligencia en la mirada y la generosidad en la escritura hacen de Ausencia compartida un volumen indispensable de leer, abierto a cualquier perspectiva que de ello resulte. El resto, sobra decirlo, depende de otra mirada. (Así debe ser.)  

Marina Azahua. Ausencia compartida. Treinta ensayos mínimos ante el vacío. Toluca, México, Gobierno del Estado de México–Secretaría de Educación, 2013 (Letras. Ensayo).

1 comentario:

Mariposa Tecknicolor dijo...

Me encantó. Tendrás que prestarme este libro de Marina Azahua por favor, nada más esperemos a que lleguen mis vacaciones :)
Te extraño, querido.