Ulises Velázquez Gil
El bibliófilo y navegante de las letras
mexicanas, José Luis Martínez, daba a quienes convivían con él un sabio consejo
en cuanto a los menesteres de la investigación: el dato aislado merece el
espacio de la ficha de trabajo, mientras que los datos o referencias de largo
aliento requieren, ineludiblemente, integrarse a un cuaderno. Aditamento de
trabajo infaltable en toda labor de escritura, cuenta con una doble fidelidad:
por un lado, es el espacio donde el escritor se compromete a no perder destreza
mientras llega el momento de preparar su obra maestra, y, por el otro, como
catalizador para los pruritos en turno. Sea como diario, bitácora, logbook, libreta de tránsito, o moleskine, no hay autor sin cuaderno que
le acompañe día tras día, para sobrellevar tanto las amarguras en turno como
las inusitadas alegrías.
Consciente
de esta ineludible relación, Brenda Lozano –usuaria y admiradora del objeto en
cuestión– nos entrega, a guisa de segunda novela, un Cuaderno ideal, donde todo se permita, aunque en realidad nada sea
para tanto. La narradora, correctora en horas 24, en vista del próximo viaje que
hará su pareja, Jonás, y en el tiempo que dure la espera, se propone llevar un
cuaderno y así dar libre curso a sus sensaciones, angustias, hallazgos e
inclusive dudas respecto a su condición de mujer esperanzada, Penélope reloaded que no requiere nada más aparte
del cuaderno de marras y una pluma Bic. Encontré
mi combinación: cuaderno Scribe para diario y cuaderno Ideal para la ficción.
Éste es mi matrimonio. Géminis por fin se hace uno. Hoy es un día feliz en el
que encontré cuadernos Scribe e Ideal arrumbados, empolvados, en una papelería
en la calle Alfonso Reyes. Eran los últimos. […]
Alguna
vez, Vicente Quirarte decía que de todos los instrumentos imprescindibles del
escritor, el cuaderno todavía genera la misma sensación que cuando se estrenan
útiles escolares en la primaria. Con una libreta (entre más bonita, menos
tentados estaremos de usarla) hacemos tareas nunca pedidas, como aquella que la
narradora se impone desde el principio de su espera, buscando en el cuaderno
personal un (posible) espejo: No dije que
le regalé a Jonás un cuaderno igual a éste para que tuviera un gemelo. Un
cuaderno en el DF, otro en Madrid. Como los gemelos de Siracusa. Un cuaderno
Ideal que compré para Jonás, iguales como dos gotas de agua, un gemelo que no
conoce las andanzas del otro. Quizás si el mío se cae el otro se mancha
súbitamente. (Placer de döppelganger,
¿no creen?)
Mientras se desata la espera
de esta Penélope que teje calceta con bolígrafo y letra pequeña, también se
suscita una serie de hallazgos donde el mundo que tiene por suerte en leer, se
torna igual de asombroso que desconcertante. Tercera noche sin Jonás. Tengo sueño. Estoy acostada. El gato juega en
la sala con el lápiz que se me cayó; yo tengo cada vez más sueño. El gato y yo
somos como los dos turnos en la recepción de una oficina: alguno de los dos
atiende el mostrador. No sé, desde luego, qué quiere decir eso, pero es el tipo
de cosas que escribo como jugando con este lápiz. Escribir es mi forma de ser
gato y de tirar pelos o frases, en el sillón.
Hagamos un alto en el camino.
¿Qué entendemos por ideal? (Según
como se vea, me atrevo a responder.) Cuando deseamos deshacernos de una
angustia que no nos deja en paz, verterla en hojas blancas (o rayadas, como las
olas del mar) es un alivio; pero cuando una cosa vista en el trajín del día
tras día suscita el asombro, nos saca una sonrisa, o por lo menos, fragmente toda
rutina; por supuesto, esto también constituye un alivio. Mi cuaderno ideal es música de bolsillo. Un cuaderno ideal es también
un karaoke. Un cuaderno ideal en su infancia sirve de posavasos, en edad madura
sirve para trabar puertas. Un cuaderno ideal en edad reproductiva abre sus dos
páginas aunque sea tarde, se abre de páginas incluso un domingo en la
madrugada, como ahora. Un cuaderno ideal también es un teléfono. […] (Es
decir ¿lo que guste y mande el autor? ¿Aquello que es imperioso rescatar del
olvido? ¿Las palabras que no caben un correo electrónico, un SMS o una tarjeta
de visita? No dudaría en suscribir alguna de esas posibilidades, aunque todas
se quedarían cortas.)
La
metamorfosis es la continuación de la historia de un personaje: puede ser un
castigo o un regalo. Me pregunto si la palabra escrita tiene el mismo poder, si
las palabras nos cambian así. Si escribir o leer nos metamorfosean. La diferencia entre un texto de largo
aliento y la celeridad de un post-it,
se destaca por la cantidad de lecturas hechas a lo largo de una vida; para los
fragmentos que conforman Cuaderno ideal,
el transcurso del tiempo puede enunciarse en batallas campales entre un gato y
el alambrito del pan, en diatribas a favor del aromatizante para pisos Poet, en
las vidas paralelas de su familia allende el Atlántico, y hasta en la
disyuntiva de elegir la mejor interpretación de Wild is the wind: si con Nina Simone o con David Bowie. A final de
cuentas, lo que parece suntuosa bagatela, se convierte en crónica del instante:
Cambiar. Desconocerse es más importante
que conocerse. Y qué mejor manera de confirmarlo que escribiendo a ciegas,
como quien lanza una botella al mar; o un tuit
en la clandestinidad de la madrugada.
Si
sabemos descifrar sus hojas de ruta, encontraremos tres referencias
primordiales en cuanto al carácter fragmentario de la novela; se escucha el eco
de Cómo es –novela compuesta en
fragmentos falsamente inconexos– de Samuel Beckett, como también el punzante
rigor de los aforismos de E. M. Cioran. Sin embargo, Cuaderno ideal cumple una deuda de admiración con El libro vacío de Josefina Vicens. Si encontrara una primera frase, fuerte,
precisa, impresionante, tal vez la segunda me sería más fácil y la tercera
vendría por sí misma. El verdadero problema está en el arranque, en el punto de
partida. Estas líneas de la novela antes referida resuenan al momento de
urdir una frase nueva, o un párrafo pendiente que consigne la constancia del
escritor, en recompensa por una paciencia lectora del mundo no escrito,
suscribiendo una expresión de Italo Calvino. (La piñata de Proust, los Beatles
por la mañana, y hasta invocaciones a la Santa del Bond, la Virgen de la
Papelería, la Madonna del Xerox, o el Santo Niño de las Becas, son apenas
pequeñas muestras sobre cómo trasladar el mundo no escrito hacia la otra
orilla… del cuaderno en turno.)
¿Por qué leer Cuaderno ideal? ¿Para descubrir, de una
vez por todas, que hay mucho de Ulises en Penélope? ¿Para develarnos lo más
profundo de lo más banal? ¿O quizá para entender que somos seres de fragmentos,
cuya disposición definitiva reside en un oráculo de tinta y papel? Sobra decir
que para todas las preguntas la respuesta es afirmativa, aunque habría que
agregar una respuesta más: para descubrir minúsculos mundos posibles (como los
que sueña el gato que lucha contra el alambrito del pan) donde la realidad sea
menos accidentada, ni toda espera se prolongue cada vez que la libreta de
guardia se acabe; dietario para una vida
en proceso de construcción, donde todos los incidentes y temas periféricos
adquieren notoriedad gracias a un sano contrapunto entre una pluma constante y
un cuaderno leal, a prueba de tiempo. (Para lo demás, borrón y cuenta nueva…)
Brenda
Lozano. Cuaderno ideal. México, Alfaguara,
2014.
(11/julio/2014)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario