miércoles, 12 de noviembre de 2014

Dietario para una vida

Ulises Velázquez Gil

El bibliófilo y navegante de las letras mexicanas, José Luis Martínez, daba a quienes convivían con él un sabio consejo en cuanto a los menesteres de la investigación: el dato aislado merece el espacio de la ficha de trabajo, mientras que los datos o referencias de largo aliento requieren, ineludiblemente, integrarse a un cuaderno. Aditamento de trabajo infaltable en toda labor de escritura, cuenta con una doble fidelidad: por un lado, es el espacio donde el escritor se compromete a no perder destreza mientras llega el momento de preparar su obra maestra, y, por el otro, como catalizador para los pruritos en turno. Sea como diario, bitácora, logbook, libreta de tránsito, o moleskine, no hay autor sin cuaderno que le acompañe día tras día, para sobrellevar tanto las amarguras en turno como las inusitadas alegrías.  
            Consciente de esta ineludible relación, Brenda Lozano –usuaria y admiradora del objeto en cuestión– nos entrega, a guisa de segunda novela, un Cuaderno ideal, donde todo se permita, aunque en realidad nada sea para tanto. La narradora, correctora en horas 24, en vista del próximo viaje que hará su pareja, Jonás, y en el tiempo que dure la espera, se propone llevar un cuaderno y así dar libre curso a sus sensaciones, angustias, hallazgos e inclusive dudas respecto a su condición de mujer esperanzada, Penélope reloaded que no requiere nada más aparte del cuaderno de marras y una pluma Bic. Encontré mi combinación: cuaderno Scribe para diario y cuaderno Ideal para la ficción. Éste es mi matrimonio. Géminis por fin se hace uno. Hoy es un día feliz en el que encontré cuadernos Scribe e Ideal arrumbados, empolvados, en una papelería en la calle Alfonso Reyes. Eran los últimos. […]
            Alguna vez, Vicente Quirarte decía que de todos los instrumentos imprescindibles del escritor, el cuaderno todavía genera la misma sensación que cuando se estrenan útiles escolares en la primaria. Con una libreta (entre más bonita, menos tentados estaremos de usarla) hacemos tareas nunca pedidas, como aquella que la narradora se impone desde el principio de su espera, buscando en el cuaderno personal un (posible) espejo: No dije que le regalé a Jonás un cuaderno igual a éste para que tuviera un gemelo. Un cuaderno en el DF, otro en Madrid. Como los gemelos de Siracusa. Un cuaderno Ideal que compré para Jonás, iguales como dos gotas de agua, un gemelo que no conoce las andanzas del otro. Quizás si el mío se cae el otro se mancha súbitamente. (Placer de döppelganger, ¿no creen?)
Mientras se desata la espera de esta Penélope que teje calceta con bolígrafo y letra pequeña, también se suscita una serie de hallazgos donde el mundo que tiene por suerte en leer, se torna igual de asombroso que desconcertante. Tercera noche sin Jonás. Tengo sueño. Estoy acostada. El gato juega en la sala con el lápiz que se me cayó; yo tengo cada vez más sueño. El gato y yo somos como los dos turnos en la recepción de una oficina: alguno de los dos atiende el mostrador. No sé, desde luego, qué quiere decir eso, pero es el tipo de cosas que escribo como jugando con este lápiz. Escribir es mi forma de ser gato y de tirar pelos o frases, en el sillón.  
Hagamos un alto en el camino. ¿Qué entendemos por ideal? (Según como se vea, me atrevo a responder.) Cuando deseamos deshacernos de una angustia que no nos deja en paz, verterla en hojas blancas (o rayadas, como las olas del mar) es un alivio; pero cuando una cosa vista en el trajín del día tras día suscita el asombro, nos saca una sonrisa, o por lo menos, fragmente toda rutina; por supuesto, esto también constituye un alivio. Mi cuaderno ideal es música de bolsillo. Un cuaderno ideal es también un karaoke. Un cuaderno ideal en su infancia sirve de posavasos, en edad madura sirve para trabar puertas. Un cuaderno ideal en edad reproductiva abre sus dos páginas aunque sea tarde, se abre de páginas incluso un domingo en la madrugada, como ahora. Un cuaderno ideal también es un teléfono. […] (Es decir ¿lo que guste y mande el autor? ¿Aquello que es imperioso rescatar del olvido? ¿Las palabras que no caben un correo electrónico, un SMS o una tarjeta de visita? No dudaría en suscribir alguna de esas posibilidades, aunque todas se quedarían cortas.) 
La metamorfosis es la continuación de la historia de un personaje: puede ser un castigo o un regalo. Me pregunto si la palabra escrita tiene el mismo poder, si las palabras nos cambian así. Si escribir o leer nos metamorfosean. La diferencia entre un texto de largo aliento y la celeridad de un post-it, se destaca por la cantidad de lecturas hechas a lo largo de una vida; para los fragmentos que conforman Cuaderno ideal, el transcurso del tiempo puede enunciarse en batallas campales entre un gato y el alambrito del pan, en diatribas a favor del aromatizante para pisos Poet, en las vidas paralelas de su familia allende el Atlántico, y hasta en la disyuntiva de elegir la mejor interpretación de Wild is the wind: si con Nina Simone o con David Bowie. A final de cuentas, lo que parece suntuosa bagatela, se convierte en crónica del instante: Cambiar. Desconocerse es más importante que conocerse. Y qué mejor manera de confirmarlo que escribiendo a ciegas, como quien lanza una botella al mar; o un tuit en la clandestinidad de la madrugada.        
            Si sabemos descifrar sus hojas de ruta, encontraremos tres referencias primordiales en cuanto al carácter fragmentario de la novela; se escucha el eco de Cómo es –novela compuesta en fragmentos falsamente inconexos– de Samuel Beckett, como también el punzante rigor de los aforismos de E. M. Cioran. Sin embargo, Cuaderno ideal cumple una deuda de admiración con El libro vacío de Josefina Vicens. Si encontrara una primera frase, fuerte, precisa, impresionante, tal vez la segunda me sería más fácil y la tercera vendría por sí misma. El verdadero problema está en el arranque, en el punto de partida. Estas líneas de la novela antes referida resuenan al momento de urdir una frase nueva, o un párrafo pendiente que consigne la constancia del escritor, en recompensa por una paciencia lectora del mundo no escrito, suscribiendo una expresión de Italo Calvino. (La piñata de Proust, los Beatles por la mañana, y hasta invocaciones a la Santa del Bond, la Virgen de la Papelería, la Madonna del Xerox, o el Santo Niño de las Becas, son apenas pequeñas muestras sobre cómo trasladar el mundo no escrito hacia la otra orilla… del cuaderno en turno.)   
¿Por qué leer Cuaderno ideal? ¿Para descubrir, de una vez por todas, que hay mucho de Ulises en Penélope? ¿Para develarnos lo más profundo de lo más banal? ¿O quizá para entender que somos seres de fragmentos, cuya disposición definitiva reside en un oráculo de tinta y papel? Sobra decir que para todas las preguntas la respuesta es afirmativa, aunque habría que agregar una respuesta más: para descubrir minúsculos mundos posibles (como los que sueña el gato que lucha contra el alambrito del pan) donde la realidad sea menos accidentada, ni toda espera se prolongue cada vez que la libreta de guardia se acabe; dietario para una vida en proceso de construcción, donde todos los incidentes y temas periféricos adquieren notoriedad gracias a un sano contrapunto entre una pluma constante y un cuaderno leal, a prueba de tiempo. (Para lo demás, borrón y cuenta nueva…)
    
Brenda Lozano. Cuaderno ideal. México, Alfaguara, 2014.

(11/julio/2014)

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