miércoles, 29 de octubre de 2014

Vuelta al mismo mar

Ulises Velázquez Gil

Hay escritores que se pasan la vida viajando sin designio previo, donde es más la experiencia vivida que el viaje realizado, quien otorga una cierta mirada del y hacia el mundo. Y cuando se está consciente de haber logrado una meta cumplida, digno es recapitular las cosas y hacer la justa valoración de todo. 
            Después de una larga vida en el extranjero y repartida entre las desventuras del traductor free-lance y del diplomático estratega, en su libro El arte de la fuga el escritor mexicano Sergio Pitol pasa revista a sus experiencias e igualmente hace lo propio con las lecturas hechas en ese trayecto. Dicha faceta le recuerda a cada instante su compromiso con las letras, como una suerte de reconocimiento, pero también de motivación, en aras de hallar otras maneras de decir lo mismo.
            Entre los autores que descubre y traduce tanto en Praga y Varsovia como en Barcelona y México (y los que lee deslumbrado por inusitados recursos narrativos, vistos hoy como los nuevos mediterráneos a descubrir por las nuevas teorías narratológicas), Pitol no ceja en reconocerse en ellos, puesto que la ingente labor de lectura y de escritura nunca se separan ni por error; mientras más se lee, mayores sorpresas se develan al momento de crear una obra propia, de abarcar un cuarto propio, como sugería Virginia Woolf.
            Si el lugar común no miente, Baltasar Gracián mencionó la presencia de tres tipos de conversaciones: con los vivos, con los muertos y consigo mismo. Apliquemos esto al libro de marras: en el primer caso, sus encuentros con algunos de sus autores queridos (ejemplos de ello podemos encontrarlos en las páginas que Pitol dedicó a Carlos Monsiváis, o en los estupendos párrafos sobre Antonio Tabucchi o Juan Villoro), mientras que para el segundo, son esas lecturas que osan acompañarlo cada vez que la ocasión lo amerita (Cervantes, Henry James, la propia Virginia Woolf), dejando en claro los hallazgos de la lectura. Por último, para el tercer estadio, sucede aquí una cierta anagnórisis entre el “anciano” que urdió este libro y el joven aquel que se lanzó a viajar al otro lado del charco, buscando quizás un destino, cuando en realidad acabó por encontrarse a sí mismo.
            Queda decir, a final de cuentas, que la literatura no es más que “el arte de la fuga”: una manera de escaparse del mundo de afuera, hostil y despiadado, y adentrarse en otro, menos casquivano y desconcertante, sin olvidarse de vivir una vuelta al mismo mar, como el poema de Cavafis, lleno de nuevas mercancías y nuevas experiencias, pero siendo la misma persona en cierta forma. Además, lo que leemos a lo largo del tiempo forja la mayor parte de nosotros, y cuando el camino andado hace que todas las escalas coincidan, el resto viene por sí solo. Y con El arte de la fuga Sergio Pitol lo ha logrado y con creces. (Y va de nuevo...)    

Sergio Pitol. El arte de la fuga. México, Era, 2007. (Bolsillo Era, 11/1-2)

(24/octubre/2011)

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