Ulises Velázquez
Gil
Hay
escritores que se pasan la vida viajando sin designio previo, donde es más la
experiencia vivida que el viaje realizado, quien otorga una cierta mirada del y
hacia el mundo. Y cuando se está consciente de haber logrado una meta cumplida,
digno es recapitular las cosas y hacer la justa valoración de todo.
Después de una larga vida en el
extranjero y repartida entre las desventuras del traductor free-lance y del diplomático estratega, en su libro El arte de la fuga el escritor mexicano
Sergio Pitol pasa revista a sus experiencias e igualmente hace lo propio con
las lecturas hechas en ese trayecto. Dicha faceta le recuerda a cada instante
su compromiso con las letras, como una suerte de reconocimiento, pero también
de motivación, en aras de hallar otras maneras de decir lo mismo.
Entre los autores que descubre y traduce tanto en Praga y
Varsovia como en Barcelona y México (y los que lee deslumbrado por inusitados recursos
narrativos, vistos hoy como los nuevos mediterráneos a descubrir por las nuevas
teorías narratológicas), Pitol no ceja en reconocerse en ellos, puesto que la
ingente labor de lectura y de escritura nunca se separan ni por error; mientras
más se lee, mayores sorpresas se develan al momento de crear una obra propia,
de abarcar un cuarto propio, como sugería Virginia Woolf.
Si el lugar común no miente, Baltasar Gracián mencionó la
presencia de tres tipos de conversaciones: con los vivos, con los muertos y
consigo mismo. Apliquemos esto al libro de marras: en el primer caso, sus
encuentros con algunos de sus autores queridos (ejemplos de ello podemos
encontrarlos en las páginas que Pitol dedicó a Carlos Monsiváis, o en los
estupendos párrafos sobre Antonio Tabucchi o Juan Villoro), mientras que para
el segundo, son esas lecturas que osan acompañarlo cada vez que la ocasión lo
amerita (Cervantes, Henry James, la propia Virginia Woolf), dejando en claro
los hallazgos de la lectura. Por último, para el tercer estadio, sucede aquí
una cierta anagnórisis entre el “anciano” que urdió este libro y el joven aquel que se lanzó a viajar al
otro lado del charco, buscando quizás un destino, cuando en realidad acabó por
encontrarse a sí mismo.
Queda decir, a final de cuentas, que la literatura no es
más que “el arte de la fuga”: una manera de escaparse del mundo de afuera, hostil
y despiadado, y adentrarse en otro, menos casquivano y desconcertante, sin
olvidarse de vivir una vuelta al mismo mar, como el poema de Cavafis, lleno de
nuevas mercancías y nuevas experiencias, pero siendo la misma persona en cierta
forma. Además, lo que leemos a lo largo del tiempo forja la mayor parte de
nosotros, y cuando el camino andado hace que todas las escalas coincidan, el
resto viene por sí solo. Y con El arte de
la fuga Sergio Pitol lo ha logrado y con creces. (Y va de nuevo...)
Sergio Pitol. El arte de la fuga. México, Era, 2007. (Bolsillo
Era, 11/1-2)
(24/octubre/2011)
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