Ulises Velázquez Gil
Se dice que Erasmo de Rotterdam tenía
más de cien formas para finalizar una carta, a guisa de agradecimiento hacia el
interlocutor que se tomaba la deferencia de escribirle; para quien domina el
arte de escribir cartas y mantener constante el fervor epistolar, el tiempo o
la vida le enseña otras cien maneras, no sólo para agradecer, sino también para
afrontar y equilibrar el ritmo de las cosas. (En este sentido, el caso paradigmático
en las letras mexicanas se llama Alfonso Reyes, con más de quince epistolarios
a cuestas… más los que se acumulen en la semana.)
Otro
autor que comienza a sentir ese mismo vértigo epistolar es Octavio Paz, ya con
varios volúmenes en su haber, sea con Alfonso Reyes, Pere Gimferrer, Tomás
Segovia o Arnaldo Orfila, sea también en algunas cartas sueltas. Y en este año
de gloriosos aniversarios (los 100 años de Paz y los 80 del Fondo de Cultura
Económica, su casa editora de toda la vida), la aparición de un nuevo compendio
epistolar celebra por partida doble a sendos pilares de la cultura en México.
Al calor de la amistad (1950-1984) reúne
más de treinta años en la vida de dos escritores, José Luis Martínez, crítico y
funcionario cultural, y el propio Paz; ambas presencias, vistas desde el tamiz
de la admiración y de la cuidadosa lectura de Rodrigo Martínez Baracs, a la
sazón, hijo del primero. (Si bien esta edición
es el amoroso tributo de un hijo a su padre, también es el producto de un
historiador, que trabaja en la Dirección de Estudios Históricos del Instituto
Nacional de Antropología e Historia y que recibe el apoyo del Sistema Nacional
de Investigadores.)
Este
volumen comprende 74 cartas (42 de Paz, 22 de Martínez, y el resto repartido
entre misivas de Marie-Jose Paz, oficios, telegramas, notas, etc.), y aunque el
periodo comprendido es de los más extensos respecto de los anteriores, esto no
se refleja en el número de cartas. (Quizás hubo algunas previas a este periodo –su
amistad data de los años 40–, pero sólo el tiempo y las pesquisas en los
archivos de ambos resolverán el enigma.)
Ahora
bien, ¿qué distingue a este volumen de los ya existentes sobre Paz? Sin picarme
de perogrullesco, diría que la amistad. No el concepto almibarado que se vende
al pormayor, sino al espíritu plural y consecuente que un día llevó tanto a
Pedro Henríquez Ureña como a John Reed a acuñar frases emblemáticas como “La
amistad de un crítico es la mayor bendición” y “Ser tu amigo es tratar de ser
honrado intelectualmente”, que se notan a trasluz en esta impresión de Octavio
Paz: Recibí el primer volumen de
Literatura Mexicana del Siglo XX. Lo leí –releí, mejor dicho– con cuidado y
gusto. No necesito decirte que me parece muy completo y con juicios sensibles e
inteligentes. En este sentido tu obra es indispensable para todo el que quiera
hablar de literatura mexicana. Y toda crítica debe partir del reconocimiento de
estas virtudes. Y en consecuente reciprocidad, José Luis Martínez responde
oportuno en sus pesquisas: Considérate,
por una vez, desde fuera y vete como un objeto histórico, que ya lo eres. (Algo
lacónico, pero certero después de todo…)
Entre el
tránsito epistolar de sendos escritores, periféricos en el trabajo pero firmes
en sus letras, Paz y Martínez comparten sus pasiones por la escritura, el amor
por la vida, pero sobre todo se reiteran su amistad que, pese a los
contratiempos diplomáticos, o los que se les parezca. (Paréntesis aparte: si
recordamos que varias amistades, en el ámbito de las letras, se disuelven en el
tiempo, a causa de un “mal entendido” –un libro nunca devuelto, un artículo
denigratorio, o los baches de la política en turno– para este caso, quien
refrenda el cariño del tiempo transcurrido es, precisamente, el propio Paz,
pródigo en saludos y en recordatorios. No hay carta suya sin las típicas
muestras de afecto, sin caer en actitudes rutinarias. Según se vea.)
A
diferencia del epistolario con Alfonso Reyes (donde prima una recíproca
relación de maestro y alumno), con José Luis Martínez todo ocurre a nivel de
cancha: impera un aprendizaje ambivalente, así también una dedicada atención a
las peticiones solicitadas, como, por ejemplo, la inclusión de un ensayo
paciano sobre Marcel Duchamp en la Revista
de Bellas Artes, órgano editorial que Martínez cuidaba desde la Dirección
del INBA, y desde donde el crítico insistía en rendirle señero homenaje a su
compañero de ruta: Continuemos con la
idea del número dedicado a tus vidas y obras. Creo que si nos ayudas a reunir
el material iconográfico y nos envías algunos manuscritos para fotografiarlos,
lo demás podemos hacerlo siguiendo un sistema semejante al del número de
Villaurrutia. Creo que sería interesante incluir algunos poemas inéditos.
Entre la
reciprocidad y la deferencia de ambos corresponsales, hay temas que relucen por
su delicadeza; por el lado del crítico jalisciense, asegurar el traslado de su
familia política a México por las inclemencias de una Europa de posguerra
(Lydia Baracs, esposa de JLM y madre del editor, era húngara), y por el lado del
poeta diplomático, sus diferentes relaciones matrimoniales y su crítica al
sistema político mexicano. En este sentido, fue hasta 1977 cuando Paz aceptó el
Premio Nacional de Letras, en cuyo jurado estaba el propio José Luis Martínez: Sólo me queda agradecerles a todos ustedes
este gesto de amistad –y a ti en primer término, querido José Luis, que fuiste
el primero, hace un año, en proponer mi candidatura. Tú conoces las razones
que, en aquella ocasión, me llevaron a declinarla. (Luego de leer esto, que
ya no nos sorprenda ver aquellas fotografías donde se ve a Octavio Paz
recibiendo el Premio Nacional de Letras de manos del entonces presidente José López
Portillo.)
Ahora
bien, ¿en qué se distingue por entero este volumen del resto de todos los
epistolarios pacianos? Si por decir que es de los pocos donde se cuenta con las
palabras de ambos corresponsales, estaremos en lo cierto (pero no el único, el
Reyes-Paz es primero en tiempo y en derecho), pero en cambio cuenta con un plus
donde se denota la pasión autocrítica de Octavio Paz –las diversas versiones
del poema Delicia, dedicado a JLM– y la
fidelidad lectora de Martínez –artículos, reseñas y discursos en loor suyo–; ambas
confirman por completo una persistencia en el trato y en la vida, sin importar
los altibajos del tiempo presente. (Además, si se me permite decirlo, este libro
continúa la conversación iniciada con Alfonso Reyes.) Aún así, no desmerece una
lectura cruzada con los demás volúmenes al respecto. Van dos botones de
muestra: en Cartas a Tomás Segovia (1957-1985),
Paz asegura que JLM es “la bondad misma”, mientras que en el universo alfonsino,
Paz acusa recibo de Literatura Mexicana.
Siglo XX (1910-1949), cuya lectura se reconoce en la primera carta de Al calor de la amistad. (Suerte de
círculo perfecto ¿no les parece?)
Con todo,
bien vale acercarse a este flamante libro en torno a dos escritores que,
andando el tiempo, se ven de mejor manera en el panorama general de las letras
mexicanas, donde gratitud y
reconocimiento son dos palabras que los definen por antonomasia, en aras de
que la cultura en México goce de cabal salud y así justipreciar mejor a un
personaje centenario, vencedor de muchas batallas después de todo. (Quede en
ustedes comprobarlo. Verdad que sí.)
Octavio Paz/ José Luis Martínez. Al
calor de la amistad. Correspondencia (1950-1984). Edición de Rodrigo
Martínez Baracs. México, Fondo de Cultura Económica, 2014 (Tezontle).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario