lunes, 8 de septiembre de 2014

Gratitud y reconocimiento

Ulises Velázquez Gil

Se dice que Erasmo de Rotterdam tenía más de cien formas para finalizar una carta, a guisa de agradecimiento hacia el interlocutor que se tomaba la deferencia de escribirle; para quien domina el arte de escribir cartas y mantener constante el fervor epistolar, el tiempo o la vida le enseña otras cien maneras, no sólo para agradecer, sino también para afrontar y equilibrar el ritmo de las cosas. (En este sentido, el caso paradigmático en las letras mexicanas se llama Alfonso Reyes, con más de quince epistolarios a cuestas… más los que se acumulen en la semana.) 
Otro autor que comienza a sentir ese mismo vértigo epistolar es Octavio Paz, ya con varios volúmenes en su haber, sea con Alfonso Reyes, Pere Gimferrer, Tomás Segovia o Arnaldo Orfila, sea también en algunas cartas sueltas. Y en este año de gloriosos aniversarios (los 100 años de Paz y los 80 del Fondo de Cultura Económica, su casa editora de toda la vida), la aparición de un nuevo compendio epistolar celebra por partida doble a sendos pilares de la cultura en México. 
Al calor de la amistad (1950-1984) reúne más de treinta años en la vida de dos escritores, José Luis Martínez, crítico y funcionario cultural, y el propio Paz; ambas presencias, vistas desde el tamiz de la admiración y de la cuidadosa lectura de Rodrigo Martínez Baracs, a la sazón, hijo del primero. (Si bien esta edición es el amoroso tributo de un hijo a su padre, también es el producto de un historiador, que trabaja en la Dirección de Estudios Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia y que recibe el apoyo del Sistema Nacional de Investigadores.)
Este volumen comprende 74 cartas (42 de Paz, 22 de Martínez, y el resto repartido entre misivas de Marie-Jose Paz, oficios, telegramas, notas, etc.), y aunque el periodo comprendido es de los más extensos respecto de los anteriores, esto no se refleja en el número de cartas. (Quizás hubo algunas previas a este periodo –su amistad data de los años 40–, pero sólo el tiempo y las pesquisas en los archivos de ambos resolverán el enigma.)   
Ahora bien, ¿qué distingue a este volumen de los ya existentes sobre Paz? Sin picarme de perogrullesco, diría que la amistad. No el concepto almibarado que se vende al pormayor, sino al espíritu plural y consecuente que un día llevó tanto a Pedro Henríquez Ureña como a John Reed a acuñar frases emblemáticas como “La amistad de un crítico es la mayor bendición” y “Ser tu amigo es tratar de ser honrado intelectualmente”, que se notan a trasluz en esta impresión de Octavio Paz: Recibí el primer volumen de Literatura Mexicana del Siglo XX. Lo leí –releí, mejor dicho– con cuidado y gusto. No necesito decirte que me parece muy completo y con juicios sensibles e inteligentes. En este sentido tu obra es indispensable para todo el que quiera hablar de literatura mexicana. Y toda crítica debe partir del reconocimiento de estas virtudes. Y en consecuente reciprocidad, José Luis Martínez responde oportuno en sus pesquisas: Considérate, por una vez, desde fuera y vete como un objeto histórico, que ya lo eres. (Algo lacónico, pero certero después de todo…)
Entre el tránsito epistolar de sendos escritores, periféricos en el trabajo pero firmes en sus letras, Paz y Martínez comparten sus pasiones por la escritura, el amor por la vida, pero sobre todo se reiteran su amistad que, pese a los contratiempos diplomáticos, o los que se les parezca. (Paréntesis aparte: si recordamos que varias amistades, en el ámbito de las letras, se disuelven en el tiempo, a causa de un “mal entendido” –un libro nunca devuelto, un artículo denigratorio, o los baches de la política en turno– para este caso, quien refrenda el cariño del tiempo transcurrido es, precisamente, el propio Paz, pródigo en saludos y en recordatorios. No hay carta suya sin las típicas muestras de afecto, sin caer en actitudes rutinarias. Según se vea.)
A diferencia del epistolario con Alfonso Reyes (donde prima una recíproca relación de maestro y alumno), con José Luis Martínez todo ocurre a nivel de cancha: impera un aprendizaje ambivalente, así también una dedicada atención a las peticiones solicitadas, como, por ejemplo, la inclusión de un ensayo paciano sobre Marcel Duchamp en la Revista de Bellas Artes, órgano editorial que Martínez cuidaba desde la Dirección del INBA, y desde donde el crítico insistía en rendirle señero homenaje a su compañero de ruta: Continuemos con la idea del número dedicado a tus vidas y obras. Creo que si nos ayudas a reunir el material iconográfico y nos envías algunos manuscritos para fotografiarlos, lo demás podemos hacerlo siguiendo un sistema semejante al del número de Villaurrutia. Creo que sería interesante incluir algunos poemas inéditos.
Entre la reciprocidad y la deferencia de ambos corresponsales, hay temas que relucen por su delicadeza; por el lado del crítico jalisciense, asegurar el traslado de su familia política a México por las inclemencias de una Europa de posguerra (Lydia Baracs, esposa de JLM y madre del editor, era húngara), y por el lado del poeta diplomático, sus diferentes relaciones matrimoniales y su crítica al sistema político mexicano. En este sentido, fue hasta 1977 cuando Paz aceptó el Premio Nacional de Letras, en cuyo jurado estaba el propio José Luis Martínez: Sólo me queda agradecerles a todos ustedes este gesto de amistad –y a ti en primer término, querido José Luis, que fuiste el primero, hace un año, en proponer mi candidatura. Tú conoces las razones que, en aquella ocasión, me llevaron a declinarla. (Luego de leer esto, que ya no nos sorprenda ver aquellas fotografías donde se ve a Octavio Paz recibiendo el Premio Nacional de Letras de manos del entonces presidente José López Portillo.)
Ahora bien, ¿en qué se distingue por entero este volumen del resto de todos los epistolarios pacianos? Si por decir que es de los pocos donde se cuenta con las palabras de ambos corresponsales, estaremos en lo cierto (pero no el único, el Reyes-Paz es primero en tiempo y en derecho), pero en cambio cuenta con un plus donde se denota la pasión autocrítica de Octavio Paz –las diversas versiones del poema Delicia, dedicado a JLM– y la fidelidad lectora de Martínez –artículos, reseñas y discursos en loor suyo–; ambas confirman por completo una persistencia en el trato y en la vida, sin importar los altibajos del tiempo presente. (Además, si se me permite decirlo, este libro continúa la conversación iniciada con Alfonso Reyes.) Aún así, no desmerece una lectura cruzada con los demás volúmenes al respecto. Van dos botones de muestra: en Cartas a Tomás Segovia (1957-1985), Paz asegura que JLM es “la bondad misma”, mientras que en el universo alfonsino, Paz acusa recibo de Literatura Mexicana. Siglo XX (1910-1949), cuya lectura se reconoce en la primera carta de Al calor de la amistad. (Suerte de círculo perfecto ¿no les parece?)
Con todo, bien vale acercarse a este flamante libro en torno a dos escritores que, andando el tiempo, se ven de mejor manera en el panorama general de las letras mexicanas, donde gratitud y reconocimiento son dos palabras que los definen por antonomasia, en aras de que la cultura en México goce de cabal salud y así justipreciar mejor a un personaje centenario, vencedor de muchas batallas después de todo. (Quede en ustedes comprobarlo. Verdad que sí.)  

Octavio Paz/ José Luis Martínez. Al calor de la amistad. Correspondencia (1950-1984). Edición de Rodrigo Martínez Baracs. México, Fondo de Cultura Económica, 2014 (Tezontle). 

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