lunes, 25 de agosto de 2014

Invención e intención

Ulises Velázquez Gil

En su discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua, Felipe Garrido sostiene que hay tres misiones ineludibles para quien ejerce el oficio de escritor: leer, explorar y transformar el mundo. Sea cual sea el género practicado, mientras persista la pasión al escribir, todos los resultados convergerán de forma grata, incluso, sin tomarse uno mismo muy en serio
Para un escritor acertado, generoso e inteligente como Álvaro Mutis, esta empresa tripartita puede encontrarse en innumerables textos suyos, entre artículos periodísticos, reseñas, prólogos, hasta retratos de sus contemporáneos; a guisa de puentes para descubrirse mejor. Y en ese empeño, De lecturas y algo del mundo cumple con esa intención.
Compuesto por 95 artículos divididos en dos secciones (las mismas que dan nombre al libro), De lecturas y algo del mundo da fe en primer término de una constancia en el oficio de escribir, cuyas vertientes varían tanto de distancia como de velocidad, al paso que nuestra lectura lo permite. (Para el caso de Mutis, una trayectoria impecable que inició en 1943, cuando publicó su primera reseña sobre William Faulkner, y que llega hasta 1997, con “La conspiración de los zombies”, polémico texto que dio mucho qué decir en el Primer Congreso Internacional de la Lengua Española, realizado en Zacatecas.)
En la primera sección, encontramos muchos de los autores caros a Mutis, suerte de atípico lector, comprometido con y para la literatura; joven en su intentona literaria, pero maduro en sus impresiones, dice de Faulkner lo siguiente: Muy poca atención se le ha prestado entre nosotros a William Faulkner, sin duda alguna el novelista más original con que cuentan los Estados Unidos. Faulkner es lo que ha dado en llamarse un autor difícil, como lo fueron a su hora Proust, Joyce y Kafka.
A medida que la vida transcurre, muchas pueden ser nuestras lecturas, pero el prístino acto de leer nunca pierde fuerza, y se refuerza aún más con el tiempo; en este sentido, Mutis privilegia la relectura en aras de hallarse en el mundo. En la siempre postergada y siempre interrumpida tarea de poner un relativo y enigmático orden en mis libros, suelo encontrar, para alimento de mi nostalgia y razón de mis sueños, algunos cuya lectura nos formó para siempre y dejaron en nosotros ecos, sabores, escenas y personas que serán el cortejo siempre presente y siempre fiel que ha de acompañarnos hasta el último día.
Tanto Proust, Lautremont, Joyce y el propio Faulkner, como Borges, Octavio Paz, José Bianco, Jorge E. Eielson, Miguel de Ferdinandy, Juan José Arreola y Eliseo Diego, le ofrendan su experiencia vicaria, con la misión de resolver el tiempo, y dentro de ese afán, digno es resaltar la fidelidad lectora con que Mutis se acerca a personajes tan disímiles como Luis Barragán: No creo que exista manera más fiel y directa de conocer a una persona que visitar su biblioteca. Los libros que han acompañado toda una vida son testigos elocuentes de los más secretos rincones de un alma. No hay retrato igual. En este íncipit de “Retratos de un espíritu”, se resume de alguna forma el hilo conductor de todo el libro: descubrir un proyecto de lectura para una vida en constante tránsito; si en el artículo sobre Barragán nos devela su acendrado interés por la literatura, como complemento a la chispa que destella en sus diseños, no cabe duda que muchos de los intereses lectores de Mutis tienen enorme cabida en este volumen.
Para la segunda parte del libro, Mutis se torna un poco más reflexivo, incluso punzante, con los sucesos del mundo que le rodea. Si recordamos que él solía decir que, fuera de la caída del imperio bizantino, todo suceso político, social o histórico le tenía sin cuidado, tendremos ya una idea del espíritu persistente en buena parte de sus artículos. Vivimos una época de sospechosas simplificaciones. Ya ha padecido el mundo tiempos semejantes y la memoria que se guarda de ellos es siniestra. Cuando el hombre simplifica el complejo trazo de su oscuro destino y a esta operación le da un carácter moral, hay que temblar.
Si en la primera sección pondera las cualidades de sus contemporáneos y justiprecia su genealogía literaria, en la segunda expone las reacciones del mundo ante la genialidad de éstos, de cómo el vértigo de la Historia los consume poco a poco (Víctor Serge, Alexander Solzhenitsin, Joseph Brodsky, por ejemplo), e igualmente resalta su necesaria aparición en el panorama internacional, como es el caso del rey Juan Carlos I de España, a quien Mutis dedica no pocos artículos al respecto. (Leerlos, a más de treinta años de distancia, nos replantea de mejor manera su genio y figura, en estas fechas donde aún asimilamos su reciente abdicación.) Sea retroceso o debacle, abdicación o polvareda política, Mutis es muy enfático en resumir estas acciones de la siguiente forma: La historia no se repite jamás. Lo que sí se repite y en forma ineluctable, es un cierto patrón al que se ajustan los hechos y los procesos históricos, cada uno con su peculiar e irrepetible máscara tras la cual se esconde el vasto y oscuro misterio de nuestro destino. (Como para enfadar a más de un historiador o de un analista internacional ¿no creen?)
Con todo, y pese a su naturaleza compilatoria, De lecturas y algo del mundo cumple a cabalidad con aquellas misiones expuestas al principio de estas líneas: leer, para conocer a fondo otros mundos posibles a través de la literatura; descubrir los entramados que conforman a una sociedad empecinada en el azar y en el error, y transformar el mundo para hacerlo menos pesado de llevar sobre nosotros, en espera del mejor de los mundos imposibles; suerte de guía para enfrentar tiempos no tan halagüeños que digamos. Intención e invención, esta antología describe por entero a un escritor sin concesiones, cuyo compromiso elemental, más que con la escritura, reside en la lectura, a cuya suerte en definitiva acabaremos por suscribir, y el resto, como la lotería, son sólo aproximaciones y reintegros. (Sin duda alguna.)       

Álvaro Mutis. De lecturas y algo del mundo (1943-1997). Compilación, prólogo y notas de Santiago Mutis D. 2ª ed. Barcelona, Seix Barral, 2002 (Los Tres Mundos).

miércoles, 20 de agosto de 2014

El azar y el error

Ulises Velázquez Gil

Pese a no reconocerlo en público, sí, es cierto, nos encantan las coincidencias, y mejor aún si éstas tienen un aura de misterio, e incluso si develan alguna minucia sobre aquellas personas a quienes les suceden. Cuando se conjuntan la búsqueda y un resultado insólito (patentes en la forma del serendipity), digno es celebrar, pero cuando se descubren resultados adversos, con miras a la contradicción, nadie sabe cuál sería la reacción lógica.
Antes de su novela harto conocida, Sostiene Pereira, el lusófilo italiano Antonio Tabucchi (quien ahora camina al unísono con su legendario personaje, encarnado en la figura de Marcello Mastroianni) nos entrega una serie de cuentos donde la coincidencia habla con todas las letras: Pequeños equívocos sin importancia, compuesto por once cuentos donde nada es lo que parece. (¿Eso creen? Ya veremos, pues…)
Reza el cortazariano lugar común de que la novela gana por puntos mientras que el cuento lo hace por nocaut. Cierto. Y también el canon de Poe en cuanto al tiempo de su lectura –de una sola sentada– aparece en estas notas. También cierto. Sin embargo, Tabucchi reconoce, en primer término, que estos cuentos surgieron del descubrimiento de varios “equívocos”, ¿o quizás debemos llamarlos coincidencias? Temo decirlo pero ambos escenarios se antojan posibles.
El reencuentro de dos otrora amigos en un juzgado (como fiscal y acusado), en aras de consumar lo inevitable, se resume en una frase que da título tanto al cuento como al libro: un pequeño equívoco sin importancia. Una frase “que se convirtió en un símbolo […] porque servía para las más variadas circunstancias: llegar tarde a una cita, gastar más de los que teníamos, faltar a un compromiso solemne, leer un libro considerado excelente y que en cambio era terriblemente aburrido; todos los errores, los malentendidos, las distracciones que nos ocurrían eran ‘un pequeño equívoco sin importancia’”.
Luego de leer la descripción detallada de esa forma del azar, seguramente más de uno se dirá “¿no es así como se componen todas las historias, resultado de un equívoco, por mínimo que éste sea?” Cierto, más que cierto, pero en el afán de contar, cualquiera se siente Scherezada en ese empeño, pese a ser otro el resultado. (Y Tabucchi bien lo sabía…)
Dos historias hechas al hilo de la ausencia, entre querida y no esperada, se dibujan en “Enigma” y “Esperando el invierno”; las mujeres presentidas y la espera de su cotidiano deseo son la materia prima de “Habitación” y “Los hechizos”. Pero lo que parecen ser cuentos de fantasmas (por la ausencia de la persona amada), de pronto se tornan en invocaciones que aluden a la mismísima memoria; tal es el caso de “Anywhere out of the world”, suerte de homenaje a Charles Baudelaire, o eso nos hace ver su autor.
Cómo van las cosas. Y qué las conduce. Una nimiedad. A veces puede comenzar con una nimiedad, una frase perdida en este vasto mundo lleno de frases y de objetos y de rostros, en una gran ciudad como ésta […]. Aunque la ciudad aludida sea París, bien podría aplicarse a cualquiera del mundo, donde toda historia puede suceder y sus “equívocos” sustentan su hilo conductor. Para “Los trenes que van a Madrás” el destino es la ciudad del título, pero con un plus: un extraño viajero que advierte al protagonista de los peligros y las cautelas que hallará a su paso. En verdad, una vez acabada la lectura de ese cuento, no se sabe si ese extraño pasajero de veras existió, o sólo fue un invento del narrador. (Se non è vero, è ben trovato…)
Otro elemento que conjunta varios cuentos de Tabucchi, es, sin duda, el serendipity, cuando en aras de buscar un objetivo, se consuma otro distinto, que no mengua la expectativa inicial, sino que la refrenda a cabalidad. Y en “Cambio de mano” dos extraños que consuman una transacción comercial; además de una jugosa recompensa, posponer una soledad mediante una cita casi amorosa y no tan a ciegas, es la mejor de sus letras de cambio. Dado que en el fondo la costumbre es un rito, creemos hacer algo como si fuera un placer y en realidad estamos obedeciendo un deber que nos hemos impuesto. Y estos locos metidos al placer momentáneo no ceden a ese deleite.
Un caso también parecido se dibuja en “Cine”, último cuento del libro; en éste, otra pareja –menos dudosa en sus procederes, dado que viven de actuar la vida–, sin embargo, ella desea conocer la vida más allá del set. Si el arte imita a la vida, ésta siempre es susceptible de cambiar sus papeles con el arte. (Paréntesis aparte: Tabucchi, en pleno desdoblamiento de un personaje, el director de cine, habla en torno a “la interpretación dentro de la interpretación” como en una película de Theo Angelopoulos. Lo que son las cosas: tanto el cineasta griego –y su guionista de cabecera, Tonino Guerra– como el propio escritor resolvieron partir juntos hacia su último viaje en estos meses.) A esta circunstancia, otro narrador insuperable y creyente de los arcanos de la escritura, Adolfo Bioy Casares, denominó a este tipo de cosas como coincidencias inútiles, que no sirven para nada que no sea la literatura, matemática donde se rige “el álgebra del misterio”, siguiendo a Jorge F. Hernández desde una idea de Fernando Pessõa.      
Leer Pequeños equívocos sin importancia nos sumerge en una variedad de historias que buscan su lector idóneo, ávido de sumergirse en el azar de sus palabras –a la espera de reconocerse a sí mismo–, sin olvidarse de confrontar el error que originó su duda y consecuente anagnórisis. Son historias que no buscan una enseñanza, sino suscitar en el lector una posibilidad de leerse en el mundo. Fijándose con cuidado en la trayectoria de Antonio Tabucchi, la duda desconcertante de buena parte de esos cuentos anuncia la resignada incertidumbre del señor Pereira que vive la mitad de su novela, y luego un “equívoco” aparente cambia radicalmente el resto de su vida, cuyo final nunca sabremos. Al final, queda decir con Ernst Jünger: De un libro que merece tal hombre hay que esperar que haya modificado al lector. Tras la lectura nunca sigue siendo el mismo. (Con todo y sus errores ¿no creen?)

Antonio Tabucchi. Pequeños equívocos sin importancia. 2ª ed. Trad. de Joaquín Jordá. Barcelona, Anagrama, 1999. (Compactos, 174)

(27/abril/2012)

miércoles, 6 de agosto de 2014

El engranaje de la palabra

Ulises Velázquez Gil

Desde los tiempos en que elegí andar por los senderos de la lengua española (concretamente, en las aulas universitarias), ha existido una suerte de “rivalidad” entre los dedicados al estudio de la lengua (también llamados lingüistas) y los trabajadores de la parte escrita (obviamente conocidos como literatos). Mientras los primeros tildan a los segundos de superficiales y hasta de bohemios dados al jarro, éstos, no sin sorna, les endilgan un adjetivo lapidario: matados, o, si se quiere, hasta de “destajistas”. Sea como sea, estas rivalidades no son eternas, ni están a siglos de serlo… 
            Sin embargo, cuando se trata de unir ambos mundos (que, pese a lo que muchos deseen demostrar, esto sí es posible), no se repara en esfuerzos, encomiables por sí mismos. Un autor que une ambos escenarios, y que ha pasado por los gloriosos caminos de la poesía, y hasta se devanea en las latas de la traducción, también se ha enfrascado en estudiar los fenómenos lingüísticos, insondables para quien esto escribe. Su nombre, Tomás Segovia, que, para sorpresa de muchos, realizó estudios en uno de los cenáculos más prominentes de todos los tiempos, El Colegio de México, casa que publicó buena parte de sus obras.
            De sobra conocido como poeta y traductor al español de obras de Jacques Lacan y de William Shakespeare, nos entrega en Miradas al lenguaje su experiencia como estudioso de esa temática, con sus respectivas consecuencias; cabe notar que su presencia dentro de las bibliografías acumuladas en torno al tema, nunca estará fuera de lugar: ni le quita seriedad a los estudiosos oficiales ni exagera la levedad de su tratamiento. En una palabra, los justiprecia en su toral correspondencia. (Vayamos por partes.)     
            Miradas al lenguaje se compone por doce ensayos de largo aliento, sin el empleo de las terminologías o el avasallamiento de exhaustivas bibliografías; condición que, a la primera de cambios, lo haría indefenso ante el ataque de la crítica académica. Craso error pensarlo así. El estilo franco y a ratos ejemplar del autor los hace sencillos de leer, donde se tratan asuntos en torno a la lengua y el lenguaje. Sin embargo, sencillo no es sinónimo de fácil, porque este adjetivo conlleva más un sentido de ponerle la mesa al lector, en lugar de prepararlo para cocinar su propio banquete.
            Nombres tan significativos como Ferdinand de Saussure, Roman Jakobson o Louis Hjelmslev, con todo y sus respectivos postulados, conviven en sana armonía con la poética de un creador y usuario del lenguaje, aplicado a la prístina sustancia llamada poesía. Ante este panorama, ¡qué maravilloso acercarse al signo lingüístico sin la petulancia de los manuales universitarios! Precisamente, su oficio de traductor se hermana al deseo de lograr una obra única, que conserve un solo sentido, pero aún a expensas de adecuarse al tiempo.
            Aunque procedan de libros anteriores y de recientes encuentros académicos, Miradas al lenguaje puede leerse de principio a fin como un solo libros, sin restarle importancia a cada ensayo. Vemos cómo evoluciona el engranaje verbal de un creador, al amparo de las teorías y escuelas lingüísticas, sin apartar del todo al traductor (cuyo quehacer debate entre colegas: si tiene muchos diplomas, considérese malo; si se empeña en su labor, aun sin títulos de por medio, debe ser gratamente confiable), ni al creador de poesía, preocupado por cómo suena un verso, por ejemplo, o por develar también una maravilla inusitada de nombre Gilberto Owen. Y como se puede abundar en invenciones sin detenerse del todo en intenciones, Segovia nos comparte una joya de su colección privada, “La métrica de Hamlet”, donde los mundúsculos del poeta (remember Gerardo Deniz) y del traductor dejan maravillado al lector, incluso el no familiarizado con Hamlet ni mucho menos con Shakespeare.    
¿Por qué acercarse, a fin de cuentas, con Miradas al lenguaje? Para los lingüistas de tiempo completo sonaría demasiado fácil el tratamiento de sus temas, sin el engrudo terminológico de por medio; para los interesados en preceptivas y poéticas del texto, en cambio, quizás sería buscarle mucho ruido al chicharrón. Pero una cosa sí es segura de sostener: después de leerlo, suscitará igual polémicas (lo cual es previsible) que aciertos (los menos, pero que se agradecen de verdad); de cualquier manera, conocer una faceta importante de la obra de Tomás Segovia, sustentada en el engranaje de la palabra, ayudará mejor a una comprensión del lenguaje, y, de refilón, de las causas originadas en torno suyo. (Confiemos que así sea…)

Tomás Segovia. Miradas al lenguaje. México, El Colegio de México, 2007. (Trabajos Reunidos, 2)

(3/febrero/2012)