Ulises
Velázquez Gil
En
anteriores ediciones de la Venta Nocturna
del Fondo de Cultura Económica (concretamente en la sucursal de la Condesa), me
hice del volumen que compila la correspondencia entre Alfonso Reyes y Octavio
Paz. Debo confesarles que quien escribe es un adicto a los libros de cartas, y
más si provienen de grandes plumas.
Una colega mía me regaló hace muchos años una antología de literatura
epistolar, donde se pueden encontrar desde las clásicas de Abelardo y Eloísa,
pasando por algunas de Jonathan Swift y Madame Du Deffand, hasta las sinceras
líneas de Van Gogh y las apasionadas de Bolívar. Pero fue a principios de los dosmiles cuando compré en un remate las
cartas de Paz a Pere Gimferrer. Me aventé dicho ejemplar en menos de un mes, con
la satisfacción de conocer una faceta secreta y cordial de un autor muy
aferrado a sus convicciones. (Nota: aquí no se trata del buscar camorra con el
Paz polemista, sino de maravillarse con sus impresiones como lector del mundo,
sea en sus libros, sea en el trato diario.)
Por el lado opuesto, Alfonso Reyes tiene una copiosísima producción
epistolar y adquirir cualquiera de los volúmenes compilatorios ya es una
garantía; algunos publicados por el FCE mismo, y otros, bajo el sello de El
Colegio Nacional.
Sin embargo, confrontar dos plumas de alto calibre en una serie de
cartas, no es nada fácil. Un laconismo alfonsino (Yo creo que usted no sabe bien el lugar que ocupa en mi estimación y mi
cariño. […] Ya va Ud. por su camino
derecho. Desde mi cansancio y mi alegre vejez, le abro los brazos, efusivamente.
[…] Lo leo, lo releo, lo aplaudo, lo
recuerdo, lo quiero de veras) se carea con una exageración paciana (Por todas partes encuentro sus huellas. No
hablo del escritor, sino del hombre […] aparte
de lo que le debemos todos como aprendices de literatos y poetas, su mejor
lección ha sido su incapacidad para el rencor y la envidia).
Por un lado, Reyes –como todo gran maestro– sugiere, comenta, propone,
alienta, motiva, conforta, pero en ningún momento obliga e impone. (Sus primeras impresiones ya las esperaba.
Sígame contando, que espero también una lenta evolución en su sensibilidad y en
sus emociones. […] No le niego que me
afligen un poco ciertas inquietudes que veo entre los jóvenes por abrirse paso,
aunque reconozco que tienen derecho a arreglarse con tiempo una futura
situación cómoda.) Y, por el otro, Paz sobrevuela el vértigo de la
creación, sin arrebatar ni rebelarse (No
sabe hasta que punto me fastidia tener que molestarlo con tantas
insignificancias. No es que tema agotar su interés por mí; es que no me gusta
abusar de personas como usted. […] También
debo pedirle perdón, a usted que es nuestro maestro, por varios pecados contra
la pureza del lenguaje. […] Díganos
su secreto para escribir bien.); aún así, se asume como prestatario de una
tradición (la buena salud de las letras mexicanas) y de un aprendizaje, es
decir, la experiencia alfonsina como dechado de virtudes que pintan a un
humanista de cuerpo entero. ¿Demasía vs.
mesura? Si se cambiaran los papeles, ¿sería lo mismo?
Cuando abordé en una ocasión anterior las Cartas mexicanas de Alfonso Reyes, fui enfático al mencionar que
entre Reyes y Paz existió una relación maestro-alumno, pero que, al fin y al
cabo, de colegas y amigos, porque, como decía John Reed, “ser tu amigo es
tratar de ser honrado intelectualmente”.
Con todo, acercarse a la correspondencia tanto de Reyes como de Paz es
acercarse plenamente a la experiencia de la creación literaria; con sus bemoles
y sostenidos, claro está. Pero también lo es coincidir en simpatías y dispatías
(términos de A. R.), y disfrutar de dos plumas con verdadera pasión. Verdad que
sí.
Correspondencia Alfonso Reyes / Octavio Paz (1939-1959). Edición de Anthony Stanton. México, Fondo de Cultura Económica/Fundación Octavio Paz, 1998. (Tierra Firme)
(1º/octubre/2012)
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