miércoles, 19 de marzo de 2014

Ciudades que se llevan puestas

Ulises Velázquez Gil

No hallarás otras tierras, no hallarás otro mar. La ciudad habrá de seguirte. ¡Cuánta razón tenía Constantino Cavafis cuando urdió este verso!, emblemático de su poema “La ciudad”. Entre la aspiración del poeta a que un solo verso suyo quede inscrito en la memoria colectiva de las ciudades, han quedado para lectura nuestra varios poemarios en las letras mexicanas, prueba fehaciente del trato que la ciudad nos otorga. Sin olvidarnos de narradores nones como Agustín Yánez, Carlos Fuentes, José Emilio Pacheco, Vicente Quirarte o Jorge F. Hernández, es la poesía el campo de batalla donde se pone a prueba la resistencia del viajero (flâneur), metido a cronista de sus días; Rubén Bonifaz Nuño, dos Efraínes (Huerta y Bartolomé), y los ya mencionados Pacheco y Quirarte, luego de conocer su bajofondo, no sólo se armaron de valor en describir la ciudad, sino plasmar en sus obras la agreste respuesta que ésta les dio.
Cuando una mujer (Eurídice a la inversa) se introduce en esos infiernos, quizás esperaríamos una respuesta menos alentadora, pero no es así. Y aunque Elva Macías lograra primero esa empresa en Ciudad contra el cielo, quien se tomara muy en serio esa intentona es una joven poeta que no creció dentro de una ciudad, sino que lo hizo a la par suya. Claudina Domingo, poeta con muchas millas de vuelo acumuladas, nos entrega un poemario lacónicamente llamado Tránsito, crónica en instantes de una urbe descarnada y a veces intolerable.
Veinticuatro poemas (como las horas del día) de largo, mediano y corto aliento conforman esta bitácora o guía desde, hacia y contra la Ciudad de México, que igualmente es un alegato por la ciudad que nos queda enfrente, una urbe que nos juega sucio a cada instante, escondida en la notoriedad del Eje Central, pródiga en quimeras y en milagros, imagen que insinúa evidente en la portada del libro. Nada lacónicas, la extensión y la forma de cada uno, que obedece al cambio de humor de la amanuense mientras se enfrasca en el engorroso trajín por la Ciudad de México; claro está que el desconcierto escribe buena parte de sus versos, pero al final queda una perla (o un garbanzo de a libra) donde se revele un prístino instante, primero de muchos pasos a la caza del tiempo: lo mejor de estar oscuro es transcurrir (tragaluz o enchufe) medio iluminado súbitamente prendido (consideré) [“Meztli”]
En su lectura de la ciudad, Claudina Domingo guarda sus mejores fuerzas en develar (silenciosamente) el ruido de la ciudad: se empeña en manejar su voltaje, a semejanza de un empleado de Luz y Fuerza, sustantivos que resumen la materia prima de la poesía, y como su similar laboral, se niegan a desaparecer: mientras haya luz, habrá fuerza, y estando ambas, la palabra siempre nos podrá de pie, sin importar qué tan agreste puede ser una ciudad.
(el poeta mira la calle) se inspira “es un decir” toma aire (toma vuelo) poesía (llena de nada) (el poeta) no es lo que cree ¿cree en lo que ve? (y llueve) no hay tropo que posponga este descalabro [“Aéreo”] Cuando Bernardo de Balbuena y Francisco Cervantes de Salazar escribieron La Grandeza mexicana y México en 1554, respectivamente, nunca pensaron que sendas obras inaugurarían una tendencia literaria muy presente en las letras mexicanas de hoy y siempre: tomar a la Muy Noble y Real Ciudad de México como tema de escritura. Empresa muy loable, a fin de cuentas; sin embargo, el tiempo (que sabe retocar muy bien sus cuadros) siempre acaba por hacer de las suyas y la ciudad idílica que plasmaron aquellos novohispanos nones y algunos caballeros andantes del siglo XIX, se tornaría una urbe odiosa, desesperante y voluble a partir del siglo XX. Desde el primer poema hasta el último, Claudina Domingo no hace otra cosa que sólo despertarla de su sueño de polen para traerla a un silencio reverberante donde las palabras (larvas) se agitan pero no florecen. Empresa nada nueva, dado que un colega suyo, Ramón López Velarde, se le adelantó por un siglo. Me imagino que mientras Claudina guardaba en su cuaderno las astillas de los lugares visitados y las cosas vistas al vuelo, el fantasma del zacatecano simplemente la veía gustoso y hasta cómplice en varias de sus andanzas. (A cada quién su santo ¿no?)
Con todo, el Tránsito poético de Claudina Domingo es apenas el primer movimiento de una larga obra, que, pese a estar estrechamente emparentada con los autores arriba mencionados, ella sabe muy bien cómo enfrentarse tanto a los desconciertos de la ciudad como a la página en blanco, a semejanza de la mítica Penélope; hoy en día, si seguimos a Vicente Quirarte, Penélope no se queda en casa. Antes bien, ocupa su sitio en la batalla. Lo ocupa y lo gana. Cuando regresa a casa, ordena sus armas y hace pacto de amor con el espejo. Y Claudina, cabe decirlo, lo cumple letra por letra, porque, a final de cuentas, las palabras son ciudades que se llevan puestas. (Quede en ustedes, estimados lectores, comprobarlo.)    

Claudina Domingo. Tránsito. México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2011. (Tierra Adentro, 429)

(5/diciembre/2011)

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