lunes, 6 de enero de 2014

Cartas de navegación

Ulises Velázquez Gil

En alguna entrevista (de las pocas que se permitió conceder), el escritor rumano E. M. Cioran declaró a los cuatro vientos que sólo existen los autores que son releídos; razón no le faltaba –al menos, en parte– porque al releer a los autores que suelen acompañarnos a lo largo de una vida, les regalamos una ración de vida para que su presencia sea notoria y no exenta de sorpresas ante nuestros ojos. (Sucede igual con los biógrafos: al adentrarse aún más en el universo de sus biografiados, éstos recuperan fuerza y prosiguen si vida, sin presentarle cuentas a nadie.) 
En el caso de las antologías literarias (como en los Best Of en la música), suele darse el mismo caso: viejos conocidos aparecen ante nuestros ojos para contarnos, nuevamente, su historia. Tal es el caso de Un montón de piedras de Jorge F. Hernández, volumen que consigna por partida doble una constancia en el oficio de Scherezada, y una selección de sus mejores cuentos, aquellos que han resistido la prueba del tiempo, y cuya lectura sigue siendo la primera de todas. Habrá quienes se preocupan por hacer cuentas, cuadrarlas y sumarlas; el escritor, por el contrario, se ocupa en hacer cuentos, encuadrarlos y restarlos… Habrá quienes viven la realidad en constante ajuste de cuentas; el escritor rinde cuentos y, al hacerlo, intenta otra realidad. (Como quien dice, un “corte de caja”.)
Para los viajeros frecuentes de la narrativa de Jorge F. Hernández, resulta francamente familiar encontrarse con viejos conocidos como el pasajero transatlántico de “El huevo de Colón”, donde un vuelo en clase turista se convierte en una comedia delirante en business class; o aquella travesía en el nostálgico blanco y negro de dos pasajeros que suman a su manda épica a un piloto de tierra firme, cuya sustancia –de la que, me imagino, están hechos los sueños– conforma “En las nubes”. (Paréntesis aparte: esos extraños viajeros, parecidos a sendos personajes de la película Casablanca, son un guiño de ojo a la pasión cinematográfica del autor; por cierto, en su primera novela, La Emperatriz de Lavapiés, el protagonista es parecido al Marcello Mastroianni de Sostiene Pereira. Si “el cine es mejor que la vida”, como decía Emilio García Riera, la vida es el mejor de todos los cuentos.)
En este desfile de luminarias, Rosendo Rebolledo, Patrimonio Balvanera, Wang Feng y el dichoso Avellaneda, viajeros del pretérito, conjugan aquellas formas de escribir la historia según el ilustre vecino de la Rue Broca, Pierre Gripari: la historia con hache mayúscula –materia prima de académicos y gambusinos del pasado– y con hache minúscula, restringida a las charlas de sobremesa o al anecdotario familiar. Aún así... Lejos de la pretensión y el acartonamiento, el oficio de historiar ofrece viajes ilimitados y sus circunstancias, aunque registrables y narrables, son alimento ideal de la imaginación y del ensueño.
Por otro lado, cabe resaltar tres cuentos que tienen como hilo conductor a la noche, donde otras historias se dejan fluir y la sorpresa es cosa de esperarse: una delirante vivencia de la ciudad expuesta en “Noche de ronda”; el aprendizaje de unos tránsfugas de la realidad en su empeño por convertirse en glorias del toreo (“Un farol en la noche”), o la deuda de amor de un maestro hacia el autor en espera de su alternativa literaria en “De regalo”: […] siempre he creido… Creo… que no hay mejor universidad que los libros y no te confundas: uno se juega la vida tanto o más que con escribir que con andar toreando… Lo dicho: escribir es torear. […].
Otro cuento digno de resaltar es “True friendship”, donde un hombre que justifique toda omisión y/o ausencia inoportuna, detona en la historia secreta de un fantasma que, luego de muchos artificios, aparece ante el individuo que lo conjuró, para bien, para mal. (Si uno nunca sabe de la amistad verdadera hasta no conocer a Bill Burton, bien diría que el agua de azar –materia prima de todos sus textos– no funciona a la perfección sin la presencia de Jorge F. Hernández.)
El deseo de volverse enano, una partida fantasmal de dominó o una extraña liturgia que desaparece las urnas de una votación, son sólo algunas de las maravillas encontradas en este volumen, que por igual reúne fantasmas entañables (Ángela, hermana del autor), viajes conjurados a la vera del sueño (“El fuego clásico”) y hasta objetos que encierran una historia de amor (“Un romance antiguo”).
Para quienes seguimos con suma devoción la obra de Jorge F. Hernández, esta antología es un glorioso regreso a territorios ya conocidos, así también una incursión por los primeros pasos de un narrador sin par; producto de muchas lecturas (homenajes) de los autores que lo acompañan cada día de su vida. Un sendero de maestros, augurio para una nueva forma de contar una historia.
Un montón de piedras funciona como el remedio que Bastian Baltazar Bux le dio a Fantasía, como la travesía del Rey Mono hacia el Oeste, o como la Ítaca de Constantino Cavafis: un viaje y un destino. (El primero, permitido por gracia de la lectura; el segundo, la experiencia obtenida, es decir, una historia por contar.) Sea como sea, ya no vemos la vida igual después de leer alguno de los cuentos de esta antología. Según el autor, esto obedece a una decisión personal, pero luego que el lector de a pie logra reconocerse, se vuelve un tópico estrictamente personal. Quien lea estas páginas decide si merecen olvido o contarse o contagiarse y compartirse en voz alta en el diálogo del silencio… como hacemos con los recuerdos.  
En suma, esta maravillosa antología de cuentos escritos por Jorge F. Hernández, es apenas una mínima muestra de una consumada maestría en el oficio de contar historias (con hache mayúscula y minúscula, por supuesto); cartas de navegación a la espera de un viaje interior, donde sus lectores asiduos continuamos acumulando millas de viajero frecuente (otras historias en espera de contarse) y para que los nuevos pasajeros conozcan “el mejor de los mundos imposibles” –Abel Quezada dixit– que sólo la imaginación, o el mero afán de compartir una historia, puede otorgar en esta vida. Para todo lo demás, queda la lectura. (Así sea.)  

Jorge F. Hernández. Un montón de piedras. Antología de cuentos. México, Alfaguara, 2012.

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