lunes, 23 de diciembre de 2013

Agua de dos orillas

Ulises Velázquez Gil

En la poesía como en la geografía, toda expedición es una forma de lectura; cuando revisamos los mapas u hojeamos un libro de poesía, buscamos en primer término el lugar donde nos encontramos, delimitando siempre el punto de partida. Al final, como en el poema legendario de Constantino Cavafis, “Ítaca”, o en Las ciudades invisibles de Italo Calvino, la respuesta se encuentra en nuestras manos.  
        Viajera frecuente por la geografía de la literatura, Claudia Hernández de Valle-Arizpe nos presenta un poemario donde se confirma, de nueva cuenta, su dominio del oficio poético, ahora centrado en territorios harto familiares para las letras: México-Pekín, volumen que consigna buena parte de sus experiencias en el lejano Oriente.
      A lo largo de nueve secciones, Hernández de Valle-Arizpe nos comparte una parte sustancial de su estancia en China, un lugar que la llenó de asombro, por las marcadas coincidencias entre las patrias del corazón y del afecto (México y Pekín, respectivamente), y entre el asombro expuesto sucede una sístole-diástole entre ambas patrias, como lo evidencia el poeta-río “Como naipes”: Multiplicado en su caos el día pone/ énfasis en los ruidos de la avenida/ Xola que sin verde y con tránsito/ incendiada por el sol de abril/ colapsa y revive una y otra vez/ organizada como un plexo […] Pagodas en medio del parque/ elevan a otra altura el periférico de/ kilómetros de extensión gris/ índigo –plata tornasol– y ella/ norteada otra vez perdida como siempre […]
Estrofa tras estrofa (secundadas por un acróstico apenas disimulado), la mirada mexicana y la experiencia pequinesa se alternan hasta el grado de no saber, a primera vista, si la realidad es de forma contraria (¿una mirada pequinesa?, ¿una experiencia mexicana?), sin embargo, hay una tercera vía que podría responder a esa inquietud: Madruga la ciudad su aire su agua hedionda/ pisada en charcos donde tiemblan/ edificios con letreros de neón Desde temprano se/ enluta el día con las noticias de más caídos:/ Xóchitl Ernesto su papá su hijo/ Karla Juan Ramón Alicia el/ índice de muertos desborda la página y no es/ imaginario no es ficción mientras ve cómo/ cae el ángel de su columna se hace añicos/ nada sucede y todos respiramos en la/ oscuridad […] (Es decir, ¿qué ambas ciudades se funden en una sola? ¿Qué la poesía hermana sensibilidades diferentes después de todo? Sigamos con nuestro recorrido…)  
Si prestamos atención a los poemas contenidos en varias secciones intermedias (“En las plazas”, “Y en los parques”, “Templos”, “Y de celebraciones”), ¿se nos habla de la Ciudad de México, o de Pekín?  Dejemos que la poesía declare de primera fuente: Vibra en la Plaza Mayor su templo,/ el palacio del emperador,/ el asta blanca. […] En ambos lados quema el sol la piedra/ y el pavimento los pies en la plaza sin sombra,/ sin interior y sin árboles. (“Del otro lado”); El sauce de China y el ahuehuete mexicano/ crecen su tronco invisible,/ su trifulca de raíces entre algas/ y conforman un paisaje para pasar de largo/ o para caminar hacia su interior,/ hacia su cuerpo de encinos, cedros, tepozanes. (“Chapultepec”); Para penitentes en cuatro grados, esta casa real/ que acoge a millones. […] Y que me ampare –Iglesia de la oscuridad–/ la fe en la tabla de quien naufraga. (“Basílica”) Y como último testimonio, estos versos: Vestido de Mis Quince como anémona, con la textura y el brillo del tangyuan de ajonjolí que espera.// Acá el humo del cerdo. Allá la neblina del hielo. ¿Frito? ¿Seco? (“Y celebraciones”) En este juego de alternancias, con miras a darle a cada geografía su tiempo justo, en algún momento se crea un tercer territorio, comprobado por obra y gracia de la poesía.  
[Paréntesis aparte: para los viajeros frecuentes de la obra de Claudia Hernández de Valle-Arizpe, es grato hallar en México-Pekín la presencia de la comida en China, que nos remiten de inmediato a un texto incluido en Porque siempre importa, donde nos cuenta punto por punto sobre un ritual inamovible; pero tal parece que todo se resume en lo siguiente: Ninguna explicación se comprende./ Ninguna vuelta al pasado./ Ninguna referencia a su historia,/ al gran hambre de siglos,/ al deseo de agradar/ o a la necesidad de ofrecer son suficientes. (“Tras el banquete”) Más claro, ni el agua.]      
          Como en algunos poemas de Deshielo, Perros muy azules y Lejos, de muy cerca, nunca falta en la poesía de Claudia Hernández de Valle-Arizpe la figura de la extranjera, quien al situarse en lares ajenos a ella, termina por reconocerse en la gente del país que la recibe, de una u otra manera. En el último viaje por tierra, al acercarse,/ aumenta su esplendor y ciega la esperanza. […] En la capital, los templos y terrazas/ fueron construidos por miles de hombres,/ no por el viento y la lluvia. (“El migrante”) Y a medida que se reconoce en las cosas que vive y observa, esa buscada anagnórisis se encuentra en el migrante chino, Feng, peregrino en su propia patria (Al despertar veo en la luz/ a una mujer con las pupilas de un ciervo) y con la extranjera dentro de sí, firma su encuentro de esta forma: Morimos tantas veces, nos morimos/ a cada rato, parece decirme ella desde dentro de mí,/ desde las pupilas del ciervo.   
A lo largo de México-Pekín, podemos descubrir dos elementos primordiales que funcionan a manera de cicerones en toda la obra: el “Nocturno alterno” de José Juan Tablada, donde se hilvanan Nueva York y Bogotá, extremos de la misma madeja poética, y en segundo término, la Ciudad contra el cielo de Elva Macías, mapa de viaje interior por China, y de cuyas estancias retomo la siguiente, que bien resumiría la búsqueda de Claudia Hernández de Valle-Arizpe: Todo reino tiene su término:/ el afán de eternidad se cumple/ en la conciencia de los hombres. Y en esa búsqueda, un pródigo verso funciona a guisa de ritornelo (Madruga la ciudad su aire su agua hedionda), que nos recuerda con claridad que toda ciudad se parece, aunque la geografía o la urbanización se obstinen en negarlo.
A final de cuentas, México-Pekín nos introduce en un escenario idóneo que sólo la poesía puede otorgar; un espejo sobre el cual reflejarse, agua de dos orillas que despierte en nosotros el asombro y la conciencia de ser, diría otro viajero de la poesía, contemporáneos de todos los hombres. Todavía queda mucho trecho por recorrer en la geopoética de Claudia Hernández de Valle-Arizpe, y mientras llega el momento de proseguir el viaje, queda en nosotros su dedicada lectura. Si los viajes ilustran, la poesía crea, descubre y transforma. (Verdad que sí.)     

Claudia Hernández de Valle-Arizpe. México-Pekín. México, CONACULTA, 2013. (Práctica Mortal)

1 comentario:

Mariposa Tecknicolor dijo...

¡cómo disfruto leerte! Un abrazo.