viernes, 6 de septiembre de 2013

Maestro de mar y guerra

Ulises Velázquez Gil

Hace poco, un desconcertado lector se quedó de a seis cuando vio en una entrega anterior de esta columna las palabras “sin mancha”, refiriéndose al ser y hacer del autor en turno; sin embargo, me permito rescatar algo de su extrañamiento: no hay individuo que no carezca de virtudes ni defectos, puesto que cada quien cuenta con sus propios claroscuros, donde una personalidad se vuelve más que interesante y susceptible de admirarse por entero, u odiarse a ultranza. (Ante esa disyuntiva, queda mejor significarse que justificarse. Qué remedio.)
En el panorama cultural de México en el siglo XX, la figura de Octavio Paz (1914-1998) abunda tanto en simpatías como en contrariedades. Para unos, crítico acérrimo, y, para otros, más convenenciero que convincente, nunca cesan las polémicas en torno suyo, y no es para menos, dados los alcances de su presencia toral en la literatura mexicana; ante esa dualidad, Armando González Torres se permite ponernos en claro los pasos de un sendero intelectual que, según el vaivén de su tiempo, o de sus intereses particulares, contribuyó significativamente a la formación de un hombre de su tiempo, con todo y sus guerras personales.
En Las guerras culturales de Octavio Paz, González Torres nos introduce, paso a paso, por la evolución sucesiva de un escritor que nunca dejó a un lado su pasión por la palabra: sea desde la creación prístina de la poesía, sea en la trinchera asertiva de la crítica del tiempo presente. Aquí cabría preguntarse el por qué de su ensayo de largo aliento, cuya respuesta (o la mera aproximación de ésta) se encierra en las siguientes conjeturas: Porque fuera del mausoleo de los elogios o de la fosa común de las diatribas, el Paz público resulta, a veces, un desconocido. Por un lado, la asimilación y discusión seria de la obra y la figura pública de Paz se soslayaron frecuentemente una vez que el escritor se convirtió en un polo del debate ideológico. (De eso se trata: develar las razones que volvieron de Paz un personaje admirable que polémico, y como toda disyuntiva tiene un principio, comencemos como debe de ser.)  
El artista-intelectual analizaba la vida social, postulaba valores generales, proponía modelos de moral y de conducta y resultaba un  punto de referencia de los deseos y las aspiraciones de la sociedad en su conjunto. Cuando Paz encontró su camino creativo –la poesía, cabe resaltarlo−, el mundo de su tiempo se debatía entre defender la influencia capitalista de pátina democrática y la búsqueda de una sociedad equitativa, cuya intentona nunca pasaba de igualitaria (¿Qué puede hacer un pequeño poeta frente al gigante de las posturas políticas? Aparentemente, nada. Se supone…) Entonces, la empresa paciana en los siguientes cincuenta años […] consistirá en elaborar y representar un modelo intelectual que permita armonizar la esfera estética con la vida activa; conjugar la contemplación, la inspiración y la acción; conciliar la escisión entre el dominio estático, el intelecto y la moral; forjar patria, sin sacrificar la libertad e independencia del artista.
En una (brevísima) entrevista concedida al periodista Braulio Peralta, surgió de botepronto una pregunta obligada: −Desde dónde escribe usted, ¿desde el centro, desde la izquierda, desde dónde? Y la respuesta de Paz brilla por sí sola: −Desde mi cuarto, desde mi soledad, desde mí mismo. Nunca desde los otros. La literatura, sobra decirlo, es un oficio de solitario gaviero, quien al mirar fijamente hacia el horizonte, es el primero que advierte a los demás de las cosas próximas por venir; lamentablemente, para muchos militantes políticos y jóvenes de su tiempo, las visiones de ese gaviero sólo anunciaban un paisaje desolador y pesimista… descarnadamente verdadero, cosa que se negaron en reconocer los adeptos al sistema socialista, cuyas taras desanimaron a un entonces joven y apasionado escritor.  
Tirios y troyanos, con todo y sus discrepancias de orden paciano, habrán de reconocer en sus escritos las siguientes cualidades: interés anecdótico, argumentación sólida, carácter, gracia estilística y espectáculo, resultado de muchas lecturas hechas a la par del cambio sucedáneo en el mundo. No contento con residir en la torre de cristal –como todo poeta que se respete−, pisa el suelo del diario acontecer y desgaja la realidad, en espera de comprender sus elementos torales, o de aproximarse en franca lectura.
En la trinchera cultural de Octavio Paz, 1968 marca un parteaguas en cuanto a su compromiso con la realidad mundial, y, por ende, refrenda su origen como poeta, portavoz del fuego de cada día, la palabra: Paz otorga al poeta y al artista un cometido, a la vez marginal y central, como guía y precursor que debe ser atendido por las élites modernizadoras y por el pueblo. Con su renuncia al cargo de Embajador de México en la India, Paz puso un atisbo de autonomía en un panorama meramente adverso; los jóvenes entusiastas del ’68 vieron en un hombre de la generación de sus padres a un crítico marginal, pero se desencantaron al ver sus visiones a futuro de la exagerada defensa de esos ideales, tildándolo de derechista y hasta de lacayo al régimen.
Con el signo de Cassandra bajo su cabeza, Octavio Paz recobró energía crítica con dos empresas de carácter épico e integridad a prueba de todo: la creación de la revista Vuelta en 1976, y la organización del encuentro internacional denominado La experiencia de la libertad en 1990. En ambos casos, esos foros de expresión sirvieron para criticar el “estira y afloja” de la situación internacional, sin olvidarse de una primordial misión: el compromiso con las palabras. Si seguimos a González Torres, […] Paz representó, con todas las virtudes y defectos, la figura de un intelectual omnívoro que busca las correspondencias entre las artes, las culturas y los saberes; de un artista que pretende reivindicar la autonomía del arte con respecto a las consignas ideológicas; de un moralista y reformador social que aspira a ser árbitro de la polis. (Dentro de esa condición omnívora, para muchos representó una incomodidad respecto a su proceder en este mundo ancho y ajeno, sin embargo, nunca se afanó en tener toda la verdad, y la poca que tuvo en sus manos, la defendió contra viento y marea.)   
¿Por qué leer Las guerras culturales de Octavio Paz, de Armando González Torres? Los adversos a su genio y figura, conocerán de primera fuente la evolución de un lector de su tiempo, con errores y aciertos, siempre atento a corregir o confirmar sus perspectivas, “Porque en política todos nos equivocamos”, según confesara a Braulio Peralta en otra entrevista; es de sabios reconocerlo al fin, que el tiempo invertido en ello va por nuestra cuenta. Por otro lado, sus lectores más fieles descubrirán el natural desarrollo de un hombre de letras abierto a toda manifestación del mundo, porque, como reza el precepto clásico, Nada humano me es ajeno. Y si la crítica de índole política es una manera de hacerlo, nada perderemos con ello.
Después de todo, hay claroscuros que permiten una imagen más nítida y con este libro (que hoy en día cumple su primera década de publicación, y a pocos meses de distancia de llegar al primer centenario de Octavio Paz), Armando González Torres nos invita a conocer muy a fondo el itinerario intelectual de un hombre comprometido con su tiempo: maestro de mar y guerra, ante los embates de un mundo bipolar y olvidadizo. De cualquier manera, queda en nosotros descubrirlo por cuenta propia. (Y luego ¿el diluvio? o ¿la tempestad? Seguramente…)     

Armando González Torres. Las guerras culturales de Octavio Paz. México, Colibrí / Secretaría de Cultura de Puebla, 2002 (Vino Tinto).

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