miércoles, 18 de septiembre de 2013

Inteligencia y generosidad

Ulises Velázquez Gil

En 1968, sea en París, México y en otras partes del mundo, centenares de jóvenes se levantaron contra el orden imperante de su tiempo y pedían a gritos un cambio, como una de sus divisas decía: Seamos realistas ¡pidamos lo imposible! La respuesta que el mundo les dio ante su esperanza contundente, fue la represión y, en otros casos, la dispersión. Aunque la primera no pierde un aura de importancia –por la sangre derramada en algún momento–, duele más la segunda, siempre en aras de pagar el precio de la contemporización. (Según como esto se vea…) 
            Antes de la aparición en escena de estos jóvenes del ’68, en México, a principios del siglo XX, otro tipo de jóvenes se agrupó en una asociación con fines culturales, donde se enfrascaron en la empresa más difícil de todas, la defensa de la cultura, y para narrar la historia de esa intentona, nadie más capaz para ese empeño que otra apasionada de la cultura, de nombre Susana Quintanilla. El resultado, seguro habrán adivinado, es el libro “Nosotros”. La juventud del Ateneo de México.
Pedagoga por partida triple, pero escritora por derecho propio, Susana Quintanilla se ganó a pulso un lugar en la historiografía cultural con este estudio que, como su nombre lo indica, muestra la “juventud del Ateneo de México”, legendaria agrupación que dio cabida a futuras luminarias de las letras mexicanas, que vivió un tiempo entre interesante como difícil, doblemente acentuado si ubicamos esta generación entre los porfiristas ilustrados y los postreros constructores del nuevo saber mexicano.
            A la par que Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes, se suceden otros nombres, como Alfonso Teja Zabre, Jesús T. Acevedo, Julio Torri, y hasta Martín Luis Guzmán y José Vasconcelos, por decir algunos nombres; en el Edén del régimen porfirista, estos jóvenes bien cuidados por Justo Sierra, hicieron todo lo posible por difundir el saber de su tiempo, pero también buscaban su propia voz, en el empeño de llenar páginas y vaciar inquietudes. Sin embargo, no bastan las buenas intenciones para asegurar el sustento, y algunos de ellos encontraron en el sector público una forma de allegarse recursos, por mínimos que éstos fueran, a fin de sostener su ilusión literaria.
            Es común que los historiadores y exégetas se refieran al contexto social del Ateneo como si hubiera sido ajeno a la gente. Utilizan frases del estilo de “en el esplendor del Porfiriato”, como si una dictadura tuviera luz, o “en el marasmo previo a la Revolución”, como si ésta hubiera avisado que ya venía, declara la autora ante la engorrosa fama con que, antes del presente libro, solía verse a la generación del Ateneo, a la que no la bajaban de generación nepantla, es decir, de personas que vivieron su postulado entre dos aguas, épocas o tendencias políticas que sólo empeñan una trayectoria impecable, prístina y franca.
            Entre los propios integrantes del Ateneo, se suscitaban historias diversas, dignas de una novela de aventuras, o de la épica griega presentida en su postulado; Alfonso Reyes asume la política de las Letras ante los embates de las letras de la Política, tentación de su padre Bernardo y delirio de su hermano Rodolfo; Henríquez Ureña, extranjero sólo de pasaporte, observa y participa al unísono con sus colegas de grupo; Guzmán y Vasconcelos, los “pollos” del Ateneo, mientras adquirían su lugar por cuenta propia e intentaban asimilarse a su época, dudaron de su destino y entraron en escena. (Si me permiten decirlo, Quintanilla dedica hojas y hojas en ponernos al tanto de la vida de Martín Luis Guzmán, de sus antecedentes familiares y del cómo la relación con su padre, militar de carrera, determina en él combatir con y para la literatura. Si juntáramos esos “fragmentos”, ¿tendremos un arranque de biografía? Quizás así lo vea, pero no me toca decirlo…)
            Uno de los méritos de “Nosotros” radica en la fluida prosa y en la fidelidad al detalle con que Susana Quintanilla nos adentra en el mundo de los jóvenes ateneístas; pese a compartir un tiempo en común y con ciertas concesiones a su favor, ninguno de ellos obtuvo carta blanca para asumir su libertad por completo. (Eran tiempos en que era mejor significarse que justificarse. Ni modo.) Aún así, la autora enfatiza que la presente obra “prioriza a las personas sobre sus obras. Si alguna palabra resulta apropiada para nombrar el tema central ésta es formación, pues remite a algo siempre en proceso, nunca acabado del todo, indefinido”. (El subrayado es mío.) La política predominante en la familia Reyes derivó que Alfonso defendiera su vocación por las letras; el heroico final del padre de Martín Luis Guzmán, su intención de hacerse a la mar de la escritura; Henríquez Ureña, su plataforma de despegue cultural –siempre en aras de avanzar en su mundo–, y de Vasconcelos, decantar los primeros avatares de su Ulises criollo (así, sin cursivas). Otro hecho a notar en la aventura de todos ellos –y los que faltan por nombrar, no por falta de memoria, sino por exceso de aprecio–, es la naciente inclinación por el hispanoamericanismo de José Enrique Rodó y su obra emblemática Ariel: todos los ateneístas soñaban ese ideal, pero muy pocos quedarían como Próspero en su intento, aunque, al final, siempre se lograra vencer a Calibán, llámese Gabino Barreda y el positivismo, o la (posible) levantisca revolucionaria.
A pesar de que existen libros elementales sobre el tema como La revuelta y Ateneo de la Juventud (A-Z), que abordan este grupo con otra perspectiva, es preciso decir que “Nosotros” “termina donde comienzan la mayor parte de los estudios sobre esta generación”. Además de proporcionarnos una portentosa fuente de datos desconocidos acerca de ello –al menos para mí, cabe decirlo–, su dedicación en perfilar a cada uno de los protagonistas le otorgan un lugar de honor en la historiografía contemporánea, equiparable solamente a Rudos contra científicos de Javier Garciadiego, y, si me apuran un poco, a Caudillos culturales en la Revolución mexicana de Enrique Krauze. (Si aceptaran un buen consejo de mi parte, habría que leer primero el libro de Susana antes que los ya mencionados: así, veremos cómo evolucionó la cultura mexicana que, a siglo y pico de distancia, goza de cabal salud.)       
            Con todo, la toral enseñanza de “Nosotros”. La juventud del Ateneo de México reside en mostrarnos a una serie de personas que lucharon en pro de una nueva perspectiva donde inteligencia y generosidad habrán de desarrollar al alimón otras empresas más humanas y menos sistematizadas, donde “pedir lo imposible” es un buen síntoma de congruencia, pero, sobre todo, de esperanzas renovadas. (Ojalá y así se vea.)    

Susana Quintanilla. “Nosotros”. La juventud del Ateneo de México. México, Tusquets, 2008. (Tiempo de Memoria)

(4/mayo/2012)

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