miércoles, 11 de septiembre de 2013

Contemplación y detenimiento

Ulises Velázquez Gil

“He contemplado tanto la belleza/ que mi vista de ella está llena”, nos dice Constantino Cavafis en alguno de sus poemas, y de alguna manera resumen e incluso anuncian la siguiente labor a realizar como parte del quehacer poético: dar fe de esa belleza mediante versos entre libres y con medida, hasta formar –si se quiere– una plaquette completa, donde aquella contemplación se repita una y otra vez cuando el lector viaje de ida y vuelta hacia otros lares, que sólo la poesía permite.  
            Una poeta de altos vuelos y ensueños de largo alcance, Claudia Hernández de Valle-Arizpe, cumple a cabalidad ese estado contemplativo en Sin biografía, libro que reúne 22 formas de aplicar ese estado en los objetos que le son caros, es decir, aquellos que ella resolvió con maestría conservarles algo de su belleza, porque en el empeño de abarcarlo todo, de alguna forma se pierden cosas.
Qué pasaría si olvidara, de memoria,/ todo el pasado y no pudiera verme/ en la euforia de este minuto;/ en su fasto amarillo/ que me celebra./ Seguiría  quedando mi cara/ y en sus caminos,/ reconocible para los otros, una biografía incierta. Sabemos  (se ha dicho) que los poetas, a falta de biografía, tienen obra propia, y en el caso de Claudia Hernández de Valle-Arizpe también lo son esos objetos que la sustentan; las cinco secciones de Sin biografía habrán de confirmarlo. En la primera, son los pájaros en su mayoría quienes buscan insertarse en su fauna poética. Todos los pájaros son el cuervo en mi ventana, y mi casa, por decir un ejemplo, anuncia la vocación trashumante y viajera de la autora, que hace de las aves otro tipo de geografía, otra residencia en la tierra. Inquieto, el sueño nace en la madrugada./ Las aves son su brújula./ Por el miedo a quedarse con poca luz/ inician su viaje en otoño. Si el poeta es el gaviero de la palabra, siguiendo una idea de Álvaro Mutis, en Sin biografía es el pájaro esa manifestación latente, y como las palabras se nos escapan de las manos, nuestra empresa no está del todo perdida: Cuando los ojos buscan en la superficie,/ el aire es una red llena de pájaros. En suma, la poesía. (Si en Deshielo se cuestionaba el destino de esas aves –¿Es cierto que los pájaros eligen su muerte?/ ¿Qué su libertad radica en esa astucia?–, en “El cuervo anuncia las cenizas” la respuesta queda a la vista.)   
            En “Piedras” la contemplación se enfoca a tres poemas producto de esa trashumancia intuida en el pájaro. En ese caso, el viaje cuenta con otro tipo de metáfora, una geografía de diversos lares. Una órbita de alabastro/ y luego esa línea que semeja un río/ pero sin la voz del agua./ Mudez. Pedazo./ […] (Una piedra que corte el encantamiento de las plegarias.) El silencio, territorio prístino de la poesía, busca en las piedras su residencia a prueba de tiempo, donde nacer a cada instante sea una empresa posible; un lugar donde Salir del mundo para ver el cielo/ […] salir sólo es posible/ después de haber permanecido en él/ Y el poeta lo escribe todo sin decirlo/ […] y la piedra traída de Egipto/ es un largo silencio que sabe hablar.
Volver al origen, o a la noción de ello, es la materia prima de “Hormigueros”, donde la voz de la tierra queda presente para enunciarnos otros modos de nombrarla, aunque la intuición poética de Claudia Hernández de Valle-Arizpe conjuga diversos mundos, como los del cuerpo: Una isla es un cuerpo que mira hacia arriba./ Busca en si noche un mosquitero de gasa/ rimbombante; la isla es rimbombante:/ la orquídea y el musgo devorándole su boca/ de tierra abierta a la penetración del aire. Un cuerpo cuyo centro suele ser el ombligo, preludio y enunciación del tiempo: El valor de un conjuro está en el deseo./ En los ombligos se añejan sus amuletos/ con la prisa de las criaturas vanas,/ […] sin la luz más clara de mirar hacia otra orilla. (Basten estos versos de “Amuleto” y los reunidos en “Umbilicales” para asegurarlo…)
Respecto a las secciones restantes, “En los ojos del vidente” y “Venenos”, hay una constante: la magia o en el encantamiento que algunos objetos ejercen en nosotros (al menos, en la autora). El vidente, se ha dicho en otro lado, es el poeta y su visión, la carta de marear para nuestras travesías de lectura, y como tal, hay territorios visitados con antelación a guisa de recuerdo y esperanza de volver hacia viejos puertos donde los pájaros de su poesía regresan: Sube la espiral del pájaro/ hasta la hoguera de los ojos. Tanto la hiel de toro (y conozco la hiel de toro presta para aliviarme. traída/ de una ciudad/ que lleva el nombre de un santo) como la flor de loto (De la flor se extrae un líquido/ que se incendia con el aire./ El loto amarillo se reduce/ y, ya en la lengua, causa sueño) funcionan como el “ábrete sésamo” para cualquier puerta, inclusive la de la percepción, después de todo.
Podemos decir, finalmente, que Sin biografía es un libro que reluce de contemplación a cada verso, pero también de detenimiento, por el minucioso ingenio de asir el objeto presentido. Si en Hemicránea fue para exorcizar el dolor (mismo procedimiento plasmado en Perros muy azules), en este libro se trata de relumbrar los objetos y sus peculiaridades, con ciertos retoques, desde luego. Después de todo, queda suscribir lo dicho por Cavafis, “Procura conservarlas, poeta,/ aunque pocas sean las cosas que se pueden detener”, y lo demás va por su cuenta. (De verdad.)     

Claudia Hernández de Valle-Arizpe. Sin biografía. México, Fondo de Cultura Económica, 2005. (Letras Mexicanas)

(24/diciembre/2012)

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