lunes, 26 de agosto de 2013

Ventanas hacia la memoria

Ulises Velázquez Gil

Se dice que los ojos son el espejo del alma, y cuando observan una imagen entrañable, más que un espejo es un pasaje en el tiempo; acto que se repite una y otra vez cuando dicha imagen reaparece con la misma fuerza con que se presentó por vez primera. Para varias generaciones de mexicanos, esa imagen “ideal” se asocia de inmediato con una misión cultural y educativa que hoy en día sigue cosechando gloriosos resultados. Me refiero, sin duda, a “La Patria” de Jorge González Camarena, emblema paradigmático de los libros de texto gratuitos.  
Una historiadora sin mancha, de nombre Bertha Hernández, nos entrega en “Así eran mis libros…” el largo camino que lleva recorrido el libro de texto gratuito como estandarte de la educación en México; concretamente, por medio de las imágenes que ilustraron sus portadas a lo largo de 50 años. ¿Qué puede disparar el caudal de recuerdos, qué atrae la memoria de otros tiempos? […] Cualquier cosa puede activar la memoria, despertar el eco de viejas alegrías, de amores pasados, de la primera escuela. (Para la mayoría de todos nosotros, ésta se asocia con los primeros libros que llegaron a nuestras manos: aquellos que nos acompañaron durante la primaria, a la par de los juegos y refrigerios a la hora del recreo.)
Para esta generosa revisión, Bertha Hernández nos propone tres fases: una, donde la cruzada educativa de Martín Luis Guzmán consiguió el apoyo de grandes pintores para realizar las portadas de unos libros en busca de su destino; otra, donde la idea del libro se asociara al juego de sus portadas, y una tercera, retomando el espíritu prístino de la primera, pero con nuevos protagonistas de la plástica mexicana. En todos los casos, una sola frase funciona a manera de ritornelo narrativo: “Así eran mis libros...”
Los héroes patrios (Hidalgo, Juárez, Madero) vistos desde el pincel de David Alfaro Siqueiros, Raúl Anguiano, José Chávez Morado y Alfredo Zalce, por mencionar otros, incentivaron un sentido muy marcado de patriotismo, que tuvo como principal vehículo la distribución de estos incipientes libros de texto gratuito. Para unos ojos –siempre hay ojos que nos miran, muy a la distancia− significó llegar a los lugares menos beneficiados por el progreso de la Revolución mexicana por el apostolado acendrado de la educación, mientras que para otros, con la sola inclusión de Hidalgo, Juárez y Madero en aquellas portadas, veían un cierto atisbo de uniformidad, es decir, de imponer –bajita la mano− una historia oficial. Aún así, la reacción de los verdaderos destinatarios, es decir, los niños y sus maestros, era la más importante: ¡Qué hermosos libros!
La segunda fase del libro de texto gratuito, desarrollada en los años 70, tuvo dos peculiaridades: el acendrado interés por los temas de actualidad y los cambios suscitados hasta ese momento, y la frescura y espontaneidad respecto a la creación de las nuevas portadas, a cargo del diseñador Juan Ramón Arana, quien tuvo la novedosa idea de plasmar en éstas otro importante referente infantil: los juguetes tradicionales. A la par del aprendizaje y del juego, aparece en escena una idea revolucionaria que hoy goza de cabal salud: el material recortable, mediante el cual el alumno pasaría de espectador−lector a participante activo en el proceso de aprendizaje. (Invitación al juego, a la búsqueda en el interior del libro. Fueron tiempos de letra script, del cambio a los cuadernos de cuadrícula chica, o grande; se abandonaron los ejercicios de caligrafía Palmer; los usuarios de estos nuevos libros no aprenderían a escribir con “letra manuscrita”. Sí, la educación cambiaba; y los compañeros constantes de la vida escolar, también.) De pilón, digno es de resaltar la presencia de una historiadora combativa e inteligente, Josefina Zoraida Vázquez, cuya principal asesoría en el libro de Ciencias Sociales sirvió como puente principal entre una generosa tradición y un mundo en constante crecimiento; en una palabra, que los niños de entonces fueran, dicho en palabras de Octavio Paz, “contemporáneos de todos los hombres”.    
Y en la tercera ola de la historia del libro de texto gratuito, merece especial atención la presencia de Javier Wimer, diplomático ilustrado de los que ya no hay, en cuya administración se le dio un segundo aire a la prístina empresa de Martín Luis Guzmán al reunir a los pintores consagrados del momento para diseñar las portadas de los libros de texto; al llamado de Wimer acudieron Manuel Felguérez, Brian Nissen, Leonora Carrington, Arnold Belkin, José Luis Cuevas, Alberto Gironella, Arnaldo Coen, Elvira Gascón, por mencionar algunos. Además, en la tercera de forros se colocaron el nombre del artista y el año de producción de la obra, para que los niños conocieran algunos datos sobre quién diseñó la portada de su libro favorito.   
A título personal, cuando tuve estos libros, de tercero a sexto año de primaria, quedé sorprendido con la calidez de las portadas, que me invitaban a seguir la huella de sus creadores; recuerdo que me intrigó toda la vida la frase “Esto es gallo” de mi libro de sexto año –Gironella, el culpable−, mientras que el cuervo negro de Leonora Carrington acompañó muchas de mis tribulaciones como niño y como educando. Sin embargo, en mi patria del corazón tienen un lugar especial “los gatitos” de Brian Nissen. Hoy, que nuevamente veo esas portadas, el niño que buscaba en ese tiempo su propio camino de sueños y de letras, aún sigue presente. (Aquí y ahora, muchas gracias.)
De todas las pinturas que la CONALITEG resguarda como parte de su memoria histórica (desde las encargadas por Guzmán hasta las aprobadas por Wimer), hay una que resume por entero toda una vida de trabajo y de constantes esfuerzos por llevar los libros de texto hasta los rincones más apartados del país, y que, hasta la fecha, se volvió su emblema indiscutible. Me refiero, sin duda, a “La Patria” de Jorge González Camarena, ni más ni menos. Entre la pesquisa detectivesca y una historia digna de Scherezada, Bertha Hernández nos cuenta su historia secreta: de cómo una pintura, nacida por influjo del encanto femenino, adquirió en las manos de su creador inmortalidad para la modelo (cuya vida se volvió un misterio sin resolver) e identidad para una nación, porque en ella se vinculan muchas cosas: la entereza, la fortaleza, la seguridad de que, en toda circunstancia, por difícil que éstas sean, la Patria, con mayúsculas, es protectora y maternal, pero al mismo tiempo valiente y decidida, y son esas cualidades las que le permiten mirar hacia adelante con algo en los ojos que se parece a la esperanza, segura y cobijada, como alguna vez dijera José María Morelos de Leona Vicario, “por las alas del águila mexicana”.
De 1962 a 1972 cubrió las ilusiones y esperanzas de muchas generaciones de niños mexicanos –mis padres, por ejemplo−, pero desde entonces ya era “la madre protectora”, que se encontró conmigo, con mi generación, gracias a Mi libro de Historia de México, allá por 1992; y aunque la vida me alejara de mi ejemplar único e irrepetible –al que debo mi pasión por la historia mexicana, sólo refrendada por Socorro Sarabia García, mi inolvidable maestra de sexto año−, nuevamente la vida me recompensó con otro similar, que ahora guardo con cariño y devoción en mi biblioteca.
Hay muchas cosas pendientes de decir sobre la historia de los libros de texto gratuito, y aún más acerca de la expresión plástica en sus portadas. Con “Así eran mis libros…”, Bertha Hernández ya “nos hizo la tarea” (como diría mi siempre recordada Rosalía Velázquez Estrada) al compartirnos una generosa ración de historia por medio de este libro maravilloso, entrañable y erudito a todas luces, cuyo esfuerzo es apenas el comienzo de una historia en vías de justipreciarse mejor, que no sólo las personas detrás de la CONALITEG  puedan contar por sí solas, sino que también sus destinatarios principales, es decir, los niños de ayer y de hoy, quienes recibieron en esos primeros libros aprendizaje y entusiasmo, conocimiento y compañía; a final de cuentas, ventanas hacia la memoria que se abren de par en par a la vera de conciliar sueños y esperanzas infantiles de entonces con el admirable oficio de aprender nuevas cosas que delimiten nuestro porvenir como “contemporáneos de todos los hombres”. (De verdad, que así será.)

Bertha Hernández G. “Así eran mis libros…” La colección pictórica de la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos. México, Comisión Nacional de los Libros de Texto Gratuito, 2011.

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