miércoles, 28 de agosto de 2013

La fraternidad constante

Ulises Velázquez Gil

En Signos de admiración, Jorge F. Hernández pasa revista a todos aquellos autores que, de alguna forma, han sido su tabla de salvación ante los sinsabores del mundo ancho y ajeno circundante. Hay autores que nos ayudan a salir del paso, pero hay otros que su compañía nos hace ver mejor las cosas presentes; los primeros cumplen con el solaz, los otros, comparten lecciones de vida. Cada uno sabrá encontrar el suyo, sin importar época ni pensamiento. Si me permiten el paréntesis personal, quien esto escribe encuentra la segunda condición en las obras de un escritor, que al pasar por los sinsabores del mundo, nos entrega –mediante los senderos de la literatura –una brújula necesaria para aquellos que comienzan su curso propio. Hablo, con franqueza, del colombiano Álvaro Mutis. 
Poeta desde sus inicios literarios y novelista en tiempos recientes, Mutis ha sabido aprovechar los tiempos que corren para consolidar una obra propia, que se ha nutrido constantemente por su estancia en compañías petroleras, agencias de publicidad, venta de películas y hasta una escala en Lecumberri, comprobando así que en la cárcel y en la trinchera se conoce a los amigos, hasta los inventados, si se quiere ver así. Producto de esos avatares fue Maqroll el gaviero, cuya vida siempre se encuentra a merced de los sinsabores y decepciones de la vida. Pese  que toda empresa acaba por salirle mal, acepta las consecuencias y luego de sumirse en cierta depresión, sigue adelante. Las aventuras de Maqroll han merecido siete novelas, en las que se afirma ese ir y venir de la vida; de todas estas, La última escala del tramp steamer, es la más impersonal, puesto que Maqroll no aparece en forma, pero algo suyo se asoma en el horizonte.
El narrador (un Mutis apenas disimulado) tiene un encuentro constante no con Maqroll o con Abdul Bashur, protagonistas de sus respectivas novelas, ¡sino con un barco!, un buque de carga denominado tramp steamer, que, a diferencia de los usuales, tiene dificultades para tocar puerto y su travesía depende de la carga previamente acordada. Sus encuentros con el Alción lo llevan a pensar sobre las coincidencias y avatares vividos, a merced del infortunio y el desconcierto, donde, finalmente superados esos trances, se sigue viviendo.
La vida hace, a menudo, ciertos ajustes de cuentas que no es aconsejable pasar por alto. Son como balances que nos ofrece para que no nos perdamos muy adentro en el mundo de los sueños y de la fantasía y sepamos volver a la cálida y cotidiana secuencia del tiempo en donde en verdad sucede nuestro destino. Entre esas correrías, Mutis también nos cuenta la historia de Jon Iturri, euskera que se relaciona intrínsecamente con el barco en cuestión, pero más en concreto con una mujer excepcional y rara para los ambientes donde suele moverse: Warda Bashur, libanesa de fuerte prosapia naviera, y a la sazón, hermana de Abdul, amigo de Maqroll. (Paréntesis aparte: Iturri comparte con el narrador un encuentro fundamental en su vida naviera; cuando conoce a “un libanés, medio armador y medio comerciante, […] y su socio y amigo, un hombre de nacionalidad indefinida”, con quienes acaba por asociarse para las travesías del tramp steamer, pese a que esa nave, el Alción, se halla al borde del desastre.)
El azar es siempre sospechoso, son muchas las máscaras que lo imitan. En esta novela, de las siete que componen la saga del Gaviero, se resumen todas las circunstancias, o por lo menos, los ambientes que distinguen a todas, como las dificultades en el comercio, la precaria condición del transporte empleado –un tramp steamer a merced de la destrucción, a punto de irse a pique en cualquier momento; sin embargo, Iturri no cede en aprovechar el sentimiento que lo une con Warda Bashur y lo lleva hasta las últimas consecuencias. Una vez completada la misión de transportar la carga del Alción, decide retomar “su vida de antes”, sabiendo que ya nada ni nadie puede serlo del todo. Y aunque pase el tiempo y otros sean los sueños, Jon Iturri (o en su defecto, hasta el propio narrador) acaba por encontrarse con el barco de sus andanzas, en un lugar insospechado, igual de extraño como la coincidencia misma.
Con todo, La última escala del tramp steamer es una novela que mejor resume los ambientes predominantes en la obra narrativa de Álvaro Mutis; además de travesías y navegaciones con dudosos resultados, de jugarse la vida a cada paso, y de hallar una brevísima felicidad (o la noción de ésta, si se permite el término). Un tópico fundamental en la obra de Mutis es la fraternidad constante: un sentimiento genuino que nos motiva sobremanera unas ganas de seguir viviendo, contra viento y marea, aún si las cosas pintan a nuestro favor. El optimismo de Maqroll –leáse también Mutis– no peca de ingenuidad, sino de aprendizaje continuo, al encarar cualquier cosa sin importar sus resultados. Dicho esto, confirmo sin tapujos, igual que Jorge F. Hernández, que Álvaro Mutis es un autor grato al leerse, pero fraternal por acompañarnos en nuestras propias empresas y tribulaciones, a la vera del camino y sin límite de tiempo. (El resto, sobra decirlo, viene por añadidura. Así sea.)       

Álvaro Mutis. La última escala del tramp steamer. México, El Equilibrista, 1988.
(12/diciembre/2011)

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