jueves, 1 de noviembre de 2012

Diagnosis de la realidad

Ulises Velázquez Gil
(@Cliobabelis)

“Ojalá vivas tiempos interesantes”, reza una antigua maldición china, y no es para menos: ante lo difícil de los acontecimientos actuales (a favor, en contra, o sin definir postura), esta sentencia –cuasi aforismo− es irrebatible por completo. En el afán de sortear con todo tipo de embates, donde queda a prueba nuestra integridad y sentido común, es menester escuchar las buenas razones de un analista del tiempo presente para que aquellos “tiempos interesantes” sí lo sean, pero de forma sabia y ecuánime.
            Hombre a caballo entre el Derecho y el periodismo, Miguel Ángel Granados Chapa (Pachuca, Hgo., 1940–México, D. F., 2011) dedicó tres cuartas partes de su vida en defender causas justas, donde su arma principal fue (y sigue siendo) la palabra escrita. Lector infatigable y curioso impenitente, encontró en el Derecho la precisión de las normas, para descubrir después en el periodismo la certeza de las palabras; en ambas canchas supo desenvolverse con igual pasión y entusiasmo que, como sugerían los clásicos, nada humano le era ajeno.
            Desde una Plaza Pública (que lo mismo se ubicaba en Unomásuno, La Jornada, El Financiero y Reforma) muy socorrida, ese tópico clásico se tornó su moneda de cambio para desglosar los hechos del diario acontecer; ponderaba una idea y censuraba una ideología; bajaba políticos del carro completo como ensalzaba propuestas dignas de cambio. En esa trinchera periodística, Granados Chapa tuvo siempre un compromiso impostergable con la información y con los tiempos que corren, pero ante todo, crear conciencia contra la duda constante.
Si hemos de encontrarle una tradición dónde definirlo como deudor y recipiendario, sin duda alguna sería aquella instaurada a tinta y fuego por Francisco Zarco, periodista batallador que tomó la pluma y, a diestra y siniestra, lanzaba duros adjetivos que francos elogios. Una prosa bien cuidada −digna del escritor más exigente− y una pasión por estar en el lugar de los hechos, hizo de Zarco señero ejemplo de integridad y de inteligencia. Así también con Granados Chapa: La banca nuestra de cada día, Votar ¿para qué?, Manual de elecciones, Comunicación y política, ¡Escuche Carlos Salinas! y Fox & Co., evidencian a un crítico a contracorriente; por otro lado, Hoja por Hoja, atípico suplemento sobre cultura lectora y editorial, confirmaba por completo el adagio clásico: Nada humano me es ajeno. Esa naturaleza suya, plural y conciliadora, motivó en la Academia Mexicana de la Lengua la decisión de incluirlo en su nómina de integrantes, porque la cultura y el conocimiento sin espíritu crítico, carecen por completo de sentido, y, por tanto, de destino.  
En las instalaciones del periódico Reforma, allá por Avenida Universidad, y en la noche del 14 de mayo de 2009, Miguel Ángel Granados Chapa se convirtió en el tercer ocupante de la silla XXIX (precedido por Ángel María Garibay Kintana y Ernesto de la Torre Villar). Su primera acción como nuevo académico de número, fue la lectura de su discurso de ingreso: La ley, las libertades y la expresión. Como corresponde a todo flamante académico, primero ponderó la presencia de varios colegas suyos, Celedonio Junco de la Vega y Alfonso Junco −de fuerte prosapia periodística y regiomontana−, así también Carlos González Peña y Alfonso Cravioto, académico, paisano y diplomático, y con quien tuvo no pocas coincidencias. En ellos ha sido fundamental el ejercicio de las libertades de pensamiento y de expresión, en sus formas tradicionales y en sus desarrollos contemporáneos, que incluyen el derecho a saber para decir y para actuar. (Si me permiten la licencia, también aplicaría para Granados Chapa… y los que se acumulen en la semana.)
La trayectoria de las libertades de expresión comienza en el siglo XIX cuando la identidad de un país estaba en vías de definirse; tiempos donde significarse era mejor que justificarse. […] Valentín Gómez Farías […] en 1833 estableció sin cortapisas la “libertad absoluta de opiniones, y supresión de las leyes represivas de la prensa”, la legislación sobre la materia vigente en las tres décadas iniciales de vida independiente osciló entre la proclamación de los principios liberales y la enumeración de restricciones, pretendidamente fundada en la experiencia de los abusos en que incurría el periodismo. (En una palabra, quienes estuvieron ejerciendo ese oficio −peligroso y heroico, doble honor−, estaban siempre en la mira de los poderosos. Si en esos tiempos era un dictador de altos vuelos y bajas pasiones, ahora es un caudillo de bajos vuelos… y bajas pasiones. Qué remedio.)
Granados Chapa en enfático en cuanto a una figura señera del periodismo en México, el propio Francisco Zarco, y las vejaciones que sufrió por defender las libertades de expresión; a su vez, se luchaba porque ese derecho estuviese bien amparado por la Constitución. Zarco logró un privilegio que atenuara el riesgo de persecución y castigo injustos, como los que él había padecido […]: los delitos de imprenta serían vistos por dos jurados, uno que estableciera el hecho y otro que aplicara la pena. Pretendió de ese modo evitar que los jueces profesionales, de quienes con fundamento desconfiaba, fueran instrumento de la represión. (Siglo y medio después, esas libertades penden de un hilo muy delgado, pero imposible de romper.)
Así como la libertad de expresión es toral territorio a defender, Miguel Ángel Granados Chapa reconoce un fenómeno peculiar una vez que ocupara su sitial en la Academia: el uso de la palabra y la expresión pública. Es verdad que cada vez un número mayor de personas hablan español en todo el mundo. Pero es verdad también que esas personas cada vez hablan menos español. Nuestra lengua en general, y la de México en particular, está sujeta a un proceso de pauperización que se manifiesta en la frecuente habla tartajosa, en la incapacidad para formular desde enunciados sencillos propios de la vida cotidiana hasta los resultados de la introspección que nos hace plenamente personas. Parece que el peor enemigo de la libertad de expresión no reside en los empresarios convenencieros ni en los jueces corrompidos, sino en el avance de la ignorancia de los hablantes, cuyas lecturas son magras al extremo, o simple y sencillamente, los medios masivos de comunicación siguen haciendo de las suyas.  
En su brevísima estancia en la casona de Liverpool 76, Granados Chapa compartió con sus colegas académicos la experiencia de un periodista que ha sabido lidiar con el tiempo presente, en contra de los artífices de la corruptela política y el chanchullo chayotero; de igual manera, su pasión por el cancionero popular y la escritura interminable de una página diaria en revistas y periódicos, confirmaron la corazonada de los académicos que propusieron su ingreso. (Vicente Leñero, compañero de viajes hemerográficos tanto en Excélsior como en Proceso, recibió en el Palacio de Bellas Artes una generosa bienvenida académica de su parte dos años después de aquel mayo en el Reforma.) 
Como Gregory House, pero elegante en el trato y sin bastón, Miguel Ángel Granados Chapa siempre tuvo en sus manos los elementos idóneos para hacer una certera diagnosis de la realidad; ante la carencia de veracidad respecto a un proceso político, el remedio de la crítica constante, y cuando el habla de los jóvenes de hoy adolecía de conocimiento, la sugerencia vitaminada de una buena reseña o el recuerdo de una grata canción aseguraban la mitad de la victoria. Queda en sus familiares, colegas y amigos reunir todos sus saberes en uno o en varios tomos, en espera de suscitar nuevos debates y confirmadas simpatías. (Después de todo, hay diagnósticos que no debemos desatender, ¿no creen?)

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