miércoles, 1 de agosto de 2012

Auscultación de las lenguas originarias

Ulises Velázquez Gil
(@Cliobabelis)

En 1492, dos sucesos torales definieron el curso de una lengua recién deslindada del huevo latino: la publicación del Arte de la lengua castellana de Elio Antonio de Nebrija, y, por supuesto, la legendaria travesía de Cristóbal Colón hacia las llamadas Indias; los intérpretes que iban a bordo de las tres carabelas, pese a su profundo conocimiento de las lenguas del Viejo Mundo, se vieron indefensos ante las lenguas del Nuevo Mundo y, por añadidura, se impusieron la tarea de aprenderlas, “auscultarlas” minuciosamente y así buscar un mutuo entendimiento. En la segunda etapa de esta empresa, sin dejar de lado su labor evangélica con los pueblos originarios, algunos misioneros, amén de enseñarles los preceptos del catolicismo, acabaron por crear sus propias gramáticas.
             A semejanza de sus epígonos franciscanos, como fray Alonso de Molina y fray Andrés de Olmos, una lingüista de dos orillas e historiadora de formación, Ascensión Hernández Triviño (Villanueva de la Serena, Badajoz, España, 1940) se adentró en el estudio de la lengua mexicana, empresa que agarró un fuerte impulso debido a dos razones: “primera, porque me casé con un mexicano y con él me vino el destino posible que todo español trae al nacer: atravesar el Atlántico y empatriarse en tierras americanas; segunda, por haber cruzado mi vida con la Universidad Nacional Autónoma de México”.
            Instalada ya en Ciudad Universitaria, desde el Seminario de Lenguas Indígenas del Instituto de Investigaciones Filológicas lleva a cabo diversas investigaciones sobre la lengua náhuatl, las gramáticas misioneras y, sobre todo, una figura primordial que comprendió a cabalidad el saber indígena: fray Bernardino de Sahagún, y su Historia General de las cosas de la Nueva España, cuya versión definitiva se reúne en el hoy llamado Códice Florentino. Sin embargo, su primer trabajo publicado no versó acerca de los temas arriba descritos, sino acerca de una asignatura pendiente en la Historia del siglo XX: el exilio español de 1939 y sus integrantes, llamados transterrados o generación nepantla. Con España desde México: vida y testimonio de transterrados (1978), Ascensión Hernández Triviño cumplió una deuda de honor hacia sus dos patrias: una, que la vio nacer, y otra, con la que contrajo nupcias y nacionalidad mexicanas; dicho estudio es indispensable para conocer una etapa de la historia contemporánea que, a más de 70 años de distancia, aún genera ámpula entre refugachos y gachupinches, empleando una expresión de su colega y compatriota José Pascual Buxó.  
            Volviendo a sus investigaciones sobre las artes y gramáticas del náhuatl, desde la Conquista y la Colonia hasta las incursiones más recientes de colegas suyos como Patrick Johansson, Pilar Máynez, Bárbara Cifuentes o Leopoldo Valiñas, éstas se cristalizaron en los dos tomos de Tepuztlacuilolli: Impresos en náhuatl. Historia y bibliografía (1988), publicación imprescindible y básica en esos temas, y en constante elaboración, debido a que su bibliografía aumenta día tras día; ella consigna sus nuevas pesquisas en una sección fija de la revista Estudios de Cultura Náhuatl.
Por su persistencia en esos temas, mismos que ha defendido a capa y espada tanto en el Seminario de Cultura Mexicana como en la Sociedad Mexicana de Historiografía Lingüística (SOMEHIL), la Academia Mexicana de la Lengua consideró que su presencia en dicha corporación es primordial en cuanto al equilibrio entre la “lengua del imperio” –Nebrija dixit− y las lenguas vernáculas. Su ingreso le daría nueva fuerza a la Indiada, corriente académica integrada, antaño, por Ángel María Garibay, José Rojas Garcidueñas, Salvador Novo, Andrés Henestrosa y Miguel León-Portilla, colega y esposo; décadas más tarde, Roberto Moreno y de los Arcos, Salvador Díaz Cíntora y el propio Montemayor se le integrarían paulatinamente.  
En el auditorio de la Coordinación de Humanidades, en Ciudad Universitaria, el 22 de enero de 2009, Ascensión Hernández Triviño se convirtió en la tercera ocupante de la silla XXI, después de Jaime Torres Bodet y Salvador Elizondo con la lectura de La tradición gramatical mesoamericana y la creación de nuevos paradigmas en el contexto de la teoría lingüística universal, su discurso de ingreso, del que solamente leyó una versión reducida. En su historia con hache mayúscula, cuenta que un grupo de misioneros, movidos por la utopía de la fe, trataron de evangelizar en las lenguas americanas [y] se convirtieron en espontáneos lingüistas inventando nuevos paradigmas, que dieron germen a una nueva tradición, la tradición mesoamericana, que enriqueció la doctrina gramatical existente y que hoy tiene personalidad propia en el campo de la lingüística.
Aquellos intérpretes y misioneros traían detrás de sí la obra de los primeros gramáticos como Dionisio de Tracia, Elio Donato y Prisciano, y de contemporáneos recientes como Antonio de Nebrija. Pero el don de lenguas que se requiere para predicar y escribir con soltura en una lengua nueva va mucho más lejos porque implica conocer el perfil morfológico de cada palabra y su forma de ensamblarse con las demás, es decir, su función en la oración. Cada uno de los misioneros lingüistas profundizó en el conocimiento de la lengua nativa, a fin de entenderse mejor con sus hablantes; son notables los casos de Maturino Gilberti, Horacio Carochi, Juan Bautista Lagunas, y los ya citados Alonso de Molina y Andrés de Olmos; además, en aras de entenderse, se crearon colegios de humanidades, como Tiripetio o Santa Cruz de Tlatelolco, para recuperar el saber de aquellas culturas. (De todos modos, todo se lo debían a su manager, o sea, a Nebrija.)
Entre los pormenores sobre morfología, sintaxis, partículas, etc., hay dos viejos conceptos heredados de los gramáticos helenísticos: analogía (“fue el primer paso para conocer la naturaleza de la palabra: escuchar los sonidos, diferenciar fonemas, lo que ellos llamaban las letras, e identificar la palabra para establecer una correspondencia con las partes de la oración y determinar su categoría gramatical y sus accidentes”) y anomalía (“permitió perfilar la función de la palabra, novedosa y desconocida para ellos”). Después de todo, “fueron la mejor forma posible de hermenéutica para codificar las nuevas lenguas y crear una nueva tradición lingüística mesoamericana”. 
Con el ingreso de Ascensión Hernández Triviño, la Academia Mexicana de la Lengua incluye en su nómina a una lingüista con todas las letras, cuya auscultación de las lenguas permite conocer a fondo un aprendizaje continuo para descubrir sus fallas, así también los remedios para que funcione mejor; además, sus investigaciones en el campo de la historiografía lingüística habrán de abrir una nueva brecha por donde los nahuatlismos en el español de México recobrarán algo del terreno perdido ante un hispanismo recalcitrante, donde, tarde o temprano, predominará la prosapia indígena, suscitando enconadas polémicas que sendas admiraciones. (Y el resto va por nuestra cuenta.) 

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