domingo, 1 de abril de 2012

El médico de la lectura

Ulises Velázquez Gil
(@Cliobabelis)

En una de tantas entrevistas, Ricardo Garibay citó de memoria una sentencia aplicable al oficio de leer que asumió en cada momento de su vida: “Para qué buscar maestros si cada libro es uno de ellos…” (Conste que nada hay en contra  del gremio magisterial.) Aunque, a decir verdad, sí engloba algo de razón: mientras más se sumerge uno en la lectura, nuevas y mejores cosas salen a su paso, creando paulatinamente un conocimiento propio, y, por qué no, hasta un consumado magisterio. Aún así, son tan necesarios los libros –porque siempre hay uno para cada ocasión– como los maestros –guías oportunos cuando la curiosidad requiere de un molde para fortalecerse andando el tiempo.
            De la extensa nómina de autores que han navegado en ambas aguas sin ahogarse, y con resultados que sorprenderían a más de uno, se encuentra el escritor Felipe Garrido (Guadalajara, Jal., 1942), quien ha dedicado la casi totalidad de sus vida a dos prístinas y francas empresas: la creación literaria, evidente en varios libros de cuentos, y a la promoción de la lectura y a la formación de lectores, muy necesaria en estos tiempos donde el kindle se pone “al tú por tú” con los libros tradicionales. En ambos territorios, con todo y sus resultados, realiza la misma acción: leer el mundo.
            El primer resultado de esa acción se dio en 1973 con la publicación de su primer libro, Viejo continente, suerte de crónicas e impresiones derivadas de un largo viaje que el autor hizo a Europa durante 1968. Mientras las juventudes parisinas (y de todo el mundo, cabe enfatizar) pedían a gritos lo imposible para asumir la realidad, Garrido vivía esa realidad de la manera más imposible, es decir, viajando; no hubo país del viejo mundo que le dejara una experiencia inusitada, con miras a ver de otra forma el mundo. Si los viajes ilustran, como reza el lugar común, para él esta sentencia le quedaba corta… y creería que así ha sido desde entonces.
            En su afán de descifrar los signos con que se compone el mundo, tanto el escrito como el no escrito (si seguimos sendos términos de Italo Calvino), la trayectoria de Felipe Garrido ha tomado dos caminos paralelos: la narrativa de factura propia y la formación de lectores (misma que lo llevó, en algún momento de su vida, ¡¡hasta al Departamento de Materiales Educativos de la SEP!!). Para la primera vía, digno es mencionar sus libros de cuentos, como Con canto no aprendido, La urna y otras historias, La musa y el garabato y Conjuros, por el cual recibirá el próximo 24 de abril el Premio Xavier Villaurrutia 2011. (Bien merecido.)
            Respecto a la formación de lectores, Garrido hace hincapié en que para serlo, no sólo basta leer y escribir, sino aplicarlos constantemente en el acto de leer, porque quien lee un libro, puede leer dos, y quien lee dos, podrá hacerlo con tres, y así sucesivamente. También cabe mencionar que no sólo la lectura es aplicable a las horas de clase, sino para otras cosas, como el tiempo libre, por ejemplo. Además, es enfático cuando reconoce que la literatura ayuda a la vida, pero por igual también lo hacen la ciencia y la tecnología, y demás disciplinas que se acumulen en la semana.
            Sea como narrador sin mancha, sea enarbolando la heroica misión de formar lectores, una corporación de rancio abolengo en esta orilla del charco atlántico, la Academia Mexicana de la Lengua, lo ungió como miembro numerario hace ya ocho años; concretamente, el 9 de septiembre de 2004, en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes (tal y como lo consigna la edición especial de su discurso de ingreso que tuvo a bien obsequiarme). Como lo marca su propia normativa, luego de asistir a, por lo menos, diez sesiones, y de acordar con el director lugar y fecha de su consiguiente investidura, el nuevo académico realizará la lectura de su discurso inicial, que consta de dos partes: la primera, donde pondera y justiprecia las cualidades de su predecesor en la silla que habrá de ocupar, y la segunda sobre un tema de libre elección. El título de su discurso, seguro habrán adivinado, no podía ser otro: Leer el mundo.
            Llevado de la mano por Don Quijote y Sancho, y por los manes de Manuel Alcalá y Alfonso Reyes, Garrido recuerda sus primeros pasos como lector, luego su importante papel como formador de lectores, pero sobre todo, consigna una fe de vida: “Leer los signos para leer el mundo; somos nosotros quienes les damos significado y sentido. El signo es el mismo: Don Quijote y Sancho hace cada quien su lectura […] Estoy en el mundo para leerlo”.
            En ese empeño de “leer el mundo”, reconoce que un medio muy poderoso para formar un lector es la lectura en voz alta; desde su profesores del Instituto México hasta legendarios maestros de la Facultad de Filosofía y Letras, como María del Carmen Millán (quien lo adiestró en las artes editoriales dentro de en la benemérita colección SEP-Setentas) y Juan José Arreola.
            Finalmente, queda por decir que la presencia de Felipe Garrido en la Academia Mexicana de la Lengua es fundamental, dado que la lengua española, al encontrarse en constante transformación, debe reafirmar un apostolado a favor de su aprendizaje, pero sobre todo, de promover la lectura en todos los ámbitos; no por nada, es actualmente su Director Adjunto. Además, en pro de una mejor formación de lectores, todo recurso avocado a ello es sumamente valedero: desde la lectura tradicional de padres a hijos hasta la recomendación multiusos transmitida por Facebook y Twitter. 
            En pocas palabras, Felipe Garrido es un médico de la lectura, porque se encarga de su cuidado y su conservación al suministrarle pluralidad e imaginación a un acto tan solemne como divertido. Y como cada lectura (y relectura, cabe decirlo) conlleva en sí misma su propia multiplicación, queda acercarse a su discurso de ingreso, y así conocer muy a fondo a un escritor y académico eminente con todas las letras. (Buen comienzo, ¿no creen?)