jueves, 26 de enero de 2012

Carlos Prieto en la Academia

Hace unas semanas, seguro lo recuerdan, estuve en la comida anual de la Academia Mexicana de la Historia, donde coincidí con don Miguel León-Portilla y nuestra siempre querida Chonita, a quien, cada vez que nos encontrábamos, le preguntaba de botepronto sobre cuándo ingresaría Carlos Prieto a la Academia Mexicana de la Lengua, y cuya respuesta era ocasionalmente la misma: "No lo sabemos de verdad, Carlos siempre anda de viaje, así que no hay nada concreto..." Lo que son las cosas, en esa ocasión no me acordé de preguntarle y, revisando la página web de la AML, resulta que ese día había llegado al fin. (Hoy mismo.)

Cerca de las 6:25 pm hice mi feliz llegada al Palacio de Bellas Artes, en cuya sala Manuel M. Ponce, se efectuaría la ceremonia de ingreso de Carlos Prieto. A diferencia de lo sucedido con Vicente Leñero (donde se adecuó el vestíbulo principal del palacio, dada la enorme respuesta del público), sí realizaría en dicho recinto, pero con una demanda menor... o, al menos, eso parecía hasta ese momento. (En la fila estaba entre el lugar 20 y el 25, así que ya se imaginarán cómo estuvo aquello...) Faltando 15 minutos para las 7 pm, los empleados de Bellas Artes nos fueron "acomodando" una vez adentro de la sala, dado que no permitieron el apartado de asientos ni sentarse donde sea. (Mi compañero de asiento me platicaba que esa misma actitud, hace un tiempo, la sufrió la mismísima Consuelo Sáizar, Presidenta de CONACULTA, y a quien los empleados no dejaban pasar. De no ser por un colega suyo, de la entrada no hubiera pasado. Cosas de la vida.)

Daban las 7 en punto y los académicos de la lengua empezaban a ocupar sus lugares. Los numerarios Guido Gómez de Silva, Adolfo Castañón, Patrick Johansson, Concepción Company, Arturo Azuela (de sombrero y un poco malo de salud), Tarsicio Herrera Zapién, Ernesto de la Peña, Eduardo Lizalde, José G. Moreno de Alba, Chonita, Leopoldo Valiñas, Julieta Fierro (con una bolsa de mandado muy coqueta, por cierto), Vicente Leñero, Margit Frenk, Vicente Quirarte, Margo Glantz y Elías Trabulse; los recién electos Germán Viveros, Miguel Capistrán y Hugo Gutiérrez Vega, y cuatro correspondientes: Ignacio Padilla, Elmer Mendoza, Raúl Arístides Pérez y Gloria Vergara Mendoza. Y en la mesa directiva, flanqueando al flamante académico, Gonzalo Celorio, Jaime Labastida, Miguel León-Portilla y Diego Valadés. Sin más contratiempos, comenzó la ceremonia.

Como lo marca el orden de cada ceremonia de ingreso, Carlos Prieto leyó su discurso como nuevo académico, "Variaciones sobre Dmitri Shostakovich y otras consideraciones”, dividido en dos partes; en la primera, dedicó algunas palabras sobre su antecesor en la silla XXII, don Eulalio Ferrer, llegado a México con el exilio español, de quien Prieto nos recordó una anécdota muy peculiar de él: estando en el barco rumbo a su nueva patria, atinó a decir "¡¡Cambio tabaco por libro!!", hecho que definió su postrer vocación humanística. Además, ponderó su papel como coleccionista de Quijotes, desde la letra impresa hasta las artes plásticas, fundamental para la creación del Museo del Quijote en Guanajuato, y, por último, su importante paso por la Academia Mexicana de la Lengua.

La segunda parte, como se indicaba en el título del discurso, versó acerca de Dmitri Shostakovich, a quien tuvo la fortuna de conocer en la entonces URSS, cuando Prieto realizaba estudios superiores en la Universidad Lomonosov en Moscú; entre aprendizajes musicales y gratísimas coincidencias, ambos aprendieron de música y, claro, también otro ruso insigne, Igor Stravinsky, se les unió en esa empresa. Y mientras Prieto mencionaba el amargo episodio de la censura del régimen soviético a las bellas artes, el retrato de uno de los directores de la Academia Mexicana de la Lengua, Justo Sierra, se movió de lugar. (¿Alguna pregunta?)

Luego de su lectura, el Director de la AML, Jaime Labastida, le colocó la venera y le entregó el diploma como nuevo integrante. De inmediato, Miguel León-Portilla respondió a su discurso, ponderando, en primer lugar, la importancia de que un músico se incorpore a tan insigne corporación, que hoy en día goza de cabal salud. Afortunadamente, sus libros de memorias (De la URSS a Rusia, Aventuras de un violonchelo y Por la milenaria China) y un estudio sobre la historia de la lengua (Cinco mil años de palabras), sustentan una trayectoria que hoy tiene cabida en un lugar "mitad cofradía, mitad club literario". Y como las sorpresas no paraban allí, el nuevo académico sacó su chelo e invitó al pianista Edison Quintana para cerrar la ceremonia con la interpretación de la Solfa de Pedro, del compositor novohispano Manuel de Zumaya, y de la Sonata para violonchelo y piano del propio Shostakovich. (Un final portentoso.)

Una vez levantada la sesión, entre académicos e invitados pasaron a la terraza del palacio para departir una buena copa de vino y algunos bocadillos. Quien esto escribe, en primer término, se enfrascó en alcanzar a Eduardo Lizalde para pedirle su firma, pero, como en todas sus películas, fue de los primeros en irse. (Igual que Arturo Azuela.) Pero en su lugar aprovechó para saludar a Vicente Quirarte y Adolfo Castañón, a quien le pregunté sobre la Librería Madero ("Les subieron la renta en Madero, pero no te preocupes, ahora estarán donde el Ateneo Español"), y como el mejor ambiente estaba en la terraza, me lancé allí para hacer lo propio, y como los saludos no paraban, Patrick Johansson, Concepción Company y los León-Portilla aparecieron para ello. Acababan de entregarles a Patrick y a Chonita algunos ejemplares de los nuevos discursos académicos, entre éstos, el de Miguel Ángel Granados Chapa. "Con gusto te los daría, pero apenas me los entregaron", me dijo. "No te preocupes, ya los compraré en Minería", respondí. Y siguiendo con el tema de los discursos, Patrick me dijo que no halló las erratas que le señalé en el suyo, quizás ya los corrigieron sobre la marcha. De cualquier forma, yo los tengo, para cuando gustara checarlos.

Casi cerca de retirarme, luego de ¡¡una sola copa de vino tinto!! y varios refrescos de toronja, además de unos deliciosos bocadillos, tuve la oportunidad de saludar a Carlos Prieto, a quien expresé mis buenos deseos ahora como flamante académico de la lengua. "¿Lo veré en próximas sesiones? En una de ésas, hasta encuentro mi ejemplar de Letras Libres con un artículo suyo para que me lo firme". "Claro, con mucho gusto, ojalá y así sea". Me despedí con esa esperanza presente y, con el complejo de Cenicienta a flor de piel, emprendí la dolorosa retirada.

De todas las ceremonias de ingreso a las que he asistido, ésta me dejó un mejor sabor de boca (pese a los odiosos empleados del Palacio de Bellas Artes), porque además de un concierto inolvidable y de reencontrarse con gratas presencias, no cabe duda que un músico en la Academia le dará un nuevo rumbo, y, claro, mayores razones para sí creer en la renovada salud de dicha corporación. Y ahora me pregunto... ¿quién sigue? ¿Viveros, Capistrán o Gutiérrez Vega? (Ya lo veremos, ya sabremos...)

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