jueves, 12 de mayo de 2011

Vicente Leñero en la Academia

Desde hace más de dos años, tengo el privilegio de asistir a varias de las sesiones públicas que realiza la Academia Mexicana de la Lengua en ocasión del ingreso de un nuevo integrante, cosa que me llena de gusto, dado el regocijo por (re)conocer a las luminarias que forman parte de tan insigne institución. (Las ceremonias de Ascensión Hernández Triviño, Patrick Johansson y Leopoldo Valiñas, respectivamente, son claro ejemplo de ello.) Sin embargo, uno no está exento de asistir a una que sea todo lo contrario, tal es el caso de la ceremonia de hoy, con el ingreso del dramaturgo, periodista, guionista y narrador Vicente Leñero. (Y para remediar un poco el desconcierto que traigo encima, procedo a contarlo todo, desde el principio.)

Luego de un delicioso ágape en tierras universitarias del noroeste y de que se me encaminara hasta el metro Camarones (donde estuve rodeado de puros aficionados al Cruz Azul hasta que hice el cambio de línea), a las 6:20 pm, llegué a Bellas Artes donde vi que el Palacio tenía las puertas cerradas; casi me daba el patatús, pero al ver que varias personas entraban al recinto por la puerta izquierda, decidí seguirlas y sí, no había nada de que preocuparse: la sesión pública de la Academia Mexicana de la Lengua sí se llevaría a cabo, pero no en la sala Manuel M. Ponce, ¡¡sino en el vestíbulo principal!! (De acuerdo con las informaciones de Radio Pasillo, al llegar una inmensa cantidad de gente al evento, las autoridades del INBA resolvieron, en el último minuto, trasladarla a un espacio más amplio. Por el acomodo iregular de las sillas, parecía fiesta de quince años, pero exageraría del todo...)

Después de haber encontrado un buen lugar, a los cinco minutos llegó una presencia inusitada hasta para los organizadores de la sesión: don Julio Scherer, legendaria figura del periodismo mexicano. Mientras reporteros y camarógrafos se preparaban para cubrir el evento, seguían llegando asistentes al palacio, que, sin decir agua va, empezaban a atiborrarlo del todo. Y ni señas de alguno de los académicos de la Lengua. Faltando diez minutos para las siete, un maltrecho Arturo Azuela bajó al vestíbulo para ocupar su lugar, sin embargo, cabría decir que se sentó en la primera silla, a sabiendas de que su sitio como académico era otro, casi de los últimos. Después de él, ya hicieron lo propio los demás integrantes, como Adolfo Castañón, Patrick Johansson, Concepción Company, Ernesto de la Peña, Eduardo Lizalde, Leopoldo Valiñas, Ascensión Hernández Triviño, José G. Moreno de Alba, Julieta Fierro, Margit Frenk, Mauricio Beuchot, Guido Gómez de Silva (sentado en la silla de Azuela, dado que éste ocupaba la suya) e Ignacio Padilla, autor del Crack y académico correspondiente en Querétaro; mientras que en la mesa directiva, además del nuevo recipiendario de la silla XXVIII (el propio Leñero, que conste) y Miguel Ángel Granados Chapa (quien respondería sus primeras palabras académicas), el director de la AML, Jaime Labastida; Diego Valadés, censor estatutario, y Vicente Quirarte, archivero-bibliotecario, quien fungiría como secretario en ausencia de Gonzalo Celorio. Y con cinco minutos de retraso, se abrió la sesión.

Luego de las palabras de bienvenida en la voz de Jaime Labastida, Vicente Leñero procedió a leer su discurso de ingreso a la Academia, con el nombre "En defensa de la dramaturgia", donde ponderó el trabajo de su antecesor en la silla XXVIII, Víctor Hugo Rascón Banda, de quien fue gran amigo y colega, y con quien compartió tanto los avatares del teatro contemporáneo como las luchas, codo a codo, en el seno de la SOGEM. Pero también Leñero hizo énfasis en la presencia de la dramaturgia en México y el no dejarse avasallar por la tiranía del director de escena, por ejemplo. "Conocemos el teatro de Shakespeare y no la dramaturgia de Shakespeare, como tampoco conocemos las dramaturgias de Ibsen y de Rodolfo Usigli", enfatizaba en su discurso. Sin embargo, sus palabras ya no fueron del todo incendiarias al revelar la misión que ahora tenía al ser admitido como académico de número: que el teatro mexicano tenga una importante presencia en la lengua, tanto en sus terminologías propias como en el quehacer escénico. Transcurrida una hora, terminó de leer y una ovación de más de un minuto fue la respuesta inmediata del público asistente. Inmediatamente después, Miguel Ángel Granados Chapa leyó la respuesta al discurso que le precedió, "Vicente Leñero: fe en la escritura", donde ponderó las facetas que componen la obra leñerina: en la novela, de donde Los albañiles es la más lograda en su género; el cuento, desde el primerizo volumen La voz adolorida hasta Gente así, su más reciente volumen al respecto; el teatro, y, sobre todo, el periodismo, patente en el legendario Excélsior de Julio Scherer y su idílica Revista de Revistas, y el siempre combativo Proceso. Finalizó sus palabras (también de casi una hora de duración) con la firme esperanza de que Leñero se sienta como en casa. Y los aplausos no se hicieron esperar. (Bien merecidos, por cierto.)

Después de las formalidades académicas, se sentía en el ambiente algo de hastío (las maratónicas palabras de Leñero y Granados Chapa tendrían un poco la culpa, pero exageraría demasiado) que los primeros en irse fueron, sorpresa aparte, Eduardo Lizalde y Ernesto de la Peña. (Quien esto escribe se quedó con las ganas de ver firmado su ejemplar del Almanaque de ficciones y cuentos. Ni modo.) Pero aproveché para saludar a Julieta Fierro y, sin proponérmelo siquiera, a Diego Valadés, quien se alegró de verme, por cierto, y que, para la siguiente vez, no dudaría en firmarme un libro suyo. (De verdad.)Sin embargo, estuve muy cerca del festejado de la noche, a la espera de que firmara -¡¡ojalá que sí!!- los cinco libros que llevaba conmigo. Entre abrazos de Ignacio Solares, Granados Chapa y el propio Scherer, transcurrieron ¡¡veinte minutos!! que cuando Leñero se desocupó para tomarse una copa, los admiradores se le lanzaron como moscas por la miel para obtener la ansiada firma; solamente firmó un ejemplar por persona. (Sentimos este gesto como mala onda de su parte, pero me imagino que no era fácil aventarse una ronda de firmas luego de un exhaustivo discurso. Qué remedio.) Afortunadamente, me encontré con un rostro amigo, Carlos Domínguez, fotógrafo de escritores y coleccionista de firmas como un servidor. Y sí, igualmente compartimos el desconcierto generado por la actitud de Vicente Leñero ante tantos lectores. Aún así, nos lanzamos a buscar a otros autores. Resignados (él, ante la ausencia de Celorio, y yo, por la partida de Lizalde), fuimos tras Vicente Quirarte, quien se alegró de vernos y agradecer nuestra presencia. Después, Carlos y el de la voz nos echamos unas primorosas copas de vino tinto. Y como la mata seguía dando, me encaminé hacia Concepción Company ("¡Qué gusto verle por aquí!" "Siempre es un gusto, Concepción, además, ahorita te traigo a uno de tus fans para que le firmes un libro", le dije. "Con mucho gusto, nada más aguántame un poco".) Como los de TV UNAM la seguían entrevistando, fui a saludar a mi queridísima Chonita de León-Portilla, quien se alegró de verme con la siguiente pregunta: "¿Te veremos en el encuentro de SOMEHIL?" "Claro que sí, es un hecho", fue mi respuesta. (Me hubiera gustado preguntarle el porqué de la ausencia de don Miguel en la sesión, pero me contuve.) Regresé con Carlos y al ver que Company acaba de desocuparse, nos lanzamos hacia ella como de rayo. Quedó impresionada al ver que Carlos llevaba un ejemplar de la primera edición ¡¡de su primer libro!! "Oiga, ¡¡esto ya es una antigüedad!! Fue el primer librito que hice como parte de un hermoso proyecto. Me alegra mucho que lo tenga". Y lo firmó gustosa.

Cerca de las 9:30 pm, y con el complejo de cenicienta bajo la piel, Carlos y quien escribe abandonamos el Palacio de Bellas Artes, contentos (en parte, claro) por el grato momento compartido; obviamente el desconcierto con la actitud de Leñero seguía latente, pero ambos coincidimos en pensar que lo agarramos en muy mal momento, aunque todo fuera al contrario, claro está. "Habrá un día. Seguro que sí". En el metro Salto del Agua nos despedimos con la esperanza de que un amigo nuestro consiga unirnos de nuevo: Jorge F. Hernández, por supuesto.

Con todo, creo que esta ceremonia de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua sí tuvo sus cosas buenas, aunque no las esperadas por mí... Pero, ya visto de una manera sencilla y franca, que Julieta Fierro, Concepción Company, Vicente Quirarte, Diego Valadés y Ascensión Hernández Triviño se congraciaran al verte, ya me hizo el buen momento. (Sobre el nuevo académico, bueno, qué más podría decir por ahora. Sólo el tiempo...) Esperemos que en la ceremonia de Carlos Prieto cambien o se mejoren las cosas. Eso espero.