sábado, 23 de abril de 2011

Relecturas del mundo primigenio

Uno de mis autores de cabecera, E. M. Cioran, decía con cierta exageración que "sólo existen los autores que son releídos", opinión con la que, al menos hoy, coincido claramente. Y no es para menos, dado que el sentido del lector en horas 24 deriva en reconocerse en aquellos libros a los que siempre volvemos por primera vez, es decir, aquellos que cuentan con la suerte de la relectura, donde siempre terminamos por encontrar nuevas y gratificantes sorpresas aún acordes con las primeras incursiones en la lectura.

Aprovechando que hoy es Día Internacional del Libro (instituido por la UNESCO, en conmemoración de Miguel de Cervantes, William Shakespeare y el Inca Garcilaso de la Vega, que coincide, justamente, con la fiesta de San Jorge -Sant Jordi- en Cataluña), me limitaré a comentar algunos de aquellos libros que han corrido con la suerte de la gloriosa relectura. Bien sé que muchos de ustedes habrán de coincidir o disentir en mi selección, aún así, me aviento ese trompo a la uña y sigamos adelante. (Aquí vamos.)

1) El principito (Antoine de Saint-Exupéry): La primera vez que leí ese libro, fue por obra y gracia de mi madre, quien lo compró de bote pronto en un tianguis cercano a su trabajo. Una extraña tarde, cuando la telera no me satisfizo, tomé el pequeño ejemplar y me lo leí de un tirón. La inmensa curiosidad de un pequeño príncipe, con más patrimonio que dos volcanes apagados y una rosa muy peculiar, me llevó a conocer otros mundos y comprender sobremanera el valor de la amistad. En víspera de mi cumpleaños, me doy chance de releerlo y así recobrar por instantes aquellas aventuras. (Me gustaría decir las palabras indicadas para ese importante libro, pero son las que me salen por ahora.)

2) Enseres para sobrevivir en la ciudad (Vicente Quirarte): En mis años de tallerista y preparatoriano, supe de este libro gracias a las generosas fotocopias que llegaron a mis manos; más adelante, en mis primeros años universitarios, logré hacerme de un ejemplar en la Librería Educal del Pasaje Zócalo-Pino Suárez; los textos que componen el libro son el testimonio de las cosas, las personas y los hechos que, de cierta forma, conforman la formación del escritor (leáse el propio Quirarte). Entre las "biografías" de objetos tan sencillos como el cuaderno, la pluma o el lápiz, y los retratos a vuelapluma de varios personajes y una que otra escala por la Ciudad de México, Enseres... nos regala una mirada hacia la franqueza de lo cotidiano. Cada vez que releo dicho libro, lo hago para recordar qué tan importante es tener los objetos muy a la mano, en espera de obtener la palabra, la idea correcta.

3) Recuento de poemas (Jaime Sabines): En los primeros afanes de asumir el oficio de escritor, en algún momento llegamos a la obra poética de Jaime Sabines, la cual, después de leerla con suma devoción, nos sabemos poetas. ¡Craso error! Claro está que nadie nace sabiéndolo todo, pero al leer este conjunto de poemas y adentrarse en la vida del propio Sabines, uno descubre que se pueden hacer otras cosas mientras la poesía hace lo suyo. Cada que puedo, tomo mi ejemplar del Recuento... (mismo que obtuve gracias a una tía muy querida) y leo varios poemas, así hasta terminar el libro.

4) La última escala del tramp steamer (Álvaro Mutis): Una de las cosas que obtuve en mis últimoa semestres de la carrera de Letras Hispánicas, es el descubrimiento de la obra de Álvaro Mutis, y eso gracias a una maestra muy querida por aquellos días. Saber de las andanzas de Maqroll el gaviero y otros variopintos personajes, me llevó a disfrutar de sus travesías. En especial, La última escala del tramp steamer (tercera novela de las siete que integran la saga de Maqroll), me lleva a renconocerme en sus acciones y en lo vital que es vivir a plenitud, a pesar de las adversidades habidas y por haber. (No falta la ocasión para echarme, además de su relectura, la oportunidad para obsequiarlo a quien se deje.) No digo más.

5) La biblioteca de mi padre (Rodrigo Martínez Baracs): Aunque tengo la fortuna de conocer al autor (varios encuentros de SOMEHIL, claro, lo demuestran a todas luces) y de saber quién es su padre (José Luis Martínez, ni más ni menos), cuando leí su libro, suerte de guía de la biblioteca paterna, supe otra forma de vivir el sacerdocio de la cultura, la pasión por los libros. Sin embargo, la relectura de este libro reciente obedece a una simple casualidad. Cuando leo un libro, siempre tengo a la mano un lapicero para hacer las consabidas notas, pero al momento de hacerlo, se me olvidó en casa. Y lo leí de pe a pa en una sola tarde, pero llegando a casa, tomé mi lapicero y volví a leerlo. Y mientras llega el momento para intercambiar con Rodrigo mis impresiones, este libro de reciente factura apenas comienza su vida.

Bien sé que aún faltan grandes libros por leer (y, por ende, releer), pero siempre he creído que llegan en su momento, por mucho que sea el tiempo transcurrido. Hay amigos que me reprochan muchas omisiones de lectura obligada y/o básica, pero me defiendo al decirles que una cosa es el llamado y otra, el deber. Y santas pascuas. Por ahora, he compartido unas pocas, que sólo el tiempo, sólo el tiempo, habrá de confirmar o de trocar por otras mucho mejores. (Después de todo, Cioran tenía algo de razón ¿no creen? Ver para vivir, vivir para creer.)

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