domingo, 31 de octubre de 2010

Narrativas distópicas

A todos los atentos lectores de Nueva República de Babel, quien esto escribe les avisa que la próxima semana no tendrá a bien estar con ustedes, dado que decidí tomarme un descanso. Bien sé que esperan que, luego de mis repentinos regresos a la nota bloguera, ya no sigan siendo eso, repentinos regresos, y ruegan que siga con el brazo caliente y con muchas ganas de decir de otro modo lo mismo. Así es. Sin embargo, he decidido, amén de tomarme una semana sabática, dejarlos muy bien acompañados con una "miniserie", denominada Narrativas distópicas.
Dicha serie se conforma de siete episodios (uno por día), los cuales son producto del acto más desconsiderado que existe para una persona dedicada a las letras: el cajonazo. Aún así, considero compartir estos textos por aquello que sugería Alfonso Reyes: "publicar es también limpiar de papeles mi escritorio". (Sobra decir que todos los comentarios, sugerencias y guayabazos serán bien recibidos.) Ojalá les guste, y nos vemos en una semana.
¡¡Gracias!!

miércoles, 27 de octubre de 2010

Epistolarios, cartas y misivas

Hace rato, mientras leía los trascendidos en el tuiter, encontré en la página web del diario español El País, un artículo que me sorprendió: la publicación de epistolarios como reflejo de un género a la baja. Luego de leer aquel artículo, me entraron una ganas de mandarle ajos y cebollas al autor, pero me contuve casi de inmediato por una sencilla razón: me gusta mucho leerlos y cada vez que sale uno nuevo, lo pongo en mi lista de espera, y cuando se me da la oportunidad de revisarlo, decido si lo compro o simplemente me quedo con la sola consulta. Pero vayamos por partes.
Desde que el mundo es mundo, la comunicación epistolar ha sido, más que un reducto de privacidad y donde las ideas del momento aparecían frescas y con su finalidad más que probada, una manera de ver el mundo, sin la engorrosa necesidad de exagerar en el decir o de retener en el hacer: palabras más, palabras menos. Antes de la llegada del teléfono y del internet, esperar noticias provenientes de lares lejanos, era una forma parsimoniosa de vivir la vida, aunque los sucesos, claro, hayan traspasado la frontera del ayer. Incluso, si se me permite, hasta las malas noticias parecían lejanas y hasta ajenas... pero propias a final de cuentas. (Eso duele ¿verdad?)
En la larga presencia de los epistolarios, digno es de mencionar aquél que entablaran Pedro Abelardo y su bella Eloísa, una pareja única (de las que ya casi no hay), llevada al borde de la pasión amorosa, y cuyas cartas son el reflejo de una vida deseada y querida; sin embargo, la realidad, aunque los haya separado en persona, no lo hizo con las misivas que nos quedan de ello.
Otra faceta de los epistolarios reside en su cercano afán pedagógico; ¿quién no recuerda las Cartas a un joven poeta de Rainer Maria Rilke? Muchos aspirantes a escritor han tomado dicha obra como una guía para seguir en el agitado oficio de las letras, para que algún día y en otro momento, hagan suyo ese recurso didáctico y lancen al oceáno su propia poiesis.
Hablando de escritores, la mayoría ha tenido su ración de tiempo y de palabras para llevar a cabo tan franca y prístina empresa; plumas como las de Charles Baudelaire, León Tolstoi, Goethe, Giacomo Leopardi y hasta Napoleón Bonaparte (y en estas latitudes, Simón Bolívar, Domingo Faustino Sarmiento, José Martí y el maravilloso Alfonso Reyes) han hecho de la carta una extensión de su vida y de sus preceptivas. Aunque todas las misivas cuenten con las mismas partes (fecha, contenido, destinatario, remitente, etc.), cada autor le imprime su sello personal; se dice que Erasmo de Rotterdam tenía ¡¡veinte maneras distintas!! de decirle a su interlocutor Gracias por tu carta, detalle que ejemplifica la deferencia y el buen trato que le daba a quien se tomara la licencia de escribirle. Ninguna carta es, de cierta manera, la misma. Cierto.
Quienes tomamos en serio la experiencia de la misiva, como quien esto escribe, tenemos ciertas manías al escribir: si la caligrafía es clara o un poco apretada, si usamos un determinado tipo de papel o agarramos la primera hoja de lo-que-sea para hacerlo, si el color de la tinta es idóneo o pura casualidad, si el membrete del destinatario motiva un grato elogio o es pura piña... en fin. Cada quien conoce su forma de untar el aguacate sobre la telera.
Con la llegada del correo electrónico (e-mail), se decía que la comunicación epistolar desaparecería como las papelerías en el Centro, es decir, paulatina y tristemente, dejando en la orfandad a varios de sus usuarios. No fue así, por lo menos, del todo. Nació una manera eficiente y rápida para que los mensajes llegaran a puerto seguro, con la tipografía, colores y tamaño a elegir para nuestras palabras, con todo y que los carteros de toda la vida hicieran el entripado de su vida laboral, la cual hoy es doblemente vilipendiada cuando sólo entregan a nuestro domicilio las cuentas del gran capitán, representadas en recibos de teléfono, luz, agua, predial, tele por cable, tarjetas de crédito-débito, suscripciones, citatorios de Hacienda, banderitas tricolor de factura sospechosa, avisos del IFE, y paróle de contar.
Hace no mucho, se me pidió fervorosa y subrepticiamente que le escribiera unas cartas a mis hermanos, empresa que acepté gustoso, pero con algo de pavor porque, la verdad, no sabría qué decirle a cada uno de ellos; simplemente lo hice y no me arrepiento de ello. Me explicaré mejor. Con la pluma fuente que me había regalado una gran amiga y colega, y sin más papel que las hojas tamaño oficio que tenía reservadas para los outlines de mis ponencias, resolví que la pluma hablara en mi nombre y representación para que las palabras indicadas llegaran a buen puerto. (Muchos de los buenos consejos que plasmé en esas hojas, tuve que tomarlos en cuenta para hacer más que valedera dicha acción epistolar. Y en esas sigo, saben.)
Mientras termino de escribir estas líneas, pienso en lo mucho que me ha servido el género epistolar; como lector de los maravillosos volúmenes que salen impresos y con un titipuchal de notas al pie, y como creador virtual de varios, donde he dejado, amén de buenas frases, toda una vida en sucesiva construcción. Diría más al respecto, pero hay momentos donde lo debido es callar. Y hasta ahí.
(¡¡Gracias!!)

martes, 5 de octubre de 2010

¡¡Tuiteritos a volar!!

Hace más de seis meses (y ello justificará la enorme ausencia en este espacio), y gracias a que un conocido mío me hiciera -literalmente- manita de puerco, incurrí en una de las empresas más extrañas que se podían imaginar: abrir una cuenta de Twitter. (Renuente a ceñir en 140 caracteres, incluyendo espacios, todo un pensamiento y/o una acción, me dije que dicha empresa es sólo semejante a la de hacer aforismos, silogismos y neologismos, territorios vedados para mí luego de leer, desconcertado al fin, la obra de E. M. Cioran. Sin embargo, decidí intentarlo.) Ahora les cuento lo que viví en la feria.
Creado en un principio como suerte de mensajería instantánea, el tuíter (representado por un pajarito azul) cumple su función de dar a conocer las palabras del momento, es decir, alguna cosa que genere cierto interés y, claro, pasar en un instante de lo más profundo a lo más banal. Y viceversa. Desde luego, bajo la dictadura de los 140 caracteres, en los cuales se resume un tour de force con tal de abreviar las cosas. Ocasionalmente, ha pasado de la polémica fuerte (dar el pitazo a los automovilistas para así evitarles los engorrosos retenes del alcoholímetro, por ejemplo), absurda (el famoso shalalá bicentenario) y azucarada (la carrera artística de Anahí), hasta la inteligente (los "toritos" de la revista Algarabía, las efemérides del Fondo de Cultura Económica), reflexiva (los atinados reportes de Irma Gallo, Katia D'Artigues, Paola Rojas y Melissa Vega), interesante (las acrobacias verbales de Gilberto Prado Galán, Aurelio Asiain, Miguel Carbonell, etc.), e inclusive la denuncia (como Federico Arreola, que se explica solo), no cejan en suscitar una que otra reacción, misma que suele compartirse gracias al retweet, forma simplificada del reenvío, hacía otros tuiteros, quienes (por lo que dices o hasta por lo que no callas) deciden seguirte, y, en reciprocidad, deberías corresponder haciendo lo propio. (As you like it...)
Hay tres elementos a resaltar en el tuíter, que he seguido a cabalidad y que -me declaro culpable- lo mismo han aumentado que disminuido mi número de seguidores (followers): uno, hay tópicos recurrentes que se indican mediante un símbolo de gato (#) o hashtag, donde, se descubre, que hay millones y millones y millones de personas pensando en la misma cosa. Por ejemplo, #juevesdelibros es el pretexto para recomendar lo que leemos, lo que se debería leer, y hasta lo que no quieres, claro está. El segundo elemento peculiar es el llamado Follow friday (#FF), donde cada usuario recomienda -el viernes, claro- algunos de su libre elección, incluyendo, si se gusta, alguna razón para ello. Y la tercera razón que encuentro, es, ya se habrá ustedes imaginado, la rapidez en las informaciones, donde la credibilidad se prueba a cada minuto. Me explicaré mejor. Debido a su naturaleza de mensajería (cuasi) instantánea, hay usuarios que se pasan de veras y nos cuentan hasta lo que no queremos... o nos empeñamos a no escuchar, como ciertas figuras de la política, que hacen crítica sana o franco destripadero. (Es más, hasta los hay espurios, tanto en sus comentarios como su propia cuenta.)
Entre la fauna y flora que vive a flor de piel una experiencia tuitera, nunca faltan los vivales que, bajo el nombre de alguna celebridad, hacen de las suyas y se hacen de seguidores a diestra y siniestra, para que sus reales intenciones (malas intenciones) salgan al aire. Afortunadamente, varias luminarias han ejercido su derecho y acaban por legitimar su cuenta y, claro, su nombre. Y ya que hablo de peligros, uno muy presente en estos tiempos es darlo todo por hecho. Varias empresas de los mass-media tradicionales, han tomado al tuíter como fuente principal de sus noticias, cosa que suele confirmar el tiempo... o desmentir los indiciados, según parezca. Y hasta aquí con los tópicos generales.
En primera persona, mi experiencia como tuitero (¡¡Tuiteeeeeroooo, tuiteeeerooo...!!) no es tan apasionante ni tan petardista; simplemente me gusta comentar lo que haré al día siguiente, las lecturas que hago, los encuentros suscitados, las cosas que me salen a la vera del camino, en fin... una forma de la vida misma. (Si no me creen, los invito a comprobarlo: www.twitter.com/Cliobabelis)
Finalmente, como el pajarito azul que lo distingue, sólo me resta parafrasear aquella canción de sobra conocida, con perdón de la inolvidable María Jesús y su acordeón, desde luego. (Un heterodoxo homenaje, si gustan.)

Tuiteritos a volar,
cuando están en la red,
el enlace hay que seguir,
tui, tui, tui, tuíter.

El borlote o la pasión,
o la recomendación,
el enlace hay que seguir,
tui, tui, tui, tuíter.

Un 'unfollow" tú tendrás,
y lo propio tú harás,
el enlace hay que seguir,
tui, tui, tui, tuíter.

Seguidores, pa' variar,
y esperando qué dirás...
¡¡Te seguirán!!

Estarás en tuíter,
¡¡ah, qué papelón!!
Vente, vamos a chismear,
comiendo prójimo tú estarás.

Estarás en tuíter,
¡¡oh, que la canción!!
Vamos a pelar gallo,
y un ventanazo, auch, no librarás.
(Cíao!!)