domingo, 7 de noviembre de 2010

Proyecto Anaparastassi

Cuando en julio pasado, se llevó a cabo una junta de emergencia de la SONAHIST, se propuso de bote pronto una nueva propuesta para las actividades culturales de la nueva época de la Sociedad. Gracias a los buenos oficios de Laura Leñero y Rosalía Florescano, la primera actividad de arranque sería un ciclo de charlas con historiadoras denominado Café Clío. Lo más difícil del asunto era proponer a las expositoras. Sin embargo, tanto Laura como Rosalía se ofrecieron a impartir dos de las cinco sesiones programadas. En la sesión se barajaron nombres como los de Rebeca Garciadiego, Miriam González Meyer, Sofía de la Garza, Patricia Matute, entre otras igualmente notables. Mientras se llegaba a una resolución, pasaron al siguiente asunto.
Siguiendo con el orden del día, y aún persistentes los nombres de Garciadiego y De la Garza, ambas habían ingresado meses antes a la SONAHIST, por lo que el siguiente paso sería impartir una conferencia magistral. Ellas, sin pensarlo, aceptaron gustosas y listas para tamaña encomienda.
A principios de agosto, en el Auditorio Malmberg de la Nueva Biblioteca de Buenavista, Sofía de la Garza impartió el ciclo de conferencias Legatarios de la historia. Testamentos indígenas de la Colonia, el cual contó con una completa afluencia, misma que convenció a la investigadora para plasmarla en forma de libro y ante semejante cuestión, no le restaba mas que afilar los lápices y ponerse de nuevo a trabajar.
Para cuando le llegó el turno a Rebeca, ocurrió algo inesperado: al edificio de Liverpool 76 habían llegado dos paquetes (de procedencia semejante, pero con distintos remitentes). Uno de estos era una maleta de viaje, perteneciente a la Profa. Myriam Gossman, que fue localizada en el departamento de objetos perdidos del Aeropuerto David Ben-Gurion en Jerusalén. (Cuando las autoridades dieron con la dueña de la valija extraviada, de inmediato la llevaron a la Embajada mexicana. La diplomática a cargo de la legación, Miriam Torres Vergara, al enterarse de ello, además de hacer lo pertinente para regresarla a sus legatarios, hizo lo propio con las pocas pertenencias que Gossman había dejado en la Universidad Hebrea de Jerusalén, mediante una charla de media hora con Ilana Berman, directora del Colegio de Historia, acompañadas por café y algunos bagels. Finalmente, se acordó mandar todo en paquetes separados.
Luego de recibir lo envíos jerosolimitanos, Rebeca y Rosalía se comunicaron con la Dra. Garibay, para abrir con cuidado los paquetes. Por desgracia, la Presidenta de la Sociedad, en ese momento, estaba en la Biblioteca Nacional, en plena plática con el Director general, por lo que sugirió localizar a Ana Laura Máynez, quien, en su carácter de Secretaria, supervisaría los trabajos de apertura. Al poco tiempo, llegó a la Sociedad, donde la esperaban Rosalía y Rebeca, y abrieron cautelosamente el envío de la universidad. En dos horas de agudo escrutinio, se enumeraron las siguientes cosas: Algunos libros de E.M. Cioran, Italo Calvino y Jorge Luis Borges, un juego de pluma fuente y lapicero, dos vestidos de una sola pieza con estampado de flores, una bolsa llena de souvenirs, y dos portafolios repletos de notas y cuadernos personales. (A excepción de los libros, las plumas y sus apuntes, el resto se guardó de nuevo en la caja, por si alguna vez llegaran a servir.)
Después que Rebeca llevara los portafolios a su oficina, para luego revisarlos y ponerlos con el resto de los papeles por catalogar, abrieron la maleta que envió el aeropuerto. La sorpresa al abrirla fue mayúscula: en vez de ropa y enseres de belleza, había siete cuadernos idénticos, una agenda ejecutiva repleta de direcciones, números telefónicos y algunos e-mails, y una cartera de cuero llena de dólares y de euros en todas las denominaciones. (Al trasladar euros a dólares y sumarlos con el resto, se llegó a la suma de 5 millones de dólares.) La pregunta era: ¿Qué hacía Myriam Gossman con esta cantidad y varios cuadernos en su valija, en vez de ropa y demás enseres? (Era una suerte que la maleta estuviese intacta.) Siguiendo con la logística, Rebeca puso las libretas donde estaban los demás papeles, y el dinero, en la caja fuerte. Ya después, y con mayor calma, le sacarían algún provecho.
Llegada la noche, y completa la mesa directiva, se propuso a Rebeca Garciadiego develar el misterio de la valija, puesto que ella coordinaba directamente los trabajos de catalogación del archivo Gossman. Pero, para que cumpliera a cabalidad dicha encomienda, delegó sus funciones (como editora suplente de la memoria-homenaje a Hannelore Malmberg) a su compañera Sofía de la Garza, dado que la encargada oficial, Miriam González Meyer, se encontraba en Nueva York, donde participaría en un Congreso de Traductores, mientras el esposo de ésta, Armando Calles Alamán, miembro de la Junta Benefactora de la SONAHIST, gestionaba un apoyo editorial ante la Universidad de Columbia, mismo que ayudaría a la Sociedad. La propuesta fue aceptada, a condición de que se reuniera cada mes con el comité de premiación para los Premios Malmberg y la beca Gossman de este año. Ambas partes se pusieron de acuerdo.
Una semana después, Rebeca se encerró a piedra y lodo en su estudio y revisar minuciosamente cada cuaderno. Dedicó una semana al 1, dos para las libretas 2, 3, 4 y 5, y apenas un fin de semana (cosa inusitada, cabría decir) a la 6 y 7. Para cuando terminó de checarlas, las únicas fuerzas que le quedaban las empleó para dormirse sobre uno de los sillones del estudio. Horas más tarde, envió sendos e-mails a la Dra. Garibay y a la Mtra. Florescano, notificándoles los resultados. En el lapso de dos horas, recibió respuestas oportunas y acordaron verse en la segunda oficina de la Sociedad: el Sanborns de Los Azulejos.
Mientras degustaban unas enchiladas suizas y varias jarras de agua de jamaica, Rebeca comentó lo siguiente: las 7 libretas indicaban la procedencia de varios objetos, a quiénes habían pertenecido y su última ubicación. Además, resaltó que aunque cada cuaderno tenía escrita la misma frase, Proyecto Anaparastassi, en la primera hoja aparecía un nombre diferente: Joseph Steiner, Elías Cohen, Annemarie Braun, Álvaro Pereira, Isaac Rivavelarde, Alexander Bret y Lucas Perel, los cuales también constaban en la agenda. El proyecto Anaparastassi consistía en restituir, a los descendientes de esas personas, las pertenencias que les fueron arrebatadas durante la Segunda Guerra Mundial, las cuales estuvieron en poder de la anticuaria Madeleine Boutonnat, también conocida como Lady France. (Aquí habría de preguntarse lo siguiente: ¿qué relación hay entre Lady France y las Malmberg? La propia agenda revelaría un poco más el misterio.)
Anne-Marie Madeleine Boutonnat de la Rue nació en Marsella el 10 de agosto de 1907, dentro de una familia de comerciantes. Al llegar a París, después de la Primera guerra, obtuvo un empleo como dependienta de una zapatería, donde estuvo no pocos años, hasta casarse con su antiguo jefe, Georges Sarine, en 1937. Luego de la invasión nazi a París, ambos se convirtieron en colaboracionistas, es decir, denunciaban a las familias judías que vivían en la ciudad; como su ambición no tenía límites, y gracias a ciertas concesiones por parte de los alemanes, Madeleine y su esposo se apropiaron de las pertenencias arrebatadas a aquellas familias judías, mismas que ocultaron en varios lugares y así confundir a novicios ladrones, a la Resistencia e, incluso, a los mismos nazis.
Después de la guerra, en 1949, los Sarine ocultaron parte de sus botines en varias bóvedas de seguridad, repartidos en bancos de Suiza y de Nueva York. Poco tiempo después de su llegada a Estados Unidos, pusieron una tienda de antigüedades, Annette (llamada así por la única hija que tuvieron, Anne-Marie, fallecida en el trasatlántico americano Marianne, cuando éste hizo escala en Dublín). Luego de diez años de residencia neoyorkina, se encontró, a mitad de Central Park, el cuerpo sin vida de Georges Sarine. Según el forense, murió a causa de varios impactos de bala, cuando intentó resistirse a un asalto, mismos que lo fulminaron al instante. (Eso decía el parte policial, pero la versión que corría por los bajos fondos, fue una vendetta por parte de la maffia, puesto que Sarine se negó a venderle a un importante capo una colección de estampas del Renacimiento. ¡¡Vaya precio que pagó por su necedad!! Y según las malas lenguas, quien asesinó a Sarine llegó a integrarse a la escolta de un capo legendario, Sam Giancana, cuando Las Vegas era la segunda casa del hampa.)
A principios de los años 60, Boutonnat conoció a la joven y prometedora pareja conformada por William Gossman y Hannelore Malmberg, y a la famosísima Carla W. Brightman, con quienes compartía afinidades documentales y un acérrimo coleccionismo. Según los diarios personales de la Dra. Malmberg, las reuniones se daban de la siguiente forma: “Recuerdo que le decíamos a Madeline, Lady France, porque, nos decía, su fortuna la hizo en la Francia ocupada por los nazis; acto, cabe decir, heroico. […] En un principio, le disgustaba ese mote, pero acabó por acostumbrarse. […]” Sin embargo, en renglones subsecuentes escritos con otro color de tinta, se preguntaba: “Sí, aún me resulta inverosímil la historia de su fortuna, pero creo creerle más a Balzac que ‘detrás de una gran fortuna, siempre hay un crimen’ y no dudaría siquiera en pensarlo”.
Desgraciadamente, dicho misterio tardaría cerca de treinta años en esclarecerse, puesto que los Gossman Malmberg radicaron de forma permanente en México. En las pocas ocasiones que viajaban a Nueva York y visitar a sus antiguas amistades, incluyendo a Lady France, Hannelore buscaba algunos indicios que la condujeran al origen de toda esa fortuna. Pero llegada la década de los 80, ella desistió por completo. Sin embargo, fue el destino quien puso de nuevo en la mesa ese interés. En el New York Times del 4 de octubre de 1993, apareció en la sección de Obituarios la siguiente noticia: “Fue encontrado sin vida el cuerpo de la famosa anticuaria, coleccionista de arte moderno y escritora Madeline Sarine, la famosa Lady France, en su residencia de Flushing Meadows. De acuerdo con los informes del forense, murió por envenenamiento ocasionado por una falla en el sistema de calefacción. Su sirvienta, la afroamericana Annabel Carver, se encontraba en ese momento en el sur de Alabama, visitando a unos familiares, gracias a un permiso que le otorgó la hoy finada. Aún no sabe qué destino le depara a todas sus colecciones de arte y a su cuantiosa fortuna. Los restos de Anne-Marie Madeleine Boutonnat de la Rue, como se llamaba en realidad, serán cremados y llevados a Cherburgo, Francia, donde también se encuentran los de su esposo, el también anticuario Georges Sarine”.
En aquel entonces, un malestar respiratorio y la reciente muerte de su esposo, retuvieron a Hannelore Malmberg en la ciudad de México, más no del todo. Una semana después de la noticia y tres días antes de la lectura del testamento, Hannelore recibió un extraño paquete; al abrirlo eran 7 libretas idénticas donde se consigna la procedencia de una parte de todas sus colecciones, es decir, aquella que obtuvo durante la Francia invadida y que guardó en bóvedas de varios bancos suizos. Además, se le envió una partida especial de 5 millones de dólares como apoyo para restituirles, a los descendientes de los antiguos y legítimos dueños, su patrimonio.
Pasó varios años de su vida viajando a Europa para localizar a los descendientes, sin que alguna agencia gubernamental lo supiese. Con el listado de nombres, investigó en archivos de Francia, Alemania e Israel, y hasta llegó a entrevistarse con algunas de sus antiguas amistades en Inglaterra y Rusia. Casi a punto de abdicar, a finales de los años 90, localizó a los nietos de Álvaro Pereira, radicados en Barcelona. Concertó una cita con ellos y en una reunión privada, les entregó sus objetos familiares, además de algún dinero. (Gracias a un reportaje publicado en National Geographic, firmado por las periodistas Verónica Balmoral y Leyvi Castell, se supo que aquellos objetos terminaron en varios museos de Portugal, puesto que los Pereira los vendieron para sufragar una nueva empresa editorial. Lamentablemente, terminaron en bancarrota.)
En París, encontró a la hija menor de Elías Cohen, Sarah, quien emanaba felicidad al recuperar los objetos familiares. Y en vista de que vivía una difícil situación económica, Hannelore le regaló 500 mil dólares para vivir decorosamente y nunca vender sus pertenencias. (Con el dinero se retiró a provincia y su patrimonio familiar quedó nuevamente guardado en una bóveda bancaria, pero en París. Nunca más se supo de ella.)
En Génova, dio con la única descendiente de Isaac Rivavelarde, su nieta Bárbara R. de Cabrera, empleada del Consulado Español. Luego de entrevistarse con ella, acordaron donar sus pertenencias familiares al Museo del Prado, puesto que le era más gratificante compartirlos con el pueblo español. (Ni siquiera se llegó a un acuerdo monetario. Mero altruismo.)
Sin tanto problema, en Londres encontró al hijo de Joseph Steiner; en Atenas, a la hija de Annemarie Braun, y en Moscú dio con la viuda de Alexander Bret, los cuales no le dieron importancia al buen gesto de la Dra. Malmberg. Sin embargo, casi al borde de la decepción, en Jerusalén se llevó una sorpresa: Lucas Perel era, de los siete, el único sobreviviente. Al entrevistarse con él, le contó todas las peripecias por las que habían pasado los objetos de su familia, las cuales el propio Perel no alcanzaba a creerlo. Pero lo peculiar del asunto era el acuerdo para la entrega de las cosas: las aceptaría de vuelta si Hannelore le obsequiaba las siete libretas donde Lady France registró e inventarió las antiguallas y demás objetos. Por desgracia, la Dra. Malmberg falleció en septiembre de 2005, delegando en su hija Myriam esa misión.
(Ahora, después de conocer este entramado de historias, Rebeca no sabía qué decir. “Ahora comprendo el porqué de su interés en crear una cátedra en la Universidad Hebrea. ¡¡Excelente coartada!!”)
En reunión secreta con la mesa directiva, Rebeca propuso llevarle a Lucas Perel las libretas que había de darle Myriam Gossman, a nombre de su madre. Sin decir agua va, la propuesta se aprobó de inmediato, por lo que Rebeca y su compañera y colega Jael Martínez Loyo viajaron a Jerusalén para visitarlo. Al saber que eran conocidas de las Malmberg, el Sr. Perel les confesó que Hannelore le dio la llave de una bóveda de seguridad de un banco suizo, donde se hallaban sus cosas. Y mientras esperaba el rimero de cuadernos pertenecientes a Lady France, con ayuda de su hija Rachel, quien trabajaba en el Ministerio de Cultura, trajo sus cosas a Israel y las donó al Museo del Holocausto, sin que ninguna de las Malmberg se enterase. Después de tan amena charla, Rebeca y Jael le entregaron las libretas. Cuando Garciadiego pensaba sacar la cartera con el dinero, Perel le dijo:
-No, no me hace falta. Ya las cosas están con sus legítimos dueños y eso fue lo que sobró a Hanny, je, je.
Y luego de una prolongada pausa:
-Usen el dinero para lo que Hanny y Meyer les gustaba: la investigación. Y si llegan a saber algo de colecciones perdidas, avísenme, por favor.
Al momento de acompañarlas a la puerta, les dijo:
-¿Saben qué significa anaparastassi? “Reconstrucción”, en griego. ¿No se les hace demasiado lógico?
De vuelta en casa, la Sociedad tenía el tiempo contado para organizar la entrega de los premios Malmberg y la beca Gossman. Y como los restantes 2 millones de dólares del proyecto de restitución ya eran suyos, con esa cantidad sufragaron sus gastos y hacer la logística como debía ser. Finalmente, el 4 de septiembre, en el Auditorio Jaime Torres Bodet del Museo de Antropología, se presentó el libro De Babelia. Homenaje a Hannelore Malmberg y Myriam Gossman, coordinado por Laura Leñero, Ana Laura Máynez, Eliseo Blancarte y Miriam González Meyer. Trece días después, en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, se anunciaron a los ganadores de los premios Malmberg: Araceli Cosío Bazant (De vuelta al mar), Rosa Terrazas Galeana (El norte sin brújula), José Trinidad Castañón Aguirre (Barco a la negritud), Judith Garro Dávila (Esquelas encontradas) y Daniela Rodríguez Buñuel (Fuera del cine, la vida), mientras que la beca Gossman, por segunda vez consecutiva se dividió en tres personas: las historiadoras Paulina Velázquez MacGregor y Alicia Cárdenas Velázquez, y la diseñadora gráfica y empresaria Ana María Groban de Anguiano, quien además diseñó la página de Internet: www.sonahist.net. Además, la Junta Benefactora de la SONAHIST cambió su nombre al de Fundación Amigos de la SONAHIST, donde ingresaron la propia Ana Groban y la editora Mayela Ramos de la Calleja.
(Sin embargo, esto apenas sería el principio de una nueva era. Y si le sumamos que aún faltan los museos, todavía la Sociedad tendrá cuerda para rato. Después de todo, ¡¡qué son 2 millones de dólares!!)

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