sábado, 19 de junio de 2010

La ciudad sin Carlos Monsiváis

Hay personajes que hacen llevadera la estancia y la vida en esta delirante ciudad de México, aquélla que amamos y odiamos todos los días, y cuya solar presencia la llena de vitalidad. Desde los organilleros en marginalia del Centro Histórico, pasando por los dueños de la noche citadina, hasta aquellas personas que se ganan el bofe a fuerza de fregadazos. Todos ellos han pasado por la mirada proteica, incluyente y estupefacta de los numerosos cronistas que ha tenido esta ciudad. Uno de ellos, Gabriel Vargas, cuyo ingenio creó a la familia más aventada de la Ciudad de México, La Familia Burrón, falleció hace algunas semanas. Hoy por la mañana, uno de aquellos personajes, el escritor, periodista y defensor de las causas perdidas, Carlos Monsiváis, ha partido en silencio y nos deja su ausencia un nudo en la garganta. (Decíamos de él que andaba en todas partes, que encarnaba en sí mismo una virtud sólo exclusiva de los dioses, la ubiciudad. Después de hoy, quedará bien asentado.)
Carlos Monsiváis Aceves, nacido el 4 de mayo de 1938 en la legendaria colonia Portales, fue desde temprana edad, un ser atípico. En su inverosimil infancia ya formaba parte del andamiaje de la memoria: un Niño catedrático, como aquellos que sonaban por las frecuencias de la XEW; por su formación religiosa en el protestantismo metodista, se sabía La Biblia de memoria, y, claro, al acercarse al primero de todos los libros, su vida fue, literalmente, libresca y libraria. Cuenta la leyenda que había veces en que se saltaba las tres comidas para irse al cine, donde se aventaba ¡¡hasta cinco películas de un tirón!! Por añadidura a su condición lectora, se dio valor para escribir su propia bibliografía, empezando por la poesía, género que no era el suyo como creador, pero sí como crítico. Monsiváis, desde entonces, sería un hombre de ideas.
Su paso por las Facultades de Economía, primero, y de Filosofía y Letras, después, no le impidió seguir con una vida dedicada a la cultura, de altovuelo, mediocampo y bajofondo. Es decir, no había tema que se le escapara de su peculiar mirada. Y con el compañerismo y la amistad de otros seres de letras, llámense Fernando Benítez, José Emilio Pacheco, Sergio Pitol, Elena Poniatowska, más los que se acumulen en el camino, destinado a figurar en letras de imprenta. El escenario para ello: el legendario suplemento cultural México en la cultura y su heredero fiel, La Cultura en México, centerfold de la también legendaria revista Siempre!
Su acendrado interés por hacer la crónica de la ciudad de México, y que sustenta su perenne ubicuidad, digamos que nació por la década de los '50, cuando participó en una marcha en apoyo a la pintora Frida Kahlo, y, poco después, asistió a un concierto del inverosímil Bola de Nieve. En una palabra, su interés por los hechos de la cultura popular, por las manifestaciones sociales lo volvieron un personaje imprescindible. O, al menos, inusitadamente omnipresente. Prueba de ello, sus primeros libros de crónicas: Días de guardar (1970) y Amor perdido (1976).
Los caminos de la crónica que decidió seguir Monsi, con su particular estilo, mordaz, sarcástico y punzante, revivieron aquel estilo que sólo Salvador Novo había expresado a lo largo de su vida, solamente que la irreverencia y el desconcierto era el pan de todos los días. (Si Novo hubiera llegado con vida a los albores del siglo XXI, le hubiera dejado completa la chamba a Monsi.) A ustedes les consta (1980), Entrada libre (1988) y Los rituales del caos (1995), surgidos de su particular pluma, se han vuelto todos unos clásicos. Y a la par de su crónica de la cultura popular y de su crítica a las letras mexicanas, dedicó muchas de sus fuerzas y grandes textos en pro de las causas sociales: el feminismo, la comunidad lésbico-gay, el neo-zapatismo, entre otras banderas que se junten en el trayecto. Y, por añadidura, atacaba con sólida congruencia a los sectarios, mochos, politicastros de quinta, y también a aquellos que atentaran contra los derechos de los animales. Tanto era su amor por ellos, que bastaba sólo una llamada suya para que detuvieran el sacrificio de algún perro callejero; y qué decir de su pasión por los gatos, quienes lo acompañaron en todo momento, como Fetiche de peluche, Mito genial, Fray Gatolomé de las Bardas, Nananina Richi, Chocorrol, entre otros felinos, sus trece caballeros de Santiago.
Entre toda la gama de crónicas que conforman el universo Monsiváis, cabe destacar su única incursión en la narrativa: Nuevo catecismo para indios remisos (1982), donde la religiosidad y las "buenas costumbres" eran hechas pomada por su crítica y mordacidad. Ediciones ulteriores de este garbanzo de a libra, fueron ilustradas por Francisco Toledo, pintor non que, además de contar con su amistad, también recibió unas buenas líneas de su parte. No por nada, también fue un maravilloso crítico de arte y un coleccionista de altos vuelos. (El Museo del Estanquillo es el lugar donde habita aquella pasión.)
Tanta era la fama de Carlos Monsiváis que hasta su presencia en la ficción pura era evidente. Gabriel Vargas no dudó en incluirlo, con todo y gatos, en alguna aventura de La familia Burrón, y hasta derivó en personaje de Chanoc: el sabio Monsiváis. Y las parodias, claro, no se hicieron esperar: Miguel Galván, la Tartamuda, hizo de Carlos Monchivais un personaje igualmente grato. (Hasta para el propio Monsiváis...)
Creo que se pueden decir más cosas acerca de Carlos Monsiváis (¡¡y las que faltan!!), pero no quiero engrosar más el alud de artículos, ensayos, obituarios y demás cosas por el estilo; de eso ya se encargan los periódicos, la televisión, la radio, y hasta el mismo internet. Mas sí deseo compartirles mis veintiúnicos encuentros con Monsiváis.
Hace cinco años, y a finales de mayo, tuve la fortuna de asistir a la presentación de un libro sobre Rogelio Naranjo en el MUCA, y cuyos presentadores eran Elena Poniatowska y el mismo Monsiváis. Al final de la presentación, mientras todos se arremolinaban para obtener la firma de la Poni, quien esto escribe fue el primer parroquiano que se acercó a Monsi. Al verme llegar con mis ejemplares, me pidió que esperara unos cinco minutos; al desocuparse, no sin antes disculparse conmigo por la espera, se sentó de nuevo y comenzó a firmarlos, y después de rubricar el último, de inmediato se le lanzaron todos los asistentes, con sendos libros suyos. Mi segundo encuentro fue en el Centro Cultural de España, en la presentación de la más reciente novela de Juan Goytisolo, con Adolfo Castañón también presente. Ya no llevaba libros para firmar, sino varios ejemplares de la revista Letras Libres, en los cuales pedí que me firmara sus artículos. Después, al momento de revisar la dedicatoria, me di cuenta de algo muy extraño: en uno de los ejemplares, en vez del nombre de un servidor, ¡¡me había puesto Antonio!! (Cosas que pasan...) Y del tercer encuentro (si es que así se le puede llamar), fue aquella noche del 4 de mayo de 2008, en el Palacio de Bellas Artes, donde le fue entregada la Medalla Bellas Artes, en suerte de homenaje por sus 70 años. Al momento de pasar a la terraza a tomarme un buen vino, una amiga mía, factótum del INBA por aquellos días, me preguntó muy de banquetazo: "¿No traes libros para que te los firme?" Le dije que no, que no era momento para firmas, fotos ni autógrafos. Y tuve razón, por lo menos esa noche: al son de "Amor perdido", interpretada por un trío invitado, Monsiváis no paraba de firmar libros ni de tomarse fotos con los asistentes. Me limité a tomarme una copa a su salud, muy bien acompañado por Maribel Báez y el buen Carlos Domínguez, a la cacería de buenas fotos. Y hasta ahí.
Me pregunto ¿qué será de la ciudad de México sin ti? Ya no tendremos tus artículos punzantes de La Jornada, El Universal y esa sección de perlas polacas, de nombre "Por mi madre, bohemios". (Nos queda leer toda tu obra, más la que se acumule en la semana...) Ya no especularemos sobre tu omnipresencia en cualquier lugar, ni mucho menos encontrarnos a tu doble, aquel santa clós borracho que inmortalizaran Los Caifanes. Sin embargo, sé que, en algún momento, en alguna de sus casas editoras, saldrá una crónica sobre tu propia muerte. Y firmada, claro, por ti.
¡¡Adiós, Monsi!!

miércoles, 16 de junio de 2010

Once propuestas para celebrar(me)

El año anterior, hice una versión anterior de este post, del cual, cabe decir, cumplí a cabalidad buena parte del "pliego petitorio". En esta ocasión, y a un paso de llegar a la edad de los nuncas, decidí hacer una nueva lista, donde algunos puntos quedan igual respecto de la versión previa, y otros puntos nuevos entran al quite. Aquí les voy.
  1. Vislumbrar la confección de un libro propio (¡el primero!).
  2. Viajar hacia algún punto del interior de la República, cuyo destino decida por completo. (Aunque no está de más volver a mis matrias, que merecen ya un reencuentro de mi parte.)
  3. Recibir como regalo algún libro, un compacto de música o un dvd, apelando a mis gustos, intereses y búsquedas malogradas. (Se vale investigar...)
  4. Pasarme todo el día leyendo y escribiendo en la Librería del FCE en la Condesa, donde espero varios encuentros casuales con escritores, hacer varias lecturas de gorra, conocer mujeres guapas e inteligentes, y sobre todo, echarme una pestañita en alguna de sus salas.
  5. Comprarme una serie completa para el sorteo Gordito de la Lotería Nacional que se juega hoy en la noche.
  6. Recuperar el corazón que dejé alguna vez en San Ángel. (Ahora es cuando...)
  7. Conocer las efemérides del día, a lo menos para saber con quien tendré que compartir tanto el santoral cívico como el religioso, luego que la diosa Fortuna se digne en inscribir mi nombre con letras de titanio en las grecas de la memoria.
  8. Tomarme el debido tiempo para recorrer las exposiciones de moda en los museos de la ciudad. (San Ildefonso, para empezar bien, ¿no creen?)
  9. Dejarme llevar por una canción de moda, otra clásica y alguna de libre elección. (Considero que "Bad romance" de Lady Gaga, "Luna del miel" de Gloria Lasso, y "Solsbury Hill" de Peter Gabriel entrarían por default, pero se puede negociar...)
  10. No soplarme las típicas, aunque engorrosas mañanitas, en cualquiera de sus versiones. (Si deseo de todo corazón aceptarlas para no hacer cara de fuchi, más vale que sean interpretadas por la OFUNAM, con salterio del Porfiriato, o, ya de perdida, por una marimba chiapaneca. No pido más.)
  11. La más importante, recibir las muestras de afecto y admiración de mi familia, mis amigos, mis colegas y mis lectores, quienes son y serán los verdaderos artífices de esta vida breve que llega a otro año más.
Ahora que el destino se empecina en alcanzarme (y para hacerle de aguafiestas), debo recordar que hay pequeñas cosas que mantienen rodando al mundo, y que olvidarlas por completo, dándole prioridad a otras (se supone) importantes, nos entrega una mentalidad chata y gris. Y ante ello, me queda recordar aquella frase que tomé no sólo como divisa de mis e-mails, sino también de mi vida: Para ser una persona realista, hay que creer en los milagros. El resto, de verdad, llega solito. Sí que sí.
Bonne Anniversaire!!!

viernes, 11 de junio de 2010

¡¡Waka waka, Sudáfrica!!

La desventaja de nacer en año sandwich, es decir, después de las Olimpiadas y antes de una Copa del Mundo (y viceversa), siempre conlleva fletarse todos los sucesos de y en torno a dichos sucesos, cuya periodicidad de cuatro años, puede inflarlos en demasía o darles la importancia de un cacahuate. Sin embargo, he decidido entrar en la marabunta del momento y dedicarle unas cuantas líneas al tópico pambolero.
Primero una leve confesión. Nunca se me dio el futbol, ni siquiera en la materia de Educación física, pero el interés surgió, por así decirlo, en las gradas. Como el fervor futbolero andaba en todas partes, varios de mis compañeros jugaban -ellos sí, aptos por naturaleza- la típica cascarita, y también se daban tiempo para llenar los álbumes con estampas de sus equipos favoritos. (Recuerdo que intenté llenar uno, sobre Italia '90, cosa que casí logré, mas con una postera decepción: no era el álbum oficial, producto de una editorial con nombre cuasi italiano, como de pizza... Y hasta ahí me quedé.) Tiempo después, una marca de chicles sacó a la venta unas bolsas con productos de su factura, con tarjetas de regalo y alusivas a Estados Unidos '94, ventaja que un compañero de entonces -cuyo paradero me gustaría saber, de paso- supo explotar al máximo: se volvió mi dealer tarjetero, tanto de futbol como de comics. Mi reinvindicación con el pambol llegó con Francia '98, mundial que me agarró en la preparatoria y el cual seguí con verdadera devoción, y mucho más cuando la Selección Nacional, el Tri, jugaba, aunque doliera la ronda de penales más adelante. Pero también nació una gran simpatía por otro gran equipo: Les Bleus, el equipo de Francia. Y mucho más cuando era anfitrión y contendiente. Aquella selección, compuesta por jugadores oriundos de antiguas colonias francesas en América y África, fue la revelación de aquella copa mundial. Mientras todos daban por sentado que Brasil abrazaría su quinta copa y que los alemanes llegarían a la final, luego de ocho años de espera, fui el único ingenuo que supo del potencial de Francia. (Hasta la fecha, ¡¡me siguen pidiendo la receta!!) De pilón, confieso que me dolió aquella gran final de Alemania 2006, entre Francia e Italia, donde la squadra azzurra se hizo de una victoria que no era suya, evidenciando la humanidad de los Dioses de St. Denis, como Zinedine Zidane y Fabien Barthez.
En este 2010, el furor futbolístico llega, por vez primera, a tierras africanas. Sudáfrica organizará una Copa del Mundo en un ambiente aún rezagado logísticamente hablando, pero cuyo ambiente social quizás le dará el beneficio de la duda. Y como le sigo la huella a mis dos selecciones, natural y elegida, a la hora del sorteo de la FIFA, me fui de bruces cuando supe que ¡¡estarían en el mismo grupo!! Y con el país anfitrión y Uruguay dentro del mismo, México se había sacado la rifa del tigre. (A ver cómo les va...)
A unos cuantos minutos del partido inaugural, México vs. Sudáfrica, cabe decir que el fervor deportivo nos sube un poco el ánimo, y más ahora en estos tiempos globalizadamente incorrectos. Obviamente, apoyo a mi equipo (como buena parte de mis compatriotas, claro) y espero de éste más que un gran desempeño en la cancha. Nos resta un mes de enconadas polémicas y acendradas pasiones pamboleras, pero hagamos lo posible por pasarla bien, al menos, en los próximos 90 minutos, donde todo debe brillar, o como se dice allá en tierras mundialistas, waka waka (y en la voz de Shakira, para acabarla...) Y ya.
¡¡Waka waka, Sudáfrica!!