miércoles, 3 de marzo de 2010

Enoch Cancino Casahonda (1928-2010)

Chiapas, se ha dicho hasta el hartazgo, es tierra de poetas. ("Levantas una piedra y sale un poeta", es la frase lugar común en torno a ello.) Pero cuando uno de ellos deja este mundo para insertarse en las grecas de la eternidad, no deja de sentirse ese vacío por su ausencia.
Enoch Cancino Casahonda, poeta de enorme valía sentimental para el pueblo chiapaneco, a la par que sus paisanos Rosario Castellanos y Jaime Sabines, y como lo había predicho en alguno de sus poemas ("Si tengo que morir,/ que sea por marzo"), dejó este mundo "De noche, de pronto,/y sin un llanto". Y así fue; mientras las secciones culturales de los diarios y los programas culturales de la tevé aún dedican espacios a la reciente partida de Carlos Montemayor, sobre Cancino Casahonda no se dijo nada, salvo algunas notas en diarios de Chiapas y el parco homenaje de cuerpo presente que le realizó el H. Congreso de su estado, encabezado por el gobernador Juan Sabines. Y hasta ahí.
Nacido el 6 de octubre de 1928, en Tuxtla Gutiérrez, Enoch Cancino Casahonda se convirtió, de alguna forma, en la piedra angular de la poesía contemporánea de Chiapas, en cuya tradición precedente logra emparentarse con la obra de nones poetas como Rodulfo Figueroa, Santiago Serrano y Armando Duvalier, pero también abre la brecha a los ya mencionados Rosario y Jaime, y a los más jóvenes, como Óscar Oliva, Roberto López Moreno y Efraín Bartolomé. En su poesía hizo del lenguaje coloquial (las palabras de todos los días, de los ciudadanos de a pie) materia prima de sus poemas. Queda demostrado esto con los títulos de sus libros: Con las alas del sueño (1951), La vid y el labrador (1957), Ciertas canciones (1964), Estas cosas de siempre (1970), y Tedios y memorias (1982), por mencionar dos antologías personales de 1979 y 1985. Para la mayoría de los chiapanecos, es imposible olvidar su "Canto a Chiapas", obra que circula tanto en versión impresa como en disco compacto, infaltable en toda reunión familiar. (Por cierto, conocer al jurado que falló a favor de aquel poema, fue la primera de muchas lecciones que el tiempo le depararía: Carlos Pellicer, Andrés Henestrosa y Rómulo Calzada. Un espaldarazo de aquellos que determinan el resto de la vida, ¿no creen?)
Su extraordinario amor a la palabra le abrió las puertas tanto del Seminario de Cultura Mexicana como las de la Academia Mexicana de la Lengua, a la que regaló sus mejores años como Académico correspondiente.
Para fortuna nuestra, queda su obra poética donde se evidencia un talento único y cuya sencillez en las imágenes poéticas, lo hace digno de conocer. (Estoy seguro que los chiapanecos lo tendrán -¡¡más que nunca!!- muy presente.) Y para quienes apenas saben de su existencia en las letras mexicanas, dejóles la invitación para hacerlo.
Cierro estas líneas con un poema suyo, incluido en Ciertas canciones y otros poemas (1999), antología suya publicada por el Fondo de Cultura Económica.


El rostro del tiempo

A cada metro, a cada instante,
hemos de aprender, de olvidar,
de reconsiderar algo.
El rostro jugando con sus expresiones,
la palabra con su sentido,
la cobardía con su heroísmo,
la soledad con su tumulto,
son ese estira y encoge
en que el misterio del tiempo
nos deja su resaca,
su condición violenta de ola en calma.
Sólo la rosa ve las manos del silencio.
(¡¡Gracias, don Enoch!!)

1 comentario:

ángel dijo...

Gracias por descubrirme a este poeta.
Un gusto haber recalado en estas orillas.


Saludos...