sábado, 23 de enero de 2010

Réquiem por unos libros prestados

Hace algunos días, luego de mi visita reglamentaria al dentista, hice una pequeña escala en la librería más cercana al consultorio simplemente para ver qué había de nuevo. Entre los libros de las novedades de la colección Centenarios de Tusquets y los resultados del scanning bibliográfico sobre Barack Obama (tema que interesa a una de mis Consejeras, por cierto), encontré en uno de los anaqueles un libro que compré hace más de ¡¡once años!!, y que, por azares del destino, presté sin pensarlo siquiera unas tres veces. Mientras hojeaba aquel ejemplar, me puse a pensar cuáles fueron los libros que corrieron con esa extraña suerte. Por lo visto, no son muchos, pero entre éstos, hubo varios de gran valía. Que estas notas sirvan para recordarlos.
El primer libro que presté y nunca regresó fue una biografía de Frida Kahlo, escrita por Rauda Jamis y bajo el sello editorial de Circe. En una de mis materias de preparatoria me pidieron de tarea hacer un reporte sobre él, y como entonces era un novato en cuestiones librarias, el primer lugar donde se me ocurrió buscarlo fue el súper. (Si entran a comprar una cosa determinada y al salir lo único que llevan en la bolsa son libros, mejor sospechen y salgan corriendo de allí.) Y, para mi buena suerte, lo encontré. Me leí el libro de marras en una sentada y con las ideas más frescas que huauchinango en cuaresma, me apersoné frente a la máquina de escribir y el resto, seguro adivinan, salió a pedir de boca. Después de haber obtenido una buena nota, una compañera mía se interesó por mi libro y como aún tenía la lectura fresca, resolví prestárselo por un tiempo. Por desgracia, el libro nunca volvió a mis manos. (Años después, algunos ex-compañeros me informaron que aquella niña sí tenía planes de regresarme mi ejemplar, pero por x, y, z razones no se logró.) He pensado en adquirirlo de nuevo, pero no me animo por ahora...
El segundo libro del que tengo memoria, fue Del inconveniente de haber nacido de E. M. Cioran. Después de representar (y con un éxito apenas notable) un monólogo basado en las obras del escritor franco-rumano, otra compañera vio mi ejemplar en edición de bolsillo y sólo me espetó una frasecilla que aún resuena como eco de lejanos fantasmas: "¿Me lo puedes prestar?" No pude decirle que no, y accedí, con la idea de que regresaría a los tres días, dado el denso estilo del autor. Craso error. Le gustó mucho mi libro y mientras pasaban semanas y felices días, no veía la hora de la devolución. Terminé la preparatoria y nunca más supe de aquella compañerita. Años después, ya en la universidad, en la entonces flamante sucursal del FCE, en el Centro Histórico, encontré otro ejemplar igual, mismo que ahora no suelto.
La tercera experiencia, si me permiten decirlo, fue la más engorrosa. Un compañerito en Letras, químico de primera (de)formación, cada que mencionaba el nombre del autor que leía por esos días, siempre me veía cara de biblioteca móvil y, claro, me sonsacaba para prestárselo. Accedía de todas formas, porque mi grado de ingenuidad rayaba en lo absurdo y pensaba que terminaríamos juntos la carrera, pero no fue así: él regresó a su querencia química, para más tarde alquilarse de músico (otra querencia suya) en un pedestre programa matutino de los sábados por la T. V. Pero, a diferencia de las compañeritas, este tipo no se apañó un solo libro, sino ¡¡siete!!, cuyos nombres no recuerdo por ahora. Y, para acabarla de amolar, un compacto de Ennio Morricone y un single de Dead Can Dance también pasaron por sus armas. Los libros, si les interesa saberlo, varios los repuse, a un buen precio, menos que cuando los compré por vez primera. (Además, también tuve mi pequeña venganza: en su exceso de confianza, el tipo este me prestó un libro de poesía ¡¡inconseguible!! Y, hasta la fecha, es una de mis joyas más preciadas.)
Ahora bien, ¿de qué me sirve acordarme de aquellos libros que presté y nunca regresaron? Muy sencillo, para volverme un mejor lector. Luego de reponer algunos y al volverlos a leer, varias de mis viejas impresiones regresaron intactas, incluso hasta recargadas, que me aseguro de anotar en una libreta después de concluída la lectura. Y si se me cuecen las habas por compartirla, si corro con suerte, consigo otro ejemplar idéntico o similar y lo obsequio. De cualquier manera, si uno se acuerda con cierta nostalgia de esos libros prestados que nunca volvieron, sería por una razón. Y con estas líneas, he aquí la mía. (¿No les ha pasado lo mismo?)

lunes, 4 de enero de 2010

José García Gavito

Recuerdo que hace algunos años, asistí a una conferencia tuya, donde pude conocer parte de tu universo historiográfico.
Recuerdo también que fuiste uno de los primeros (y posibles) colaboradores para llevar colaboración a mi ahora casa hemeográfica; siempre que el tiempo nos hacía coincidir, reiterabas tu compromiso para enviar una crónica de viaje por aquellos lares del sur: la tierra de tus admirados mayas.
Tampoco se me olvida el buen ánimo que le ponías a todo coloquio, sea como asistente, sea como expositor. Y también viene a mi memoria tu siempre maravillosa sonrisa que irradiaba a todo mundo.
Sin embargo, todas estas cosas son sólo una ligera muestra de aquella persona admirable, trabajadora y, sobre todo, entusiasta, quien ahora caminará por un largo y maravilloso sacbé, en busca de los arcanos de sus admirados mayas. Pero nosotros, en estas tierras, te seguiremos extrañando.
¡¡Gracias por todo, José!!