domingo, 13 de diciembre de 2009

Luis González y González

Alguna vez Max Jacob dijo una frase más que contundente: "El estilo de maestro es el estilo de alumno". Y no es para menos, dada la naturaleza de quienes dedicamos algunas de nuestras fuerzas a esa encomiable empresa. Para el caso de un historiador singular como lo fue Luis González y González, esa frase le queda corta porque sus alcances siempre fueron otros, sin dejar de lado el arduo aprendizaje de las cosas.
Nacido el 11 de octubre de 1925 en San José de Gracia, Michoacán, don Luis González y González dedicó buena parte de su vida al conocimiento y profundización de una prosapia donde el amor al conocimiento, pero sobre todo, a la tierra, lo llevaron a transitar por los senderos de la Historia, materia que tuvo la fortuna de conocer, primero, en Guadalajara, donde metía su cuchara intuitiva en todo tipo de materias de interés, y más adelante, en la Ciudad de México oficializa su vocación en las ciencias de Clío. Pero la universidad no sólo le daría un destino, también tuvo la fortuna de otorgarle una compañera de viaje, Armida de la Vara, una bellísima y talentosa sonorense, quien habría de ser su lectora (por ende, maestra particular de ortografía y redacción), colega y, claro, esposa ejemplar. Gracias a este tipo de alicientes, don Luis viaja a París para perfeccionar sus propias ciencias y artes historiográficas. Silvio Zavala, preclaro y entonces joven patriarca de la historia mexicana, le da un buen consejo: aprovechar las bibliotecas y la vida misma. También el grato magisterio de Claude Bataillon hizo mella en él. Las consecuencias, seguro las habrán adivinado.
De vuelta en México, don Luis fue invitado a engrosar las filas del reluciente Colegio de México, donde tuvo como colega a un incipiente Jean Meyer, y como alumnos a futuras luminarias de la historiografía mexicana contemporánea: Enrique Krauze, Javier Garciadiego y Jorge F. Hernández, por decir algunos ejemplos. Sus clases (si se le pueden llamar así) se impartían, mayeúticamente, en la cafetería del COLMEX, entonces ubicado en la colonia Roma. Desde ese momento, González y González instauró un estilo de hacer historia, caracterizado por hacer de lo mínimo una gran maravilla. El hecho que detonó aquella preclara intención fue la escritura de un libro, controvertido en su tiempo, hoy día canónico: Pueblo en vilo (1968). Resultado de una sesuda y completa investigación acerca de su pueblo natal, San José de Gracia, desde los orígenes hasta hace rato. Sus colegas, al ver dicho trabajo, consideraron que había perdido el tiempo en una investigación sin sentido, pero una corazonada de don Daniel Cosío Villegas, a la sazón, presidente del COLMEX, permitió su inmediata publicación. (Postreras generaciones de estudiosos de las ciencias y artes de Clío, aún agradecen aquella intención.) Con este trabajo, don Luis inaugura una veta en los estudios de la Historia, denominada microhistoria. Precisamente, en este término, se trasminó una sentencia de León Tolstoi: "Pinta tu aldea y pintarás al mundo". Otra importante aportación de don Luis, fue predicar la Historia con palabras sencillas, del diario acontecer. Como quien dice, con palabras domingueras, sin que el texto se vea salpicado de terminajos para iniciados ni relleno de lugares comunes. Para nada. Aquel que decida acercarse a sus libros (El oficio de historiar, La ronda de las generaciones, Invitación a la microhistorias, De maestros y colegas, etc.), cerrará sus páginas sabiendo algo nuevo y habrá disfrutado de un escritura sin tapujos. (Todavía don Luis se preguntaba qué le vieron en El Colegio Nacional y en la Academia Mexicana de la Historia para haberlo elegido como miembro vitalicio. Digamos que su estilo tuvo algo que ver. Seguro.)
La querencia llama, reza el lugar común. Y don Luis llevó sus conocimientos y sus intenciones a su tierra natal, para cristalizar un sueño pleno de microhistorias: la fundación de El Colegio de Michoacán. Así, podía tener juntos a sus tres grandes amores: la historia, el terruño y, claro, su bella Armida. (Dos colegas suyos, Jean Meyer y Andrés Lira, con todo y sus respectivas familias, y el proteico Jean Marie Gustave Le Clézio, ahora Premio Nobel de Literatura, lo acompañaron en tan grata empresa.)
Sin la pretensión de convertir estas líneas en un obituario tardío (hoy se cumplen seis años de su partida), digno es regresar a las obras de un hombre que siempre tuvo mucho que decir; maestro de maestros, quienes ahora siguen a cabalidad sus enseñanzas, sea en las aulas universitarias, sea en la confección de libros de historia. No está de más recordar que su ingente curiosidad nos regaló el Álbum de México, publicado bajo el patrocinio de Bancomer. Finalmente, sus obras siguen suscitando polémica, pero también nuevos admiradores y, por supuesto, historiadores enamorados de la historia mexicana. Con un maestro así, ¡¡da gusto ser su alumno!! Así sea.

4 comentarios:

Eleutheria Lekona dijo...

¿Cómo un hombre que profiere calumnias puede ser, al mismo tiempo, luminaria de la historiografía contemporánea?

Sólo espero que no sea su autoridad historiográfica -la de Krauze- la que te haga entusiasmarte con sus "ideas".

Sé que no es políticamente correcto escribir esto, pero -vamos- tú no has tenido empachos para declarar que no simpatizas con mis posturas políticas (aunque yo, más que posturas, las llamo declaraciones. A lo sumo, me reconozco altermundista). No sientas alergia por mi pensamiento, que no es contagioso y que dudo que alguien te empariente algún día con tal forma de concebir las cosas. Lo dado, dado está. Lo tuyo dado es apreciar el arte y construirlo; lo mío dado es denostar al mundo y deconstruirlo. Tú eres apolíneo y yo dionisíaca (yo a pequeños intervalos) ¿no es esto una paradoja? Tú eres el escritor, yo la matemática.

En fin amigo, te admiro mucho, pero tampoco voy a permitir oírte decir tales cosas y decir ni pío. Allá algún día me perdonarás mi intromisión y esta mirada radical que últimamente me acompaña.

Un abrazo pre navideño y ¡Felices posadas!

Tu siempre lectora, Eleutheria =P

Eleutheria Lekona dijo...

Dirás que soy tonta por haberme fijado en una nimiedad. Me excuso así: disfruté todo tu texto y siempre recreo en mi mente -no siempre conocedora- todo lo que nos cuentas.

la Presidencia de la NRB dijo...

Mi querida Eleftheria, muchas gracias por tus maravillosas palabras. Y sí, tienes razón en varias cosas, no lo dudo. Sin embargo, es mejor significarse que justificarse.

Una sola aclaración: acerca de aquel personaje (E. K.) pondero más sus aportaciones a la historia cultural que sus visiones políticas. Y ello, gracias a don Luis. (Por ejemplo, "Caudillos culturales en la Revolución mexicana" es un clásico de la historiografía mexicana contemporánea, pese a quien le pese. Sin ese trabajo, ni Javier Garciadiego ni Susana Quintanilla, entre otros investigadores dignos de nombrarse, no habrían hecho lo que hoy hacen.) Sin embargo, otra enseñanza gonzalina en E. K. reside en la difusión de la historia. La manera es cuestionable, pero la intención, no.(Hasta don Luis tenía sus reservas, ¿no crees?)

Nuevamente, muchas gracias por tus palabras. Van abrazos fraternales.

Eleutheria Lekona dijo...

Tú también tienes razón.

Gracias por responder con tanto aplomo ante mis compulsivas obsesiones.

Au revoir...