viernes, 4 de septiembre de 2009

La vuelta al Metro en 40 años

Desde hace tiempo, no he dejado de pensar ni de usar una frase muy simpática que un colega mío (book dealer, para más señas) dijo en una ponencia durante los festejos del Día Internacional del Libro: la modernidad se hizo en patines ...de acero. Esto se logró, primero, en la segunda mitad del siglo XIX, con la instrumentación del ferrocarril, y luego, a principios de los años 20, con los tranvías eléctricos. Ya entrados los años sesenta (aunque la idea original ya tenía una década dando lata a las administraciones en curso), México incursionó en un territorio de sobra conocido en las grandes urbes: el uso de un nuevo medio de transporte urbano, de características subterráneas, denominado Sistema de Transporte Colectivo, es decir, el Metro.
Con varios años de trabajo previo, donde se usaron las llamadas cajas de Florencia, mismas que conforman la estructura interna de andenes y pasajes, un día como hoy de 1969, el Metro inició una larga trayectoria, que comenzó en la Línea 1, con pocas estaciones y que en lo sucesivo amplió sus horizontes hasta los extraños parajes de Pantitlán. Luego le siguieron varias líneas que acabaron por unir el agreste Oriente con el idílico Occidente, y el incierto Norte con el acomodaticio Sur, así sucesivamente, hasta hacer circo o una ensalada urbana. (Ahora que el olor de los Centenarios está a la vuelta de la esquina, viene la Línea 12, con su doradito color...)
El Metro, a diferencia de los demás medios de transporte público, conserva la vitalidad del primer viaje. (Lo único que ha cambiado es el precio del boleto: del democrático peso de los sesenta a los devaluados dos tepalcates de hoy.) Cada línea, de las once existentes, ha tomado su propia vida. La línea 2, une a la comunidad chichimeca con los posmodernos, porque a mitad del camino se halla el Zócalo, donde todos los gatos son pardos a cualquier hora del día. Y qué decir de la estación Hidalgo; si Dante Alighieri hubiera vivido en México, no me cabe la menor duda de que la clasificaría como uno de los círculos del Infierno. (¡¡Y hasta le quedaba corta la definición!!) Pero esta línea tiene el consuelo idílico de la estación Bellas Artes.
Otro tramo que merece igual atención es la Línea 3, donde sí se notan las diferencias entre el Norte y el Sur. Como se trata de la línea que lleva a buena parte del estudiantado en la capital (la terminal sur es Universidad), no es gratuito hallar a varios tipos de escolares, como los excéntricos de Humanidades, los soñadores de Medicina, los aferrados de Derecho, y demás fauna unamita que se acumule en la semana. También cabe decir que es la línea de la esperanza, dado que muchas personas tanto en edad laborable como otro tipo de escolares la usan con frecuencia. Para los primeros, su escala íntima se halla en Centro Médico, para los segundos, en Balderas. (Está de más decir porque se denomina "de la esperanza".) Y como la 2, también "comparte" aquella sucursal del Averno ya mencionada líneas arriba. Pero hay otras líneas en el sistema que también cuentan con su propia vida: la 5, la 6 y la 7, muy socorridas cuando las vacaciones se acercan ya; la 8, la 9 y la B, que unen a la infame ciudad con el barrio querido, y la 4, cuya pasividad nos regala una ciudad detenida, una que nos parece irreal.
Este post no intenta convertirse en una efeméride más ni tampoco en contraria diatriba; más bien se trata de una descripción muy parca sobre un medio de transporte que ha resistido de todo, hasta terremotos, suicidios en horas pico y hordas nómadas de vendedores ambulantes que te venden hasta lo que no quieres, ya sea chucherías de ocasión, compilaciones musicales de factura bucanera, revistas dedicadas al arte del ocio, entre otras cosas. Como se trata de un medio colectivo, muchas historias tienen lugar allí. Es más, me atrevería a decir que el Metro es una suerte de ciudad subterránea donde todo está permitido, pero, eso sí, nada es para tanto. (Y que me perdone Óscar de la Borbolla.) Ustedes pongan la idea, y el Metro les dará la respuesta.
Varias de sus virtudes y sus defectos ya han sido descritos por una serie de artistas a lo largo de sus ya cumplidos cuarenta años; desde poetas del calibre de Chava Flores y Rockdrigo González hasta variopintas y surrealistas agrupaciones como Café Tacuba y Los Estrambóticos, hay historias que siguen gestándose en cada uno de los nueve vagones anaranjados. Y en literatura, ¡¡claro!!, no cantamos mal las rancheras ni los boleros. Por ejemplo, Óscar de la Borbolla nos cuenta sus andanzas con "La madre del metro", mientras Marco Aurelio Carballo en "Una triste figura" se topa en Hidalgo a otro más Ingenioso, y qué decir de René Avilés Fabila, cuya fantasía en carrusel se sube en Bellas Artes para luego bajarse en una estación ¡¡del subway en Nueva York!! Pero quienes han sabido sacarle todo el jugo al Metro son, sin temor a decirlo, Fernando Curiel, que acuñó la escritura automática mexicana en Tren subterráneo, y Beatriz Zalce, cuyas estampas metropolitanas (leáse dentro del Metro) son el más fiel retrato de una sociedad urbana, que ama y odia al mismo tiempo a la Ciudad de México.
En fin... el Metro tiene muchas cosas por decir y sus pasajeros también. Ahora que se cumplen cuarenta años de vueltas ininterrumpidas (y una tentativa no tan halagüeña de aumentarle un peso a su tarifa ya entrado el 2010), hago extensa la invitación a ustedes para que piensen un poco y nos cuenten su historia del y con el Metro. Cada quien tiene mucho qué decir, y que a un servidor se le escapa no por falta de memoria, sino por exceso de tiempo, como todo allá afuera.
(¡¡Tururú...!!)

2 comentarios:

Eleutheria Lekona dijo...

Vaya, qué estupendo viaje por el mundo que se construye allá abajo, cuando vamos todos apretujados rumbo a nuestros destinos.

Te cuento lo que tengo más fresco: si entrego con toda puntualidad mis reportes de lectura en "Ética de la práctica docente" es porque el camino de Universidad a Tlatelolco (siempre me cuido de alcanzar uno de esos lugarcitos contiguos a la pared, en donde vas sólo tú y tu asiento) se ha convertido ya, en el obligado lugar (ameno y merecido) para:
1. Poner mochila piso
2. Sacar el litro Bonafont
3. El abanico
4. Las copias o el libro (cualesquiera conseguidos en La Central)

Y comenzar a leer; llegar a casa, prender la máquina, hacer el reporte, dar un suspiro de alivio y, puntualmente entregar la lectura del martes o del jueves.

Anónimo dijo...

De la Borbolla te va a cobrar los derechos. :P
Me acabo de enterar de un individuo que se enloqueció y en Balderas sacó una pistola. No sé si mató gente o sólo hirió. Tengo miedo porque iré en pocos días para allá.
Sin embargo, el metro es "la mera ondísima". XD