martes, 25 de agosto de 2009

Carta gaviera para Álvaro Mutis

Admirado Álvaro:
Hace tanto tiempo que deseaba externarle mi más profunda admiración, pero preferí hacerlo luego de haber leído las siete novelas que conforman las Empresas y tribulaciones de Maqroll el gaviero. Y heme aquí, finalmente, aplicado en ello.
Comenzaré por el principio. Supe de su obra en mis primeros años de la carrera de Letras Hispánicas en la universidad, cuando descubrí que la tesis de licenciatura de una de mis maestras, Rocío Montiel, estaba dedicada a usted. Sí, se trataba de un estudio sobre su obra poética, que llegaba (hasta ese momento) a la primera Summa de Maqroll el gaviero que publicó Seix Barral. De inmediato me puse a buscar libros suyos. Primero encontré varios poemas en la revista Vuelta, de los que quedé prendido desde la primera línea. Luego pedí prestados en la biblioteca Los emisarios y La muerte del estratega. Además de maravillarme por una inusitada forma de ver la Historia, gracias a la poesía, allí me estaba esperando (si es que la Poesía espera a alguién) un poema que hoy en día es mi escudo de armas: la "Razón del extraviado". (Para un habitante de las periferias de la ciudad de México, estaba que ni mandado a hacer. Y si le suma el hecho de llamarme Ulises, ya usted se imaginará el resto.) Sobre La muerte del estratega, ¿qué le puedo decir? El relato homónimo es una prueba de su interés por la historia, pero a mi parecer está en su mejor elemento con "El último rostro", donde cuenta los últimos momentos de Simón Bolívar. (Según veo, se trata de un fragmento, dado que no amplió más esa idea; lo bueno es que se la regaló a su gran amigo Gabriel García Márquez.) Y de La mansión de Araucaima, bueno... me digné una tarde a leerla y a las primeras diez páginas, la dejé. Algún día tendrá una nueva oportunidad.
Gracias a mi primer pago como corrector de estilo, pude comprar, además de La muerte del estratega, una nueva edición de la Summa de Maqroll el gaviero, ambas bajo el sello del Fondo de Cultura Económica. Como ya había leído el primero, resolví hacer lo propio con el segundo. Me reencontré con los poemas de Los emisarios, pero también me sumergí por los ambientes de Los trabajos perdidos, Los elementos del desastre, Caravansary, entre otras. De la misma forma que su "Razón del extraviado" había hecho mella en mí, otro poema suyo, "Pienso a veces...", se había convertido en una razón más para seguir leyendo su obra.
A finales de 2001, como quienes celebran un triunfo deportivo, lancé mis campanas al vuelo cuando usted fue galardonado con el Premio Cervantes. (Para un escritor de su talla, este tipo de premios son un regalo del azar, tal y como siempre lo aseguraba Octavio Paz, quien lo instó a permanecer en el camino de las letras cuando usted pasaba por tiempos difíciles. La motivación de un poeta mayor y la completa confianza de aquel taxista mexicano al decirle que "en México se arregla todo", fueron sus mejores tablas de salvación.)
En enero de 2002, mi madre me regaló la edición conjunta de las Empresas y tribulaciones de Maqroll el gaviero, que comencé a leer unos meses más tarde, en las vacaciones de verano, y a partir de allí, me hice el hábito de tomar una novela cada verano. En aquel año fue La nieve del Almirante, donde reconocí de inmediato algunos ambientes de Caravansary. No fue sino al siguiente verano cuando mis impresiones sobre Maqroll el gaviero se tornaron otras muy distintas, y eso gracias a Ilona llega con la lluvia. (Le confieso algo ruborizado que lloré con Maqroll cuando murió Ilona; cualquiera en su lugar se habría sentido igual.) En Un bel morir, ya sabía como era el proceder del Gaviero, hasta que llegó la cuarta novela de la serie: La última escala del tramp steamer. Aquí me sucedió algo muy extraño. Por quien sabe qué razones, olvidé llevarme mi edición de las Empresas y tribulaciones... y como no quería perder el hilo de mis lecturas, compré una edición económica de la novela y la leí de un tirón. Otra vez las lágrimas de mi parte, esta vez porque dos destinos se daban al unísono. (Desde aquel momento, resolví regalar esa novela a varias de mis amigas muy queridas.)
En verano muy desconcertante, Amirbar fue mi tabla de salvación; al siguiente, Abdul Bashur, soñador de navíos me cambió la perspectiva. Al final de su lectura, ahora comprendía por completo la presencia de ese libanés singular en la vida del Gaviero: mientras Abdul soñaba con el barco ideal, signo de las cosas buenas por venir, Maqroll seguía su difícil paso por el mundo, siempre con la conciencia de que no hay más por hacer. Pero todas mis anteriores lecturas no tendrían sentido sin mencionar el Tríptico de mar y tierra. (Comprendo, Álvaro, que usted se encarga de contar las cosas que le pasan al Gaviero, pero en las tres partes de este libro, encuentro algo de Mutis en esas historias.) Mientras "Cita en Bergen" es el corolario de una vida sin tregua y su "Razón verídica de los encuentros y complicidades de Maqroll el gaviero con el pintor Alejandro Obregón" las andanzas de dos marginales por los senderos de la vida, "Jamil" es prácticamente el momento donde Maqroll hace las paces con la vida cuando se le aparece un niño como Jamil, hijo de su amigo Abdul Bashur. Sobra decirle que Jamil es el un niño ideal que deseamos encontrarnos en la vida, porque sabe tomar las cosas de acuerdo al paso de las cosas. Y sí, podrá usted imaginarlo, lloré cuando ambos personajes se despiden para vivir por separado su parte del camino.
Al leer estas líneas, no le estaré contando nada que usted no conozca; simplemente son las impresiones de un franco y dedicado lector que ha pasado casi una década viviendo en su obra. Quienes lo conocen con todas las letras, además de celebrar un talento desmedido, seguro también admiran sus grandes dotes como gran conversador. Si me permite decirlo, algún día quisiera conocerlo en persona para conversar sobre su vida, su obra, o si se puede, ambas cosas. (Al momento de escribirle esta carta, usted estará cumpliendo 86 años, y aún así no deja de suscitar el nacimiento tanto de nuevos y dedicados lectores, como también de enconadas polémicas.)
Querido Álvaro, no tengo más que decirle. Sólo diré que siempre es un privilegio leer su obra y debe saber que un autor como usted rebasará toda frontera en el tiempo. Algún día, habré de expresarle de viva voz estas palabras.
Muchas gracias por su poesía, por sus novelas, por sus palabras, por ese infatigable Gaviero.
Sinceramente,
U. V.

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