domingo, 12 de julio de 2009

Un buen año bajo el sol de Toscana

Hace una semana, mientras revisaba con pocos ánimos el departamento de discos en el súper, me encontré un dvd que, por extraño que parezca, al fin se me concedió adquirirlo. Se trata de la película Un buen año (2006), dirigida por uno de mis cineastas favoritos, Ridley Scott.
Basada en la novela A year in Provence, del escritor británico Peter Mayle, cuenta la historia de Max Skinner (Russell Crowe), un ávido inversionista para quien no existen los fines de semana y sí las mil y un maneras de ganar dinero a montones. A raíz de la muerte de su tío Henry (Albert Finney), viaja al sur de Francia para encargarse del viñedo de su tío y esa estancia en Provenza hace que su vida de workaholic londinense comience a cambiar. (En un principio, pensaba vender la finca con todo y viñedo, sin embargo, las cosas le salen de otra forma.)
Mientras hace un inventario de las propiedades del tío, Max recuerda que las mejores lecciones de su vida, las recibió en aquellos lares; su tío Henry le enseñó a disfrutar de todas las cosas, y que si encontraba una muy buena, que no la soltara. Entre todas las sorpresas que recibe en Provenza, están la repentina aparición de una hija no reconocida de su tío, Christie Roberts, el empeño de Monsieur Duflot en cuidar el viñedo, y el reencuentro con Fanny Chenal (una Marion Cotillard en su mejor forma), quien termina por conquistar el corazón de Max luego de varios desencuentros. Precisamente, la aparición de estos personajes poco a poco afloja el ánimo mercantilista de Skinner y lo conmina a disfrutar de los pequeños placeres de la vida.
La película, si nos ponemos estrictos, es un divertimento romántico dentro de la obra de Ridley Scott, luego de haber filmado Alien, Blade Runner, 1492, La caída del halcón negro y Gladiador, pero no es así. Al tratarse de una historia sencilla, Scott nos hace una atenta invitación para regresar a las cosas simples de la vida, a dejar de lado el accidentado estilo de vida citadino. Inclusive, un sello que distingue a Un buen año, es la excelente selección de música francesa de todos los tiempos, desde el clásico de clásicos Charles Trenet, pasando por el rockero Johnny Hallyday, hasta la hiperconocida Alizée y su "Moi... Lolita", misma que corona un importante segmento de la peli.
Días después de haber visto Un buen año, recordé aquellas opiniones que varios amigos me hicieron a priori: "Es como Bajo el sol de Toscana, pero en masculino..." Afortunadamente, el dvd de dicha película cayó en mis manos y ya puedo sacar mis conclusiones.
También basada en una novela, Under the tuscan sun, escrita por la norteamericana Frances Mayes, y llevada a a pantalla de plata por Audrey Wells en 2003, cuenta la historia de Frances (Diane Lane), una novelista quien luego de su divorcio, viaja al norte de Italia a instancias de sus amigas para olvidarse de aquella mala pasada del destino. Sin embargo, el propio azar la invita a quedarse en Cortona, donde compra una vieja villa toscana sin saber qué cosas sucederan. Aquella descabellada ocurrencia le regala la amistad de Catherine, una actriz que transpira a cada paso las enseñanzas de Federico Fellini, y de un grupo de albañiles polacos quienes la hacen sentir como en familia. (Uno de ellos, Pawel, la toma como su celestina y protectora para así ganarse el amor de una niña del lugar.) Entre todas esas cosas, Frances recupera la chispa creativa y logra escribir su novela y ver que la vida siempre tiene una gran sorpresa para todos.
Ahora bien, seguramente más de un lector me dirá: "¡Pero sí son la misma cosa!" Siento decepcionarlos. Claro está que ambas películas (diría lo mismo de las novelas que les dieron origen) incitan a disfrutar de las cosas simples de la vida, de saber que sólo el carpe diem rige todo eso. Las diferencias, si se me permite, son las siguientes.
  • En Bajo el sol de Toscana, Frances busca cerrar una herida reciente; en Un buen año, Max recupera de su pasado los elementos para vivir mejor su presente.
  • Mientras Frances busca desesperadamente al amor de su vida en el primer parroquiano que se le presenta, Max descubre que las promesas de amor hechas en la infancia, después de un largo tiempo, aún gozan de cabal salud.
Y ahora, van las semejanzas. Mientras ambos reordenan su vida, no reparan en ayudar a sus semejantes: Frances le da sentido a los sueños de Catherine y Pawel, mientras que Max inspira nuevos ánimos a Duflot y Christie. Al final, esos detalles se ven recompensados con un nuevo amor que llama a la puerta. (Si se me escapan más cosas, digno es que vean las películas.)
Cierro estas líneas con una invitación para que se acerquen tanto a las películas como a las novelas que las originaron. (Confieso algo avergonzado que no he leído ninguno de los libros, pero haré lo posible por hacerlo algún día.) De algo estoy seguro: que al terminar de verlas, se verá la vida de otra manera, y saber que las mejores cosas que nos regala el tiempo, como el comercial de conocida tarjeta, no tienen precio, ¿verdad?

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