martes, 14 de julio de 2009

Eduardo Lizalde: el tigre de la poesía

Cuando la diosa Fortuna se empeña en celebrar a las letras, no cabe duda que la lista es larga y las intenciones también. Ahora toca el turno al impecable poeta Eduardo Lizalde, quien hoy cumple 80 años, y cuya obra poética goza de cabal salud.
Alguna vez, luego de una mesa redonda en Bellas Artes, el poeta me dijo que le disgustan los homenajes y que se negaría a recibirlos. Siento decepcionarlo al decir que el mejor de todos, corre a cargo de aquellos lectores que disfrutan de su poesía, la cual, cabe decirlo, sigue suscitando nuevas y encontradas reacciones. También he de destacar el cuidado esmero que conforma a su obra ensayística, pero tampoco olvidar que Lizalde hizo una ligera escala en los terrenos de la narrativa, como lo demuestran el conjunto de cuentos La cámara y su inclasificable novela Siglo de un día.
Desde su casa libraria en la Ciudadela, la Biblioteca de México, donde también dirige la revista del mismo nombre, Eduardo Lizalde, como el tigre de sus poemas, se mantiene al acecho dentro de la vida literaria. Seguramente prepara un libro nuevo, siempre y cuando el tiempo se digne a escribirlo. Mientras tanto, y con esto ya me callo, comparto uno de sus poemas; mi favorito, cabe decir. Ustedes, de seguro, tienen su predilecto.
Mtro. Lizalde, en su cumpleaños 80, todo su séquito de lectores (presentes, pretéritos y futuros) le auguramos más vida, pero, eso sí, con más poemas suyos. ¡¡Muchas gracias!!


Bellísima
Y si uno de esos ángeles
me estrechara de pronto sobre su corazón,
yo sucumbiría ahogado por su existencia
más poderosa.

Rilke, de nuevo
Óigame usted, bellísima,
no soporto su amor.
Míreme, observe de qué modo
su amor daña y destruye.
Si fuera usted un poco menos bella,
si tuviera un defecto en algún sitio,
un dedo mutilado y evidente,
alguna cosa ríspida en la voz,
una pequeña cicatriz junto a esos labios
de fruta en movimiento,
una peca en el alma,
una mala pincelada imperceptible
en la sonrisa... yo podría tolerarla.

Pero su cruel belleza es implacable,
bellísima;
no hay una fronda de reposo
para su hiriente luz
de estrella en permanente fuga
y desespera comprender
que aun la mutilación la haría más bella,
como a ciertas estatuas.

1 comentario:

Unknown dijo...

¡Felicidades a Don Eduardo! Por cierto, si me permites quisiera contribuir con tu Aeropuerto Internacional... visita www.tertulia.com.mx. No te arrepentirás!