jueves, 4 de junio de 2009

Carta viajera para Adolfo Castañón

Admirado Adolfo:

Hace unos meses, asistí a la ceremonia de entrega del Premio Xavier Villaurrútia conferido hacia tu persona y en particular, hacia tu libro Viaje a México. (En aquella ocasión, aproveché para que me dedicaras mis ejemplares de Arca de Guadalupe y de tu discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua.) Lamentablemente, aquella noche de tu premio no pude comprar ese interesante volumen, y no fue sino hasta hace dos semanas cuando me hice de un ejemplar. Las presentes líneas no son más que la consecuencia de su lectura.
Comienzo con una confesión de mi parte; cuando leo libros de ensayo, por lo regular siempre leo sin seguir el orden propuesto, es decir, que primero leo el artículo que me genera mayor interés, para luego seguir con otro muy distinto, y así sucesivamente, hasta haber leído todo su contenido. Recuerdo que comencé con el ensayo sobre Salvador Elizondo, mismo que dejó maravillado por la serie de datos que proporcionas. Mientras me sumergía más a profundidad en su lectura, me topé con algunos textos ya conocidos: el aniversario 50 del Fondo de Cultura Económica, la crónica de la premiación de Octavio Paz en Estocolmo, y el clásico retrato de tu padre, Jesús Castañón Rodríguez, eximio hombre de libros. (La primera vez que los leí, fue gracias a pequeño volumen llamado El jardín de los eunucos.) Al leerlos de nueva cuenta, me dije: "Si buena parte de los textos de Viaje a México son de factura reciente, ¿por qué me topo con éstos ya conocidos?" Un lector más drástico que quien escribe, diría que ya no tienes más obras que mostrar. Falso. Más bien estos textos ayudan un poco al resto por un sencilla razón: recordar una tradición, un origen donde coincidan todos. Tanto los aniversarios editoriales y las crónicas de un escritor en tierras extrañamente amistosas como los retratos librarios y las remembranzas cafeteras, son formas distintas de celebrar la literatura, donde el corazón -en paralelo con el pensamiento- escribe sus mejores páginas. Por ello, no es gratuito que obras ya conocidas convivan en igualdad de condiciones en un volumen tan exquisito como señero, donde la sorpresa es el pan de cada día.
Paréntesis aparte, Viaje a México (título que remite a aquel volumen homónimo de Paul Morand) se encuentra completamente emparentado, por un lado del charco atlántico, con el Exercises d'admiration de E.M. Cioran, y por este otro extremo del mar, con Retratos personales y Los días del maestro, de tus coevos mexicanos Enrique Krauze y Vicente Quirarte, respectivamente. (Si Mexicanos eminentes y Peces del aire altísimo, son los egregios recipiendarios de aquéllos, Viaje a México tiene un tremendo precedente en ese clásico contemporáneo de nombre Arbitrario de literatura mexicana.) Al leer tanto a Andrés Henestrosa, Octavio Paz, Juan Rulfo, Carlos Fuentes y Fernando del Paso, como también a Jaime Sabines, Salvador Elizondo, Juan García Ponce y José Emilio Pacheco, estás leyendo al mundo, es decir, a México, donde te tocó vivir y escribir. Y ya que menciono la palabra México, el texto homónimo que abre el libro es una suerte de "carta de creencia", donde tu admiración por el país no sólo se queda en la letra impresa, sino en los viajes hacia el interior, evidenciando otra cara, muy distinta a la habitualmente ofrecida hacia el exterior. En una palabra, Viaje a México es más un itinerario hacia el origen que otra cosa.
Finalizo estas líneas con una invitación para aquellos lectores interesados en conocer otra manera de ver las letras mexicanas, para que se acerquen a tu libro y vean otra forma de ese México que nos recibe y circunda. No me cabe la menor duda de que Viaje a México logró (y con creces) su cometido. Adolfo, te agradezco sobremanera por las cosas buenas que me regaló (ésa es la palabra) tu reciente obra. Habrá un día para hacerlo de viva voz. ¡¡Muchas gracias!!
Cordialmente,
U.V.

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